martes, 5 de julio de 2011

Perú: ¿En qué cree el señor presidente? Por Alberto Chirif*


Como es evidente, un presidente está mucho más expuesto a las críticas en caso de incurrir en disparates. Como figura pública, cualquier presidente debe tener especial cuidado con lo que dice porque sus expresiones son más sonoras que las del ciudadano de a pie. Como contrapartida, si la discreción es una virtud apreciada, es doblemente valorada en caso de un presidente o de alguna otra figura pública, y valga la oportunidad para recordar con respeto al presidente Valentín Paniagua por su sobria conducción del país en el breve gobierno de tránsito que encabezó después de la dictadura del presidente Alberto Fujimori. Y además de sobria, fue digna y justa porque, entre otras cosas, estableció las condiciones adecuadas para que se investigase la corrupción durante el régimen anterior y aprobó la conformación de una mesa de diálogo que reunió delegados de organizaciones indígenas, funcionarios y miembros de la sociedad civil para elaborar el más importante documento de consenso trabajado sobre el tema y que recoge planteamientos de los pueblos indígenas que apuntan a la reafirmación de sus derechos. Claro, luego vino el problema de siempre: el escrito fue encarpetado por los gobiernos posteriores y duerme el sueño de las injusticias.
El problema del señor presidente Alan García es doble, ya que no sólo se ha convertido en el principal político difusor de dislates de los últimos tiempos, sino que además cree que ellos constituyen acabada expresión de estadista. Aunque no lo haya dicho de esta manera, el aire que él asume cuando lanza algún despropósito lo hace con la presunción de quien cree que expresa un pensamiento finamente elaborado.
Hasta donde recuerdo, comenzó con lo del perro del hortelano, que esa vez no lo dijo sino lo firmó (vaya uno a saber quién lo escribió). De allí en adelante, abrió las puertas para que escape su verbo, que en esta reentrada ya no ha tenido las características floridas de la primera vez, cuando se refería a temas a los que les daba sonoridades importantes (la unidad de los pueblos, los derechos de los indígenas “que están acá antes que los García y los Pérez” –sic-, la reducción de las cuotas del pago de la deuda externa al 10% del PBI), sino que ha sido trabado, dubitativo, apoyándolo en ocasiones en muletillas y, a veces, abordando cuestiones poco relevantes para lo que deben ser las preocupaciones de un presidente.
Es el caso, por ejemplo, de la vez en que se refirió al carácter triste de los peruanos al que contrastó con la alegría de los brasileños, a quienes debe imaginar que no hacen más que bailar samba, jugar fútbol y, claro, mirar las desbocadas caderas de garotas bañándose en playas de blancas arenas. Así, de un plumazo, él acabó con la violencia de las favelas, del narcotráfico y de los pistoleros que asesinan a campesinos sin tierra y a religiosas que los apoyan, y de los ciudadanos en situación de extrema pobreza, que del 50% de hace pocos años parecen haberse reducido a alrededor de 40%. Claro que es mucho pedir que se fijara en tantas cosas a la vez y por eso se quedó con el colorido del carnaval y la farra.
En alguna de sus exhibiciones verbales se refirió también a los problemas que presenta la topografía del Perú, complicada por su cantidad de cerros, según él. Esta versión del país arrugado que tenemos, el señor presidente la contrastó con países planos, como Argentina y sus pampas y Estados Unidos y sus praderas, tan fértiles, tan buenas para la producción ganadera y de trigo. Poco le importó, o tal vez no lo sabía (posiblemente no lo sepa aún) que precisamente estas “arrugas” cordilleranas son las que hacen del Perú uno de los 12 países megadiversos del mundo, grupo en el que por cierto también se encuentra Estados Unidos, pero que no integraría si sólo tuviera praderas, ganado y trigo; y que también han permitido, gracias a la inteligencia de sus pobladores ancestrales, que se domestiquen al menos cinco especies de fauna y cerca de 200 especies de flora, entre las cuales figuran más de 3000 variedades de papa.
La pregunta inevitable es dónde estaba el señor Brack, ministro del Ambiente, mientras el presidente lanzaba estos dichos, porque al menos yo aprendí cosas como esas de él. ¿Dinamitando dragas en Madre de Dios? No, no, eso sería después. Estaba más bien afirmando que ya la minería y la explotación de hidrocarburos no contaminaban porque se habían convertido en industrias limpias, gracias a la tecnología moderna. Él fijó el punto de partida de la nueva situación que imagina en los trabajos de reinyección y remediación que había iniciado la empresa Pluspetrol, a consecuencia de una lucha notable de los achuares del río Corrientes para lograr revertir la contaminación que ella y su antecesora, la Occidental Petroleum Co., habían generado en la cuenca, realidad que hasta la firma de la histórica acta de Dorissa, en octubre de 2006, el Estado había negado que existiera. Años más tarde, el Estado la admitiría pero sólo para señalar que ya había sido superada y además que esto había sido posible gracias al esfuerzo de la empresa privada y del gobierno. Los achuares volvieron a no existir.
En una aparición anterior al inicio del último proceso electoral, haciendo alarde de suficiencia el presidente García Pérez declaró que él no podía decidir quién iba a ser su sucesor, pero que sí podía evitar que lo fuera alguien que a él no le gustara. Sus candidatos en las elecciones municipales se cayeron, como se cayó después su opción para la presidencial, al menos que él diga ahora que no, que todos estamos equivocado porque en realidad su alternativa fue siempre el señor Ollanta Humala. Pero en verdad esto sería poco creíble.
Lo que resulta desconcertante es que sus reiteradas opiniones fallidas no lo hayan llevado a buscar en el silencio no la cura, pero al menos la discreción para terminar con un perfil bajo una faena que culmina con tantos destrozos de su autoría, incluyendo el de su propio partido. Insensible ante tantas evidencias se lazó, hace unas semanas, a abordar el tema de las creencias religiosas de gran parte de la población peruana.
En un programa de televisión, el presidente Alan García dijo que había
“que derrotar ideologías absurdas, panteístas, que creen que las paredes son dioses y el aire es dios, en fin, volver a esas fórmulas primitivas de religiosidad, donde te dicen no toques ese cerro porque es un apu y está lleno de espíritus milenarios y no sé qué cosa. Bueno, si llegamos a eso entonces no hagamos nada, ni minería. No toques esos peces porque son criaturas de dios y son la expresión del dios Poseidón. Volvemos digamos a este animismo primitivo. Yo pienso que necesitamos más educación, pero eso es un trabajo de largo plazo, esto no se arregla así porque te puedes ir a cualquier lugar donde la población, de buena fe, ah, y de acuerdo a su educación, no me toquen a mí esta zona que es un santuario y uno pregunta un santuario de qué, ¿no? Si es un santuario de medio ambiente, santo y bueno. Si es un santuario porque allí están las almas de los antepasados, oigan, las almas de los antepasados están en el Paraíso seguramente, no están allí y deje Ud. que los que ahora viven se nutran de su trabajo en las inversiones en sus cerros. De manera que es un largo trabajo. Que estemos avanzando no quiere decir que todas nuestras formas un poco antiguas de pensamiento hayan sido superadas”.
¡Cuántas cosas dijo el señor presidente en esta intervención! ¡Cuánto pan por rebanar y tela por cortar contiene! Casi cada línea podría servir para hacer un ensayo. Me limito ahora a revisar someramente varios de estos asuntos, para luego dedicarle más tiempo a uno de ellos.
¿Falta educación? Coincidimos, pero qué ha hecho su ministro además de castigar a las víctimas del sistema educativo aplicando la nota 14 para el ingreso a los institutos pedagógicos públicos, o qué ha hecho su gobierno aparte de enflaquecer el presupuesto del sector educación. ¿Santuario del medio ambiente? ¿Y el santuario nacional de Megantoni, categoría de área natural protegida por la que, a pesar que la ley prohíba cualquier tipo de intervención directa, este gobierno ha querido atravesar un gasoducto? ¿Y el parque nacional Bahuaja Sonene que soportó una amenaza de recorte también su gobierno para entregar la parte seccionada a empresas petroleras? ¿A qué comunidad amenazada por la minería ha escuchado el señor presidente apelar a Poseidón –divinidad de la antigüedad clásica, dios del mar y las tormentas que hoy hace parte de la historia de las religiones- para defender sus derechos? ¿Han sido los puneños que no tienen mar o los achuares del Corriente que tampoco lo tienen ni saben de la existencia de esa divinidad?
Supone el presidente que las inversiones mineras “nutren” a la población local, y a menos que considere que comer alimentos contaminados por metales pesados -que se alojan en la sangre de la gente para no salir más- es parte de esa nutrición, no sabemos a qué se refiere. No me canso de citar al Instituto Nacional de Estadísticas e Informática (INEI), organismo oficial y por eso libre de sospechas de actuar como agitador y manipulador de información para contradecir al Estado, cuando señala:
“los distritos más pobres de la región Puno son aquellos donde se explota algún mineral. Por ejemplo, en Pichacani-Laraqueri (Puno) el 82.7% de sus pobladores son pobres y 37.8% están en pobreza extrema; mientras que en San Antonio de Esquilache (Puno) la pobreza es de 87.2% y la pobreza extrema 49.9%” (INEI “Conozca a los más y menos pobres del Perú”. Nuevo mapa de pobreza 2009. http://cecopros.org/principal//content/view/1158/308/).
Los resultados a los que llega Roxana Barrantes, investigadora del Instituto de Estudios peruanos, analizando información sobre distritos mineros en el país, coincide con los del INEI. Señala la autora que
“…lo primero que llama la atención […], es que la gran mayoría (139 de 159) de los distritos productores [de minerales] recibe menos de S/. 10,000 anuales por concepto de canon minero y que 63 distritos reciben transferencias per cápita menores a S/ 2.00 soles anuales. Solamente 8 distritos, reciben más de un millón de soles anuales, lo que resulta en una transferencia per cápita de casi cien soles anuales”.
Sus conclusiones son contundentes: “más distritos empeoran que mejoran en la clasificación si se compara el Mapa de Foncodes de 1995 con el Mapa del MEF de 2001”. (Roxana Barrantes “Minería, desarrollo y pobreza en el Perú, o de cómo todo depende del cristal con que se mire”. En Barrantes, Roxana, Patricia Zárate y Anahí Durand, Te quiero pero no: minería, desarrollo y poblaciones locales”. Colección  Mínima, 59. Instituto de Estudios Peruanos. Lima 2005. p. 17-79).
Pero yendo al tema de la religiosidad, hasta donde recuerdo, al menos en el caso más reciente, el de las protestas de los puneños contra la minería, ellos no se han referido a los apus para defender sus derechos a su desarrollo económico y a su salud. Por el contrario, han incidido en el tema de la contaminación de suelos y aguas, y del acaparamiento del agua por parte de las empresas mineras, lo que es fatal para ellos que son agricultores y criadores de ganado. Son, pues, aspectos concretos, no especulativos, los planteados por puneños y otros pobladores que se oponen a la minería.
Las agresiones realizadas por el presidente a la religiosidad de los andinos son inconcebibles en un país como el nuestro, con una inmensa diversidad cultural, a la que el Perú de hoy le debe más que monumentos y sitios arqueológicos, cultura viva expresada en especies domesticadas de vegetales y animales que, de otra manera, no tendríamos.
Sus expresiones agrediendo la religiosidad andina me llevan a preguntarme en qué cree el señor presidente. Hasta donde sé es católico: se le ve en misa, al menos en las que están rodeadas de importancia social y política, ha bautizado a sus hijos, últimamente se ha esmerado en colocar una figura de Cristo en la costa de Chorrillos y hasta se lo ha visto con el hábito del Señor de los Milagros, siguiendo la procesión por algunas cuadras.
Como católico, la haya leído o no, debe tener fe en la palabra de la Biblia. En el Antiguo Testamento encontramos pasajes que, escritos por García Márquez, harían parte de lo real maravilloso, pero no, son parte del texto fundador del Cristianismo. Allí están Adán y Eva creados por la palabra divina y ubicados en un ambiente pleno, libre de las contradicciones mundanas, pero luego expulsados al mundo de lo conocido hoy por haber comido del árbol de la fruta del bien y del mal. Allí está Moisés alimentándose con su pueblo del maná caído del cielo y atravesando el Mar Rojo, abierto como una calle, en su huida de los egipcios; y también Josué con sus trompeteros tocando hasta derribar las murallas de Jericó.
Más adelante, después del nacimiento de Jesús, el Nuevo Testamento nos confronta con nuevos acontecimientos extraordinarios, varios de los cuales constituyen dogmas de la fe católica, es decir, de acuerdo a la definición que hace del término la Real Academia Española, “Doctrina de Dios revelada por Jesucristo a los hombres y testificada por la Iglesia”. Se trata pues de cuestiones de obligatoria aceptación para todos quienes se reclaman católicos. Entre ellas, están la concepción de María sin intervención de varón, la resurrección de Cristo al tercer día de muerto y la resurrección de todos los fieles el día del Juicio Final, la vida eterna para los justos y la condenación perpetua para quienes no lo sean. En fin, hay cientos de hechos asombrosos más, como la resurrección de Lázaro, la conversión del agua en vino, la multiplicación de los panes y la sanación de ciegos y enfermos, por mencionar sólo algunos de los acontecimientos maravillosos que narra.
Son hechos de más difícil credibilidad, desde la perspectiva de la razón, que decir que los cerros son morada de apus tutelares. La pregunta es porqué el señor presidente cree en esos hechos, al menos así tengo que asumirlo dado que se presenta como católico, y niega e incluso se burla de las creencias de los andinos. ¿Será que éstos son indígenas, es decir, será que el racismo tenga que ver con este asunto? Creo que es posible considerando, sobre todo, juicios anteriores emitidos por él, como cuando puso en duda, en el contexto de las protestas de Bagua, que los indígenas fuesen ciudadanos de primera.
Analizando sus intervenciones salta a la vista la confusión de las creencias del señor presidente. Sigue la procesión del Cristo negro cuando en realidad no existió tal Cristo negro, ya que se trata de una representación que, con todo derecho, la población negra del Perú ha hecho del personaje para identificarlo mejor con su propia sociedad y cultura. Claro, la posibilidad es que él no crea ni en el Cristo negro ni en Cristo, y que su aparición sea otra demostración vacía de contenido religioso y llena de apariencias. Esto último parece contradictorio, pero en su caso, el vacío llena. Pero su confusión no se agota allí: no es que no crea en los milagros, sino que tiene una percepción sui generis de éstos, como la que expresó al decir que el reciente asesinato de Bin Laden era el primer milagro hecho por Juan Pablo II, por entonces recién canonizado; no es tampoco que no crea en las almas¸ sino en la morada que habitan, que no son los cerros sino el Paraíso, por lo que al parecer cree también en la existencia de éste.
En religión, las creencias –que nunca podrán ser “probadas” y siempre serán motivo de discusiones entre la gente- son importantes no en sí mismas sino por su potencialidad que tienen para hacer que los seres modifiquen sus vidas y avancen por el camino del respeto por la vida, la de los demás y la de la naturaleza. El grado de profundidad que se le dé a este respeto, a esta admiración por lo creado, dependerá de las personas y puede llegar hasta estados conocidos como de santidad.
Recuerdo ahora una novela de Hermann Hesse en la cual el personaje central, Knulp, quien le da el nombre a la obra, discute con un amigo sobre temas de espiritualidad. Uno de ellos –no recuerdo cuál- cuestiona a los seguidores de El Ejército de Salvación, movimiento al que considera equivocado y poco consistente en las cuestiones que ellos analizan en ese momento. El otro le responde que más importante que la doctrina es la sinceridad de la búsqueda que emprenden los seres humanos para superar los límites de su egoísmo.
Y al final de eso se trata: de creer con sinceridad y de obrar en coherencia con lo que se cree.

*Alberto Chirirf, es antropólogo peruano por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Trabaja desde hace 40 años en temas relacionados a la amazonía, especialmente en el reconocimiento de derechos colectivos de los pueblos indígenas. Actualmente se desempeña como consultor independiente. Es autor de libros colectivos, tales como: Marcando Territorio, El Indígena y su Territorio (con Pedro García Hierro y Richard Ch. Smith) y de diversos artículos.

Fuente, vìa :
http://servindi.org/actualidad/47380?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+Servindi+%28Servicio+de+Informaci%C3%B3n+Indigena%29

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