Hace pocos días murió Jack Kevorkian,
patólogo de profesión y figura central a escala local –vivía en Estados
Unidos– e internacional en el debate sobre suicidio asistido. Se puede o
no estar de acuerdo con su filosofía. Lo que no se puede es ignorarlo.
Cuando falleció tenía 83 años.
Jack Kevorkian nació por primera vez en 1928. Posteriormente nació,
aunque fuese de otra forma, en tres ocasiones. La primera en 1987
cuando, en un periódico de Detroit, anunció la apertura de su
consultorio para ofrecer “orientación hacia la muerte. La segunda en
1990 cuando colaboró por primera vez en la muerte de una persona, acto
que publicitó, a pesar de romper con los cánones tradicionales, con la
absoluta convicción de esas raræ aves, completamente seguras de
su actuación. La tercera fue en 1999, año en que lo encarcelan acusado
de homicidio por haber suministrado fármacos a un paciente con
esclerosis lateral amiotrófica.
Por lo sucedido en 1987 le retiraron su licencia médica. El evento de
1990 dio pie para que la justicia estadunidense lo persiguiese
incansablemente. Nunca pudieron sumar cargos suficientes para
encarcelarlo. Años después (1995), la American Medical Association lo
llamó de dos formas:
imprudente instrumento de muertey,
gran amenaza para la sociedad. En 1999, tras publicitar en un video la muerte de un enfermo por medio de una inyección letal, se le encarceló durante ocho años acusado de asesinato en segundo grado. Se le condenó también por haber utilizado sustancias médicas sin contar con licencia médica vigente.
Mucho le deben la opinión pública y la medicina contemporánea a
Kevorkian. Sus actitudes dividieron. Unos en favor, otros en contra. No
había tonos grises. Quienes niegan la autonomía del ser humano y se
cobijan en la figura de Dios, y quienes consideran que el médico es el
dueño de todas las decisiones concernientes al enfermo lo demonizaron.
Las iniciativas de Kevorkian fueron bienvenidas por librepensadores,
médicos o individuos. Para sus detractores, Dios da la vida y es el
único que puede decidir sobre ella. Para sus seguidores, la vida no es
una obligación sino un derecho; morir puede ser una elección. Su lema
era:
Morir no es un crimen.
La sociedad se mueve más rápido que las instituciones. Exige más. Las
propuestas de Kevorkian, dignificar la vida y la muerte, dotar a las
personas de autonomía para decidir cuándo morir y acompañar a los
enfermos terminales en sus decisiones, fueron escuchadas y bienvenidas
por amplios sectores de la sociedad estadunidense y del mundo. Gracias a
sus propuestas, Kevorkian se convirtió en la figura central a escala
mundial en el tema del suicidio asistido (proveerle al enfermo los
medios necesarios para que él decida dónde y cuándo morir).
Sus opiniones y acciones llevaron a la sociedad a proponer cambios.
Los enfermos terminales o personas aquejadas por problemas irreversibles
deberían contar con el derecho de solicitar suicidio asistido. Aunque
cada Estado se rige por leyes propias y diferentes a las máquinas
ideadas (vide infra) por Kevorkian, en Oregon (1997),
Washington (2008) y Montana (2009), Estados Unidos, el suicidio asistido
es una práctica que se lleva a cabo de acuerdo a lineamientos médicos
estrictos. En Suiza también existen dos centros donde se ejerce el
suicidio asistido.
Kevorkian llamó a la primera máquina Thanatron (máquina de
muerte): por medio de ella el enfermo se administraba los fármacos
letales. La segunda se denominó Mercitron (máquina de misericordia):
funcionaba mediante la aplicación de monóxido de carbono. Utilizó la
segunda cuando se le retiró la licencia médica.
Kevorkian luchó contra el anquilosamiento de la medicina y de la
sociedad. Buscó romper estigmas. Buscó humanizar a la muerte. Propuso
acortar sufrimientos innecesarios y prolongados. Supo darle voz a los
enfermos terminales y tuvo la inmensa y admirable valentía de luchar
casi solo contra la sociedad estadunidense, líder imbatible en el
ejercicio de la doble moral.
Algunos segmentos de la profesión médica cambiaron debido a
Kevorkian. En muchos sentidos humanizó la medicina. Gracias a él y a la
presión de la sociedad, algunos médicos prescriben más opiáceos hacia el
final de la vida, y en algunas sociedades médicas se busca que los
doctores se acerquen a los pacientes terminales.
Más que bregar por la eutanasia activa bregó por el ser humano.
Intentó hablar con las autoridades para darle sentido a la vida y a la
muerte de los reos condenados a la pena de muerte. No fue escuchado.
Procuró abrir un consultorio para orientar a las personas que preferían
morir en vez de aguardar a la muerte. Su consultorio fue clausurado.
Kevorkian acompañó a 130 enfermos terminales o con patologías
irreversibles que habían hecho de su vida una pesadilla. Acompañar a los
enfermos es una obligación médica. Acompañarlos hacia la muerte es un
compromiso complicado. Hacerlo y publicitarlo requiere valor y
convicción. Kevorkian sumaba esos méritos. La prensa estúpida lo llama Doctor Muerte.
Los familiares de los enfermos que murieron acompañados por Kevorkian
deben recordarlo con agradecimiento. La medicina moderna, dotada del
poder de una tecnología ilimitada, mucho le debe: El médico tiene que
cavilar en el enfermo y no sólo en la ciencia.
La vida no es una obligación. La medicina tiene límites. Las personas
tienen dignidad, son autónomas y son libres. Al dignificar la muerte se
dignifica la vida. De ahí que el suicidio asistido sea un derecho. Todo
eso nos enseñó Kevorkian. Todo eso lo debemos a Kevorkian.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/06/08/opinion/024a1pol
http://www.jornada.unam.mx/2011/06/08/opinion/024a1pol
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