miércoles, 18 de mayo de 2011

Cultura : Saint-Exupéry: el aviador que sabía soñar. Alejandro Michelena

Antoine de Saint-Exupéry es, solamente por uno de sus libros, El principito, uno de los escritores más leídos en el mundo. Este relato, donde se cuenta con sencillez poética el encuentro de un aviador –que por una panne debió aterrizar en el desierto del Sahara– con un sensible y misterioso niño proveniente de un pequeño y lejano planeta, quien lo enfrenta con sus preguntas y comentarios a otras dimensiones de la existencia no convencionales y más creativas.
Bajo la apariencia de una historia para niños, el autor ha redondeado en pocas páginas, impecablemente, una metáfora entrañable y universal sobre los valores solidarios entre los seres humanos. Es un libro además, reflexivo, a través de frases como:  “Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo que juzgar a los demás”, o “Los vanidosos no oyen sino las alabanzas”, o la más conocida y repetida de todas: “Lo esencial es invisible a los ojos.”
Otros valores literarios
Pero Saint-Exupéry no fue escritor de un solo libro. En 1925 da a conocer su cuento “El aviador”. Y su obra Correo del sur aparece al año siguiente.
En 1931 se publicará Vuelo nocturno, con un prólogo de André Gide que destaca justamente su sentido positivo de la vida. En la novela se trasmite —con elocuencia e intensidad— la peculiar experiencia de los pilotos en vuelo nocturno, en este caso los de la compañía francesa que se encargaba de trasladar la correspondencia desde la Patagonia, Chile y Paraguay a Buenos Aires, para que desde esa ciudad se remitiera a Europa, en barco. La acción está centrada en las reflexiones de Rivière, el jefe de la línea aeropostal, y por su calidad literaria mereció el premio Fémina.
Pero son más los títulos no menos apreciables y siempre galvanizados en poesía. Tierra de hombres (1939, Gran premio de novela de la Academia Francesa) parte también de personajes vinculados a la aviación; posee mucho de memorias personales, en una geografía que va desde España a la sureña ciudad chilena de Punta Arenas. Por Piloto de guerra (publicado en Nueva York en 1942, que fue por mucho tiempo suceso de librerías) el autor recibió de un crítico estadunidense el apelativo de “Joseph Conrad del aire”. La ciudadela (1948) es su obra póstuma, un libro extenso que quedó inconcluso.
Una parte significativa de la escritura de Saint-Exupéry está en sus artículos, escritos para la revista Paris-Soir como enviado especial. En tal carácter visitó la Unión Soviética en 1935, y en 1937 estuvo en la España Republicana en lucha.
De profesión aviador
Volar fue la vocación y la gran pasión de Saint-Exupéry, reflejada en gran parte de su creación literaria. Pero también ésa fue su profesión. Ejerció el oficio en tiempos en que pilotear una máquina aérea era todavía una aventura que requería coraje y   buenos reflejos, sentidos alerta y resistencia para los viajes largos en condiciones precarias.
Consigue el aval como “piloto civil” al final de la Primera guerra. En 1926 se integra a la Compañía Aeropostal fundada por Latécoère, que fue pionera en la materia. En 1929 llega a Buenos Aires para trabajar en la Dirección Aeropostal Argentina, organizando para la compañía la línea Buenos Aires-Punta Arenas. Allí permanece hasta 1934, cuando cierra la empresa y pasa a cumplir tareas en la novel Air France.
En 1935 intenta unir en vuelo directo París con Saigón, pero cae en Egipto, y debe caminar con su mecánico Prévot por el desierto durante cinco días hasta ser encontrados por una caravana.
Ocupada Francia, insiste en ser tenido en cuenta como piloto, pero encuentra resistencia a causa de su edad. Al final logra que lo acepten, y así fue como piloteando sobre el Mediterráneo murió en acción de guerra en 1944, cuando su aparato fue derribado por la artillería nazi y se precipitó en el mar.
Un escritor peculiar
Antoine de Saint-Exupéry se distingue en el concierto de los escritores franceses de su generación –que osciló entre los determinismos ideológicos y el nihilismo– por la convicción recurrente en sus libros de que la vida humana, más allá de los absurdos de la historia y las leyes implacables de la naturaleza, tiene un sentido, y que el mismo es justamente el desarrollo de  valores genuinamente humanos como la solidaridad, el encuentro y el diálogo, así como el esfuerzo colectivo en procura de un mundo mejor.
Esta filosofía subyacente en su obra, algo simple quizá y hasta ingenua, lo torna peculiar en  medio de sus pares en la escritura, mucho más intelectualizados y complejos.

Fuente:
http://www.jornada.unam.mx/2011/05/15/sem-alejandro.html

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