Jorge Mansilla Torres*
Aventurero colonialista, Diego de Almagro llegó a Perú en 1530 del brazo de sus socios Francisco Pizarro y el clérigo Hernando de Luque, firmantes los tres del Contrato de Panamá (1527), un pacto para repartirse en partes iguales las riquezas a acumular en el imperio incaico. En su plan invasor del Nuevo Mundo, se hicieron seguir de centenares de hispanos sicarios y ambiciosos como ellos. Sin otros objetivos, trabuco y biblia en manos, arrasaron pueblos, perpetraron grandes matanzas de gente asombrada e indefensa, destruyeron culturas y se apoderaron de todo el oro que pudieron hasta que la ambición y angurria personales les generaron traiciones mutuas y acabaron matándose.
Descubridor y primer gobernador de Chile, Almagro dejó sanguinaria escuela de enriquecimiento y crueldad que se practicó por cinco siglos, tanto que con su apellido se perpetran hoy atentados de la Organización de Estados Americanos, OEA, contra Venezuela. El magro (sic) que la dirige se obstina en aislar y derribar al gobierno legítimo de Nicolás Maduro para, al final de la tarde, facilitar la entrega a las grandes trasnacionales de la mayor reserva de petróleo del mundo que está en Venezuela. Ese es el fin último del tormento que los golpistas venezolanos aplican a su propio pueblo, día con día, con el descarado apoyo mediático del sistema dominante y en el fementido nombre de la libertad, la democracia, los derechos humanos y otros.
Sin embargo, abordaré aquí el caso de la traumática relación boliviana con la OEA, el agrio y estéril proceso de reclamos por la reposición de sus territorios usurpados por Chile en 1879. La oligarquía chilena y el capitalismo inglés le quitaron a Bolivia 400 kilómetros de costa y más de 120 mil kilómetros cuadrados de territorios con ciudades, puertos y playas, tierras plagadas de cobre, plata, salitre, molibdeno y litio, aunque el pretexto inicial fuera la exportación del guano de aves migratorias, estiércol usado como abono por la revolución industrial de la Inglaterra en ese tiempo.
Ya pasaron 54 años desde que, en 1963, Bolivia denunció ante la OEA su injusta situación de mediterraneidad y en las 46 asambleas generales de la entidad iberoamericana, jamás se acercó alguna voluntad para habilitar un diálogo que rompa la cerrazón chilena aduciendo que el conflicto es de carácter bilateral y que no compromete a la región en su conjunto, para lo que se agita un tramposo acuerdo de paz de 1904.
Es de referir, empero, lo ocurrido en la IX asamblea general de la OEA en La Paz, en 1979, al cumplirse el centenario de la guerra de invasión alentada, como se comprobó luego, por el imperio británico y la masonería inglesa. El 31 de octubre de ese año, la OEA aprobó recomendar una conexión libre y soberana al mar Pacífico, en favor de Bolivia. Tan inesperado acuerdo fue suscrito por 25 países, ninguno en contra y dos abstenciones (Chile y Paraguay).
Tal declaración, sin embargo, se quedó en el papel para siempre (en el olvido) porque al día siguiente de tan histórica victoria diplomática ocurrió un golpe de Estado contra el gobierno constitucional de Bolivia asestado por los altos mandos militares infestados, desde los tiempos del general Banzer (1971), por fascistas y narcotraficantes como los generales Natusch Busch, García Meza, Arce Gómez y otros.
Ante la sangrienta desmesura del golpe (la Masacre de Todos Santos, como se le nombra) la plana mayor de la OEA optó por una rápida y cobarde fuga de La Paz, en un avión expreso que le dio la embajada de Estados Unidos.
¿De qué nos sirve la OEA?, se preguntaron los bolivianos en la trágica circunstancia. ¿Acaso no habría hecho valer allí, en La Paz, su poder institucional exigiendo el cese de la barbarie armada y abogando por el respeto a la vida, la democracia, la libertad y los derechos humanos? Aquel régimen criminal estuvo 17 escasos días en el poder porque fue derribado por una huelga nacional avivada por la lucha y resistencia callejera de la gente.
¿Por qué no nos vamos de la OEA?, propuso en noviembre de ese 1979 el influyente semanario Aquí, dirigido por el sacerdote Luis Espinal, asesinado por los militares un año después. Salirse de ella siguiendo el ejemplo de Cuba, la isla que, libre de la vigilancia de la embajada gringa y sin la rémora de la OEA, de la que había sido echada en 1960, estaba logrando irreversibles conquistas en su economía soberana, educación, ciencia, cultura y bienestar social.
Aquellas preguntas son válidas hoy. Tan patente es que la OEA no le sirve de nada a Bolivia que el gobierno de Evo Morales llevó en 2015 el histórico reclamo marítimo hasta el Tribunal Internacional de La Haya, que aceptó considerarlo, y los bolivianos creen que allí podrían encontrar un comienzo de solución a su repudiable mediterraneidad.
Nada logrará Bolivia con Luis Almagro en la OEA, máxime si su embajador Diego Pary dio una lección de valentía y dignidad, en abril pasado, al frustrar, como presidente temporario de la asamblea general, la mañosa aplicación de la llamada Carta Democrática para aislar a Venezuela.
¿Hoy mismo qué hace la OEA en el caso de nueve funcionarios aduaneros bolivianos presos en Chile desde hace 55 días por tratar de impedir el paso fronterizo de siete camiones chilenos cargados de contrabando? La policía y el gobierno de Bachelet revirtieron escandalosamente los términos acusatorios de las autoridades bolivianas y quieren juzgarlas con esa modalidad tergiversada.
¿Acaso dice o hace algo la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, CIDH, por el indignante abuso de la administración Trump contra migrantes mexicanos expulsados de Estados Unidos bajo supuestos y generalizados cargos de criminales y traficantes de droga?
Es la fámula del imperio. Una buena definición de la OEA parece ser lo dicho por el presidente de Perú, Pedro Pablo Kuczynski en la universidad de Princeton el 26 de febrero pasado: Estados Unidos no invierte su tiempo en América Latina porque es como un perro simpático que está durmiendo en la alfombrita del amo y no genera ningún peligro, a excepción de Venezuela que es un gran problema.
Venezuela, pues, la digna y altiva patria bolivariana, que ya dejó esa OEA manejada por un desalma...gro.
*Periodista boliviano
víahttp://www.jornada.unam.mx/2017/05/11/opinion/019a1pol:
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