Una ley
electoral reaccionaria y excluyente, redactada para instaurar de hecho
un bipartidismo burgués formado por dos grandes bloques, uno
proligárquico y proimperialista y el otro neodesarrollista, obligó a
diversos grupos y partidos de la izquierda a iniciar tratativas para
presentar una fórmula común en las elecciones a pesar de las grandes
diferencias de orientación política y de métodos que los separan
diariamente en todos los frentes de lucha (sindical, estudiantil,
defensa de los espacios democráticos).
La ley en cuestión obliga, en efecto, a conseguir el voto en las
elecciones internas de al menos 1.5 por ciento del padrón electoral, lo
que en el plano nacional equivale a unos 300 mil votos, cosa que ni el
Partido Obrero, ni el Partido de los Trabajadores Socialistas ni
Izquierda Socialista pueden conseguir por su propia cuenta.
Fue pues la represión legal gubernamental la que obligó a esos
pequeños partidos a constituir el Frente de Izquierda y de los
Trabajadores (FIT) para poder aprovechar el espacio electoral para
difundir sus ideas y, sobre todo, para impedir que con una artimaña
jurídica se excluyera de la actividad legal electoral y del usufructo de
los derechos ciudadanos a elegir y ser elegido a una porción menor pero
importante del electorado, o sea, a los militantes estudiantiles,
sindicales y universitarios de la izquierda no capitalista e
internacionalista. La organización del FIT para ocupar también un puesto
en este campo de lucha y enfrentar no solamente al gobierno capitalista
sino también al sistema en su conjunto en el campo del programa y de
las ideas es, por lo tanto, una legítima medida de defensa de los
derechos democráticos contra la discriminación y la exclusión que va más
allá de los intereses de los grupos en cuestión.
El FIT, además, independientemente de sus defectos de origen y de la
heterogeneidad de su composición, es la única tendencia que declara
abiertamente su oposición al capitalismo, ya que el Partido Comunista se
integró en el kirchnerismo, al igual que una minoría del Partido
Socialista, mientras la mayoría de éste aparece unida, como siempre, con
la derecha oligárquica.
Debido a la trayectoria anterior de sus componentes, el frente no
surgió como debía haber nacido, es decir, de una discusión pública sobre
su carácter y programa para sólo después escoger los candidatos, que
debería realizarse en todo el país y particularmente en las fábricas,
barrios, centros de estudio. Por el contrario, nació de una negociación
cupular en la que se discutieron particularmente las candidaturas a los
puestos institucionales y parlamentarios en disputa, recurriendo a una
lógica de defensa a ultranza de los respectivos intereses de grupo y sin
tener en cuenta la necesidad fundamental en esta campaña electoral, que
es ayudar a formar una vasta tendencia clasista y anticapitalista. El
FIT, por otra parte, se dirige sobre todo a una franja más o menos
trotskista e ignoró la tarea fundamental de influir a la gran mayoría de
los trabajadores que aún es kirchnerista, la cual es imposible sin
comprender cuáles son los elementos que los movilizan, y partir de esa
comprensión y de ese respeto para elevar su conciencia y educarlos
políticamente, cosa que no se hace únicamente agitando consignas
socialistas y propuestas combativas inmediatas, por correctas que éstas
puedan ser en abstracto.
Esta situación plantea a todos aquellos que se niegan a votar por los partidos capitalistas dos cuestiones fundamentales.
La primera es garantizar los derechos democráticos y electorales del
área expresada en el FIT (y de la ciudadanía en general) votando en las
internas del frente, pese a las críticas que se le pueden formular y de
lo que cada uno quiera votar en las elecciones nacionales y
provinciales. La segunda es votar críticamente por el FIT en esos
comicios próximos como única expresión anticapitalista en las urnas,
cualesquiera sean los límites de este frente. Si hubiese una segunda
vuelta –a la cual el FIT evidentemente no podrá acceder y que verá
confrontados dos bloques burgueses– a nuestro juicio la abstención
equivaldría a un voto por el retorno al pasado que quiere imponer el
bloque opositor y, por lo tanto, habría que formular un voto de lucha y
resistencia sufragando por la candidatura menos dañina para los
trabajadores y para el país.
El voto al FIT es por otra parte un voto a un mero frente electoral,
que dadas las diferencias internas de concepción y de método entre sus
integrantes, probablemente no sobrevivirá a los resultados en las urnas.
Habría que tratar pues de aprovechar las elecciones, sin embargo, para
establecer, por un lado, los lazos más estrechos que fuesen posibles con
sectores de los trabajadores y del pueblo que, aunque voten por el
kirchnerismo, querrán hacerlo con una política combativa y pueden estar
dispuestos a defender los espacios democráticos participando en las
internas del FIT a pesar de las diferencias con éste. Al mismo tiempo,
este frente puramente electoral podría favorecer la creación de un
mínimo de coordinación futura en otros frentes de lucha entre las
organizaciones que lo integran pero sobre una base principista y no
meramente organizativa.
Ante la aparición del FIT algunos, en la izquierda anticapitalista,
se adhieren al mismo sin convicción, pero la gran mayoría de ese
electorado disperso e independiente pero combativo, particularmente los
que militan en movimientos sociales autonomistas, debido a su rechazo a
los partidos integrantes del FIT, sus estructuras y, en algunos casos,
sus métodos y alianzas desprejuiciadas, se niegan a votarlo. Si el FIT
lograse convencerlos de que lo que está en juego es la defensa del
derecho democrático a votar y ser elegido, junto a la candidatura
kirchnerista y a la de la oposición pro oligárquica, y quizás la de la
ultraderecha peronista, podría aparecer otra que rechaza el capitalismo.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/05/15/index.php?section=opinion&article=022a2pol
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