De noche se los llevaron. Varios sujetos
fuertemente armados, vestidos de negro y encapuchados irrumpieron de
golpe en la habitación compartida por los hombres. Con violencia los
azotaron contra la pared y les ataron las manos detrás de la espalda.
Los mantuvieron durante varias horas así, amarrados y de pie, hasta que
finalmente los de negro les hicieron salir de la habitación sin saber
cuándo volverían a ver esa habitación compartida durante 16 años.
Ninguno de ellos quería vivir en aquel
lugar construido con el único propósito de encerrar a las personas y
arrebatarles su libertad. Sin embargo, después de 16 años, los siete
hombres convirtieron los muros de esa prisión en algo habitable, algo
humano, en su hogar, su lugar de trabajo, donde prepararon la comida,
recibieron a sus nietos y a sus visitas y escribieron cartas a máquina.
Todo lo que construyeron a lo largo de media vida desapareció en un
instante.
Los uniformados los empujaron con
violencia para obligarlos a abordar un autobús que esperó con el motor
encendido para llevárselos -a ellos y a muchos otros que subieron atados
de manos. Sospecharon a dónde los llevaban, pero la incertidumbre era
sofocante, más aún para esos siete hombres que tantas veces fueron
detenidos, secuestrados, desaparecidos, torturados y trasladados de una
prisión a otra. Lo que sí supieron es que no volverían a ver aquel lugar
al que jamás quisieron llegar, pero que en el transcurso de casi 17
años convirtieron en su hogar.
Ellos son los presos
Dentro del penal de Ixcotel, la celda
22, mejor conocida como “la celda de los Loxichas”, era algo
excepcional, un microcosmos de la región Loxicha, enclave cultural y
lingüístico, cuyos habitantes se comunicaban en su lengua materna, el
zapoteco xiche de la sierra sur de Oaxaca—también fue, en cierta medida,
un espacio liberado dentro del penal, el resultado de 17 años de una
lucha continua por la libertad librada desde el interior de una
institución cuya razón de ser es la privación de la libertad y el
control de ciertos humanos sobre otros. Dado ese contexto, los logros de
los Loxichas son formidables.
De los aproximadamente mil 500 internos
que tiene Ixcotel, los seis zapotecos xiches eran los únicos que no
pagaron “piso” en su celda, algo así como un impuesto que todos los
internos deben pagar a los “encargados” (caciquillos) que rigen cada
celda. En cambio, los xiches de la celda 22 se autogobernaron, en el día
a día, de acuerdo a un sistema basado en los usos y costumbres de las
comunidades zapotecas de sus comunidades de origen (micro usos y
costumbres, podemos decir). Entre ellos seis (los que permanecían en el
penal de Ixcotel), cada año eligieron a un encargado y un tesorero.
Estas autoridades rotativas tuvieron la responsabilidad de lidiar con
los asuntos administrativos de la celda y de manejar el dinero que
tenían en común, respectivamente.
Para sus gastos en común, como productos
de limpieza para el sanitario o el agua (que ni en prisión es gratis),
vendían algunos limones, plantas y quelites que cultivaban afuera de la
celda (otro pequeño logro de su lucha), aunque éstos eran para su propio
consumo principalmente, y eran más las veces que los regalaban.
Eran también los únicos dentro del penal
que se organizaron, primero, para demandar su derecho a tener una
capillita cerca de su celda y, después, para construirla ellos mismos.
Durante el día, los altos muros de
Ixcotel parece que enclaustran un pueblito bizarro en un eterno día de
plaza (claro, un pueblo profundamente jodido, poblado por gente que no
es libre y gente armada que a los primeros vigila, pero un pueblito en
todo caso). Por todos lados hay movimiento—internos cosiendo bolsos,
internas vendiendo aguas frescas, policías paseando o durmiendo,
“malillas” boleando zapatos o pidiendo limosna, hombres tatuados jugando
basquetbol. Pero dentro y alrededor de la celda 22, las cosas tienen
(aun nos cuesta decir “tenían”) otro ritmo. Los tiempos de quienes están
ahí unos meses, o años incluso, son diferentes a los tiempos de quienes
han estado (estuvieron) ahí cerca de dos décadas.
Eran conocidos y respetados por todos en
el penal de Ixcotel, desde los “malillas” hasta los celadores. Como
visitante, resultaba impresionante ver el trato recibido de parte de la
mayoría de los internos e incluso de los celadores. El respeto siempre
impresiona cuando es ajeno al poder y al temor.
Dentro de sus espacios en común, cada
quien tenía su lugar. Hace 15 años eran alrededor de 50 presos de
Loxicha en esa celda de aproximadamente siete por cuatro metros,
amontonados “como cigarros.” Pero ya reducidos a seis hombres desde hace
unos años, cada uno tenía su cama. Abajo, frente a la cocineta, estaban
cuatro literas separadas por cobijas o sábanas colgantes para darles un
poco de privacidad. Dos más vivían arriba en un pequeño tapanco que
armó Álvaro, el carpintero del grupo.
Durante el día, todos trabajaban, todos
los días, todo el día, cada quien en su lugar. Agustín, Eleuterio y
Justino pasaban el día afuera, los primeros dos sentados en pequeñas
sillas de madera, bajo el techo de lámina que cubre la capillita, y el
tercero junto a la puerta de la celda, o del lado opuesto, frente al
gran muro peimetral, entre las plantas y arbustos de todos ellos.
Justino Hernández José
Es el más joven del grupo. Tenía 19 años
cuando lo detuvieron a él y a su papá, quien también purgó cuatro años
en la cárcel. Sus compañeros lo recuerdan casi como a un niño; casi ni
lo conocían. En la cárcel aprendió a hablar español. Hoy es muy
reservado, habla poco pero sonríe incontrolablemente, como niño, cuando
lo visitan (visitaban, queremos decir) su esposa y su hijo de cuatro
años. En esos momentos parece desbordarse de felicidad y vitalidad, le
llega por unos instantes la vida que le fue negada. Este año pasará su
cumpleaños 36 en el penal de máxima seguridad en Tabasco, alejado de su
esposa e hijo. Ella padece de diabetes y tiene muy escasos recursos. Es
probable que lo vuelvan a ver, por la distancia, hasta que salga libre.
Eleuterio Hernández García
Cosía balones de fútbol, uno de los
oficios más comunes en el penal, y de los peores remunerados: por lo
dificultoso del trabajo, en un buen día, lograba coser tres balones, los
cuales vendía por ocho pesos cada uno (los mismos que venden por mucho
más de esa cantidad en los mercados). Eleuterio también es un hombre muy
reservado, muy humilde y sumamente respetuoso. Habla muy poquito
español, ya que en el rancho nunca le fue necesario aprender, como
campesino. Es el único que nunca se ha casado; soltero lo detuvieron y
soltero permaneció. Él nunca recibía visitas, porque su único familiar
cercano es un padre que ya está “muy abuelito”, como dicen allá, y que
vive en un rancho muy lejano. Pero nunca lo oí quejarse ni descansar del
trabajo, todo el día cosía, y por alguna razón, casi siempre estaba
sonriendo.
Agustín Luna Valencia
Es un hombre sereno, ya canoso, un tanto
corpulento, y por lo regular se le podía encontrar sentado como un buda
junto a la capilla, con su espalda contra la pared y la mirada fija en
su trabajo, tejiendo canastos multicolores de hilos de plástico y
alambre. Es Agustín quien transcribió la mayoría de cartas, comunicados y
denuncias que han emitido los presos Loxichas a lo largo de los años,
con una máquina de escribir que les regaló el pintor Francisco Toledo.
Sin embargo, no es un hombre al que le guste hablar de más, aunque en
ciertos momentos le gusta compartir historias de su pueblo, de sus años
como maestro, de los animales y plantas que le gusta criar. Conoce
muchas historias acerca de los animales que viven en la región Loxicha y
las leyendas que contaban de ellos sus abuelos. Antes de caer preso fue
maestro durante muchos años, siempre en comunidades zapotecas muy
pobres y muy marginadas, parecidas a la que lo vio nacer—a él y a todos.
Fortino Enríquez Hernández
También teje canastos, aunque siempre
trabaja dentro de la celda. Junto con Agustín, participa tocando la
guitarra en la rondalla del penal. Y al igual que Agustín, también él
fue maestro durante muchos años en diferentes partes de la región. Aún
como jóvenes, Agustín y Fortino ya eran conocidos y respetados en las
comunidades de la región Loxicha. Donde la gente no habla español, donde
carecen de todo, ayudaban a los padres de familia a tramitar
solicitudes para que el gobierno estatal les diera los servicios más
elementales—agua, electricidad, escuelas, caminos. Fue por esa fama que
los dos maestros fueron electos para ser el presidente municipal y el
síndico de San Agustín Loxicha, respectivamente, en el año de 1996.
Zacarías Pascual García López
Fungió, a sus 23 años, como agente
municipal, el funcionario más joven en la historia de su comunidad. En
prisión, Zacarías aprendió carpintería. Empezando de cero, se convirtió
en un maestro carpintero y, hasta que lo trasladaron, era uno de los
constructores de muebles más importantes del Valle de Etla y Oaxaca.
Dentro del penal de Etla, le dio trabajo a otros seis presos en el
taller de carpintería construyendo muebles, razón por la cual nunca
pidió su traslado a Ixcotel. Tiene un hijo y una hija adolescentes, y
una bebé de menos de un año, quienes viven con su esposa en una
comunidad retirada en Loxicha.
Abraham García Ramírez
Estaba al frente de una organización de
pequeños productores de café. En prisión aprendió a hacer canastos y le
gustaba trabajar dentro de la celda, siempre sin camisa para estar
fresco. Él también tiene hijos adultos y nietos, pero hace diez meses
volvió a ser padre con su mujer que vivía con él en Ixcotel. La nena es
claramente la luz de sus ojos. Nadie sabe cuándo la volverá a ver.
Álvaro Sebastián Ramírez
Álvaro comenzó a trabajar como maestro a
los 17 años, a mediados de los años setenta, y fue dentro del
magisterio que se inició en el trabajo político y organizativo. En 1981
libró su primera batalla política al enfrentarse a los caciques de
varias agencias municipales para poner una escuela en la comunidad que
hoy se conoce como Loma Bonita.
Ríe mucho, es una risa contagiosa que
parece emanar no sólo de su boca, sino de sus ojos y sus manos. Tiene
una mirada intensa, parece siempre estar calculando algo, incluso cuando
se está riendo. Y sus ojos y manos nunca parecen estar quietos, aun
cuando no las está moviendo.
Igual que sus ojos negros y sus manos
gruesas, Álvaro es un hombre sumamente inquieto. Desde que llegó a
Ixcotel se dedicó a la carpintería, pero también a un sinfín de trabajos
y oficios. Constantemente dice que ya está viendo qué otra cosa
aprender.
Antes de llegar a Ixcotel, estuvo
recluido en el penal de Etla por casi diez años, junto con Zacarías y
otros paisanos presos. Ahí abrió una tiendita de abarrotes, que su
esposa le ayudaba a mantener surtida. Sin embargo, en el 2006 fue
víctima de un intento de asesinato, así que solicitó su traslado a
Ixcotel. Se acostumbró fácilmente al nuevo penal y se dedicó a aprender
la carpintería, cosa que no había hecho antes. Aprendió rápido, y
después de poco tiempo ya tenía clientes fuera del penal que venían a
solicitarle marcos y pequeños muebles. Fue él quien construyó la
capillita afuera de la celda 22 y el tapanco a donde mudó su colchoneta y
sus cosas.
˜°˜
Sobre la serie “Las siete piezas del rompecabezas loxicha”
La historia de los
presos loxicha se encuentra en un mar de dudas y caos controlado por las
mismas instancias de gobierno y de los medios de comunicación masiva.
Los medios del poder siguen llenando de obscuridad lo que entendemos
como un acto ilegal e insoportable, la prisión política en este país se
esconde debajo de un discurso de miedo y de falsas hipótesis que
arrastran a seres humanos con nombre, rostro, dignidad e historia.
Con esta convergencia de medios
buscamos desanudar y desenmarañar una parte de esta historia de lucha y
represión e iluminar la vida y el recorrido de resistencia de nuestras
compañeras presas políticas. Nuestro territorio político y ético
parte del consenso y de nuestra adherencia a la Sexta Declaración de la
Selva Lacandona. Luchar con un preso político es luchar por la libertad,
libertad de todas y todos los que queremos un mundo donde quepan muchos
mundos.
Buscamos amplificar la
voz del preso político Álvaro Sebastián Ramírez y de sus familiares
adherentes a la Sexta, buscamos resaltar la historia y la lucha de los
siete presos políticos loxicha, buscamos articular con otros
familiares de presos políticos para crear canales autónomos de diálogo
rebelde.
http://desinformemonos.org
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[1] http://www.vimeo.com/68976212: http://www.vimeo.com/68976212
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