Por Zoraida Portillo
Lucinda tiene 27 años, dos hijas y como ella misma
lo autodefine, “una gran conciencia ambiental” que la ha impulsado a
estar presente en cuanta marcha contra el proyecto minero Conga se ha
organizado en su ciudad, Cajamarca, a 861 kilómetros al nororiente de
Lima.
Allí, la compañía Yanacocha explota la mina de oro más grande de
América del Sur y tiene previsto invertir en un segundo proyecto
aurífero, la mina Conga, por un valor de 4.800 millones de dólares
estadounidenses, pero para ello propone desecar cuatro lagunas de agua
dulce, dos de las cuales convertiría en depósito de relaves y las otras
dos serían reemplazadas artificialmente.
El proyecto, aprobado durante la anterior administración de Alan
García, ha estado en el “ojo de la tormenta” desde hace varios meses,
con una férrea y a veces violenta oposición de los habitantes de la zona
involucrada, que obligó al gobierno del presidente Ollanta Humala a
recurrir a un peritaje internacional, a partir del cual ha planteado
nuevas condiciones ambientales y sociales a la empresa si quiere
explotar el yacimiento.
“No nos oponemos a la minería, pero bajo condiciones que no nos
afecten y, sobre todo, que no afecten el futuro de las próximas
generaciones, o sea, una minería sostenible y socialmente responsable”,
dice convencida y, al escucharla, se podría pensar que estamos frente a
una dirigente política.
“No, ama de casa nomás, pero preocupada por el futuro de mis hijas”,
responde. “Pero una se informa, lee y se da cuenta que no todo puede ser
con fines económicos, hay que cuidar los recursos”, añade esta mujer
que cursó dos años de estudios generales en la universidad. Luego se
enamoró, se casó y se dedicó a su hogar.
Cuando el ambiente no importa
A cientos de kilómetros de Cajamarca, en los Andes centrales, en La
Oroya, una de las 10 ciudades más contaminadas del mundo por relaves
mineros, Ana, de 29 años, graduada en ciencias contables, también
protesta en las calles. Pero al revés de Lucinda, ella exige que la
minera Doe Run siga sus operaciones, sin importar el costo social y
ambiental que ello implique.
“No podemos darnos el lujo de pensar en el futuro -dice con la misma
convicción que su congénere de Cajamarca- tenemos que alimentar a
nuestros hijos y para eso es necesario que la minera siga operando”.
Pero su convicción trepida cuando se le pregunta si sabe que las
operaciones de la minera son responsables de que más del 90 por ciento
de que los niños de La Oroya presenten altos niveles de plomo en la
sangre, de acuerdo con estudios internacionales.
“No se le puede achacar toda la culpa a Doe Run, la contaminación por
los humos del complejo minero-metalúrgico tiene décadas y Doe Run
recién se hizo cargo en 1997″, arguye. “¿Cómo hablar del futuro si no
tenemos qué comer hoy?”, justifica.
Pero su aseveración no es del todo cierta. Es verdad que la vida en
La Oroya depende del funcionamiento del complejo metalúrgico, pero años
de explotación a tajo abierto solo han traído problemas de salud y no
prosperidad económica a sus 40.000 habitantes.
Además, la empresa sigue abonando a sus 3.500 trabajadores el 70 por
ciento de su sueldo pese a estar inoperativa desde hace tres años, con
lo cual se asegura su apoyo haciendo que dejen de lado el costo social,
que es dolorosamente alto.
Un estudio de la universidad Saint Louis de Missouri, Estados Unidos,
realizado en 2006, reveló que el 97 por ciento de los niños entre los
seis meses y seis años tenía plomo en la sangre. De ellos, un 72 por
ciento tenía entre 20 y 44 microgramos de plomo por decilitro de sangre,
y un nueve por ciento, entre 45 y 69 microgramos. El nivel máximo
aceptable internacionalmente es 10 microgramos por decilitro de sangre
(10 µg /dl).
Además, arrojó antimonio en la sangre de los pobladores 30 veces más
alto que en los de la población minera de Estados Unidos (Doe Run
pertenece al grupo Renco de St. Louis, Missouri), y niveles de cadmio
seis veces mayor. También registró rasgos de otras sustancias tóxicas,
como arsénico, en cantidades menores.
Incluso encontró alta contaminación de sustancias tóxicas en ciudades
alejadas de La Oroya, como La Concepción, a 100 kilómetros.
Otro estudio, realizado por el Gobierno Regional de Junín en convenio
con el Ministerio de Salud y Doe Run en 2008 (cuando el complejo aún
funcionaba), encontró que solo el seis por ciento de pobladores tenía
niveles de plomo en sangre por debajo del máximo aceptable. Tres años
después, en noviembre de 2011, con el complejo paralizado más de dos
años, la tasa de pobladores con niveles menores a 10 µg/dl había
aumentado a 53 por ciento.
Según las autoridades del ministerio de Energía y Minas, si se
autorizara a operar nuevamente el complejo, los niveles de contaminación
volverían a subir.
¿Defender el trabajo a costa de la salud?
Actualmente Doe Run enfrenta un proceso de liquidación y plantea
condiciones inaceptables para el estado peruano en términos ambientales y
de financiamiento, mientras que sus trabajadores tomen carreteras,
marchan sobre Lima y ejercen una defensa cerrada de su derecho al
trabajo por encima de consideraciones de otra índole. Amenazan con
paralizar la región si no se reabre el complejo.
“Estamos en un país donde los trabajadores se ven obligados a
trabajar sabiendo que son afectados en su salud”, señaló a la Plataforma
Oroya por el Cambio, monseñor Pedro Barreto, Obispo de Junín y
Coordinador de la Mesa de Diálogo Ambiental de esa región, tenaz
opositor a que Doe Run siga contaminando.
“Se ha mitificado que ‘La Oroya se ha convertido en una ciudad
fantasma’ tras el cierre de la fundición. Es cierto que ha bajado el
movimiento económico de manera considerable, pero La Oroya sigue
viviendo y merece un ambiente sano como el que se respira ahora. Además,
ninguna población debe depender exclusivamente de una industria minera
porque esta actividad tiene un techo”, precisó.
“No nos negamos a que haya industrias extractivas pero con
responsabilidad. Sin embargo, cuando el Estado está en connivencia con
los intereses económicos y cuando la población se suma a este tipo de
aberración contra la vida y la salud tenemos este resultado”, afirmó.
Por su firme posición ha recibido incluso amenazas contra su integridad
física, lo que demuestra la polarización que se vive en esta parte del
Perú.
Población entre dos frentes
Cajamarca también está polarizada. Yanacocha es la primera productora
de oro de América del Sur, pero el 60 por ciento de la población donde
opera no tiene luz eléctrica y un tercio no cuenta con agua potable. La
población culpa a la minera por haber secado varios afluentes hídricos
del río Grande, que abastece de agua a la ciudad.
Pero el gerente de Responsabilidad Ambiental y Social de Yanacocha,
Luis Campos, no está de acuerdo. En su opinión, el Servicio de Agua de
Cajamarca es responsable por no tener capacidad para captar todo el
caudal del río. “Además, hay que tener en cuenta que la población ha
crecido en los últimos años”, dijo a esta corresponsal.
Efectivamente, la planta de tratamiento de agua de la ciudad data de
hace 30 años, cuando la población no llegaba a 90.000 habitantes. Hoy,
en parte por el boom minero, son más de 250.000.
Es cierto que las autoridades no previeron el crecimiento
poblacional, pero también es cierto que la explotación minera requiere
disponer de recursos hídricos y energéticos para desarrollarse. Y el
nuevo proyecto Conga requerirá mucho de este elemento vital.
Por ello, el presidente Humala, tratando de poner paños fríos a las
protestas sociales, dio un mensaje a la nación el 20 de abril en el que
planteó que para explotar Conga, la minera deberá cumplir las exigencias
ambientales, ampliar la capacidad de almacenamiento del agua hasta
cuadruplicar la capacidad del proyecto, beneficiar a las 13 provincias
de la región de Cajamarca, generar por lo menos 10.000 puestos de
trabajo y constituir un fondo social cuyos recursos serán usados de
manera transparente para el desarrollo de infraestructura social,
productiva y de riego.
La población, sin embargo, sigue dividida. Un grupo se ha declarado
en “resistencia pacífica” hasta que el Congreso declare inviable el
proyecto, y amenazan con una huelga por tiempo indefinido; otros creen
que si se satisfacen los requerimientos planteados, Conga beneficiará a
la población. Mientras, la presión mediática recuerda que se requiere
inversión para salir del subdesarrollo.
Y no son pocos los especialistas que temen que el precio a pagar por
atraer capitales a la minería sea demasiado alto, especialmente en
términos de contaminación ambiental y depredación de recursos naturales.
Y que la población, atrapada en medio, sea presa fácil de los intereses
en juego.
Miguel Saravia, director ejecutivo del Consorcio para el Desarrollo
Sostenible de la Ecorregión Andina, una de las ONG internacionales que
más ha estudiado el problema, cree que en ambos casos (Cajamarca y La
Oroya ) el asunto tiene que ver con la forma cómo se aprovechan
localmente los recursos generados por la minería y si revierten a la
población local de una manera significativa.
“Cajamarca era hasta hace unas décadas una región ganadera y agrícola
con serios problemas de articulación urbana y rural, con territorios
poco integrados entre sí y pobre acceso a servicios básicos. La minería
apareció como una oportunidad para transformar la región. Sin embargo ni
las empresas mineras en Cajamarca, ni las autoridades locales y
regionales han sabido aprovechar la oportunidad. En vez de avanzar en
los índices de desarrollo, retrocedió”, explica a SEMlac.
Y añade que ya no hay confianza en que las empresas mineras cumplan
lo que dicen. “Creo que esa desconfianza se enmascara en una
preocupación ambiental.
Mientras que hay pobladores que sinceramente tienen una preocupación
por la afectación que el proyecto Conga pueda hacer en sus fuentes de
agua, hay otros actores que están aprovechando la alta desconfianza
hacia las mineras para acumular capital político”, reflexiona.
“El caso de la Oroya -prosigue- nos muestra un territorio que existe
básicamente por la actividad minera y por eso sus habitantes van a
pelear contra cualquier acción que amenace la existencia de la mina”.
“La empresa Doe-Run ha sabido utilizar la situación para poner a los
trabajadores y ciudadanos de La Oroya a su favor, planteando que las
exigencias ambientales hacen inviable la mina. Entonces, cualquiera que
pretenda que la empresa cumpla con el programa de adecuación ambiental
en un tiempo razonable, no sólo está enfrentando a la empresa, sino a
toda la población de la Oroya”, añade.
“Lo que esta situación nos deja en claro es que países como el Perú
deben avanzar hacia el ordenamiento territorial, establecer con mayor
claridad zonas de exclusión de minería y revisar los mecanismos
existentes para dar las concesiones y autorizaciones, asegurando la
adecuada participación de las instancias regionales y locales. Y se debe
trabajar con los gobiernos regionales para fortalecer su capacidad de
gestión e inversión de los recursos generados por la minería”, concluye.
Gian Carlo Delgado, investigador titular del Centro de
Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la
Universidad Nacional Autónoma de México, dijo a esta corresponsalía que
los beneficios de la minería son menores a lo que se suele creer
comúnmente, “mientras que los costos ambientales y sociales pueden ir de
moderados a graves, dependiendo de la gestión de las minas, no solo
durante el proceso de explotación, sino después del cierre”.
Autor de “Ecología política de la minería en América Latina”, añadió
que “el mayor problema con la gran minería es el ritmo y escalas de
explotación, en tanto que su impacto en el entorno natural y social
puede y suele ser mayor, y no todo es positivo”.
Citó como afectaciones la pérdida o erosión de la biodiversidad,
contaminación de suelos y aguas, desplazamiento de poblaciones, aumento
del alcoholismo y afectaciones socioculturales de diversa índole en
poblaciones aledañas, conflictos por la propiedad de la tierra, acceso
al recurso agua, y pagos por derechos para explotación minera.
Prácticamente todos estos temas están presentes en el conflicto que
hoy envuelve a dos ciudades peruanas, pero también en otras partes de
América Latina, poniendo a la población entre dos frentes: minería o
ambiente. ¿Cuál ganará?
Recuadro
Minería: tema conflictivo en América Latina
Según el Observatorio de Conflictos Mineros de América Latina, a
diciembre de 2011 había 155 conflictos relacionados con explotación de
recursos mineros. Solo en Argentina había 24 y en Chile 25. Y según la
Defensoría del Pueblo de Perú, 126 de los 223 conflictos sociales
activos en el país a fines de 2011 eran de naturaleza socioambiental,
vinculados muchos de ellos a la minería.
La inversión minera en América Latina ha crecido en forma
espectacular en menos de una década, coinciden diversos estudios
internacionales. En 2003 representaba menos del 10 por ciento del total
mundial. A fines de 2011 concentraba más de un tercio de la inversión
global (32%) mientras Oceanía, la segunda región más atractiva, ostenta
el 20 por ciento y África, 16 por ciento.
Las proyecciones prevén una inversión en la región del orden de 236
mil millones de dólares para la próxima década, tomando en cuenta los
proyectos previstos -sin contar exploración ni refinación- siendo Chile y
Perú los países con más inversión prevista (75 y 56 millones de
dólares, respectivamente).
(Fuente: Cesco, en base a Secretaría de Minería de la Nación
Argentina y Arminera, Ibram, SEIA, Asomineros, Cámara de Minería del
Ecuador, MEM Perú, APOYO Consultoría y fuentes de prensa. Publicado en
octubre, perspectivas 2012).
En América Latina, la explotación minera generalmente está asociada a
impactos negativos. Y hay mediciones que nunca se han hecho; por
ejemplo, hasta hoy no se ha evaluado completamente el impacto económico
sobre la salud humana, nos dice el médico Hugo Valle, integrante del
Colectivo Salud por La Oroya.
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Fuente: Portal del Diario Rotativo: http://rotativo.com.mx/globales/peru-encrucijada-entre-mineria-y-medio-ambiente/91030/html/
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Fuente: Portal del Diario Rotativo: http://rotativo.com.mx/globales/peru-encrucijada-entre-mineria-y-medio-ambiente/91030/html/
Vìa:
http://servindi.org/actualidad/63718
http://servindi.org/actualidad/63718
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