El
16 de abril, pero de 1961, desde la esquina de 23 y 12 en el Vedado, en
La Habana, Fidel Castro declaraba el carácter “socialista y democrático
de la Revolución Cubana”.
Prácticamente desde los mismos años 60 muchos socialistas cubanos de distintas generaciones venimos denunciando el rumbo realmente antisocialista que tomó aquel proceso desde sus primeras medidas en el mismo 1959, cuando además de desviarse del primario objetivo de restaurar la Constitución del 1940 y la institucionalidad democrática, el Estado se apropió de enormes cantidades de tierras y empresas y mantuvo en estas el trabajo asalariado que tipifica al capitalismo como sistema económico de producción.
Por eso siempre lo hemos calificado como capitalismo monopolista de estado, nada que ver con el socialismo.
Las tierras incautadas por la Reforma Agraria, que según la “Historia me absolverá”, serían repartidas o convertidas en cooperativas, se mantuvieron como propiedad estatal y solo se entregaron unos 100 mil títulos a colonos, aparceros y precaristas que ya tenían tierras arrendadas, las otras quedaron para ser administradas por el Gobierno.
La medida de carácter socialista más avanzada, fue la creación del Sistema de Cooperativas Cañeras en 1960, controlado por el INRA (Instituto Nacional de Reforma Agraria), pero con limitaciones y dependencias que le permitieron a la propia dirección de esa entidad, cuando fue asumida por Carlos Rafael Rodríguez, en febrero de 1962, desactivarlo completamente y convertirlo en un sistema de “granjas del pueblo”, con trabajadores asalariados.
En virtud de aquella decisión, 120 mil cooperativistas que cultivaban y cosechaban el 50% de la caña del país, tenían creados sistemas productivos de autoconsumo de alimentos para ellos y su zonas aledañas y estructurada una milicia de 70 mil hombres, con zonas de autodefensa y protección, fueron convertidos en asalariados del Estado y desactivadas sus organizaciones productivas y de defensa.
Raúl Castro temía a ese otro ejército de trabajadores, no controlado por las FAR, y el Che, desde el Ministerio de Industrias, no quería pagar la caña a las cooperativas porque se oponía a las “relaciones monetario mercantiles en el socialismo”, aspiraba a controlar las tierras dedicadas a la caña y rechazaba el cooperativismo, según testimonios personales del director general de las Cooperativas Cañeras, el ingeniero Eduardo Santos Ríos, relatados al autor de este artículo.
Por esas razones y para comprometer a Carlos Rafael Rodríguez con el discurso contra Aníbal Escalante y el “sectarismo” un mes después, se desactivaron las Cooperativas Cañeras y fue decretado el inicio de la destrucción de la industria azucarera cubana, pues a partir de entonces se hizo masiva la emigración campesina hacia la ciudad, las granjas se quedaban sin obreros y se aceleraron los planes de “industrialización” de la siembra, cultivo y cosecha de caña, que elevaron los costos y perdieron el interés material de los trabajadores cañeros en la producción.
También en los primeros años muchas cooperativas que existían desde épocas anteriores como la de Ómnibus Aliados, la ACTIA (Asociación Cooperativa de Trabajadores de la Industria Aeronáutica) para la construcción de viviendas y mercados para los trabajadores del aeropuerto de Rancho Boyeros y otras agrícolas, pesqueras y manufactureras, fueron estatizadas y sus trabajadores convertidos en asalariados o simplemente desactivadas. No olvidar las clínicas mutuales que existían en toda Cuba, convertidas en entidades de Salud administradas centralmente por el Estado.
El rechazo de la dirección “revolucionaria” al movimiento cooperativo y autogestionario de los trabajadores, encontró su colofón en la llamada Ofensiva Revolucionaria de 1968, donde cerca de un cuarto de millón de pequeños negocios individuales, familiares y cooperativos fueron estatizados en nombre del “socialismo”.
En honor a la verdad histórica, tanto estatalismo no se encontraba en el programa del Partido Socialista Popular, viejo Partido Comunista, pues en este se consideraba al cooperativismo y al trabajo privado libres como partes esenciales del socialismo y muchos viejos comunistas se oponían a ese rumbo.
Ya en épocas posteriores cuando el llamado “Período Especial”, la animadversión de la “Revolución” hacia la autogestión de los trabajadores se puso de manifiesto en el desmantelamiento de más de la mitad de los centrales azucareros y de miles de industrias, que prefirieron cerrar antes que entregarlas a los trabajadores, y en su decisión de compartir la propiedad de empresas importantes con el capital extranjero, manteniendo el trabajo asalariado.
Muchos capitalistas, antes de cerrar sus empresas, han preferido compartir la propiedad, la responsabilidad y las ganancias con sus trabajadores. Hoy las sociedades por acciones, las cooperativas y muchas otras formas asociativas, están extendidas en todos los países capitalistas del mundo.
El verdadero y principal enemigo de la autogestión de los trabajadores siempre fue el mismísimo líder Fidel Castro, tal y como se evidencia en un artículo precisamente publicado bajo la firma del Ingeniero cubano-brasileño Moustafa Hamze Guilart, quien nos descubre un intercambio del fallecido gobernante cubano con estudiantes chilenos, cuando su famoso viaje a Chile.
Allí, refiriéndose al control de los trabajadores sobre las empresas, la autogestión, la esencia del socialismo marxista, se encuentran frases como estas:
“Nosotros no queremos crear privilegios en el seno del pueblo. Nosotros no queremos corromper a la clase obrera. ¿Vamos a cambiar el esqueleto burgués por otro esqueleto tan burgués como el otro? ¿Vamos a trabajar mediante procedimientos fiscales, impuestos, luchas? ¿Sustituir las clases históricas por clases artificiales y tener obreros ricos y obreros pobres, y trabajadores que porque no trabajan con las máquinas no tendrían nada? ¿O vamos a introducir el mercantilismo en las escuelas, y cobrarlas, en las universidades? No hablen de regímenes de impuestos, que en el fondo todo eso es una mentira.
Y puesto que me hicieron la pregunta sobre esta cuestión, digo con toda claridad que es maquiavélico, que es diabólico, que es irresponsable, que es criminal cualquiera que en nuestra Patria o, a nuestro juicio, en
cualquier parte, se le ocurriera semejante locura”.
Fin de la cita.
Queda, entonces, muy claro por qué el estatalismo de los Castro jamás ha mencionado siquiera la Autogestión Socialista, por qué su rechazo al cooperativismo independiente y al trabajo libre, sea privado o asociado, por qué jamás han entregado una empresa a sus trabajadores y todo su “cooperativismo” es dependiente del Estado y está sujeto a infinidad de restricciones.
En verdad nunca la llamada Revolución Cubana enrumbó hacia el socialismo. Nunca tuvo carácter socialista. En todo caso, lo que allí se declaró fue el carácter estatalista, neoestalinista y por tanto antisocialista del camino determinado por el líder y sus más allegados.
.
www.havanatimes.org/sp/?p=123000
vía:
http://kaosenlared.net/el-caracter-antisocialista-de-la-llamada-revolucion-cubana/
Prácticamente desde los mismos años 60 muchos socialistas cubanos de distintas generaciones venimos denunciando el rumbo realmente antisocialista que tomó aquel proceso desde sus primeras medidas en el mismo 1959, cuando además de desviarse del primario objetivo de restaurar la Constitución del 1940 y la institucionalidad democrática, el Estado se apropió de enormes cantidades de tierras y empresas y mantuvo en estas el trabajo asalariado que tipifica al capitalismo como sistema económico de producción.
Por eso siempre lo hemos calificado como capitalismo monopolista de estado, nada que ver con el socialismo.
Las tierras incautadas por la Reforma Agraria, que según la “Historia me absolverá”, serían repartidas o convertidas en cooperativas, se mantuvieron como propiedad estatal y solo se entregaron unos 100 mil títulos a colonos, aparceros y precaristas que ya tenían tierras arrendadas, las otras quedaron para ser administradas por el Gobierno.
La medida de carácter socialista más avanzada, fue la creación del Sistema de Cooperativas Cañeras en 1960, controlado por el INRA (Instituto Nacional de Reforma Agraria), pero con limitaciones y dependencias que le permitieron a la propia dirección de esa entidad, cuando fue asumida por Carlos Rafael Rodríguez, en febrero de 1962, desactivarlo completamente y convertirlo en un sistema de “granjas del pueblo”, con trabajadores asalariados.
En virtud de aquella decisión, 120 mil cooperativistas que cultivaban y cosechaban el 50% de la caña del país, tenían creados sistemas productivos de autoconsumo de alimentos para ellos y su zonas aledañas y estructurada una milicia de 70 mil hombres, con zonas de autodefensa y protección, fueron convertidos en asalariados del Estado y desactivadas sus organizaciones productivas y de defensa.
Raúl Castro temía a ese otro ejército de trabajadores, no controlado por las FAR, y el Che, desde el Ministerio de Industrias, no quería pagar la caña a las cooperativas porque se oponía a las “relaciones monetario mercantiles en el socialismo”, aspiraba a controlar las tierras dedicadas a la caña y rechazaba el cooperativismo, según testimonios personales del director general de las Cooperativas Cañeras, el ingeniero Eduardo Santos Ríos, relatados al autor de este artículo.
Por esas razones y para comprometer a Carlos Rafael Rodríguez con el discurso contra Aníbal Escalante y el “sectarismo” un mes después, se desactivaron las Cooperativas Cañeras y fue decretado el inicio de la destrucción de la industria azucarera cubana, pues a partir de entonces se hizo masiva la emigración campesina hacia la ciudad, las granjas se quedaban sin obreros y se aceleraron los planes de “industrialización” de la siembra, cultivo y cosecha de caña, que elevaron los costos y perdieron el interés material de los trabajadores cañeros en la producción.
También en los primeros años muchas cooperativas que existían desde épocas anteriores como la de Ómnibus Aliados, la ACTIA (Asociación Cooperativa de Trabajadores de la Industria Aeronáutica) para la construcción de viviendas y mercados para los trabajadores del aeropuerto de Rancho Boyeros y otras agrícolas, pesqueras y manufactureras, fueron estatizadas y sus trabajadores convertidos en asalariados o simplemente desactivadas. No olvidar las clínicas mutuales que existían en toda Cuba, convertidas en entidades de Salud administradas centralmente por el Estado.
El rechazo de la dirección “revolucionaria” al movimiento cooperativo y autogestionario de los trabajadores, encontró su colofón en la llamada Ofensiva Revolucionaria de 1968, donde cerca de un cuarto de millón de pequeños negocios individuales, familiares y cooperativos fueron estatizados en nombre del “socialismo”.
En honor a la verdad histórica, tanto estatalismo no se encontraba en el programa del Partido Socialista Popular, viejo Partido Comunista, pues en este se consideraba al cooperativismo y al trabajo privado libres como partes esenciales del socialismo y muchos viejos comunistas se oponían a ese rumbo.
Ya en épocas posteriores cuando el llamado “Período Especial”, la animadversión de la “Revolución” hacia la autogestión de los trabajadores se puso de manifiesto en el desmantelamiento de más de la mitad de los centrales azucareros y de miles de industrias, que prefirieron cerrar antes que entregarlas a los trabajadores, y en su decisión de compartir la propiedad de empresas importantes con el capital extranjero, manteniendo el trabajo asalariado.
Muchos capitalistas, antes de cerrar sus empresas, han preferido compartir la propiedad, la responsabilidad y las ganancias con sus trabajadores. Hoy las sociedades por acciones, las cooperativas y muchas otras formas asociativas, están extendidas en todos los países capitalistas del mundo.
El verdadero y principal enemigo de la autogestión de los trabajadores siempre fue el mismísimo líder Fidel Castro, tal y como se evidencia en un artículo precisamente publicado bajo la firma del Ingeniero cubano-brasileño Moustafa Hamze Guilart, quien nos descubre un intercambio del fallecido gobernante cubano con estudiantes chilenos, cuando su famoso viaje a Chile.
Allí, refiriéndose al control de los trabajadores sobre las empresas, la autogestión, la esencia del socialismo marxista, se encuentran frases como estas:
“Nosotros no queremos crear privilegios en el seno del pueblo. Nosotros no queremos corromper a la clase obrera. ¿Vamos a cambiar el esqueleto burgués por otro esqueleto tan burgués como el otro? ¿Vamos a trabajar mediante procedimientos fiscales, impuestos, luchas? ¿Sustituir las clases históricas por clases artificiales y tener obreros ricos y obreros pobres, y trabajadores que porque no trabajan con las máquinas no tendrían nada? ¿O vamos a introducir el mercantilismo en las escuelas, y cobrarlas, en las universidades? No hablen de regímenes de impuestos, que en el fondo todo eso es una mentira.
Y puesto que me hicieron la pregunta sobre esta cuestión, digo con toda claridad que es maquiavélico, que es diabólico, que es irresponsable, que es criminal cualquiera que en nuestra Patria o, a nuestro juicio, en
cualquier parte, se le ocurriera semejante locura”.
Fin de la cita.
Queda, entonces, muy claro por qué el estatalismo de los Castro jamás ha mencionado siquiera la Autogestión Socialista, por qué su rechazo al cooperativismo independiente y al trabajo libre, sea privado o asociado, por qué jamás han entregado una empresa a sus trabajadores y todo su “cooperativismo” es dependiente del Estado y está sujeto a infinidad de restricciones.
En verdad nunca la llamada Revolución Cubana enrumbó hacia el socialismo. Nunca tuvo carácter socialista. En todo caso, lo que allí se declaró fue el carácter estatalista, neoestalinista y por tanto antisocialista del camino determinado por el líder y sus más allegados.
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www.havanatimes.org/sp/?p=123000
vía:
http://kaosenlared.net/el-caracter-antisocialista-de-la-llamada-revolucion-cubana/
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