(APe).- “Un incidente que recorrió el mundo”, decían los diarios
rosarinos y argentinos sobre el supuesto cachetazo que un pibe de
diecisiete años le propinó a Lionel Messi que se encontraba paseando por
su ciudad de origen. Fue a la salida de un restaurante de la coqueta
avenida Pellegrini cuando hace esquina con Presidente Roca, calle que
muchos militantes gremiales y barriales quieren rebautizar como Pocho
Lepratti pero se topan con la negativa pertinaz de las autoridades
socialistas que gobiernan la ex ciudad obrera desde hace más de veinte
años.
Messi no quiso darle mayor trascendencia al tema y siguió en lo suyo. Firmando autógrafos y silenciando su propio pasado de dolor, como muchos presentes de los que hoy lo admiran e idolatran cuando parece viajar en contra de la gravedad vestido con los colores azules y rojos del Barcelona multicampeón y multimillonario.
Messi llegó a un lugar de privilegio. Deportivo y económico. Y son millones los que quieren ser como él.
Pero no pueden. Porque todo está hecho para las minorías. Es la lógica de la cancha grande de la realidad y la cancha chica del fútbol, donde Messi es rey. Las mayorías se quedan afuera, siempre del otro lado de la raya de cal, siempre del otro lado de la fosa, apenas mirando, siendo espectadores del negocio y la felicidad de muy pocos. Metáfora del capitalismo, el fútbol sintetiza el mandato: las reglas de juego son inmodificables. Los de afuera son de palo. Los que llegan, adentro, son pocos, poquísimos.
Messi está a punto de cumplir veinticuatro años.
Y los que son como él, en su ciudad, en su provincia, no la están pasando muy bien.
No son pibes goleadores, son pibes goleados por el sistema.
Los que realmente reciben cachetazos permanentes y que no son bromas ni malentendidos.
Solamente muy pocos llegan a cumplir su sueño de ser ganadores en lo suyo.
Hoy, la mayoría de los desocupados en el Gran Rosario son chicos y chicas de la edad de Lionel, tienen entre 20 y 29 años, y representan el 31,9 por ciento de los que no tienen trabajo en estos arrabales del mundo.
Es decir que la mayor cantidad de desocupados son los pibes como Lionel.
Y la propia Asociación del Fútbol Argentino, lejos de ser una institución filantrópica y altruista, advierte que decenas y decenas de pibes son llevados a probar suerte en clubes europeos de segunda y tercera categoría y terminan muy mal.
No solamente porque no tienen el lugar prometidos por esos extraños personajes llamados empresarios que recorren los pueblos del país como renovados esclavistas para entregar estos desesperados pichones de gladiadores a los nuevos circos romanos hoy disfrazados de clubes y estadios de fútbol. Sino también porque quedan lejos de sus familias, sus amigos y la escuela. Y si tienen la suerte de volver se encontrarán en un paraje que ya no tiene un lugar para ellos.
Messi seguirá gambeteando y ganando millones de euros.
Mientras tanto, en su propia provincia, miles de chicos como él aspiran a empatarle al fin de mes, el módico sueño de los que viene soportando goleadas históricas en la cancha grande de la realidad.
Messi no quiso darle mayor trascendencia al tema y siguió en lo suyo. Firmando autógrafos y silenciando su propio pasado de dolor, como muchos presentes de los que hoy lo admiran e idolatran cuando parece viajar en contra de la gravedad vestido con los colores azules y rojos del Barcelona multicampeón y multimillonario.
Messi llegó a un lugar de privilegio. Deportivo y económico. Y son millones los que quieren ser como él.
Pero no pueden. Porque todo está hecho para las minorías. Es la lógica de la cancha grande de la realidad y la cancha chica del fútbol, donde Messi es rey. Las mayorías se quedan afuera, siempre del otro lado de la raya de cal, siempre del otro lado de la fosa, apenas mirando, siendo espectadores del negocio y la felicidad de muy pocos. Metáfora del capitalismo, el fútbol sintetiza el mandato: las reglas de juego son inmodificables. Los de afuera son de palo. Los que llegan, adentro, son pocos, poquísimos.
Messi está a punto de cumplir veinticuatro años.
Y los que son como él, en su ciudad, en su provincia, no la están pasando muy bien.
No son pibes goleadores, son pibes goleados por el sistema.
Los que realmente reciben cachetazos permanentes y que no son bromas ni malentendidos.
Solamente muy pocos llegan a cumplir su sueño de ser ganadores en lo suyo.
Hoy, la mayoría de los desocupados en el Gran Rosario son chicos y chicas de la edad de Lionel, tienen entre 20 y 29 años, y representan el 31,9 por ciento de los que no tienen trabajo en estos arrabales del mundo.
Es decir que la mayor cantidad de desocupados son los pibes como Lionel.
Y la propia Asociación del Fútbol Argentino, lejos de ser una institución filantrópica y altruista, advierte que decenas y decenas de pibes son llevados a probar suerte en clubes europeos de segunda y tercera categoría y terminan muy mal.
No solamente porque no tienen el lugar prometidos por esos extraños personajes llamados empresarios que recorren los pueblos del país como renovados esclavistas para entregar estos desesperados pichones de gladiadores a los nuevos circos romanos hoy disfrazados de clubes y estadios de fútbol. Sino también porque quedan lejos de sus familias, sus amigos y la escuela. Y si tienen la suerte de volver se encontrarán en un paraje que ya no tiene un lugar para ellos.
Messi seguirá gambeteando y ganando millones de euros.
Mientras tanto, en su propia provincia, miles de chicos como él aspiran a empatarle al fin de mes, el módico sueño de los que viene soportando goleadas históricas en la cancha grande de la realidad.
Fuente, vìa :
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=5652:messi-y-los-otros-pibes-&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=5652:messi-y-los-otros-pibes-&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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