En la región carbonífera de Coahuila llaman carbón rojo al que se
obtiene a costa de la salud y la vida de los mineros que lo extraen.
Sus condiciones laborales se asemejan a las descritas por Emile Zolá en
Germinal. Sólo que el autor francés escribía a fines del siglo XIX y
hoy estamos en el comienzo del XXI. Y en vez de que mejoren, tienden a
empeorar porque están sujetas a un entramado de componendas políticas
en pos de lograr ganancias en operaciones que no son rentables más que a
costa de la explotación de los trabajadores.
El 3 de mayo, 14 mineros murieron y un niño quedó mutilado al
producirse un estallido en el Pocito número 3 de un lote minero
explotado por las empresas Binsa y Minería y Acarreos, S.A. Ambas
empresas tienen como denominador común la participación de miembros de
las familias Montemayor Seguy, Montemayor Marines y Montemayor Garza.
Miembros de esas familias han sido, uno, gobernador del estado, y otro,
presidente municipal de Sabinas: lo es hoy mismo Jesús Montemayor
Garza, sobrino de Rogelio, el exgobernador. Tener presente ese dato es
imprescindible para comprender la naturaleza de la industria
carbonífera coahuilense y el escándalo político, creado quizás
artificialmente, no para revelar, sino para ocultar los escondrijos de
la inicua explotación minera.
Javier Lozano Alarcón no cesa de mostrar su despecho ante el PRI,
partido al que perteneció y le dio altos puestos en el gobierno federal
(hasta subsecretario de Gobernación llegó a ser) pero no pudo hacerlo
diputado, porque perdió la elección a que se postuló en Puebla.
Convertido en panista, o mostrándose tal como en realidad era, promovió
durante un lustro una nueva legislación laboral. Cuando finalmente la
había colocado en la ruta de la aprobación en la Cámara de Diputados, a
través de la bancada priista, los desencuentros en el interior del PRI,
y la movilización que ya se veía venir en contra del proyecto,
obligaron a la fracción dirigida por Francisco Rojas a apaciguar su
entusiasmo panista y a congelar su propia iniciativa. Del plato a la
peculiar boca de Lozano se cayó esa sopa y el secretario del Trabajo no
se cansa de reprocharlo a su antiguo partido. Se borró así el puntaje
que ese proyecto le hubiera dado en su estéril lucha por ser candidato
presidencial.
Harto a su vez de las invectivas de Lozano, y en torno a sus propios
intereses, el líder del PRI salió a embestir al secretario del Trabajo.
No lo hizo personalmente, sino que confió la tarea a David Penchyna,
el brillante diputado hidalguense, vocero del comité nacional priista.
El 25 de mayo, en medio de certeras y agrias críticas a Lozano, el PRI
lo declaró inhábil como interlocutor válido. Recordó Penchyna su pobre
desempeño, su ineficacia, y adujo para probar su dicho, entre otros
casos, que el secretario del Trabajo “se mostró de cuerpo entero en la
tragedia minera de Sabinas. Más preocupado por tuitear minuto a minuto, y
culpar a su compañero de equipo, el titular de Economía, Bruno
Ferrari, que en solventar las causas y raíces, entre ellas las
inspecciones a cargo de su dependencia, que fincaron esa tragedia”.
Para su descargo, Lozano había alegado que la empresa tenía sólo 18
días de operación y que no había notificado su comienzo. Con ello quiso
mostrar la imposibilidad de revisar las condiciones laborales. Es una
mentira. Lo es porque una sana y eficaz administración pública en
materia de riesgos industriales debería impedir que una empresa empiece
operaciones sin contar con el visto bueno de la autoridad laboral,
previa inspección de las condiciones de seguridad e higiene industrial.
En rigor estricto, además, no es cierto que apenas iniciara labores la
empresa. El Pocito 3, donde murieron 14 mineros, forma parte de un lote
que consta de cuatro pocitos más, dos de ellos abandonados y otros
tantos en operación. Éstos se hallan en esas condiciones hace más de un
año, y la concesión data de 2007.
Lozano y Ferrari fueron llamados a comparecer, a causa de esa
tragedia, ante comisiones de la Comisión Permanente del Congreso.
Acudieron el último día de mayo, acompañados de otros miembros del
gabinete: los secretarios de Energía, José Antonio Meade (a quien una
semana de estas se verá mudarse, de regreso, pero a la oficina
principal, a la Secretaría de Hacienda), y Rafael Elvira, secretario del
Medio Ambiente, así como Antonio Vivanco, flamante director de la
Comisión Federal de Electricidad, principalísimo adquirente de carbón
para la planta termoeléctrica de Nava, en la propia Coahuila.
La sola presencia de esa variedad de funcionarios de ese rango
resultaba promisoria. Parecía posible delinear con ellos allí los ejes
de un plan integral para la explotación del carbón en esa comarca, única
manera de modernizar una industria que no tiene por qué ser letal,
salvo porque se ahorre en seguridad laboral a fin de minimizar los
costos y aumentar las ganancias. Ese plan debería cubrir todos los
aspectos del ciclo económico y social respectivo. Debería evitar las
simulaciones, el arrendamiento de concesiones y la intermediación en la
venta del combustible a la CFE, así como impedir trabajos en pocitos
donde es imposible establecer condiciones de seguridad, como fue el caso
del Pocito 3.
Pero Lozano tenía previsto reventar la sesión, como hacen los porros
en los sindicatos, acaso la única enseñanza que le ha dejado su paso
por la Secretaría del Trabajo. Encaró con pretendida valentía a los
diputados y senadores que buscaban información sobre la seguridad e
higiene en las minas del carbón. Los provocó y luego se ufanó, y después
hasta ha buscado presentarse como campeón de la libertad de expresión,
adalid de los pobrecitos e inermes miembros del gabinete que acuden al
Congreso únicamente a ser vilipendiados y zaheridos por la turba
legislativa. Ésta, en contraste, se halla exenta de ser llamada a
cuentas. Lozano se empecinará, anunció, en seguir diciéndoles sus
verdades.
El cruce de acusaciones y burletas entre legisladores y Lozano
impidió que se ventilara el caso de Binsa, y ni siquiera pudo abordarse
el de Pasta de Conchos. En la secuela de esa tragedia, verdadero crimen
en realidad, a Lozano le ha correspondido, como en el momento del
siniestro mismo a su antecesor Francisco Javier Salazar, cuidar los
intereses de la empresa, parte del poderoso Grupo México de la familia
Larrea. Por ello no ha sido posible rescatar los restos de 63 de las 65
personas sepultadas bajo los escombros de esa mina.
Ahora la protección opera a favor de las familias Montemayor, que
obtuvieron concesiones y las hacen explotar por terceros, en una forma
que cabría comparar con la aparcería rural. Sólo que esos encargados de
la explotación, que pertenecen a la misma familia, simulan su
actuación. Tal es el caso de Minería y Acarreos, que provee carbón a la
CFE sin tener de dónde extraerlo. Cuenta con sólo 33 trabajadores y ni
siquiera incluye la minería del carbón en su objeto social. Por lo
menos, sin embargo, tiene inscritos a sus empleados en el IMSS, a
diferencia de Binsa, que no los registra en ese instituto. A su planta
pertenecían las 15 víctimas del Pocito 3, y los del resto de ese lote,
que trabajan en plena desprotección.
No sé si de manera concertada, pero sí con efectos coincidentes, los
intereses de Moreira (por su vínculo político con su antecesor Rogelio
Montemayor, salinistas plenos ambos) y de Lozano quedaron bien servidos
en estos lances que se vuelven anecdóticos. No lo son, en cambio, los
de los mineros de Sabinas y otros municipios de Coahuila, expuestos a
seguir produciendo carbón rojo.
Fuente, vìa :
http://www.proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/92032
http://www.proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/92032
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