Los detractores del socialismo no pueden
oír hablar de la existencia de explotación, imperialismo o explotadores.
Se muestran iracundos cuando algún comensal o interlocutor les hace ver
que las clases sociales son una realidad. Los portadores del nuevo
catecismo posmoderno, dicen tener argumentos de peso para desmontar la
tesis que aún postula su validez y su vigencia como categorías de
análisis de las estructuras sociales y de poder. Lamentablemente, sólo
es posible identificar, con cierto grado de sustancia, dos tesis. El
resto entra en el estiércol de las ciencias sociales. Son adjetivos
calificativos, insultos personales y críticas sin altura de miras. Yendo
al grano, la primera tesis subraya que la contradicción
explotados-explotadores es una quimera, por tanto, todos sus derivados,
entre ellos las clases sociales, son conceptos anticuados de corto
recorrido. Ya no hay clases sociales y si las hubiese, son restos de una
guerra pasada. Desde la caída del muro de Berlín hasta nuestros días
las clases sociales están destinadas a desaparecer, si no lo han hecho
ya. El segundo argumento, corolario del primero, nos ubica en la
caducidad de las ideologías y principios que les dan sustento, es decir
el marxismo y el socialismo. Su conclusión es obvia, los dirigentes
sindicales, líderes políticos e intelectuales que hacen acopio y se
sirven de la categoría clases sociales para describir luchas y
alternativas en la actual era de la información, vivirían de espaldas a
la realidad. Nostálgicos enfrentados a molinos de viento que han perdido
el tren de la historia. Para seguir adelante, hay que renovar, buscar
conceptos en un mundo novísimo.
Sin duda en las dos últimas décadas del siglo XX y la primera del XXI
han emergido procesos sociales, económicos, políticos y culturales que
no sólo han reinventado la realidad sino los conceptos para describirla.
Ello no es acontecimiento novedoso. La historia está llena de estas
vicisitudes donde se inventan palabras. Basta leer libros de
tecnociencias, informática, bioquímica o neurociencias para comprobar lo
dicho. Incluso, una academia tan conservadora como la española de la
lengua se ve obligada, cada cierto tiempo, a incorporar voces que
emergen de la vida diaria hasta convertirse en una realidad difícil de
soslayar. Sin embargo, no debe caerse en el absurdo de tirar el niño con
el agua sucia dentro. Nuevas voces no invalidan las ya existentes.
Pueden complementar o enriquecer el lenguaje.
La posibilidad de caer en el absurdo a la hora de renombrar objetos,
oficios y situaciones, está a la orden el día. Los casos son
variopintos. Así, nos podemos encontrar que un cocinero se ha convertido
en un restaurador de alimentos; los recreos en los patios de los
colegios, han pasado a denominarse
segmentos lúdicosy los bares se consideran
zonas de avituallamiento rápido. Esta moda sólo aporta confusión.
No es lo mismo un concepto viejo que otro anticuado. El imperialismo
existe por mucho que les pese a quienes plantean su muerte en beneficio
de la llamada interdependencia global o globalización. Su definición
sigue siendo válida en tanto explica a) la concentración de la
producción y del capital que dio origen a los monopolios; b) la fusión
del capital bancario e industrial y la emergencia de una oligarquía
financiera; c) el poder hegemónico de la exportación de capitales frente
a las materias primas; d) la formación de las trasnacionales y reparto
del mundo entre las empresas; f) las luchas por el control y el reparto
territorial del mundo entre países dominantes; y g) facilita comprender
las formas de internacionalización de los mercados, la producción y el
trabajo.
Por consiguiente, los cambios del imperialismo señalan su
versatilidad y capacidad de adaptación en medio de los cambios profundos
que sufre el capitalismo. La globalización como concepto no sustituye
al imperialismo como una realidad. Saber que el imperialismo actual
dista del imperialismo del siglo XIX es sentido común y no requiere de
muchas cábalas. El imperialismo goza de buena salud. Otro tanto ocurre
con el concepto de clases sociales. En la actualidad muchos científicos
sociales prefieren hablar de estratificación social y estructuras
ocupacionales antes que acudir al concepto de clases sociales para
explicar las desigualdades, la pobreza o la indigencia. Los ejemplos
pueden continuar. También los conceptos de explotación y colonialismo
internos ha caído en desgracia aunque la semiesclavitud, la trata de
blancas y el trabajo infantil y el dominio étnico sean una realidad cada
vez más extendida en el planeta. Es este contexto adverso para el
pensamiento crítico donde ve la luz, en América Latina, una nueva
realidad que trata de explicar este rechazo al uso de conceptos y
categorías provenientes de la tradición humanista y marxiana: la
colonialidad del saber y del poder.
Bajo el manto de parecer posmodernos, integrados a la llamada
sociedad de la información y partícipes de la globalización neoliberal,
se renuncia a ejercer el juicio crítico. Es más cómodo dejar de pensar,
apoyándose en una supuesta caducidad de los conceptos, que darse a la
molestia de averiguar cuáles son y han sido las transformaciones
sufridas por las clases sociales durante las últimas décadas. Ello
supondría reflexionar, atributo del cual carecen los nuevos robots
alegres de pensamiento sistémico.
Por último sirva como provocación señalar las diferencias entre
conceptos viejos y anticuados. La ley de gravitación universal tiene más
de cinco siglos, por su data es desde luego longeva, pero sigue siendo
válida. Quienes duden de su pertinencia, les aconsejo un ejercicio
práctico, déjense caer de una altura de 50 metros y comprobaran si la
ley de gravitación universal es anticuada y caduca. Lo mismo ocurre con
las clases sociales. Negar su existencia es, por decir lo menos, un acto
de ignorancia.
fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2010/08/22/index.php?section=opinion&article=022a1mun
http://www.jornada.unam.mx/2010/08/22/index.php?section=opinion&article=022a1mun
No hay comentarios:
Publicar un comentario