Hace 141 años (27 de junio de
1869) nació una de las más destacadas anarquistas de la historia: Emma
Goldman, una feminista de origen lituano que llegó a ser considerada,
por el fundador del FBI, “una de las mujeres más peligrosas de América”.
Cuando Emma Goldman,
que había sido llamada por la prensa norteamericana «la mujer más
peligrosa del mundo”, murió oscuramente en un lugar de Canadá, un
periodista llamado William Marion Reedy escribió que
aquella pequeña pero formidable judía había estado «ocho mil años
adelantada a la de su época”. Sin duda, hay que considerar ésta como una
opinión bastante exaltada, pero no sería injusto decir que estuvo (en
muchos aspectos) muy por delante de su tiempo. Esta brillante discípula
de Bakunin y de Nietzsche, no destacó
siempre a igual altura, pero durante unos años llegó a convertirse en
una auténtica pesadilla para el orden establecido norteamericano y en el
terreno de la liberación de la mujer su voz resulta plenamente actual.
En su larga trayectoria vital, Emma
recorre distintos momentos de la historia moderna; momentos que para
esquematizar podemos dividir en dos partes y cuyo punto de separación
tendría que ser la Primera Guerra Mundial.
Durante la etapa de preguerra, Emma fue
una de las cabezas más visibles del radicalismo norteamericano, portavoz
y símbolo de innumerables luchas desarrolladas contra los abusos y
arbitrariedades del Estado liberal más represivo de su tiempo y sus
posiciones anarcoindividualistas se confunden a veces con las de la
izquierda radical liberal o socialista. Posteriormente, su actuación al
frente de la Liga Antiguerra sobrepasó los límites de libertad que podía
conceder un Estado agresivo dispuesto a no perder la posibilidad
abierta con la Gran Guerra de convertirse en una especie de tutor
dominante del imperialismo británico todavía primer eslabón de la cadena
imperialista. Desde entonces ya nada fue igual. Ningún gobierno, ningún
otro Estado permitiría nunca más los márgenes de libertad que Emma
había conocido en la preguerra; el mundo había cambiado de base y el
liberalismo de la época del capitalismo concurrencial entró en el Museo
de la Historia.
Su vida y su época, concluyen
abruptamente con la derrota de la República española atenazada entre el
fascismo, el estalinismo y el liberalismo decadente, y el significado de
todos estos fenómenos político-sociales la sobrepasaron. Ni siquiera
consiguió sentirse de acuerdo con los dirigentes anarcosindicalistas
españoles.
Esta “anarquista de ambos mundos”, como
la ha llamado José Peirats; nunca fue una militante organizada
aunque tuvo parcialmente el mérito de sacar el anarquismo estadounidense
del pantano individualista, germanista y terrorista en que lo había
encerrado la poderosa personalidad de Johann
Most (1). Tampoco fue una pensadora original. Su pensamiento es una
peculiar síntesis de diversas escuelas anarquistas junto con unas buenas
dosis de Nietszche y en sus reflexiones no trata de penetrar en los
vericuetos de las contradicciones sociales. Sin embargo, sí fue una
activista en el sentido más pleno de la palabra y en sus escritos se
hizo eco de algunas de las concepciones más osadas y avanzadas de su
época y les dio una proyección militante. A pesar de su individualismo
tuvo la capacidad de identificarse con todas las causas -incluso las que
causaban pavor entre sus compañeros-, y no tuvo miedo en nadar contra
la corriente. Sólo que las olas que encontró desde que salió de
Norteamérica eran más altas y más complejas que las que había combatido
hasta entonces.
La rebeldía de Emma Goldman se gestó
originalmente en la Rusia zarista donde había nacido el año 1869. En sus
Memorias (2) recuerda a su padre, un trabajador que vivía en
el ghetto judío, como “la pesadilla de mi infancia”. Su madre,
continuamente brutalizada por su marido -lo que era perfectamente legal
en la legislación zarista-, tenía totalmente asumido el papel de mujer
sumisa y atada a las tradiciones y costumbres, como lo demuestra el
hecho de que cuando Emma empezó a menstruar a los once años, le dio una
sonora bofetada y un rudo consejo: “Es lo que necesita una joven cuando
se convierte en mujer, como protección contra la desgracia”. El padre se
quejaba constantemente de que Emma no hubiera sido el niño que él
esperaba y preparaba para ella un destino idéntico al que conocía su
madre. No tenía por qué saber nada: “Las jóvenes no tienen por qué saber
demasiado -le gritó en una ocasión-, sólo deben saber preparar un buen
plato de pescado, cortar bien los tallarines, y dar al hombre muchos
hijos”.
Desde luego, esto no era precisamente lo
que soñaba Emma que era una niña muy imaginativa. Desde muy temprana
edad se planteó dedicarse a la medicina, pero no tardó en comprobar que
esto era prácticamente imposible. Su paso por la escuela primaria
resultó brillante por su inteligencia natural, pero fue también tan
conflictiva que vio denegado su permiso para acceder a la enseñanza
secundaria. Tenía trece años cuando su familia se trasladó a San
Petersburgo que era entonces el centro industrial e intelectual de todas
las Rusias. Inmediatamente comenzó a ganarse la vida trabajando como
obrera y al poco tiempo tuvo relaciones con miembros del movimiento
nihilista que conocía por aquella época su apogeo, destacando en su
interior una impresionante hornada de mujeres antizaristas como Vera
Figner, Vera Sazsulith, Praskovia Ivanóvskaya, OIga Liubatóvicht y
Elizabeth Noválskaya (3). No obstante, debido a su extrema
juventud, su intervención en el movimiento oposicionista fue ínfima,
aunque estas relaciones tensaron su vocación de rebelde.
En 1884, su padre arregló a muy «buen
precio” su boda y creyó con ello poder domesticar al fin a su indómita
hija, pero no fue así, Emma no consintió y amenazó con lanzarse al
helado Volga si la obligaban y en un momento determinado se puso de pie
en el borde de uno de sus puentes. Su padre tuvo entonces que ceder,
pero las tensiones con él fueron agravándose hasta que un año después
Emma pudo huir a América, la «tierra prometida” para tantos rusos y se
estableció en Rochester junto con su hermana mayor. Ésta vivía en unas
condiciones terribles y durante un tiempo Emma se vio sola y derrotada.
Encontró trabajo en una fábrica y al poco tiempo después cometió la
flaqueza de casarse con Jacob Kershher, un compañero
suyo de trabajo, amable y cariñoso, pero a la postre un marido
convencional que acabó haciéndosele insoportable.
Fue durante este tiempo de recién casada
cuando Emma comenzó a frecuentar indistintamente los medios anarquistas
y marxistas, pero tras un breve espacio de tiempo de indecisión tomó
partido por los primeros fuertemente influenciada por el caso de los “mártires de Chicago” (4). Desde entonces siguió el
proceso en todos sus detalles, hizo campaña a favor de los inculpados y
leyó todo lo que sobre la anarquía le cayó entre las manos. Cuando los
acusados fueron condenados a muerte, Emma dice que se sintió como si
naciera de nuevo: había que cambiarlo todo. Se juramentó dedicar desde
aquel momento a la actividad revolucionaria y lo primero que hizo fue
divorciarse de su primer marido.
En Nueva York conoció a Johann Most, un
ex-marxista alemán que había sido expulsado del Partido Socialdemócrata
alemán por su “extremismo” y que se había convertido en el anarquista
más afín con la teoría de la “propaganda por el hecho” o sea de la acción
terrorista contra la injusticia y sus representantes llegando a escribir
un tratado sobre diversas maneras de emplear esta clase de violencia
minoritaria. Su personalidad atrajo fuertemente a Emma durante cierto
tiempo y pasó a ser además de su discípula, su amante. Esto no duró
mucho y Emma empezó a cuestionar ambos roles. Los métodos dominantes de
Johann la rebelaron y su actuación le pareció sectaria ya que se
restringía a los medios germanos y carecía de perspectiva de futuro ya
que no iba en función de las exigencias de las luchas de masas. Emma no
estaba persuadida de la bondad de un movimiento organizado (aunque
cooperó con entusiasmo al lado de los sindicalistas revolucionarios), pero pensaba que la
violencia podía aparecer como gratuita y no como una acción justiciera
clara, al servicio de los trabajadores.
La ruptura entre Johann y Emma fue al
mismo tiempo una crisis de un sector importante del anarquismo
norteamericano y la parte que siguió el ejemplo de ella se abrió al
movimiento real y rehuyó el ghetto de los diversos sectores de
inmigrantes.
El lugar que había dejado vacío Johann
no tardó en ser ocupado y esta vez por dos hombres a la vez. Se trataba
de Alexander Berkman, que desde entonces pasó a ser su
compañero casi inseparable, y un pintor también de origen ruso como
Berkman y con los que estableció un menage a trois que
transcurrió sin incidentes internos dignos de mención, pero que al
puritanismo norteamericano le pareció el colmo de la perversidad.
Todo terminó sin embargo cuando
Alexander, profundamente indignado por la masacre que la patronal había
ocasionado entre los obreros con motivo de la huelga de Hamestead Steel,
decidió ejecutar por su propia cuenta a Henry Clay Frick,
un “tiburón de la industria” y responsable de la actuación de los
pistoleros de la Pirkenton que habían disparado. El asunto no era fácil,
con muchas dificultades consiguieron dinero para viajar a Pensylvania,
el lugar de los hechos, pero carecían de armas. Siempre al lado de
Alexander, Emma llegó Basta el punto de intentar (sin éxito) ejercer la
prostitución para conseguir el dinero, para comprarlas. Cuando lo
consiguieron, el 12 de julio de 1892, Alexander se trasladó a Pittsburg y
cumplió parcialmente su propósito ya que el gran magnate sólo resultó
herido y no tardó en recuperarse. La naturaleza de clase de la justicia
norteamericana se puso de manifiesto cuando el atentado de Berkman -que
no daba judicialmente para más de siete años por «homicidio frustrado”-
es condenado a veintidós años de cárcel mientras que Henry Clay Frick,
responsable del asesinato de diez obreros no tuvo ni que pasar por la
comisaría.
Después de este acontecimiento Emma
consiguió la celebridad como incendiaria y roja. Protagonista de una
gran campaña en defensa de su compañero y amante, demostró ser una
soberbia oradora con una gran fuerza y convicción, aunque a pesar de
todo no pudo evitar la suerte de Berkman que descendió literalmente a
los infiernos del sistema penitenciario yanqui. Del “caso Berkman” Emma
pasó a defender otras causas de la libertad y del movimiento obrero,
ocasionando cada vez mayor escándalo y miedo entre los bien pensantes.
El colmo de su actuación, que asombró a propios y extraños, tuvo lugar
cuando asumió la defensa de León
Czolgosz, un obrero de origen polaco que había causado la muerte del
presidente McKinley en un atentado con una bomba. La
prensa desarrollará entonces una gran campaña presentándola como la
instigadora del crimen, aunque en realidad no había tenido nada que ver
con éste (5) Ciertamente, Emma estaba muy lejos de aprobar la actuación
de Czolgosz, pero estaba convencida que éste había actuado por
indignación justiciera.
Por otro lado, ¿qué era un atentado
individual? Poco, si se le comparaba con la represión y la muerte de
decenas de sindicalistas y trabajadores. En otra ocasión, en plena
guerra mundial, cuando un policía le habló de un atentado terrorista le
respondió que en comparación con el terrorismo que se estaba
desarrollando en Europa, aquel atentado «era pura bagatela”. En este
punto la posición de Emma tuvo lejos de alcanzar el rigor y el repudio
que tuvo en otros anarquistas conocidos y sobre todo en los marxistas.
Con actuaciones como ésta no tardó en hacerse sumamente impopular para
los poderes públicos. La policía la vigilaba constantemente,
obstaculizaba siempre que podía sus actividades, y la detuvo en
tantísimas ocasiones que siempre llevaba consigo un libro para no perder
demasiado el tiempo en prisión. La prensa sensacionalista la atacó
continuamente. Se la culpó de ser la instigadora de numerosas luchas
obreras promovidas, a veces espontáneamente y, a veces, por los
“wobbies” (militantes del IWW), de conspirar para derrocar el gobierno
constitucional, de revelar información sobre el control de la natalidad…
de antipatriota y, por supuesto, de prostituta.
Al margen de diversas detenciones
menores, purgó durante dos años en una prisión federal donde en poco
tiempo se situó a la cabeza de la lucha por la dignidad humana. Por ello
desafió duramente a celadoras, policías, autoridades y tenebrosas
celdas de castigo. Su actuación se dejó sentir y logró modificar
bastantes cosas, y sobre todo ganó para esta causa a otra recluso, Kate
O’Hara, que con el tiempo se haría famosa cuando tras salir de
libertad se trasladó a California e inició desde allí una campaña de
protesta contra los métodos carcelarios imperantes y con el tiempo llegó
a ser directora de penales llevando a cabo notables reformas en el
sistema.
En la cuestión del feminismo se puede
decir, con palabras de Nietszche, que la Goldman fue una mujer contra su
tiempo: el carácter vanguardista de sus concepciones llegó a
soliviantar al mismísimo Kropotkin, el «príncipe
anarquista” que la consideró excesivamente avanzadas. Fue llamada no sin
motivo, la «Reina de los anarquistas” y simbolizó durante su época las
posiciones de autonomía femenina, de amor libre, de una total falta de
prejuicios… Emma llegó hasta asumir la defensa de los homosexuales, algo
que casi ningún revolucionario notorio de su tiempo se atrevió a hacer.
En su formación revolucionaria, Emma fue
antes feminista radical que anarquista. Como dice muy bien Alix
Shulman, Emma: “Utilizó la doctrina anarquista para explicar
la opresión que padecían las mujeres, pues sabía muy bien que la raíz de
semejante opresión era más profunda que las instituciones. Cuando su
anarquismo entraba en conflicto con su feminismo, reaccionaba siempre
como feminista. A semejanza de muchas mujeres de la izquierda actual, se
rebeló cuando los hombres radicales le menospreciaban por el sólo hecho
de ser mujer…” (6)
El ideario personal de Emma era bastante
distinto del de las corrientes feministas entonces predominantes, entre
las cuales el anarquismo no se contaba. No podía estar de acuerdo de
ninguna manera con las sufragistas, ni en los medios ni en los fines;
Emma no consideraba el sufragio una conquista importante y menos para
formar parte de una democracia burguesa. Estaba un poco más de acuerdo
con las socialistas que ponían un notable énfasis en la emancipación
económica de la mujer, pero consideraba los partidos como una cadena y
desconfiaba de cualquier programa político. Para Emma era mucho más
importante el factor ideológico y creía que el centro del problema
radicaba en el machismo, en el hecho de que los hombres eran “tiranos
inconscientes” y la sumisión actuaba sobre las mujeres como un «tirano
interno”.
La mujer estaba educada para ejercer
como tal (“Casi desde la infancia, escribió, las jóvenes aprenden que el
más alto objetivo en la vida es el matrimonio”), eran incapacitadas
para el goce sexual, por lo cual «la vida de estas muchachas se destruye
por la frustración”. En el momento en que la mujer contempla la
sexualidad de igual a igual que el hombre, sistemáticamente es tratada
como alguien monstruoso o enfermizo. Hasta los hombres más avanzados se
sienten incómodos ante mujeres así y actúan sin excepción en plan
dominante. Por eso, Emma tiene claro que la emancipación de la mujer
será obra de la mujer misma:
El desarrollo de la mujer), su
libertad, su independencia, deben de surgir de ella misma, y es ella
quien deberá llevarlos a cabo. Primero, afirmándose como personalidad y
no como mercancía sexual. Segundo, rechazando el derecho de cualquiera
que pretenda ejercer sobre su cuerpo; negándose a engendrar hijos, a
menos que sea ella quien los desee; negándose a ser la sierva de Dios,
del Estado, de la sociedad, de la familia, etc., haciendo que su vida
sea más simple, pero también más profunda y más rica. Es decir, tratando
de aprender el sentido y la sustancia de la vida en todos sus complejos
aspectos, liberándose del temor a la opinión y a la condena pública.
Sólo eso, y no el voto, hará a la mujer libre (7).
Sin embargo, aunque en lo fundamental
será difícil encontrar hoy alguna feminista que no esté de acuerdo con
lo que aquí se dice, en el último aspecto la posición de Emma careció de
cualquier proyección al margen de las huestes ácratas, entre las cuales
destacó también otra gran personalidad femenina llamada Voltairine
de Cleyre (8). La mayoría del feminismo militante nunca subestimó
la importancia de la lucha por un derecho que le permitió conocer, como
diría Emmeline Pankhurst, “la alegría de la lucha”, y
sentar las bases de movimientos ulteriores. La mujer no habría llegado a
hacer las conquistas que ha hecho sin el sufragismo y sin la labor de
las socialistas en los partidos y sindicatos obreros. El punto más débil
de Emma fue su vanguardismo que sólo conectó con las masas precisamente
en aquellos momentos en que las luchas concretas cobraban alas a partir
de una pequeña reivindicación. . .
Fueron muy pocas las mujeres de su época
las que llegaron a repudiar el puritanismo como ella. Emma estaba
convencida de que el sexo era «tan vital como la comida y el aire”, y
subrayó la contradicción que existía en el hecho de que las mujeres
fueran obligadas por una parte a ser asexuadas y por otra, a vender su
cuerpo a través del matrimonio o la prostitución pública. Llegó a estas
conclusiones no a través de una sistematización teórica -aunque fue muy
influida por Havelock Ellis y por Margaret
Sanger-, sino a través de una ardua experiencia conseguida cuando
trabajó en diferentes ocasiones como obrera y, sobre todo, cuando
ejerció durante algún tiempo como asistente sanitaria. En su inquieta
vida, también trató en múltiples ocasiones con «mujeres de vida fácil”
en las que encontró no pocas amigas que la apoyaron y la escondieron en
momentos verdaderamente difíciles cuando huía de la policía o de los
pistoleros de la patronal preocupados por sus denuncias de las
injusticias laborales o de otros problemas. Emma llegó a ver en estas
mujeres una paradójica síntesis del problema femenino:
No existe un sólo lugar donde la
mujer sea tratada sobre la base de su capacidad de trabajo, sino a su
sexo. Por tanto, es casi inevitable que deba pagar con favores sexuales
su derecho a existir, a conservar una posición en cualquier aspecto. En
consecuencia, es sólo una cuestión de grado el que se venda a un sólo
hombre, dentro o fuera del matrimonio o a muchos. Aunque nuestros
reformadores no quieran admitirlo, la inferioridad económica y social de
las mujeres es la responsable de la prostitución (9).
Con opiniones como ésta, no era de
extrañar que Emma pareciera una auténtica bestia negra a unas
autoridades puritanas e hipócritas. Un periodista diría que “fue enviada
a prisión por sostener que las mujeres no siempre deben mantener la
boca cerrada y su útero abierto”. El caso es que en cada conferencia o
mitin que daba sobre la cuestión de la mujer, las autoridades dudaban si
encerrarla ya antes y si no lo hacían es porque temían que podía ser
peor por la campaña que se desataría en su defensa. Mientras que llamó a
las mujeres a no tener como objetivo el matrimonio y a conseguir
mejoras en las fábricas, o su propia determinación, la cosa no pasó de
unos días entre rejas, pero cuando el 23 de marzo de 1915, delante de
una amplia audiencia en el “Sunrise Club” de Nueva York, explicó quizá
por primera vez en la historia, cómo tenían que ser utilizados los
anticonceptivos, la paciencia policíaca alcanzó un techo.
Fue entonces arrestada ipso facto
y llevada a un juicio que se convirtió en un acto espectacular durante
el cual -no sin una contradicción por su parte- aprovechó magistralmente
las tradiciones democráticas revolucionarias de los «padres de la
patria” norteamericana para denunciar un poder que traicionaba sus
propios dioses democráticos cuando les convenía. Gracias a su brillante
autodefensa el juez le dio a elegir entre pasar quince días en un taller
penitenciario o pagar una multa de quince dólares. Como la ayuda en
estos casos siempre era generosa, Emma optó por lo segundo.
En Nueva York, Emma vivía habitualmente
en el bohemio «Greenwich Village”, tal como la muestra la famosa
película de Warren Beatty, Reds
(10). Puede decirse que en la atmósfera de este barrio se hallaba como
un pez en el agua, y volvía a él siempre después de una campaña
política. Allí se encontraban amalgamadas las vanguardias estéticas,
morales y políticas, y Emma representaba junto con Berkman y el
italonorteamericano Carlo Tresca, el sector ácrata. El barrio era en
ocasiones la caja de resonancia de las campañas políticas de los
radicales como en la que, bajo la inspiración de John Reed
y con el apoyo del dirigente de los IWW, Dan Heywood,
montaron una impresionante obra teatral en la calle que representaba la
terrible huelga de Patterson. Económicamente la obra fue un fracaso,
pero emocionalmente conmovió los cimientos del lugar.
Cuando estalló la Gran Guerra en agosto
de 1914, Emma empezó a trabajar con todas sus fuerzas contra la
intervención norteamericana en el conflicto y fundó junto con Reed,
Berkman, Tresca y otros amigos la Liga Antialistamiento que llegó a ser
el centro neurálgico de toda la agitación pacifista y antipatriotera. No
pasó mucho sin que fuera de nuevo detenida y juzgada al tiempo que las
revistas que dirigía con Berkman fueron cerradas e invadidas por la
policía. Situada delante de los jueces no tuvo inconveniente en
declarar: “Ninguna guerra se justifica si no es con el propósito de
derrocar el sistema capitalista y establecer el control industrial de la
clase trabajadora” (11).
Por esta razón, insistió en otra
intervención, habían sido consecuentes haciendo propaganda
antimilitarista desde el inicio de sus vidas militantes, aunque, al
contrario que el gobierno, la Liga que representaban jamás había hecho
nada contra la conciencia de nadie, sólo desertaban los que no querían
participar en una carnicería motivada por intereses financieros. Esta
vez, a pesar de todo el genio polémico de Emma, el veredicto del
tribunal fue más allá de la multa o la cárcel, y siguiendo los dictados
del gobierno de Wilson fueron obligados al destierro
fuera del país. Para Emma aquello era pura y simplemente un robo de su
ciudadanía, pero significaba más; era el fin de un período de una mayor
flexibilidad democrática. Cuando se enteró de la noticia un fiscal de
Washington pudo comentar con ironía: “Con la prohibición que se avecina y
Emma Goldman que se va, este país será muy monótono”.
El nuevo país al que iban a encaminarse
había sido el suyo de la infancia y ahora se encontraba bajo el signo de
una revolución que les llenaba de esperanzas. Seis días antes de la
Navidad de 1919 salían hacia su nuevo destino en el “Buford”, un
desvencijado navío militar. Emma y Alexander no compartían el estrecho
criterio de muchos anarquistas que reducían la revolución de Octubre a
un golpe de Estado dado por la izquierda. Para ellos, Octubre había sido
la culminación de la revolución rusa y miraban a los bolcheviques con
ojos de buenos amigos y estaban en buena medida convencidos de que éstos
se habían apropiado de ciertas premisas libertarias para proclamar que
todo el poder debía de ser para los soviets, o sea para los consejos de
obreros, campesinos y soldados. Durante los primeros tiempos, que
coincidieron con una indescriptible guerra civil que destruiría
radicalmente las bases materiales de la revolución, ambos trabajaron
junto con los bolcheviques que se habían convertido en un Ejército Rojo
disciplinado para vencer. Durante este tiempo polemizaron con los
anarquistas que se negaban a colaborar y se establecieron un poco como
un puente entre ellos y el poder revolucionario. Esta actitud,
fundamentalmente positiva, comenzó a cambiar al final de la guerra
cuando los bolcheviques fueron prohibiendo las diferentes tendencias
socialistas disconformes con su programa y sus métodos y fueron
enfrentándose a las revueltas campesinas y obreras con las armas. El
punto definitivo de su ruptura ocurrió en medio de los acontecimientos de Kronstadt en marzo de 1921, en
los que un grupo insurreccionado levantó la bandera de una tercera
revolución y los bolcheviques los reprimieron por medio de la fuerza”
(12).
Entre enero de 1920 y marzo de 1921,
Emma y Berkman trataron de mediar contra las actuaciones represivas de
la Cheka, constituida según expresión de su máximo jefe Félix
Dzherjinski, por santos y canallas. Se entrevistaron
sucesivamente con Lenin y Trotsky que
prometieron revisar algunos casos; con Máximo Gorky al
que encontraron apesadumbrado por su mala conciencia -se había opuesto
inicialmente a la revolución- y por el terrible analfabetismo del pueblo
incapaz de asumir las responsabilidades del poder con sus propias
manos; con Alejandra Kollontaï que les argumentó que en toda
gran obra tenían que existir pequeños errores; con los delegados de
origen libertario del II Congreso de la Internacional Comunista como Víctor
Serge, Alfred Rosmer, Joaquín Maurín, etc., pero
todo fue prácticamente inútil. El caso de Maknó se sumó al de Kronstadt y la
ruptura fue tan radical que los dos se convirtieron en la principal
fuente de las acusaciones anarquistas contra el comunismo ruso.
En contra de los bolcheviques, Emma
vuelve su mirada hacia Kropotkin al que había conocido antes en un
Congreso anarquista. El “príncipe anarquista” que durante la Gran Guerra
y en la primera etapa de la revolución rusa había indignado a Emma por
su actuación pro-Entente y de apoyo al Gobierno provisional -Kerensky
quiso hacerlo ministro-, se encontraba ya agonizante y soñaba
con una nueva Rusia estructurada por comunas que organizarían la pequeña
industria artesanal, industrial y campesina que se federarían entre sí…
Durante cierto tiempo y por miedo de hacerle el juego al imperialismo
que tenía cercado el «país de los soviets”, ninguno de los dos escribió
nada para el gran público, pero en 1922 decidieron hacerlo. En uno de
sus trabajos, Emma escribe:
Quizá la revolución de Rusia nació
ya sentenciada. Llegando arrastrada por los cuatro años de guerra, que
habían aniquilado sus mejores valores y devastado sus mejores y más
ricas comarcas, es posible que la revolución no hubiese tenido
suficientes fuerzas para resistir los locos arrebatos del resto del
mundo. Los bolcheviques afirman que fue culpa del pueblo ruso que no
tuvo suficiente perseverancia para resistir el lento y doloroso proceso
de cambio operado por la revolución. Yo no creo eso y aceptando que esto
fuese cierto, yo insisto, sin embargo, en que no fueron tanto los
ataques del exterior como los insensatos y crueles métodos que en el
interior estrangularon la revolución y la convirtieron en un yugo odioso
puesto sobre el cuello del pueblo ruso. La política marxista de los
bolcheviques, alabada en un principio como indispensable a la revolución
para ser abandonada después de haber introducido el descontento, el
antagonismo y la miseria, fueron los verdaderos factores que destruyeron
el gran movimiento e hicieron perder la fe del pueblo (13).
Su profunda aversión al bolchevismo
llevó a Emma a no distinguir en su interior el más mínimo matiz. De esta
manera, cuando tenían lugar los llamados “”procesos de Moscú”, no dudó
en escribir un panfleto contra Trotsky que tenían un título bastante
explícito: Trotsky habla demasiado. Para ella, éste no había hecho otra
cosa que preparar el camino de Stalin y calificó -junto con la CNT- a los
“procesos” como un mero ajuste de cuentas entre “autoritarios”. Durante
la guerra civil española llegó a hablar de “contrarrevolución marxista”
para definir la política estalinista, y solamente cuando la represión se
abatió contra el Poum trató (paradójicamente) a Andreu
Nin y a sus compañeros de “verdaderos bolcheviques”.
El nuevo exilio de Emma Goldman estuvo
lejos de ser dorado. No pudo volver a los Estados Unidos hasta después
de muerta y las cancillerías europeas, temerosas de su fama de
agitadora, le negaban sistemáticamente un visado. No obstante, aún pudo
palpar por última vez la miel de la fama y de la simpatía de las masas
cuando un mitin suyo en Canadá congregó a veinticinco mil personas.
Después de muchas tentativas consiguió un albergue en Inglaterra gracias
a los esfuerzos de la izquierda laborista, en particular a Harold
Laski, teórico de la “revolución consentida” con el que tuvo
amistad aunque no llegara obviamente a comulgar con sus ideas.
En 1931 escribió su autobiografía Living
my life (Vivir mi vida) que será un gran éxito editorial
internacional y que representa su mayor esfuerzo literario.
Pero a pesar de este triunfo personal,
aquella fue una mala época para Emma. En Inglaterra no podía intervenir
en la política y se encontraba por primera vez desarraigada, sin un
campo de acción donde proyectarse. Se encontraba profundamente deprimida
cuando le llegó la terrible noticia de que su compañero incondicional
Alexander Berkman se había suicidado en París. Berkman estaba al parecer
muy enfermo y muy desalentado por graves problemas con su nueva
compañera, además el clima de tensiones y desavenencias entre los
anarquistas rusos en el que la tensión resultaba insoportable. Cuando
llegaron las noticias de la guerra y la revolución española, Emma
comentó que igual que ella Berkman hubiera renacido con entusiasmo.
A pesar de toda las clases de obstáculos
que le ponían las autoridades británicas, Emma no pudo permanecer
totalmente alejada de unos acontecimientos que parecían confirmar sus
convicciones de que una revolución anarquista era posible. Aunque no
pudo instalarse en España como era su deseo logró arreglar las cosas
para poder efectuar tres largas visitas. En una de ellas visitó con
entusiasmo el frente de Aragón, conoció las experiencias comuneras y
departió animadamente con figuras del anarquismo como Durruti
que la causó una honda impresión.
Aunque el idioma era una barrera
difícilmente franqueable para actuar en el escenario español, se esforzó
a pesar de las prohibiciones del gobierno inglés en fomentar la
solidaridad con los combatientes. Su admiración por la valentía y el
entusiasmo de sus compañeros españoles no le llevó como a otros ilustres
anarquistas extranjeros a plegarse ante la orientación política de la
CNT-FAI. No comprendía ni admitía que los anarquistas pudieran colaborar
con los republicanos y con los comunistas en unas tareas
gubernamentales que iban en contra de la revolución que sus bases
militantes estaban llevando a cabo. Se encontraba ante este problema
bastante sola y se sintió internamente dividida entre sus convicciones y
sus simpatías. Por un lado estaba persuadida de que en un mundo que se
derrumbaba a su alrededor no había más salida que la anarquía, pero por
otro intentaba comprender y veía que los dirigentes anarcosindicalistas
aunque no actuaban en “provecho propio” y “eran demasiado humanos”, no
por ello podía dejar de denunciar una política “rayana con el
oportunismo” y planteó sin éxito sus desavenencias en la Internacional
Libertaria, aunque nunca hizo una crítica sistemática y rigurosa.
La derrota de la revolución y de la
República española cerraron el tiempo que se había dado por delante de
su compañero y el 17 de enero de 1940 una hemorragia cerebral le causó
la muerte. Con ella moría en cierta medida, toda una época; moría una
mujer que sería la más alta expresión del feminismo libertario cuyos
frutos sobrepasarían el campo de la anarquía y extendería su influencia
entre todas las ramas del feminismo radical.
Por Pepe Gutiérrez-Álvarez
Para Kaos en la Red
NOTAS
(1) Johann Most, célebre y controvertido
anarquista alemán (Augsburg, Alemania, 1846-Cincinnatti, USA, 1909),
que extendió sus actividades por su propio país, Austria, Inglaterra y
Estados Unidos. Algunos historiadores lo equiparan como profeta a
Bakunin y Kropotkin, aunque la mayoría lo ven como un turbio
representante del terrorismo. Richard Drinon lo
describe como un personaje que «llegó a convertirse en una figura
verdaderamente trágica, en una “criatura de Andreiev, a quien todos
abofeteaban: no querían aceptarlo en ningún trabajo por temor a que su
rostro ahuyentara a los clientes; las muchachas y las mujeres rechazaban
con repugnancia sus intenciones y, finalmente, la prensa, en especial
la norteamericana, utilizaba la cara barbuda de Most, coronada por una
mata de pelo, como modelo para la caricatura del anarquista que lleva la
bomba bajo el brazo». Hijo de una familia pobre, Most tuvo una
enfermedad que duró cinco años, y después de una intervención quirúrgica
le deformó para siempre el rostro. Lo maltrataron una madrastra cruel y
el no menos cruel patrón que lo tenía como aprendiz. Se educó con su
propio esfuerzo y se hizo zapatero. Como «compagnon» viajó por toda
Alemania, Austria, Italia y Suiza. Fue en este último país donde se
adhirió a la AIT.
En el verano de 1869, fue encarcelado en
Viena, debido a una soflama revolucionaria. Un año después de haber
participado en la organización de una manifestación pública en demanda
de la libertad de palabra y de reunión, fue sentenciado a cinco años
acusado de «alta traición». Después de algunos meses de prisión, fue
indultado y expulsado de Austria. En Alemania tomó parte en el partido
socialdemócrata. Fue elegido en 1874 diputado socialista en el
Reichstag. En 1880, cuando la Ley contra los socialistas, se refugió en
Inglaterra (algunos de sus adversarios anarquistas achacan a esta
frustración de su carrera parlamentaria su inclinación bakuninista).
Bastante radicalizado, funda Freiheit
(Libertad), en abierta polémica con el órgano oficial del SPD, Sozialdemokratic.
Es expulsado por indisciplina, y evoluciona hacia el anarquismo. Most
ayuda a crear algunos núcleos minoritarios en Alemania, y contribuye a
que los «jóvenes socialistas» y la facción de izquierda del socialismo
austriaco, evolucione hacia el anarquismo. En 1881 pasó seis meses de
cárcel debido a un artículo en el que se mostraba un entusiasta de la
táctica nihilista que acababa de ejecutar al zar Alejandro II.
Esta confianza en la violencia le llevó a escribir a menudo cosas como
la siguiente: «¡La dinamita! El mejor de los inventos. Introdúzcanse
varios kilos de esta preciosa sustancia en un tubo, obtúrense ambos
extremos, métase un dedal provisto de mecha, colóquese junto a un grupo
de los ricos parásitos que viven del sudor de otras frentes y préndase
fuego a la mecha. El resultado es de lo más maravilloso y reconfortante…
Medio kilo de esta excelente sustancia basta para hacer saltar por los
aires a unos cuantos explotadores; ¡no lo olvidéis!».
No era Inglaterra entonces un terreno
propicio para la vehemencia de Most y entonces emigró a los Estados
Unidos. Su entrada en la escena norteamericana no pudo ser más
apoteósica. Fue recibido con un mitin multitudinario y en poco tiempo,
se puso a la cabeza de las dispersas huestes libertarias —compuestas
primordialmente por emigrantes europeos y consiguió arrancar una
importante fracción de las filas socialistas a través de varios debates
públicos donde impuso su talla como polemista y orador. El medio
primordial de la influencia de Most en Norteamérica fue la emigración
que hablaba en alemán. Con la colaboración de Albert Parsons
y de August Spies, Most redactó el famoso Manifiesto
de Pittsburg, en el que se limita a reproducir esquemáticamente algunas
de las ideas motrices de Bakunin. En primer lugar —y no es casualidad—
el Manifiesto dice que «debía de destruirse por cualquier medio el orden
social existente»; en segundo término postula la necesidad de organizar
la producción siguiendo el esquema colectivista de su maestro y, en
tercer lugar, exigía el «libre intercambio de productos equivalentes por
y entre organizaciones productoras no lucrativas, sin mediación del
comercio». Su ideario incluía además el federalismo, las cooperativas de
producción, pero sobre todo insistía en la rebeldía permanente y por
cualquier medio. Most se mostró largamente reacio a los planteamientos
comunistas de Kropotkin.
Siguió publicando Freiheit, así como
algunos folletos como La peste religiosa (1883), La bestia
propietaria, La sociedad libre, donde desarrolla su
concepción más personal del anarquismo y en 1899 muestra de su
conversión al comunismo publicando El comunismo libertario. Ya
1891 había publicado en alemán el libro de Bakunin Dios y el Estado.
En 1897, Most se hizo cargo de otro periódico, el Diario de
los Trabajadores. En 1886, después de los sucesos de
Haymarket, una de sus editoriales incendiarias le llevaron de nuevo a la
cárcel, esta vez a la penitenciaria de Blakwell, Nueva York. Poco
después lo descubrió Emma Goldman, que se sintió fascinada por su
fulgurante personalidad. Él se sintió idolatrado y quiso tenerla a su
servicio. Lo «único que le importa, dice, es tener cerca a su
mujercita». Cuando demuestra su independencia, Most se siente
traicionado. En 1891 Emma se aproximó a los adversarios de Most dentro
del movimiento, al grupo «Autonomy», en el que Joseph Peukert
tenía el papel más activo. Este grupo criticaba a Most por su tendencia
conspiradora y autoritaria. En tanto que Emma Goldman se insertó en un
movimiento crítico y radical muy amplio, Most siguió aferrado a su
ámbito germano y fiel a los métodos violentos y conspirativos. Nunca
llegó a ejercer una influencia social organizada. Siguió luchando con su
periódico hasta que la muerte le sorprendió durante una gira de
agitación. Su figura atrajo la imaginación de Henry
James que lo inmortalizó como el misterioso Hoffdahl de su obra La
princesa Casamissima. Rudolf
Rocker escribió una biografía suya, Joham Most. La vida de un
rebelde (La Protesta, Buenos Aires, 1927).
(2). Cf. Living my life (hay una
traducción castellana editada por la Fundación Anselmo Lorenzo en dos volúmenes). A
considerar también: Emma Goldman. Anarquista de ambos mundos,
Campo abierto, ed. Madrid, 1978 (hay una edición Laia de Barcelona con
otro subtítulo: Una anarquista en la tormenta del siglo). Otra
biografía suya es la de Richard Drinon Rebelde en
el paraíso, Ed. Americalee, Buenos Aires, 1960.
(3). Cf. Cinco mujeres contra el zar,
Ed. ERA, México, 1981.
(4) El primero de mayo de 1886 los
trabajadores de máquinas agrícolas de McCormick de Chicago se declararon
en huelga para obtener una jornada de trabajo de ocho horas. El día
tres con ocasión de un mitin solidario la policía cargó contra los
trabajadores, entonces fue cuando una bomba anónima estalló causando
cuatro muertos y una veintena de heridos. La administración americana, a
falta de culpable conocido, quiso hacer un escarmiento contra el
movimiento obrero y tras un juicio fantoche asesinó a los organizadores
de un Congreso anarquista celebrado en las proximidades, en Pittbourg,
aunque ninguno de los inculpados estuvo en el mitin. Su voluntad de ser
enterrada junto a los «mártires de Chicago» fue respetada por la
administración Roosevelt.
(5). León Czolgosz se había acercado a
Emma en una ocasión pero sus amigos sospecharon de él. Era muy posible
que hubiera realizado el atentado para hacerse valer en el medio
anarquista más radical.
(6). Prólogo de Tráfico de mujeres y
otros ensayos sobre el feminismo, Ed. Anagrama, Barcelona, 1977,
p. 14. Algunos de sus escritos (Amor y matrimonio, La
tragedia de la emancipación femenina, fueron publicados por las Mujeres
Libres.
(7). Ibidem, p.18.
(8). “La más bella flor de esa evolución
libertaria -de los demócratas de izquierda- entre americanos que, sin
preocuparse de las escuelas socialistas y anarquistas europeas, trataban
simplemente de combinar al máximo de libertad, de solidaridad y de
sentimientos revolucionarios como abnegados para los trabajadores
explotados, para las mujeres enfeudadas a las costumbres de la familia,
para la humanidad sometida a los gobernantes fue Voltairine de Cleyre
(1886-1912) inspirada sus comienzos por el libre pensamiento, el
martirologio de Chicago y las ideas e impulsiones de ayer, D.
Lum (1839-1893), pero llegada durante sus veinticinco años de
actividad a una concepción de la anarquía que fue tal vez la más amplia,
tolerante, y además seria, reflexiva, que conocemos al lado de Eliseo
Reclús. En su conferencia sobre la anarquía dada en Filadelfia de
1902, explica las diversas concepciones, la individualista, la
mutualista (Lum), las colectivistas, la comunista en perfecta igualdad y
explica las diferencias por los ambientes y personalidades donde han
nacido. Si se hubiera dado siempre en esta posición, cuántas
animosidades estériles nos habrían sido ahorradas!” Max
Nettlau, Historia de la anarquía, Ed. Zafo, Barcelona,
1978. Cuando un senador reaccionario dijo que daría gustosos mil dólares
por disparar a bocajarro contra un anarquista, Voltairine se ofreció
como blanco.. Esto fue lo que hizo, ser el blanco de un pistolero, seis
años más tarde y quedó desde entonces maltrecha. Sin embargo, ella no
quiso llevar al autor a los tribunales.
(9) Tráfico de mujeres, Pág. 38.
(10) Quizás uno de los aspectos
positivos de esta película sea su colaboración al redescubrimiento de
Emma que empero, aunque muy bien interpretado por Mauren
Stapleton, aparece extrañamente como una mujer solitaria, sin
Berkman y bastante cortada de su contexto real de intervención. Sobre
Reds me permito señalar mi trabajo sobre la película aparecido en la
antología de John Reed titulada Rojos y Rojas (Ed. Intervención
cultural/El Viejo Topo, Barcelona, 1999).
(11). Esta fórmula era la defendida por
los teóricos del «Industrial Worker of World”, de inspiración marxista.
Se trataba de una dictadura del proletariado basada en los sindicatos y
el control obrero de las industrias.
(12). Una versión bastante detallada y
reflexiva sobre estos acontecimientos es la de Paul Avrich,
Kronstadt 1921, Ed. Proyección, Buenos Aires. Avrich demuestra
que: a) los ocupantes de la fortaleza no eran anarquistas y querían
unos soviets sin bolcheviques; b) que los blancos deseaban
fervientemente su victoria; c) que los bolcheviques no tuvieron más
remedio que intervenir. Me remito a los artículos sobre la cuestión
aparecido en Kaos.
(13). Dos años en Rusia,
Pequeña Biblioteca, Mallorca, 1978, págs. 27-28. Berkman publicó tres
pequeños libros sobre el tema: La rebelión de Kronstadt, El mito
bolchevique y La revolución rusa y el Partido Comunista. Emma
Goldman igualmente trata ampliamente el tema en su autobiografía.
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