lunes, 28 de diciembre de 2009

De la Servidumbre Moderna

Un documental de Jean-François Brient sobre la servidumbre moderna y el sistema mercantil totalitario donde tod@s vivimos.
Mas información en delaservitudemoderne.org
Esta película es sin fines comerciales y puede ser copiada, proyectada, reutilizada en contextos no comerciales

“Qué época tan terrible esta en que unos idiotas conducen a unos ciegos”
William Shakespeare

"La servidumbre moderna es una servidumbre voluntaria, consentida por esos esclavos que se arrastran por la faz de la tierra. Ellos mismos compran las mercancías que los esclavizan cada vez más. Ellos mismos procuran un trabajo cada vez más alienante que se les otorga si demuestran estar lo suficientemente amansados. Ellos mismos eligen los amos a los que deberán obedecer. Para que esta tragedia absurda pueda tener lugar, ha sido necesario despojar a esa clase de la conciencia de su explotación y de su alienación. He ahí la extraña modernidad de nuestra época. Al igual que los esclavos de la antigüedad, que los siervos de la Edad Media y que los obreros de las primeras revoluciones industriales, estamos hoy en día frente a una clase totalmente esclavizada, pero que no lo sabe o más bien no lo quiere saber. Ellos ignoran la rebelión, que debería ser la única reacción legitima de los explotados. Ellos aceptan sin discutir la vida lamentable que se planeó para ellos. La renuncia y la resignación son la fuente de su desgracia."
Capítulo I: Epígrafe
“Mi optimismo está basado en la certeza de que esta civilización está por derrumbarse.
Mi pesimismo, en todo lo que hace por arrastrarnos en su caída.” 

Capítulo II: La servidumbre voluntaria
dijo:
“Es el mal de estos tiempos, los locos guían a los ciegos.”
William Shakespeare
La servidumbre moderna es una esclavitud voluntaria, consentida por la muchedumbre de esclavos que se arrastran por la faz de la tierra. Ellos mismos compran las mercancías que los esclavizan cada vez más. Ellos mismos procuran un trabajo cada vez más alienante que se les otorga si demuestran estar suficientemente amansados. Ellos mismos eligen los amos a quienes deberán servir. Para que esta tragedia absurda pueda tener lugar, ha sido necesario despojar a esa clase de la conciencia de su explotación y de su alienación. He ahí la extraña modernidad de nuestra época. Al igual que los esclavos de la antigüedad, que los siervos de la Edad Media y que los obreros de las primeras revoluciones industriales, estamos hoy en día frente a una clase totalmente esclavizada, solo que no lo sabe o más bien, no lo quiere saber. Ellos ignoran la rebelión, que debería ser la única reacción legitima de los explotados. Aceptan sin discutir la vida lamentable que se planeó para ellos. La renuncia y la resignación son la fuente de su desgracia.

He ahí la pesadilla de los esclavos modernos que no aspiran sino a ser llevados por la danza macabra del sistema de la alienación.

La opresión se moderniza expandiendo por todas partes las formas de mistificación que permiten ocultar nuestra condición de esclavos.
Mostrar la realidad tal como es y no tal como la presenta el poder, constituye la subversión más genuina.
Sólo la verdad es revolucionaria.




Capítulo III: La planeación territorial y la vivienda
dijo:
“El urbanismo es esta toma de posesión del medio ambiente natural y humano por el capitalismo que, desarrollándose lógicamente como dominación absoluta, puede y debe ahora rehacer la totalidad del espacio como su propio decorado.”
Guy Debord, La Sociedad del Espectaculo.
A medida que construyen su mundo con la fuerza alienada de su trabajo, el decorado de este mundo se vuelve la cárcel donde tendrán que vivir. Un mundo sórdido, sin sabor ni olor, que lleva en sí la miseria del modo de producción dominante.
Este decorado está en permanente construcción, nada en él es constante. La remodelación continua del espacio que nos rodea está justificada por la amnesia generalizada y la inseguridad con las que tienen que vivir sus habitantes. Se trata de cambiarlo todo a la imagen del sistema: el mundo se vuelve como una fábrica, cada vez más sucio y ruidoso.
Cada parcela de este mundo es propiedad de un Estado o de un particular. Este robo social que es la apropiación exclusiva de la tierra se materializa en la omnipresencia de los muros, de las rejas, de las cercas, de las barreras y de las fronteras. Son las marcas visibles de esa separación que lo invade todo.
Pero al mismo tiempo, la unificación del espacio, según los intereses de la cultura mercantil, es el gran objetivo de nuestra triste época. El mundo debe convertirse en una inmensa autopista, absolutamente eficiente, para facilitar el transporte de las mercancías. Todo obstáculo, natural o humano, debe ser destruido.
La concentración inhumana de esa masa de esclavos es fiel reflejo de su vida: se asemeja a las jaulas, a las cárceles, a las cavernas. Pero a diferencia del esclavo o del prisionero, el explotado de la época moderna debe pagar por su jaula.

“Pues no es el hombre sino el mundo el que se ha vuelto anormal.”
Antonin Artaud




Capítulo IV: La mercancía
dijo:
“A primera vista, una mercancía parece ser una cosa trivial, de comprensión inmediata. Su análisis demuestra que es un objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas.”
Carlos Marx, El Capital, capítulo I, libro 4.
En este estrecho y lúgubre espacio en donde vive, el esclavo acumula las mercancías, que según los mensajes publicitarios omnipresentes, deberán traerle la felicidad y la plenitud. Pero entre más acumula mercancías, más se aleja de él la posibilidad de acceder un día a la felicidad.

“De qué le sirve al hombre poseerlo todo, si a cambio pierde su alma.”
El Evangelio según San Marcos 8, 36

La mercancía, ideológica por esencia, despoja de su trabajo al que la produce y despoja de su vida al que la consume. En el sistema económico dominante, ya no es la demanda la que condiciona la oferta, sino la oferta la que determina la demanda. Es así como, de manera periódica, surgen nuevas necesidades consideradas vitales por la inmensa mayoría de la población: primero fue el radio, luego el carro, el televisor, el computador y ahora el celular.
Todas estas mercancías, distribuidas masivamente en un corto lapso de tiempo, modifican en profundidad las relaciones humanas: sirven por un lado para aislar a los hombres un poco más de sus semejantes y por otro, para difundir los mensajes dominantes del sistema. “Las cosas que poseemos terminan por poseernos.”




Capitulo V: La alimentación
dijo:
“Lo que es comida para unos, es veneno para otros.”
Paracelso
Pero es cuando se alimenta que el esclavo moderno ilustra mejor el estado de decadencia en que se encuentra. Disponiendo cada vez de menos tiempo para preparar la comida que ingiere, se ve reducido a consumir a la carrera lo que la industria agroquímica produce. Erra por los supermercados en busca de los ersatz que la sociedad de la falsa abundancia consiente en darle. Su elección no es más que una ilusión. La abundancia de los productos alimentarios no disimula sino su degradación y su falsificación. No son otra cosa que organismos genéticamente modificados, una mezcla de colorantes y conservantes, de pesticidas, de hormonas y de otros tantos inventos de la modernidad. El placer inmediato es la regla del modo de alimentación dominante, así como la de todas las formas de consumo. Y las consecuencias que ilustran esta manera de alimentarse se ven por todas partes.
Pero es frente a la indigencia de la mayoría que el hombre occidental se regocija de su posición y de su consumo frenético. Por tanto, la miseria está dondequiera que reine la sociedad mercantil totalitaria. La escasez es el revés de la moneda de la falsa abundancia. Aunque la producción agroquímica es suficiente para alimentar a la totalidad de la población, en un sistema que hace de la desigualdad un criterio de progreso, el hambre no deberá desaparecer jamás.

“Ellos están convencidos de que el hombre, especie pecadora por excelencia, domina la creación. Como si todas las demás criaturas no hubieran sido creadas sino para servirles de comida, de pieles, para ser martirizadas y exterminadas.”
Isaac Bashevis Singer

La otra consecuencia de la falsa abundancia alimentaria es la multiplicación de las fábricas de concentración y el exterminio bárbaro y a gran escala de las especies que sirven para alimentar a los esclavos. Esta es la esencia misma del modo de producción dominante. La vida y la humanidad no resisten más ante el afán de lucro de unos cuantos.




Capítulo VI: La destrucción del medio ambiente
dijo:
“Qué triste es pensar que la naturaleza habla y que el género humano no la escucha.”
Victor Hugo
El pillaje de los recursos del planeta, la abundante producción de energía o de mercancías, los residuos y los desechos del consumo ostentoso hipotecan las posibilidades de supervivencia de nuestra tierra y de las especies que la pueblan. Pero para darle paso al capitalismo salvaje, el crecimiento no deberá parar jamás. Hay que producir, producir y volver a producir cada vez más.

Y son los mismos que contaminan quienes se presentan hoy en día como los salvadores del planeta. Esos imbéciles de la industria del espectáculo, patrocinados por las firmas multinacionales, intentan convencernos de que un simple cambio en nuestros hábitos bastará para salvar al planeta del desastre. Y mientras que nos culpan, continúan contaminando sin cesar el medio ambiente y nuestro espíritu. Esas pobres tesis seudo-ecológicas son repetidas por todos los políticos corruptos que necesitan eslóganes publicitarios. Pero se cuidan bien de no proponer un cambio radical en el sistema de producción. Se trata, como siempre, de cambiar algunos detalles para que lo esencial siga siendo igual.




Capítulo VII: El trabajo
dijo:
“Trabajo, del latín tri palium “tres palos”, instrumento de tortura.”
Para entrar en la ronda del consumo frenético, hay que tener dinero y para tenerlo, hay que trabajar, es decir, venderse. El sistema dominante ha hecho del trabajo su principal valor, y los esclavos deben trabajar cada vez más para pagar a crédito su vida miserable. Se agotan en el trabajo, pierden con él la mayor parte de su fuerza vital y tienen que soportar las peores humillaciones. Pasan toda su vida haciendo una actividad extenuante y molesta para el beneficio de unos cuantos. La invención del desempleo moderno tiene como propósito asustarlos y hacerles agradecer sin cesar la generosidad del poder.
¿Qué harían sin esta tortura que es el trabajo? Son estas actividades alienantes las que nos presentan como una liberación. ¡Qué mezquindad y qué desdicha!

Siempre apresurado por el cronómetro o el látigo, cada gesto de los esclavos está calculado a fin de aumentar la productividad. La organización científica del trabajo constituye la esencia misma de la desposesión de los trabajadores, del fruto de su trabajo y del tiempo que pasan en la producción automática de las mercancías o de los servicios. La actividad del trabajador se confunde con el de una máquina en las fábricas, o con el de un computador en las oficinas. El tiempo pagado no se recupera jamás.
De esta manera, a cada empleado se le asigna un trabajo repetitivo, ya sea intelectual o físico. Él es un especialista en su área de producción. Esta especialización se reproduce a escala planetaria en el marco de la división internacional del trabajo. Se concibe en Occidente, se produce en Asía, se muere en África.




Capítulo VIII: La colonización de todos los sectores de la vida
dijo:
“El hombre entero está condicionado al comportamiento productivo por la organización del trabajo, y fuera de la fábrica, mantiene la misma piel y la misma cabeza.”
Christophe Dejours
A medida que el sistema de producción coloniza todos los sectores de la vida, el esclavo moderno, no conforme con su servidumbre en el trabajo, sigue desperdiciando su tiempo en las actividades de esparcimiento y las vacaciones planificadas. Ningún momento de su vida escapa al dominio del sistema. Cada instante de su vida ha sido invadido. Es un esclavo de tiempo completo.




Capítulo IX: la medicina mercantil
dijo:
“La medicina hace morir más lentamente.”
Plutarco
La degradación generalizada de su medio ambiente, del aire que respira, y de la comida que consume; el stress de sus condiciones laborales y de la totalidad de su vida social son el origen de las nuevas enfermedades del esclavo moderno. Su condición servil es una enfermedad para la cual no existirá jamás ninguna medicina. Sólo la completa liberación de la condición en la que se encuentra, puede permitirle al esclavo moderno reponerse de su sufrimiento.

La medicina occidental no conoce sino un remedio contra los males que sufren los esclavos modernos: la mutilación. Es a base de cirugías, de antibióticos o de quimioterapia que se trata a los pacientes de la medicina mercantil. Nunca se ataca el origen del mal sino sus consecuencias, porque la búsqueda de las causas nos conduciría inevitablemente a la condenación implacable de la organización social en su totalidad.

Así como el sistema actual ha convertido cada elemento de nuestro mundo en una simple mercancía, también ha hecho de nuestro cuerpo una mercancía, un objeto de estudio y experimentación para los seudo-sabios de la medicina mercantil y de la biología molecular. Los amos del mundo ya están a punto de patentar todo lo viviente. La secuencia completa del ADN del genoma humano es el punto de partida de una nueva estrategia puesta en marcha por el poder. La decodificación genética no tiene otra finalidad que la de ampliar considerablemente las formas de dominación y de control.
Como tantas otras cosas, nuestro cuerpo ya no nos pertenece.




Capitulo X: la obediencia como segunda naturaleza
dijo:
“A fuerza de obedecer se obtienen reflejos de sumisión.”
Anónimo
Lo mejor de su vida se le escurre por los dedos, pero él continúa porque tiene la costumbre de obedecer desde siempre. La obediencia se ha convertido en su segunda naturaleza. Obedece sin saber por qué, simplemente porque sabe que tiene que obedecer. Obedecer, producir y consumir, he ahí el tríptico que domina su vida. Obedece a sus padres, a sus profesores y a sus patrones, a sus propietarios y a sus mercaderes. Obedece a la ley y a las fuerzas del orden, obedece a todos los poderes porque no sabe hacer otra cosa. No hay nada que lo asuste más que la desobediencia, porque la desobediencia es el riesgo, la aventura, el cambio. Así como el niño entra en pánico apenas pierde de vista a sus padres, el esclavo moderno se siente desorientado sin el poder que lo ha creado. Por eso, continúa obedeciendo.

El miedo ha hecho de nosotros unos esclavos y nos mantiene en esa condición. Nos inclinamos ante los amos del mundo; aceptamos esta vida de humillaciones y de miseria, solamente por temor.
Sin embargo, nosotros disponemos de la fuerza numérica frente a la minoría que gobierna. Su fuerza no la obtienen de su policía sino de nuestro consentimiento. Justificamos nuestra cobardía al enfrentamiento legítimo contra las fuerzas que nos oprimen con un discurso lleno de humanismo moralizador. El rechazo a la violencia revolucionaria está anclado en los espíritus de aquellos que se oponen al sistema defendiendo unos valores que el mismo sistema les ha enseñado.
Pero cuando se trata de conservar su hegemonía, el poder no vacila nunca en utilizar la violencia.




Capitulo XI: represión y vigilancia
dijo:
“Bajo un gobierno que aprisiona injustamente, el lugar del hombre justo es también en prisión.”
Henry David Thoreau, La Desobediencia Civil.
Sin embargo, existen algunos individuos que escapan al control de las conciencias, pero están bajo vigilancia. Todo acto de rebelión o de resistencia es asimilado como una actividad desviada o terrorista. La libertad no existe sino para aquellos que defienden los imperativos mercantiles. A partir de ahora, la verdadera oposición al sistema dominante es totalmente clandestina. Contra esos opositores, la represión es la regla vigente. Y el silencio de la mayoría de los esclavos frente a esta represión es justificada por el propósito mediático y político de negar el conflicto que existe en la sociedad real.




Capítulo XII: El dinero
dijo:
“Y aquello que hicimos antes por el amor de Dios, lo hacemos ahora por el amor al dinero, es decir, por amor a aquello que da la sensación más elevada de poder y la buena conciencia.”
Aurora, Nietzsche
Como todos los seres oprimidos de la historia, el esclavo moderno necesita de su mística y de su dios para anestesiar el mal que le atormenta y el sufrimiento que le agobia. Pero este nuevo dios, a quien entregó su alma, no es más que la nada. Un trozo de papel, un número que tiene sentido solo porque todos han decidido dárselo. Es por este nuevo dios que estudia, trabaja, riñe y se vende. Es por este nuevo dios que ha abandonado sus valores y está dispuesto a hacer lo que sea. Él cree que entre más plata posea más se librará de la coacción que lo sujeta. Como si la posesión fuera de la mano de la libertad. La liberación es una ascesis que proviene del dominio de sí mismo; un deseo y una voluntad de actuar. Está en el ser y no en el tener. Pero hay que decidirse a no servir ni obedecer más. Falta ser capaz de romper con unos hábitos que nadie, al parecer, osa poner en tela de juicio.




Capitulo XIII: No hay alternativa a la organización social dominante
dijo:
Acta est fabula
El juego terminó Ahora bien, el esclavo moderno está convencido de que no existe alternativa a la organización del mundo presente. Se ha resignado a esta vida porque piensa que no puede haber otra. Es ahí en donde reside la fuerza de la dominación presente: hacer creer que este sistema que ha colonizado toda la superficie de la Tierra es el fin de la historia. Ha convencido a la clase dominada que adaptarse a su ideología equivale a adaptarse al mundo tal como es y tal como ha sido siempre. Soñar con otro mundo se ha convertido en un crimen condenado al unísono por los medios y por todos los poderes. El criminal es en realidad aquel que contribuye, consciente o no, a la demencia de la organización social dominante. No hay locura más grande que la del sistema presente.




Capítulo XIV: La imagen
dijo:
“Pero, sabed, oh rey, que no adoraremos a tus dioses ni nos arrodillaremos ante la imagen de oro.”
Antiguo Testamento, Daniel 3:18
Ante la devastación del mundo real, es necesario para el sistema colonizar la conciencia de los esclavos. Es por eso que el sistema dominante ha decidido enfocarse en la disuasión que, desde la más pequeña edad, cumple el papel preponderante en la formación de los esclavos. Ellos deben olvidar su condición servil, su prisión y su vida miserable. Basta con ver esa muchedumbre hipnótica, conectada a las pantallas que acompañan su vida cotidiana. Ellos disfrazan su insatisfacción permanente con el reflejo manipulado de una vida soñada, hecha de dinero, de gloria y de aventura. Pero sus sueños son tan lamentables como su vida miserable.

Hay imágenes para todo y para todos. Esas imágenes llevan en sí el mensaje ideológico de la sociedad moderna y sirven de instrumento de unificación y de propaganda. Se multiplican a medida que el hombre es despojado de su mundo y de su vida. Es el niño el primer blanco de esas imágenes. Hay que volverlos estúpidos y extirparles toda forma de reflexión y de crítica. Todo ello se hace, claro está, con la desconcertante complicidad de sus padres, quienes han desistido ante el impacto de los medios modernos de comunicación. Ellos mismos compran todas las mercancías necesarias para la esclavización de su progenie. Se desentienden de la educación de sus hijos y se la dejan al sistema del embrutecimiento y de la mediocridad.

Hay imágenes para todas las edades y para todas las clases sociales. Los esclavos modernos confunden esas imágenes con la cultura y, a veces, con el arte. Se recurre constantemente a los instintos más bajos para vender cualquier mercancía. Y es la mujer, doblemente esclava en la sociedad presente, la que paga el precio más alto.
Ella es presentada como simple objeto de consumo. La rebelión ha sido también reducida a una imagen desprovista de su potencial subversivo. La imagen sigue siendo la forma de comunicación más directa y más eficaz: crea modelos, embrutece a las masas, les miente, les infunde frustraciones y les insufla la ideología mercantil. Se trata, pues, una vez más y como siempre, del mismo objetivo: vender, modelos de vida o productos, comportamientos o mercancías, vender no importa qué, pero vender.




Capitulo XV: El entretenimiento
dijo:
“La televisión embrutece a los que la miran, no a los que la hacen.”
Patrick Poivre d’Arvor
Esos pobres hombres se divierten, pero ese divertimiento no sirve más que para distraerlos del auténtico mal que los acosa. Han dejado que hicieran de su vida cualquier cosa y fingen sentirse orgullosos de ello. Intentan lucir satisfechos pero nadie les cree; ni ante al frío reflejo del espejo, alcanzan a engañarse. Pierden su tiempo delante de unos imbéciles que los hacen reír o cantar, soñar o llorar.
A través del deporte mediático, se representa el éxito y el fracaso, el esfuerzo y las victorias que el esclavo moderno ha dejado de vivir en carne propia. Su insatisfacción lo incita a vivir por encargo frente a su aparato de televisión. Mientras que los emperadores de la Antigua Roma compraban la sumisión del pueblo con pan y circo, hoy en día, es con divertimientos y consumo del vacío que se compra el silencio de los esclavos.




Capitulo XVI: El lenguaje
dijo:
“Uno cree que domina las palabras, pero son las palabras las que lo dominan a uno.”
Alain Rey
El control de las conciencias es el resultado de la utilización viciada del lenguaje por la clase económica y socialmente dominante. Siendo el dueño de todos los medios de comunicación, el poder difunde la ideología mercantil a través de la definición fija, parcial y amañada que le atribuye a las palabras.
Las palabras son presentadas como si fueran neutras y su definición como evidente. Controladas por el poder, designan siempre una cosa muy distinta a la vida real.
Es ante todo un lenguaje de la resignación y de la impotencia, el lenguaje de la aceptación pasiva de las cosas tal como son y tal como deben permanecer. Las palabras actúan por cuenta de la organización dominante de la vida y el hecho mismo de utilizar el lenguaje del poder, nos condena a la impotencia.
El problema del lenguaje es el punto esencial de la lucha por la emancipación humana. No es una forma de dominación que se añada a otra sino que es el centro mismo del proyecto de sometimiento del sistema mercantil totalitario.

Es a través de la reapropiación del lenguaje y, por tanto, de la comunicación real entre las personas, que surge de nuevo la posibilidad de un cambio radical. Es en este sentido que el proyecto revolucionario converge con el proyecto poético. En la efervescencia popular, la palabra hablada es re-aprendida y reinventada por extensos grupos. La espontaneidad creativa se encuentra en cada uno y nos une a todos.




Capitulo XVII: La ilusión del voto y la democracia parlamentaria
dijo:
“Votar es abdicar.”
Élisée Reclus
No obstante, los esclavos modernos se sienten todavía ciudadanos. Creen votar y decidir libremente quién conducirá sus asuntos, como si aún pudieran elegir. Pero, cuando se trata de escoger la sociedad en la que queremos vivir, ¿creen ustedes que existe una diferencia fundamental, entre la socialdemocracia y la derecha populista en Francia, entre demócratas y republicanos en Estados Unidos y entre laboristas y conservadores en el Reino Unido? No existe ninguna oposición, puesto que los partidos políticos dominantes están de acuerdo en lo esencial: la conservación de la presente sociedad mercantil. Ninguno de los partidos políticos que pueden acceder al poder pone en entre dicho el dogma del mercado. Y son esos mismos partidos los que, con la complicidad mediática, acaparan las pantallas; riñen por pequeños detalles con la esperanza de que todo siga igual; se disputan por saber quién ocupara los puestos que les ofrece el parlamentarismo mercantil. Esas pobres querellas son difundidas por todos los medios de comunicación con el fin de ocultar un verdadero debate sobre la elección de la sociedad en la que queremos vivir. La apariencia y la futilidad dominan sobre el profundo enfrentamiento de ideas. Todo esto no se parece en nada, ni de lejos, a una democracia.
La democracia real se define en primer lugar y ante todo por la participación masiva de los ciudadanos en la gestión de los asuntos de la ciudad. Es directa y participativa. Encuentra su expresión más autentica en la asamblea popular y en el dialogo permanente sobre la organización de la vida en común. La forma representativa y parlamentaria que usurpa el nombre de democracia limita el poder de los ciudadanos al simple derecho de votar; es decir, a nada. Escoger entre gris claro y gris oscuro no es una elección verdadera. Las sillas parlamentarias son ocupadas en su inmensa mayoría por la clase económicamente dominante, ya sea de derecha o de la pretendía izquierda social demócrata.
No hay que conquistar el poder, hay que destruirlo. Es tiránico por naturaleza, sea ejercido por un rey, un dictador o un presidente electo. La única diferencia en el caso de la “democracia” parlamentaria es que los esclavos tienen la ilusión de elegir ellos mismos al amo que deberán servir. El voto los ha hecho cómplices de la tiranía que los oprime. Ellos no son esclavos porque existen amos, sino que los amos existen porque ellos han elegido mantenerse esclavos.




Capitulo XVIII: El sistema mercantil totalitario
dijo:
“La naturaleza no creó amos ni esclavos, yo no quiero dar ni recibir leyes.”
Denis Diderot

El sistema dominante se define entonces por la omnipresencia de su ideología mercantil. Ocupa a la vez todos los espacios y todos los sectores de la vida. No profesa más que: produce, vende, consume, acumula. Ha reducido todas las relaciones humanas a unas parcas relaciones mercantiles, y considera que nuestro planeta es una simple mercancía. La función que nos asigna es el trabajo servil. El único derecho que reconoce es el derecho a la propiedad privada. Al único dios que rinde culto es al dinero.
El monopolio de la apariencia es total. Solo aparecen los hombres y los discursos favorables a la ideología dominante. La crítica de este mundo se ahoga en el mar mediático que determina qué está bien y qué está mal, lo que se puede y lo que no se puede ver.

Omnipresencia de la ideología, culto al dinero, monopolio de la apariencia, partido único disfrazado de pluralismo parlamentario, ausencia de una oposición visible, represión en todas sus formas, voluntad de transformar al hombre y al mundo: He ahí la verdadera cara del totalitarismo moderno que ellos llaman “democracia liberal”, pero que es hora de llamar por su verdadero nombre: el sistema mercantil totalitario.

El hombre, la sociedad y todo nuestro planeta están al servicio de esta ideología. El sistema mercantil totalitario ha logrado lo que ningún otro totalitarismo había podido: ocupar cada resquicio del planeta. Hoy en día, ninguna forma de exilio es posible.




Capitulo XIX: Perspectivas
dijo:
A medida que la opresión se expande por todos los sectores de la vida, la rebelión toma el aspecto de una guerra social. Los motines renacen y anuncian que la revolución está por llegar.

La destrucción de la sociedad mercantil totalitaria no es un asunto de opinión, es una necesidad absoluta en un mundo que se sabe condenado. Ya que el poder está en todas partes, es por todas partes y por todo el tiempo que hay que combatirlo.

La reinvención del lenguaje, el trastorno permanente de la vida cotidiana, la desobediencia y la resistencia son las palabras claves de la rebelión contra el orden establecido. Pero para que de esta rebelión surja una revolución hay que encaminar las subjetividades a un frente común.

Es en la unidad de todas las fuerzas revolucionarias que hay que obrar. Esta no se puede conseguir más que siendo conscientes de nuestros fracasos pasados: ni el reformismo estéril ni la burocracia totalitaria pueden ser una solución para nuestra inconformidad. Se trata de inventar nuevas formas de organización y de lucha.

La autogestión en las empresas y la democracia directa a escala comunal constituyen las bases de esta nueva organización que debe ser anti-jerárquica, tanto en la forma como en el contenido.

Al poder no hay que conquistarlo, hay que destruirlo.




Capitulo XX: Epílogo
dijo:
“Caballeros, el tiempo de la vida es muy corto… Si vivimos, vivimos para hollar cabezas de reyes.”
William Shakespeare


Jean-François Brient
Traducción: Alfonso Echeverry



Documentales Para Difundir




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Mario Benedetti Poesìas


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01.- Asuncion de ti (4:11)
02.- Es tan poco (0:49)
03.- Ella que pasa (0:39)
04.- A la izquierda del roble (6:29)
05.- Corazón coraza (1:06)
06.- Ustedes y nosotros (1:24)
07.- Todavía (1:09)
08.- Te quiero (1:15)
09.- Rostro de vos (1:25)
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11.- Hagamos un trato (1:00)
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15.- Apenas y a penas (1:25)
16.- La otra copa de brindis (2:05)
17.- Los formales y el frio (2:12)
18.- Bienvenida (1:16)
19.- Vaya uno a saber (1:04)
20.- Credo (1:04)
21.- La culpa es de uno (1:33)
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27.- Hombre que mira a una muchacha (2:32)
28.- Bodas de perlas (7:07)
29.- Semántica práctica (0:47)
30.- Nuevo canal interoceanico (0:15)
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Estas navidades siniestras

Ya nadie se acuerda de Dios en Navidad. Hay tanto estruendo de cornetas y fuegos de artificio, tantas guirnaldas de focos de colores, tantos pavos inocentes degollados y tantas angustias de dinero para quedar bien por encima de nuestros recursos reales que uno se pregunta si a alguien le queda un instante para darse cuenta de que semejante despelote es para celebrar el cumpleaños de un niño que nació hace 2.000 años en una caballeriza de miseria, a poca distancia de donde había nacido, unos mil años antes, el rey David. 954 millones de cristianos creen que ese niño era Dios encarnado, pero muchos lo celebran como si en realidad no lo creyeran. Lo celebran además muchos millones que no lo han creído nunca, pero le gusta la parranda, y muchos otros que estarían dispuestos a voltear el mundo al revés para que nadie lo siguiera creyendo. Sería interesante averiguar cuántos de ellos creen también en el fondo de su alma que la Navidad de ahora es una fiesta abominable, y no se atreven a decirlo por un prejuicio que ya no es religioso sino social.

Lo más grave de todo es el desastre cultural que estas Navidades pervertidas están causando en América Latina. Antes, cuando solo teníamos costumbres heredadas de España, los pesebres domésticos eran prodigios de imaginación familiar. El niño Dios era más grande que el buey, las casitas encaramadas en las colinas eran más grande que la virgen, y nadie se fijaba en anacronismos: el paisaje de Belén era completado con un tren de cuerda, con un pato de peluche más grande que un león que nadaba en el espejo de la sala, o con un agente de tránsito que dirigía un rebaño de corderos en una esquina de Jerusalén. Encima de todo se ponía una estrella de papel dorado con una bombilla en el centro, y un rayo de seda amarilla que habría de indicar a los Reyes Magos el camino de la salvación. El resultado era más bien feo, pero se parecía a nosotros, y desde luego era mejor que tantos cuadros mal copiados del aduanero Rousseau.

La mistificación empezó con la costumbre de que los juguetes no los trajeron los Reyes Magos -como sucede en España con toda razón-, sino el niño Dios. Los niños nos acostábamos más temprano para que los regalos llegaran pronto, y éramos felices oyendo las mentiras poéticas de los adultos. Sin embargo, yo no tenía más de cinco años cuando alguien en mi casa decidió que ya era tiempo de revelarme la verdad. Fue una desilusión no solo porque yo creía de veras que era el niño Dios quien traía los juguetes, sino también porque hubiera querido seguir creyéndolo. Además, por pura lógica de adulto, pensé entonces que también los otros misterios católicos eran inventados por los padres para entretener a los niños, y me quedé en el limbo. Aquel día -como decían los maestros jesuitas en la escuela primaria- perdía la inocencia, pues descubrí que tampoco a los niños los traían las cigüeñas de París, que es algo que todavía me gustaría seguir creyendo para pensar más en el amor y menos en la píldora.

Todo aquello cambió en los últimos treinta años, mediante una operación comercial de proporciones mundiales que es al mismo tiempo una devastadora agresión cultural. El niño Dios fue destronado por el Santa Claus de los gringos y los ingleses, que es el mismo Papá Noel de los franceses, y a quienes todos conocemos demasiado. Nos llegó con todo: el trineo tirado por un alce, y el abeto cargado de juguetes bajo una fantástica tempestad de nieve. En realidad, este usurpador con nariz de cervecero no es otro que el buen San Nicolás, un santo al que yo quiero mucho y porque es el de mi abuelo el coronel, pero que no tiene nada que ver con la Navidad, y mucho menos con la Nochebuena tropical de la América Latina. Según la leyenda nórdica, San Nicolás reconstruyó y revivió a varios escolares un oso que había descuartizado en la nieve, y por eso lo proclamaron el patrón de los niños. Pero su fiesta se celebra el 6 de diciembre y no el 25. La leyenda se volvió institucional en las provincias germánicas del Norte a fines del siglo XVIII, junto al árbol de los juguetes, y hace poco más de cien años pasó a Gran Bretaña y Francia. Luego pasó a Estados Unidos, y estos nos lo mandaron para América Latina, con toda una cultura de contrabando: la nieve artificial, las candilejas de colores, el pavo relleno y estos quince días de consumismo frenético al que muy pocos nos atrevemos a escapar. Con todo, tal vez lo más siniestro de estas Navidades de consumo sea la estética miserable que trajeron consigo: esas tarjetas postales indigentes, esas ristras de foquitos de colores, esas campanitas de vidrio, esas coronas de muérdago colgadas en el umbral, esas canciones de retrasados mentales que son los villancicos traducidos del inglés; y tantas otras estupideces gloriosas para las cuales ni siquiera valía la pena de haber inventado la electricidad.

Todo eso, en torno a la fiesta más espantosa del año. Una noche infernal en que los niños no pueden dormir con la casa llena de borrachos que se equivocan de puerta buscando donde desaguar, o persiguiendo a la esposa de otro que acaso tuvo la buena suerte de quedarse dormido en la sala. Mentira: no es una noche de paz y amor, sino todo lo contrario. Es la ocasión solemne de la gente que no se quiere. La oportunidad providencial de salir por fin de los compromisos aplazados por indeseables: la invitación al pobre ciego que nadie invita, a la prima Isabel que se quedó viuda hace quince años, a la abuela paralítica que nadie se atreve a mostrar. Es la alegría por decreto, el cariño por lástima, el momento de regalar porque nos regalan, y de llorar en público sin dar explicaciones. Es la hora feliz de que los invitados se beban todo lo que sobró de la Navidad anterior: la crema de menta, el licor de chocolate, el vino de plátano. No es raro, como sucede a menudo, que la fiesta termine a tiros. Ni es raro tampoco que los niños -viendo tantas cosas atroces- terminen por creer de veras que el niño Jesús no nació en Belén, sino en Estados Unidos.

Gabriel García Márquez. Colombiano. Escritor. Premio Nobel de Literatura en 1982.
http://cultural.argenpress.info/2009/12/estas-navidades-siniestras.html

viernes, 25 de diciembre de 2009

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