Allan Macdonald |
Como es sabido, si
ante una escalera que desciende uno hace los movimientos necesarios y,
en cambio, para subir los peldaños pierde pie, se desbarranca y se rompe
el cuello. Igualmente, en política, es esencial ver en qué fase estamos
para determinar con realismo, qué deberemos enfrentar y qué podremos
hacer.
La crisis actual del capitalismo es la más profunda y vasta
jamás conocida, pero es también la primera en la que está ausente una
fuerza que luche por una alternativa al sistema. Ésta es, en efecto, la
primera gran crisis sin socialistas que enfrenta sólo luchas locales
defensivas, desesperadas, en los países europeos. El valor y la
persistencia de los trabajadores griegos no ha despertado solidaridades
ni ha podido modificar las medidas draconianas que el capital financiero
mundial impuso a la socialdemocracia griega, obediente y servil. No ha
bastado tampoco que la desocupación juvenil en Italia y en Francia
llegue al 40 por ciento para imponer movilizaciones y una huelga
general, que las direcciones sindicales españolas
comunistasy
socialistashan postergado por meses para demostrar su voluntad de ceder todo lo que les sea posible. Por otra parte, en Estados Unidos el único movimiento de masas democrático y defensivo es el de los inmigrantes indocumentados. Y ni en Rusia ni en Europa oriental, a pesar de la caída de los ingresos y de los efectos sociales de la crisis (que ha potenciado, por ejemplo, la trata de blancas), ha habido movimientos sociales importantes.
El capitalismo quiere salir de la crisis con
su tasa de ganancia intacta aumentando la edad para jubilarse (aunque
así cierre cada vez más el acceso al trabajo a los jóvenes y precarios),
robando sus contribuciones a jubilados y pensionados, reduciendo los
salarios reales (aunque eso disminuya también el consumo masivo y la
construcción de viviendas), desplazando las empresas donde los salarios
son menores y no hay resistencia sindical (como en China y en Europa ex
socialista), implantando cada vez más leyes liberticidas y anulando conquistas históricas, como la jornada de ocho horas o la protección del trabajo femenino o infantil.
Como el capitalismo no cae por sí solo, está
recomponiendo su equilibrio volviendo a finales del siglo XIX, porque no
enfrenta gran resistencia y no tiene miedo a una explosión social, que
nadie prevé ni prepara, ni está en la conciencia y en el orden del día
de sus víctimas. Sus dos armas principales son la división étnica,
cultural y nacional de los trabajadores, resultante de enormes
migraciones, factor que traba una respuesta unificada al enemigo común, y
las muy desprestigiadas pero aún existentes direcciones burocráticas
sindicales, preocupadas por mantener sus privilegios y convencidas de
que aún hay espacio para negociar con los capitalistas, que van a por
todo.
Sin la presencia activa de los trabajadores de Europa y
Estados Unidos la lucha contra el capital financiero adopta en algunos
países sudamericanos (Venezuela, Bolivia, Ecuador, Honduras) la forma de
movimientos nacionales y nacionalistas policlasistas masivos, dirigidos
por algunos sectores radicalizados de las clases medias. En esos
movimientos que unen un proceso de descolonización, la búsqueda de la
igualdad entre las etnias, el odio a la alianza entre la oligarquía
local y el imperialismo, y un fuerte deseo de integración social y de
modernización del país, la vaga e indefinida reivindicación del
socialismo del siglo XXI expresa que nadie quiere repetir la experiencia
burocrática totalitaria del estalinismo y por eso busca otro socialismo
democrático y pluralista, pero también que nadie tiene claro qué
entiende por socialismo, a no ser que eso signifique una política de
independencia nacional, la extensión de los derechos democráticos y una
redistribución de los ingresos estatales. Las grandes huelgas en
Bangladesh, por su parte, son un inmenso ¡basta! a los sufrimientos de
las textiles, pero no plantean ninguna reivindicación antisistémica.
Estamos,
pues, en uno de los momentos más negros de la historia humana,
sufriendo la iniciativa y la ofensiva del imperialismo debilitado, pero
que quiere salir de su crisis y evitar una catástrofe social interna
mediante una guerra contra los trabajadores y con la aplicación de
medidas bélicas de envergadura que amenazan la existencia de la
civilización y de sus bases naturales.
Como sostén para la
esperanza contamos, sobre todo, con la posibilidad de que se extiendan y
generalicen las huelgas en China, que han obtenido grandes aumentos de
salarios y derechos para los obreros. La conquista de una posición de
fuerza por los trabajadores de ese país, la creación de sindicatos
independientes o de comités de fábrica podrían acabar con la
superexplotación de la población y del ambiente. China podría dejar de
ser productora de chatarra barata sobre la base de salarios de hambre y
condiciones de trabajo infames. Eso repercutiría en todo el mundo. Pero,
aunque hay que hacer todos los esfuerzos para que los trabajadores
chinos comiencen a tener conciencia proletaria, este proceso sólo está
en sus comienzos.
Mientras tanto, lo posible es unir y coordinar
las luchas defensivas, desarrollar la solidaridad con ellas para crear
conciencia colectiva y, sobre todo, hacer un balance de por qué el
socialismo realno sólo no era socialismo sino que era antisocialista, y es indispensable recuperar todo lo que en el marxismo sigue siendo válido. Hay que elevar la lucha de ideas. No puede haber socialismo sin grandes movilizaciones y luchas, pero este sistema no es un mero producto de ellas sino de la comprobación, en la acción, por parte de grandes masas de trabajadores, de que el análisis del capitalismo y las propuestas programáticas socialistas son factibles.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=112091
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