La crisis que golpea a Europa, recientes datos
negativos referentes a la economía norteamericana y el anuncio de una
probable disminución en el ritmo de crecimiento de la economía china,
provocaron una caída generalizada de las bolsas del mundo. Esta
situación pone en tela de juicio la débil recuperación en curso de la
economía mundial planteando la posibilidad de una recaída en la recesión
cuestión que afectaría los actuales índices de crecimiento de la
economía argentina y del conjunto de los países semi-coloniales.
Toronto Canadá fue escenario, el pasado domingo, de la Cumbre de los 20 países que incluyen a las principales potencias industriales (G-7 más Rusia), a las llamadas economías emergentes y a un representante por el resto de la Unión Europea. El telón de fondo venía dado por varios puntos de divergencia. En primer lugar, una disputa entre los países de Europa (con Alemania a la cabeza) y Estados Unidos, alrededor de lo oportuno o no de retirar los planes de estímulo estatal y aplicar planes de ajuste y reducción de deudas públicas. Por otra parte una discusión respecto de la imposición de un impuesto internacional a los bancos o a las transacciones financieras. Otro aspecto de disputa versaba sobre la exigencia a China de que revalúe su moneda, el yuan, con el fin de obligarla a reducir la competitividad de sus exportaciones.
Ninguna de estas cuestiones tuvo resolución alguna en los “acuerdos” de Toronto. El resultado fue una declaración ecléctica y de compromiso, que aunque más favorable a la posición de Europa y el FMI, mantiene la principal disputa exactamente en los términos en que estaba planteada originalmente. La declaración proclama tanto que “los países con serios problemas fiscales necesitan acelerar el camino de la consolidación” como que es “esencial reforzar la recuperación” subrayando la necesidad de aplicar los planes de estímulo ya acordados. Respecto de la instauración de un “impuesto bancario global”, la Cumbre obtuvo el notable acuerdo que sostiene que cada país podrá aplicar el impuesto que le parezca, eliminando cualquier fecha concreta de efectivización y pateando la discusión para la próxima Cumbre que se llevará a cabo en Seúl, Corea del Sur, en el mes de noviembre. Por último China que con sus anuncios previos respecto a una muy dudosa revaluación del yuan (ver LVO Nº 380) había logrado sacar esta cuestión del centro de la cumbre, se negó a que su tibia medida fuera siquiera registrada en la declaración por temor a quedar pegada a algún tipo de compromiso efectivo.
Un nuevo martes negro
A la “contundencia” de estos acuerdos globales se sumaron el pasado martes tres factores. El temor a una disminución del crecimiento de la economía china debido a que su principal índice económico de abril fue revisado a la baja (de 1,7% a 0,3%) generando fuertes caídas en las bolsas asiáticas. Un manto de duda respecto de la posibilidad de los bancos europeos de devolver a su vencimiento, es decir, en el día de la fecha, la impactante suma de 442.000 millones de euros (545.500 millones de dólares) al Banco Central Europeo que bajo la forma de préstamos de emergencia fueron concedidos hace un año. Finalmente, el instituto The Conference Board (el mismo que realizó el anuncio sobre China), informó que la confianza de los consumidores en Estados Unidos en la evolución de la economía descendió desde 62,7 puntos en mayo a 52,9 puntos este mes, cuando la previsión de los economistas esperaba que se situara en 62 puntos. Las palabras de Obama y el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, asegurando que “la economía se fortalece” aunque “aún persiste mucho trabajo por hacer”, no tuvieron efecto. Las bolsas se desplomaron a un lado y otro del Atlántico provocando un nuevo martes negro. Pero más allá de los hechos, veamos que hay detrás de la principal discusión que allende la cumbre del G-20 y sus resultados inmediatos, se ha instalado en el crítico escenario de situación económica mundial.
Los capítulos de la crisis
Desde que el riesgo de cesación de pagos en Grecia ocupó el centro de la escena, extendiéndose posteriormente a los denominados PIIGS, afectando de lleno la zona euro y su moneda como así también a países fundamentales de la Unión Europea como Inglaterra, quedó abierto el segundo capítulo de la crisis económica mundial. Pero esta diferenciación en capítulos o fases no refiere sólo a una cuestión temporal sino que implica también su contenido que da cuenta de las formas particulares que adoptan las respuestas de los principales Estados capitalistas.
Durante la primera fase de la crisis que por su magnitud amenazaba convertirse en la segunda Gran Depresión después de la de los años 30, los Estados capitalistas presos del pánico, respondían de forma coordinada. Enarbolando la máxima “cuando estamos en el agujero todos somos keynesianos” [1], los Estados llevaban a mínimos históricos las tasas de interés bancario, rescataban al sistema financiero (el núcleo donde se originó la crisis y el sector que a través del “efecto riqueza” había contribuido al sostenimiento de la demanda durante los últimos años) y desarrollaban planes de estímulo fiscal. Estas políticas si bien lograban evitar que la Gran Recesión se convirtiera en una nueva Gran Depresión, no conseguían resolver ni mucho menos, los grandes problemas estructurales que estaban en el origen de la crisis [2]. Permitiendo un respiro, esquivando la depresión y logrando un débil grado de recuperación de la economía mundial, la crisis y el endeudamiento del sector privado, aún sin resolverse, se trasladaban al sector público originando un nivel de endeudamiento estatal sin precedentes que devino el punto de partida del presente segundo capítulo.
Sobre “planes de estímulo” y “planes de ajuste”
La característica de este segundo momento es que como subproducto de los distintos ritmos con que salieron a luz las consecuencias del endeudamiento estatal, se ponen en escena políticas de respuesta a la crisis diferenciadas es decir, no coordinadas, por parte de los principales Estados. Este es un elemento muy importante que explica la actual divergencia entre los principales países de la Eurozona (aunque también de Inglaterra) por un lado y Estados Unidos por otro, respecto a la necesidad de aplicar “planes de ajuste” o continuar con los “planes de estímulo”. La aplicación inicial coordinada de los “planes de estímulo” estuvo asociada a la necesidad de rescatar al sistema financiero evitando una paralización del crédito. El salvataje de los bancos comerciales y de inversión así como de las aseguradoras perseguía reestimular (mediante dinero estatal, es decir, impuestos que son pagados fundamentalmente por los trabajadores y sectores populares) un sector que durante los últimos años había sido un pulmón esencial de la demanda. A su vez los estados aportaban -de la misma fuente-, flujos extra de demanda como por ejemplo el plan norteamericano de canje de autos nuevos por “chatarra”. Lo que se esperaba era que estos planes evitaran la depresión y reanimaran la economía para intentar regresar a un funcionamiento “normal”. Las burbujas de deuda y en particular el estallido en la zona euro fueron el síntoma del fracaso del retorno a esta “normalidad”. EEUU se jugaba a ir desmontando los planes de salvataje y subir paulatinamente las tasas de interés, aprovechando la devaluación del dólar que le permitiría la reducción de su déficit comercial y una mayor competividad externa. Sin embargo la abrupta devaluación del euro, la negativa de China a revaluar el yuan y la debilidad de su recuperación que permaneció extremadamente dependiente de los estímulos estatales, han frustrando esa vía.
Las políticas deflacionarias y de ajuste en Europa que empezaron en Grecia continuando luego por España y Portugal y llegando más tarde a Italia, a la propia Alemania, Francia e incluso a Inglaterra son una respuesta al estallido de las deudas y a la crisis del euro y, en última instancia, al fracaso de las políticas de rescate. Pero ahora los ritmos de la crisis divergen favoreciendo una profundización de los desequilibrios. Las medidas recesivas en Europa constituyen un elemento muy perjudicial para la política norteamericana. Cuánto más recesión haya en el resto del mundo, menos puede EE.UU. bregar por una recuperación más o menos “genuina” de su economía descargando la crisis sobre el resto del mundo. En un sentido esto le plantea que para mantener el poder imperial y el dólar como moneda de reserva, tiene que continuar acumulando deuda, déficits y desequilibrios. En un sentido, aunque salvando las grandes distancias (entre las cuales, la ausencia de un reemplazante a la vista, es un elemento fundamental), la situación se parece un poco para EE.UU. a la situación de Inglaterra y la libra esterlina en los años 20. La preocupación de EE.UU. es que cuanto más la crisis se deje actuar en el resto de los países centrales, más EE.UU. tiene que sostener artificialmente la economía, más tiene que emitir dólares sin respaldo y más tiene que hacer crecer su deuda acrecentando el peligro de un estallido espectacular. Más aún cuando el frente interno norteamericano está extremadamente complicado para el gobierno de Obama que entre otras muchas cuestiones acaba de perder una votación en el congreso para prorrogar los subsidios de desempleo cuando se acercan las elecciones legislativas y reina un profundo escepticismo frente a la recuperación de la economía.
Hacia un incremento de las contradicciones
Estados Unidos se encuentra presionado desde dos frentes: uno, el temor a que si se retiran las medidas de estímulo fiscal, se produzca una suerte de efecto “Roosevelt 1937” [3] cuando el retiro de los planes de estímulo estatal provocó una nueva recaída en recesión. Otro, el temor de prorrogarlos, enfrentándose a políticas recesivas en la mayoría de los países centrales, cuestión que pondría en el centro la debilidad de la economía norteamericana, con el consecuente incremento de sus deudas, el progresivo deterioro de su posición comercial y una reproducción perversa de sus desequilibrios para evitar la caída. Europa por su parte, pero sobre todo Alemania, busca a través de los planes de ajuste y ante el fracaso de los planes de estímulo, una vía más clásica de destrucción de capitales aprovechando la devaluación del euro para aumentar su competitividad comercial externa. China difícilmente acepte revaluar de manera contundente el yuan más aún cuando la devaluación del euro vuelve más competitivas a las exportaciones denominadas en euros. Estas condiciones generales de incremento de las contradicciones que son el verdadero fundamento de la divergencia alrededor de la oportunidad de “retirar los planes de estímulo” o “aplicar planes de ajuste”, probablemente tiendan a incrementar las tendencias proteccionistas y provoquen mayores tensiones desde el punto de vista comercial.
Mientras tanto, el capital financiero que ha logrado en las últimas décadas un alto grado de internacionalización acecha y está dispuesto a golpear sobre cada punto de debilidad. Muchas son las voces que señalan que Grecia no va a poder enfrentar la crisis aún con el salvataje y que va a tener que reestructurar su deuda, la calificadora Moody’s (la única de las tres que había mantenido la nota de la deuda española) amenaza con rebajarle la calificación. En una situación de vulnerabilidad extrema no se puede descartar la posibilidad de q-ue ataques especulativos provoquen una recaída coordinada de todas las bolsas que ponga fin a la débil recuperación en curso, reabriendo una nueva recesión de una magnitud al menos similar a la abierta a fines de 2008 con la quiebra de Lehman Brothers.
Notas
[1] Robert Kidelsky, El regreso de Keynes.
[2] Nos referimos al proceso de sobreacumulación de capitales y caída de la tasa de ganancia que despuntó a fines de la década del 70, en las postrimerías del denominado boom de posguerra y que fue parcialmente contrarrestado mediante la ofensiva neoliberal que a partir de los años 80 desarrolló, entre otros múltiples aspectos, un proceso de financierización de la economía sin precedentes históricos. Para profundizar sobre este tema, ver Crisis y contradicciones del “capitalismo del Siglo XXI”, Juan Chingo, Estrategia Internacional nº 24.
[3] El plan conocido como New Deal que fue aplicado por el presidente norteamericano Roosevelt en 1933 logró una recuperación de la economía norteamericana que no obstante no pudo recuperar el nivel previo a la caída tras el crack de 1929. En 1937, los planes de estímulo fiscal fueron retirados provocando una nueva entrada en recesión de la economía de EE.UU.
Panorama Internacional
fuente, vìa :
http://www.lahaine.org/index.php?p=46697
Toronto Canadá fue escenario, el pasado domingo, de la Cumbre de los 20 países que incluyen a las principales potencias industriales (G-7 más Rusia), a las llamadas economías emergentes y a un representante por el resto de la Unión Europea. El telón de fondo venía dado por varios puntos de divergencia. En primer lugar, una disputa entre los países de Europa (con Alemania a la cabeza) y Estados Unidos, alrededor de lo oportuno o no de retirar los planes de estímulo estatal y aplicar planes de ajuste y reducción de deudas públicas. Por otra parte una discusión respecto de la imposición de un impuesto internacional a los bancos o a las transacciones financieras. Otro aspecto de disputa versaba sobre la exigencia a China de que revalúe su moneda, el yuan, con el fin de obligarla a reducir la competitividad de sus exportaciones.
Ninguna de estas cuestiones tuvo resolución alguna en los “acuerdos” de Toronto. El resultado fue una declaración ecléctica y de compromiso, que aunque más favorable a la posición de Europa y el FMI, mantiene la principal disputa exactamente en los términos en que estaba planteada originalmente. La declaración proclama tanto que “los países con serios problemas fiscales necesitan acelerar el camino de la consolidación” como que es “esencial reforzar la recuperación” subrayando la necesidad de aplicar los planes de estímulo ya acordados. Respecto de la instauración de un “impuesto bancario global”, la Cumbre obtuvo el notable acuerdo que sostiene que cada país podrá aplicar el impuesto que le parezca, eliminando cualquier fecha concreta de efectivización y pateando la discusión para la próxima Cumbre que se llevará a cabo en Seúl, Corea del Sur, en el mes de noviembre. Por último China que con sus anuncios previos respecto a una muy dudosa revaluación del yuan (ver LVO Nº 380) había logrado sacar esta cuestión del centro de la cumbre, se negó a que su tibia medida fuera siquiera registrada en la declaración por temor a quedar pegada a algún tipo de compromiso efectivo.
Un nuevo martes negro
A la “contundencia” de estos acuerdos globales se sumaron el pasado martes tres factores. El temor a una disminución del crecimiento de la economía china debido a que su principal índice económico de abril fue revisado a la baja (de 1,7% a 0,3%) generando fuertes caídas en las bolsas asiáticas. Un manto de duda respecto de la posibilidad de los bancos europeos de devolver a su vencimiento, es decir, en el día de la fecha, la impactante suma de 442.000 millones de euros (545.500 millones de dólares) al Banco Central Europeo que bajo la forma de préstamos de emergencia fueron concedidos hace un año. Finalmente, el instituto The Conference Board (el mismo que realizó el anuncio sobre China), informó que la confianza de los consumidores en Estados Unidos en la evolución de la economía descendió desde 62,7 puntos en mayo a 52,9 puntos este mes, cuando la previsión de los economistas esperaba que se situara en 62 puntos. Las palabras de Obama y el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, asegurando que “la economía se fortalece” aunque “aún persiste mucho trabajo por hacer”, no tuvieron efecto. Las bolsas se desplomaron a un lado y otro del Atlántico provocando un nuevo martes negro. Pero más allá de los hechos, veamos que hay detrás de la principal discusión que allende la cumbre del G-20 y sus resultados inmediatos, se ha instalado en el crítico escenario de situación económica mundial.
Los capítulos de la crisis
Desde que el riesgo de cesación de pagos en Grecia ocupó el centro de la escena, extendiéndose posteriormente a los denominados PIIGS, afectando de lleno la zona euro y su moneda como así también a países fundamentales de la Unión Europea como Inglaterra, quedó abierto el segundo capítulo de la crisis económica mundial. Pero esta diferenciación en capítulos o fases no refiere sólo a una cuestión temporal sino que implica también su contenido que da cuenta de las formas particulares que adoptan las respuestas de los principales Estados capitalistas.
Durante la primera fase de la crisis que por su magnitud amenazaba convertirse en la segunda Gran Depresión después de la de los años 30, los Estados capitalistas presos del pánico, respondían de forma coordinada. Enarbolando la máxima “cuando estamos en el agujero todos somos keynesianos” [1], los Estados llevaban a mínimos históricos las tasas de interés bancario, rescataban al sistema financiero (el núcleo donde se originó la crisis y el sector que a través del “efecto riqueza” había contribuido al sostenimiento de la demanda durante los últimos años) y desarrollaban planes de estímulo fiscal. Estas políticas si bien lograban evitar que la Gran Recesión se convirtiera en una nueva Gran Depresión, no conseguían resolver ni mucho menos, los grandes problemas estructurales que estaban en el origen de la crisis [2]. Permitiendo un respiro, esquivando la depresión y logrando un débil grado de recuperación de la economía mundial, la crisis y el endeudamiento del sector privado, aún sin resolverse, se trasladaban al sector público originando un nivel de endeudamiento estatal sin precedentes que devino el punto de partida del presente segundo capítulo.
Sobre “planes de estímulo” y “planes de ajuste”
La característica de este segundo momento es que como subproducto de los distintos ritmos con que salieron a luz las consecuencias del endeudamiento estatal, se ponen en escena políticas de respuesta a la crisis diferenciadas es decir, no coordinadas, por parte de los principales Estados. Este es un elemento muy importante que explica la actual divergencia entre los principales países de la Eurozona (aunque también de Inglaterra) por un lado y Estados Unidos por otro, respecto a la necesidad de aplicar “planes de ajuste” o continuar con los “planes de estímulo”. La aplicación inicial coordinada de los “planes de estímulo” estuvo asociada a la necesidad de rescatar al sistema financiero evitando una paralización del crédito. El salvataje de los bancos comerciales y de inversión así como de las aseguradoras perseguía reestimular (mediante dinero estatal, es decir, impuestos que son pagados fundamentalmente por los trabajadores y sectores populares) un sector que durante los últimos años había sido un pulmón esencial de la demanda. A su vez los estados aportaban -de la misma fuente-, flujos extra de demanda como por ejemplo el plan norteamericano de canje de autos nuevos por “chatarra”. Lo que se esperaba era que estos planes evitaran la depresión y reanimaran la economía para intentar regresar a un funcionamiento “normal”. Las burbujas de deuda y en particular el estallido en la zona euro fueron el síntoma del fracaso del retorno a esta “normalidad”. EEUU se jugaba a ir desmontando los planes de salvataje y subir paulatinamente las tasas de interés, aprovechando la devaluación del dólar que le permitiría la reducción de su déficit comercial y una mayor competividad externa. Sin embargo la abrupta devaluación del euro, la negativa de China a revaluar el yuan y la debilidad de su recuperación que permaneció extremadamente dependiente de los estímulos estatales, han frustrando esa vía.
Las políticas deflacionarias y de ajuste en Europa que empezaron en Grecia continuando luego por España y Portugal y llegando más tarde a Italia, a la propia Alemania, Francia e incluso a Inglaterra son una respuesta al estallido de las deudas y a la crisis del euro y, en última instancia, al fracaso de las políticas de rescate. Pero ahora los ritmos de la crisis divergen favoreciendo una profundización de los desequilibrios. Las medidas recesivas en Europa constituyen un elemento muy perjudicial para la política norteamericana. Cuánto más recesión haya en el resto del mundo, menos puede EE.UU. bregar por una recuperación más o menos “genuina” de su economía descargando la crisis sobre el resto del mundo. En un sentido esto le plantea que para mantener el poder imperial y el dólar como moneda de reserva, tiene que continuar acumulando deuda, déficits y desequilibrios. En un sentido, aunque salvando las grandes distancias (entre las cuales, la ausencia de un reemplazante a la vista, es un elemento fundamental), la situación se parece un poco para EE.UU. a la situación de Inglaterra y la libra esterlina en los años 20. La preocupación de EE.UU. es que cuanto más la crisis se deje actuar en el resto de los países centrales, más EE.UU. tiene que sostener artificialmente la economía, más tiene que emitir dólares sin respaldo y más tiene que hacer crecer su deuda acrecentando el peligro de un estallido espectacular. Más aún cuando el frente interno norteamericano está extremadamente complicado para el gobierno de Obama que entre otras muchas cuestiones acaba de perder una votación en el congreso para prorrogar los subsidios de desempleo cuando se acercan las elecciones legislativas y reina un profundo escepticismo frente a la recuperación de la economía.
Hacia un incremento de las contradicciones
Estados Unidos se encuentra presionado desde dos frentes: uno, el temor a que si se retiran las medidas de estímulo fiscal, se produzca una suerte de efecto “Roosevelt 1937” [3] cuando el retiro de los planes de estímulo estatal provocó una nueva recaída en recesión. Otro, el temor de prorrogarlos, enfrentándose a políticas recesivas en la mayoría de los países centrales, cuestión que pondría en el centro la debilidad de la economía norteamericana, con el consecuente incremento de sus deudas, el progresivo deterioro de su posición comercial y una reproducción perversa de sus desequilibrios para evitar la caída. Europa por su parte, pero sobre todo Alemania, busca a través de los planes de ajuste y ante el fracaso de los planes de estímulo, una vía más clásica de destrucción de capitales aprovechando la devaluación del euro para aumentar su competitividad comercial externa. China difícilmente acepte revaluar de manera contundente el yuan más aún cuando la devaluación del euro vuelve más competitivas a las exportaciones denominadas en euros. Estas condiciones generales de incremento de las contradicciones que son el verdadero fundamento de la divergencia alrededor de la oportunidad de “retirar los planes de estímulo” o “aplicar planes de ajuste”, probablemente tiendan a incrementar las tendencias proteccionistas y provoquen mayores tensiones desde el punto de vista comercial.
Mientras tanto, el capital financiero que ha logrado en las últimas décadas un alto grado de internacionalización acecha y está dispuesto a golpear sobre cada punto de debilidad. Muchas son las voces que señalan que Grecia no va a poder enfrentar la crisis aún con el salvataje y que va a tener que reestructurar su deuda, la calificadora Moody’s (la única de las tres que había mantenido la nota de la deuda española) amenaza con rebajarle la calificación. En una situación de vulnerabilidad extrema no se puede descartar la posibilidad de q-ue ataques especulativos provoquen una recaída coordinada de todas las bolsas que ponga fin a la débil recuperación en curso, reabriendo una nueva recesión de una magnitud al menos similar a la abierta a fines de 2008 con la quiebra de Lehman Brothers.
Notas
[1] Robert Kidelsky, El regreso de Keynes.
[2] Nos referimos al proceso de sobreacumulación de capitales y caída de la tasa de ganancia que despuntó a fines de la década del 70, en las postrimerías del denominado boom de posguerra y que fue parcialmente contrarrestado mediante la ofensiva neoliberal que a partir de los años 80 desarrolló, entre otros múltiples aspectos, un proceso de financierización de la economía sin precedentes históricos. Para profundizar sobre este tema, ver Crisis y contradicciones del “capitalismo del Siglo XXI”, Juan Chingo, Estrategia Internacional nº 24.
[3] El plan conocido como New Deal que fue aplicado por el presidente norteamericano Roosevelt en 1933 logró una recuperación de la economía norteamericana que no obstante no pudo recuperar el nivel previo a la caída tras el crack de 1929. En 1937, los planes de estímulo fiscal fueron retirados provocando una nueva entrada en recesión de la economía de EE.UU.
Panorama Internacional
fuente, vìa :
http://www.lahaine.org/index.php?p=46697
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