Mientras Edward Snowden busca
estos días un rincón del mundo donde caerse muerto después de haber
filtrado la información que refrenda el espionaje masivo de Estados
Unidos y Julian Assange permanece refugiado en la embajada
londinense de Ecuador, atrás quedan otras historias personales, con
argumentos similares y finales más dramáticos.
Como el caso de Aaron Swartz, el joven hacktivista que
se suicidó a principios de este año después de haber sido detenido por
publicar documentos secretos del MIT y de la Corte Federal de los
Estados Unidos.
O el del periodista Barrett Brown, habitual colaborador de The Guardian y Vanity Fair, cuyo caso va camino de convertirse en una agonía similar a la que está viviendo el soldado Bradley Manning, responsable de la mayor filtración de la historia de Estados Unidos.
Aunque el periodista nunca había escondido sus afinidades ideológicas en lo que se refiere a su apoyo a los fines de Anonymous,
la particularidad de su caso reside en que fue detenido por el
ejercicio de su profesión, cuando investigaba a la empresa privada de
espionaje Stratfor, cuyos correos electrónicos -un volumen de más de 5 millones- habían sido pirateados por Anonymous.
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