Otra tragedia
humanitaria de desastrosas proporciones viene a recordarnos que el
ecocidio sigue y seguirá pasándonos factura. Las advertencias de las
fatales e irremediables consecuencias del maltrato al planeta no han
sido escuchadas. A ello se agregan el desprecio por la vida del
semejante y el egoísmo, el narcisismo patológico y la insaciabilidad de
los poderosos. No se respetan los tratados internacionales para combatir
la contaminación. Lo que cuenta es atesorar fortunas, las vidas humanas
son lo de menos; no cotizan en las bolsas de valores.
Dos caras del desastre ecológico: sequías e incendios devastadores
por un lado mientras, por el otro, inundaciones catastróficas devastan
poblaciones enteras y producen daños materiales y humanos
inconmesurables. No acabamos de sobreponernos a los desastres
acontecidos en nuestro país a causa de las lluvias torrenciales, cuando
nos sacude la noticia de la tragedia en Pakistán.
En un país donde entre 30 y 40 por ciento de la población padecía ya
de desnutrición, ahora, tras las terribles inundaciones, 3.5 millones de
niños están amenazados de muerte por la altísima probabilidad de ser
víctimas de enfermedades infecciosas, como el cólera, que puede acabar
con su vida en menos de 24 horas. El coordinador de emergencias del
Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) afirma que ya tienen
reportados 36 mil casos de cuadros diarreicos agudos, de los cuales 1
por ciento podría corresponder a dicha enfermedad. Resulta escalofriante
la cifra: 20 millones de personas afectadas inmersas entre el caos y la
desesperación extrema.
La Organización de Naciones Unidas ha solicitado 495 millones de
dólares para paliar esta tragedia; tan sólo ha recibido (cómo era de
esperarse) la cuarta parte. La codicia viste ropajes de desvergüenza.
¿Cuánto se pagó por los rescates financieros que nos llevaron a una
crisis mundial funesta a todo nivel, debido a la corrupción y la
avaricia de banqueros, políticos y secuaces? ¿Cuántos delincuentes de
cuello blanco siguen recibiendo bonos por millones de dólares, como
cínica y paradójica recompensa por su pillaje? ¿Cuántos millones gastan
ciertos aristócratas, políticos y millonarios en general (urbi et orbi)
en ceremonias suntuosas que son una verdadera ofensa para los millones
de personas que la miseria y la hambruna condenan a muerte desde antes
de nacer? Y éstos son tan sólo unos cuantos de los dislates que
entrelazados e interconectados como nudos gordianos bien amarrados desde
el poder y la perversión conducen a tantos millones de seres a la
condena de la marginalidad extrema.
Me horroriza que el hombre se haya convertido en una máquina
de olvidar. Todos los días los medios de comunicación nos traen malas
noticias. Muchas nos conmueven de verdad, pero al día siguiente las
borramos de nuestra memoria. Hoy casi nadie recuerda la tragedia de
Haití y pocas son las personas que saben que hay más de 200 mil
haitianos durmiendo bajo toldos de plástico en las tristes ruinas de
Puerto Príncipe, aguardando que un huracán les robe tan precario techo.
Es irónico que los habitantes de Pakistán que sufren las inundaciones
puedan llegar a morir por carecer de agua potable. Los paquistaníes
tienen la esperanza de que la ayuda internacional los alcance antes que
la muerte. En su desesperación saben, en palabras de Álvaro Cunqueiro,
que
el hombre precisa, en primer lugar, como quien bebe agua, beber sueños.
Si la humanidad no es capaz de solidarizarse con los pueblos que
sufren desastres naturales y hambre podría cumplirse la profecía de
Cioran:
El árbol de la vida no conocerá ya primavera; es madera seca; de él harán ataúdes para nuestros huesos, nuestros sueños y nuestros dolores.
fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2010/08/20/index.php?section=cultura&article=a04a1cul
http://www.jornada.unam.mx/2010/08/20/index.php?section=cultura&article=a04a1cul
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