Un
viejo proverbio lleno de sabiduría afirma que toda crisis debe ser
únicamente una oportunidad de superación. En el habla popular se dice
con frecuencia que alguien “se creció al castigo”, manera coloquial de
indicar cómo la voluntad puede salir avante casi de cualquier situación
desesperada, con excepción de la muerte.
México, antes de llevar
este nombre, fue el virreinato de la Nueva España, verdadero centro
estratégico, cultural y social que, aparte de tener una dependencia
clara respecto a la metrópoli, vio la formación de un estilo de vida y
de expresión que no se encuentran en ninguna otra parte del mundo. La
lucha de independencia contra el gobierno español es uno de los
momentos estelares de nuestra historia y los héroes que la llevaron a
cabo rompieron con una tradición multisecular aunque sus compatriotas,
nosotros, no dejamos de tener numerosas características que sólo se
explican por la herencia española.
Cuando estalló la
Revolución de 1910 parecía que iba a haber una verdadera reforma social
de grandes consecuencias. Bien sabemos que el apóstol Madero cayó,
víctima de una conspiración palaciega. Este parece ser el destino de
todas las revoluciones: volver a caer en el estado social anterior
pero, al mismo tiempo, instaurar una nueva visión de la historia, un
punto de partida nuevo, nacido directamente de tal movimiento. Pero en
México los hechos históricos se complican por la mezcla de sangres en
un individuo, mezcla que ha sido motivo de agobio para muchos
mexicanos, que consideran que tal combinación ha sido nefasta. A mi
juicio, para acercarse al acierto en todas las cuestiones humanas hay
que prescindir de hacer juicios rotundos. La parte indígena que
llevamos adentro sigue nutriéndonos de inventiva culinaria, imaginación
plástica, modos de hablar y muchas otras cosas más, que caracterizan a
todos nosotros.
Hay, sin embargo, un
rasgo de exceso mestizo en nuestras celebraciones: sin reflexión
alguna, tiramos la casa por la ventana. Por simple superstición, las
personas religiosas acuden a una iglesia determinada porque un santo
determinado es “el bueno” y en el momento en que se enfrentan a la
realidad de que el mismo santo puede ser adorado en otro sitio,
prefieren aferrarse a su costumbre y decir que los demás no sirven. Este
fetichismo hace mucho daño porque se traduce, en otros terrenos de la
vida, en ciertas manías nocivas como la discriminación, la
autocomplacencia al mirarnos a nosotros mismos, la superstición
inherente a esta forma de tributar homenaje a los santos y en trasladar
todas estas manifestaciones disímbolas al terreno de lo público.
Nos caracteriza la falta
de previsión, padecemos una carencia total de espíritu solidario y está
muy remota de nosotros la organización de nuestras vidas. Si
observamos con detenimiento cómo se comportan otros grupos humanos que
viven dentro de nuestra sociedad nos daremos cuenta de la importancia
que tiene el espíritu de grupo, el acatar las órdenes de otro, sin que
esto signifique un menoscabo de nuestra autonomía o de nuestra
independencia. Simplemente es una de las formas indispensables de la
organización y estructuración de la sociedad.
También es típica de
nosotros la baladronada, que con frecuencia se traduce en actitudes
antisociales que socavan la armonía y ecuanimidad que deben constituir
el meollo de un conglomerado humano útil y progresista. Estas y otras
muchas deficiencias (para no hablar de la corrupción de muchos sectores
de la sociedad, que está dando al traste con nuestro país) tienen una
solución relativamente sencilla, que consiste en no tratar de invadir
jamás el terreno de los otros de manera abusiva. Recordemos la frase de
Benito Juárez: “el respeto al derecho ajeno es la paz”. La actual
crisis de México se reduciría considerablemente si procediéramos de
esta manera.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/07/24/sem-ernesto.html
http://www.jornada.unam.mx/2011/07/24/sem-ernesto.html
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