Para Guillermo Fernández, in memoriam
En
el país de las campañas, la campaña empieza cuando se lanza al
candidato y se acaba cuando el presidente, ese candidato
consuetudinario, termina su sexenio, porque la campaña del vencedor
dura seis años cada tanto, cueste lo que cueste. En el país de las campañas el candidato que haya escogido por adelantado la oligarquía es el príncipe bienamado, el benjamín de los medios al que hay que arropar, apapachar, representar como renovada –y aun mendaz, maquillada– versión de sí mismo. En el país de las campañas el ungido, aunque sea solamente instrumento del dinero y las altas conveniencias, es el nuevo mesías. Lo será en tanto dure su luna de miel con el parnaso del poder político, económico y clerical, o hasta que, en un arrebato incomprensible, le pise un callo a la videocracia y esos mismos contlapaches de siempre en la banca, el clero o la industria; esos que realmente gobiernan allende las bambalinas, porque el único proyecto de nación que parece mantener continuidad en este país es el de los privilegios de unos cuantos y las complicidades criminales en detrimento del bienestar público.
En el país de las campañas cualquier candidato de verdadera oposición, o que representa la reivindicación de las viejas deudas históricas de siempre con los desposeídos, dejará de existir en el discurso de los conductores de programas de la televisión, a menos que la ley los obligue a mencionarlo, y la esperanza y la ingenuidad de la gente habrán de eclipsar la realidad nacional con todo y su miseria, su violencia, su basura mediática y su estercolero político, por milagro de los masivos medios convertido todo en horizonte diáfano y prometedor. En el país de las campañas la dignidad ajena sale barata, a precio de gorra, camiseta, paraguas, torta y refresco, porque ora sí, el candidato empeñará su palabra y su honor, los que antes nunca fueron merecedores de ofrenda; porque ora sí, un nuevo gobierno marcará la diferencia respecto a todas las diferencias prometidas e incumplidas antaño; porque ora sí la gente, el pueblo, la masa es el mayor interés del candidato y no su grupo político ni el puñado de poderosos ocultos y siniestros a los que debe, precisamente, la candidatura.
Ilustración de Juan Gabriel Puga |
En el país de las campañas qué importa la honestidad del candidato o las máculas en su trayectoria, si robó o permitió que sus alecuijes robaran, si mató o miró a otro lado mientras otros asesinaban, si siendo funcionario reprimió con salvajismo la voluntad popular, si la verdadera virtud de su candidatura está en la fotogenia y, desde luego, en la cercanía con el señor director general, con el arzobispo, con el licenciado; qué importa la plataforma de ofertas y proyectos si la verdadera piedra de toque está en lo que se pactó a puerta cerrada, en los tratos que son tretas a espaldas de la gente, en las estratagemas comerciales que van situando al ungido, como si fuera marca de champú o caja de galletas, en la preferencia del público con tal de efectivamente poner el país a disposición de sus secretos, mejores postores, los que se sienten dueños de todo, incluso de la gente y su conciencia.
En el país de las campañas nadie le va a preguntar al grueso de la gente si no sería mejor gastarse tantos millones de pesos en reparaciones urgentes al tejido social, en mejorar la calidad de vida de la depauperada mayoría, porque en el país de las campañas ni tú ni yo tenemos voz.
Pero sí tenemos, al menos eso dice la teoría, voto.
En el país de las campañas la ultraderecha oficialista se llena el buche prometiendo lo que nunca será capaz de cumplir; el candidato títere de los consorcios habla por hablar de seguridad, justicia y paz; el candidato de las izquierdas insiste en la necesidad de la reconciliación con justicia.
Y mientras todos ellos dicen representar al pueblo o vislumbrar un futuro promisorio, un poeta es brutalmente asesinado en su casa, amarrado con cable y cinta de plástico, golpeado hasta la muerte por bestias que muchos, con pesadumbre, adivinamos impunes. Pero de eso casi nadie habla.
Porque todos están metidos hasta el colodrillo en el fango de las campañas.
Vìa,fuente:
http://www.jornada.unam.mx/2012/04/08/sem-moch.html
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