¿Quién
no se ha llevado un paquete de folios a casa? ¿O un tóner para la
impresora? ¿O una botella de lejía? En los países mediterráneos, sobre
todo, el “trapicheo”, la picaresca, el “completar el sueldo en especies”
es algo que, en general, no está demasiado mal visto. Y esto no ocurre
en otros países donde llamar por teléfono a mamá desde la oficina es
reprobable por el resto de compañeros. Es cierto que estas “pequeñeces”
no están a la altura de las lamentables escenas de algunos políticos. La
gran diferencia está en que se trata del dinero público, del dinero de
todos.
Cuando un escándalo toca a los partidos
políticos, oposición o Gobierno, su objetivo no suele ser el de limpiar
su imagen y sus filas. En muchas ocasiones, se trata de desviar el
objetivo y lanzar acusaciones al contrario. Es lo que comúnmente
llamamos “mierda en el ventilador”. Una vez todos sucios, no hay
diferencias.
Las tramas de corrupción son redes
complejas, difíciles de desenmarañar para fiscales y jueces… más para
el resto de los ciudadanos que se informan a través de los titulares de
los diferentes medios de comunicación. Los expertos en comunicación
política explican que esto hace que los ciudadanos lo vean lejano a
ellos y que a la hora de votar lo pasen por alto. Sin embargo, el
enriquecimiento ilícito por la utilización de cargos y fondos públicos
toca a los ciudadanos más de cerca de lo que a primera vista parece. Los
fondos públicos que se desvían al “bolsillo” de un partido, empresa o
persona, están dejando de ir a la construcción de un hospital, un
colegio, a la mejora del mobiliario urbano o a las pensiones. La
corrupción lleva consigo menos crecimiento económico, más paro, más
desigualdades entre los que más y los que menos tienen, menos esperanza
de vida, menos cuidado por el medioambiente… en definitiva menos Estado
de Bienestar. Es el ciudadano el que al final paga. Esta es la verdadera
cara de la corrupción.
Además, los partidos no
suelen responder con fuerza. Hablan de presunción de inocencia,
trabajan para que los juicios se declaren nulos por asuntos procesales o
tratan de minar la profesionalidad de jueces, fiscales o periodistas
que investigan estos casos. Esta situación provoca enfado en los
ciudadanos que ven que la ley no es la misma para todos… pero también
provoca cansancio y, de ahí, se pasa a la dejadez. El último estadio,
creer que toda la clase política es igual y que las instituciones no
sirven. Así, los niveles de participación de la ciudadanía caen.
La
democracia se basa en la participación ciudadana. Por ello, es
fundamental tener “tolerancia cero” con la corrupción en todos los
niveles. La pérdida de confianza de los ciudadanos en las instituciones y
en la clase política es un peligro para el sistema democrático y el
Estado de Bienestar. Y una vez más, somos los ciudadanos los primeros
que tenemos que exigir una clase política honesta. Es increíble que
políticos con procesos abiertos sigan en sus sillones o vuelvan a salir
elegidos en las urnas. ¡Tolerancia Cero con la Corrupción!
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