I. Una
elección es, también, un registro específico de cómo determinadas ideas
políticas atraviesan las diferentes capas y segmentos de una sociedad.
De cómo ciertos puntos de vista y discursos partidarios decantan hacia
abajo, y a la inversa. La representación política tiene eso, momentos
ascendentes y descendentes: el “intercambio” de significados entre
representantes y representados. Pero es importante tener en cuenta que
esta secuencia de sentidos no ocurre en el vacío: hay un mapa
existencial de la estructura económica que prefigura los marcos de las
disputas. Los resultados de la última elección en la ciudad de Buenos
Aires deben también ser revisados en esta clave.
II. El crecimiento económico de los últimos años ha modificado
sustantivamente la fisonomía de la ciudad de Buenos Aires. Está claro
que no en el plano de lo público, aquello que es potestad del Gobierno
de la Ciudad: allí el desmejoramiento ha sido verificable como
consecuencia, principalmente, de las distribuciones presupuestarias
realizadas por la gestión del propio Macri en áreas sensibles de la
convivencia común. El cambio más evidente se ha dado en una dimensión
íntima, privada, particular. El ciclo económico nacional ha recompuesto,
desde los diferentes resortes complementarios de la dinámica económica,
la posibilidad de una (nueva) autopercepción individual: la de que el
progreso personal no es una quimera estacionada en el pasado histórico.
Es en ese sentido que estos años de kirchnerismo se nos presentan como
una superación al encierro de expectativas sociales característico del
neoliberalismo: los proyectos de realización individual y las
expectativas de “movilidad social” han encontrado este tiempo histórico
para relanzarse, para volver a pensarse como parte de la propia
existencia (incluso combinándose con otros reconocimientos, por ejemplo,
el matrimonio igualitario). Se trata de un fenómeno federal, lo que no
quiere decir que sea homogéneo ni universal, ni que este reparador
optimismo social se presente de manera similar en todas las provincias
ni para todos. Son cambios que también se verifican en otros países
latinoamericanos, producto de una combinación heterodoxa de, por un
lado, un rol más activo del Estado en la regulación económica y, por el
otro, la ampliación del mercado y del consumo; extensión paralela y
continua de Estado y mercado al mismo tiempo, generando un nuevo ciclo
de las expectativas personales.III. Este cambio subjetivo –recostado sobre cambios objetivos– presenta en la ciudad de Buenos Aires características particulares. Automóviles, gastronomía, equipamientos domésticos, inclusión en general. El consumo situó en estos años la idiosincrasia de la Ciudad en otra dimensión, bien lejos de la recesión económica de hace una década y con otra imagen; aquellos agregados colectivos originales o el clima político de diciembre del 2001 se transformaron: ahora hay faltantes de... ¡blackberry! Lo que se dio en la ciudad de Buenos Aires, con el consumo como vector de la integración, fue una (re)socialización desde el mercado, a diferencia de otras regiones y provincias del país donde el Estado tuvo un protagonismo más quirúrgico y determinante, estructurador de las identidades poscrisis. Es precisamente esta situación la que está detrás de la última elección: a fin de cuentas, el PRO es básicamente eso, una ideología del mercado, del consumo; su compaginación con el contexto fue virtuosa. Su discurso gira en círculo sobre unos pocos elementos: la imagen del confort, la negación de la condición social del ciudadano y una estética del entretenimiento. No hay ética de la solidaridad, no hay tradiciones políticas, no hay patrimonio histórico a compartir, entre tantas otras cosas. Pero es precisamente por ser una ideología del mercado que el PRO ha realizado una excelente elección en general; en ese sentido, se trata de una fuerza política contemporánea a la época en la que se sitúa. El PRO elabora su discurso tomando como punto de partida ese mismo imaginario renovado del progreso personal a partir del consumo, sin retocarlo: se asienta sobre una percepción real, la metaboliza y ofrece un destino electoral compatible con la misma.
IV. Dado el contexto, el kirchnerismo no hizo una mala elección. El problema es que se enfrentó a una fuerza política con una determinada ideología para la Ciudad, con una determinada ideología para esta etapa histórica de la Ciudad. Por circunstancias múltiples y entrecruzadas, que van desde el vértigo de la agenda política del gobierno nacional hasta el contradictorio y sinuoso legado del progresismo de raíz antimenemista, el kirchnerismo nunca logró componer una ideología propia para la Ciudad, es decir, no identificó aquel punto de vista transformador –propio de su identidad como proyecto político– en la clave de la dialéctica social porteña. Esto hubiera supuesto, en primer lugar, estructurar un vínculo representativo desde hace varios años, con un mando de acción organizado y, en segundo lugar, registrar, analizar y elaborar esta época de la Ciudad. Un trabajo de mediano plazo que no se resuelve simplemente con “escupir al gorila”; tampoco lo resuelven únicamente el “periodismo militante” y el twitteo maratónico. Componer una ideología alternativa a la mera expresión del mercado, un programa que agregue la dimensión de la politicidad, del Estado, precisamente aquello que es la originalidad del kirchnerismo y de los otros gobiernos latinoamericanos. Que coloque a la (re)socialización desde el mercado en otro nivel, con otra mezcla cultural y diseños institucionales, y que la desplace de su funcionalidad afín a los sectores dominantes. Una combinación política contemporánea e híbrida en ideas y actores, que no implica obligatoriamente insistir en lo que se ha venido denominando progresismo.
V. Ni el “asco” ni la desafección política suprimen la tarea para el kirchnerismo de realizar una fotosíntesis ideológica en la ciudad de Buenos Aires. Su representación política lo espera. Una ideología que enmarque y potencie a la voluntad política, esa misma que, aún bajo estas circunstancias, llegó a un tercio del electorado. Siempre hay espacio para reorganizar estratégicamente las ideas; como nos apuntalan nuestras mejores tradiciones: la única lucha que se pierde es la que se abandona.
* Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IealcUBA).
Vìa :
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-172552-2011-07-19.html
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-172552-2011-07-19.html
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