Los hechos históricos poseen, básicamente, dos destinos. Para muchos, se
trata de cuestiones ya consumadas que sólo son susceptibles de una
mirada retrospectiva de tipo museográfica. Para algunos, empero, los
hechos históricos constituyen un pasado-presente. Lo acaecido, lejos de
ser algo que “ha sido”, es más bien algo que no obstante su condición
pretérita “sigue siendo”.
Contra lo que suele pensarse,
el gobierno del doctor Allende, parece responder más bien a procesos
democráticos propios de la sociedad chilena, condicionados por contextos
mundiales. Si esto es correcto, no es impensable que nuestro propio
desarrollo democrático vuelva a plantear el cuestionamiento profundo de
nuestra noción de democracia, insuflando de nuevos contenidos y alcances
este concepto. En estos días de septiembre bicentenario, asistiremos al
fasto mediático de los triunfadores en La Moneda, mientras una estatua
del presidente mártir pareciera traernos los ecos de sus últimas
palabras, como ancestral y secreta sabiduría, que anhela redimirnos del
olvido, recordándonos que la experiencia democrática es patrimonio de
todos, que la historia la hacen los pueblos.
El golpe
militar que derrocó al presidente Salvador Allende en 1973 señala,
precisamente, uno de tales hechos históricos. La mirada que se puede
establecer sobre tal suceso, en tanto mero pasado o bien en tanto
pasado-presente, obedece, sin duda, a los intereses políticos del
momento actual. No es necesario escarbar mucho para caer en cuenta que,
en efecto, aquel presunto pasado sigue vigente entre nosotros,
formalizado como Carta Magna e inscrito soterradamente en nuestra
memoria.
El gobierno de la Unidad Popular,
derrocado a sangre y fuego fue una experiencia trunca. En aquel gobierno
convergieron en un momento de la historia un conjunto variopinto de
fuerzas políticas y sociales en el marco de la democracia chilena. Ese
gesto político democrático evidencia un desarrollo social de décadas que
culminó en un gobierno de corte popular. Insistamos en la pregunta
sobre lo que ha sido truncado. Más allá de los lugares comunes, más allá
de los prejuicios e ideologías, más allá de todos los yerros, más allá
de la conspiración de derecha y el intervencionismo extranjero, queda
una experiencia democrática y popular inédita en nuestra historia de
alcance mundial He ahí la experiencia que ha sido abortada, he ahí
aquello que sigue pendiente como horizonte de sentido y de futuro.
No
se trata, por cierto, de reeditar consignas, dogmas ideológicos ni una
estética política arcaica. Se trata más bien de una insistencia, el
reclamo de una experiencia democrática chilena, todavía pendiente, el
modo político de hacer manifiesta una demanda por la dignidad de las
nuevas generaciones. En un sentido inverso, ello explica en gran medida
los esfuerzos desplegados por los sectores dominantes para desprestigiar
a aquel gobierno que planteó, justamente en términos democráticos, el
más profundo cuestionamiento a la democracia chilena.
El
cruento golpe de estado que puso fin a una experiencia democrática
sentida como amenaza logró reestablecer el antiguo orden, imprimiéndole
un nuevo dinamismo que enriqueció a los sectores dominantes, incluso
mucho más de lo que hubiesen imaginado. Hoy, los conspiradores de antaño
no sólo se enseñorean ricos e impunes sino que posan de demócratas como
ediles, senadores o diputados. Todo ello, empero, no ha logrado borrar
aquel cuestionamiento democrático que sigue abierto como una herida. La
mejor prueba de ello es la imposibilidad – hasta el presente - de
concebir otra constitución distinta del andamiaje autoritario construido
por Augusto Pinochet.
fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2010/08/septiembre-fasto-y-olvido.html
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