Si algo es verdaderamente revelador acerca de las acciones estadunidenses para matar a Osama Bin Laden (OBL) en la ciudad paquistaní de Abbottabad (que debe su nombre a su fundador, el militar británico James Abbott), el 2 de mayo de 2011, ha sido el manejo propagandístico del asesinato. Era obvio que semejante acción sería rodeada por una poderosa y bombástica campaña mediática; lo sorprendente fue que la estrategia pareciera esquizofrénica al estar claramente dividida en dos mensajes antagónicos, quizás dirigidos a públicos diferentes. Por un lado, se reveló que los documentos capturados en el “bunker de un millón de dólares” (que no vale ni 200 mil) demostraban que Bin Laden seguía a cargo de la toma de las decisiones y la dirección cotidiana de la organización Al Qaeda. Pero al mismo tiempo se hicieron públicos videos donde Osama aparece como un viejo acabado y de barba canosa que, envuelto en una cobija, se mira a sí mismo (“como un viejo actor decadente”, escribió alguien) en una televisión decrépita. En otros videos, en los que intenta leer mensajes frente a una cámara, se confunde y comete errores. En estos últimos aparece con la barba pintada de intenso color negro (¿cuál sería el objetivo de teñirse la barba cuando en muchas fotos y videos aparece con canas; estaría afectado de la misma obsesión que padecía Mubarak?).
Puede entenderse la necesidad de comunicar esos dos mensajes contradictorios: el de un OBL irrelevante que no merece ser admirado, y el de un peligroso líder que justificaría un asesinato a manos de un comando. En vez de mostrar a Bin Laden como un líder trágico, se le presenta como un anciano (de apenas cincuenta y cuatro años) ridículo, torpe, vanidoso, nostálgico y enajenado, que bebía Coca Cola y usaba un tónico para la virilidad. Probablemente esa es una imagen fiel de un obl cautivo en un ambiente doméstico (rodeado por sus tres esposas, muchos niños y un puñado de fieles que seguían ocupándose de él), incapaz de salir a la calle pero aún soñando con un retorno espectacular. Resulta difícil creer que él era aún el cerebro del terrorismo internacional. Cualquiera que trabaje en su casa rodeado de esposa e hijos sabe que es imposible conquistar al mundo cuando uno no puede tener cinco minutos de paz y silencio.
Distracciones
El asesinato de Bin Laden tuvo lugar poco después de que la otan intentara “decapitar” al gobierno libio y, en vez de matar a Muammar Kadafi, mató a uno de sus hijos y a dos de sus nietos. Un acto muy poco honroso para quienes dicen estar bombardeando por motivos humanitarios. La muerte de Bin Laden distrajo la atención del mundo, y a los pocos días la otan intensificó sus bombardeos sobre Trípoli y las fuerzas de Kadafi (resulta hasta cierto punto paradójico que el líder libio aseguraba frenéticamente que los rebeldes eran agentes de Bin Laden). Mientras tanto, la crisis humanitaria en ese país norafricano comienza a alcanzar niveles catastróficos y puede anticiparse que el conflicto está lejos de concluir. Así, al tiempo en que Occidente celebra la muerte del terrorista, las bombas de la otan aterrorizan a los civiles libios por haber cometido el crimen de vivir sometidos a la dictadura de un déspota demente.
¿Por qué hasta ahora?
Ahora bien, cubrirse de gloria con la captura o asesinato de Bin Laden implica un alto costo, ya que al eliminarlo lo natural es que la invasión de Afganistán deba concluir. Los objetivos del gobierno de Bush junior para la guerra contra esa nación eran: eliminar a Al Qaeda en ese país, reemplazar al gobierno Talibán y eliminar a Bin Laden. Todos objetivos cumplidos. Sin embargo, pocas horas después de matar a Osama, tanto Hillary Clinton como el Pentágono aseguraron que este no era el momento de “parpadear” y que la guerra continuaría. Inmediatamente la cadena nbc publicó los resultados de una encuesta en la que el ochenta por ciento de la población de EU apoyaba la decisión de que las tropas permanecieran en ese país. Esta cifra es más que sospechosa, ya que en ningún momento un porcentaje semejante del público ha apoyado esta larguísima ocupación. Esto se traduce en que el triunfo que goza ahora Obama muy probablemente se desvanecerá si persiste en la necedad de seguir manteniendo a las tropas en Afganistán. Podemos preguntarnos entonces: ¿sería posible que Bush Jr. haya sabido dónde estaba Osama pero prefirió dejarlo en paz a cambio de seguir peleando una guerra sin fin que ha demostrado ser una mina de oro para los contratistas militares y para el presupuesto de las fuerzas armadas?
http://www.jornada.unam.mx/2011/06/05/sem-naief.html
naief.yehya@gmail.com
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