Ebrard y Calderón/Foto: Presidencia, proceso.com |
Se equivocan quienes tildan a los mexicanos de apáticos, fácilmente
manipulables o apolíticos. Tanto las movilizaciones juveniles como la
elevada participación en las urnas durante el último proceso electoral
son muestras de que el “México bronco” sigue más vivo que nunca. La
relativa quietud social actual no significa el arribo súbito a una
fantasiosa “normalidad democrática” exento de confrontación política o
protestas ciudadanas. Ni el paseo en Metro de Marcelo Ebrard y sus
huestes con Felipe Calderón y Carlos Slim, ni la reunión de Enrique Peña
Nieto con los gobernadores de “izquierda”, significan ningún cambio en
las coordenadas de la política. Se trata de meros espectáculos
mediáticos que no engañan.
El retorno de los dinosaurios al trono por medio de una elección turbia e
ilegal tendría que ser una coyuntura muy favorable para la articulación
de un amplio movimiento social a favor de la renovación de la clase
política. La debilidad y el desprestigio del presidente electo, junto
con el crecimiento electoral de la izquierda, constituyen una
oportunidad de oro para el lanzamiento de una nueva ofensiva ciudadana.
Tristemente, la mayoría de los perredistas, y en particular Marcelo
Ebrard y Jesús Zambrano, ven el mundo al revés. Precisamente en el
momento de mayor potencial de crecimiento para la izquierda entre la
población, estos políticos han decidido trabajar bajo la sombra del
priismo y los poderes fácticos de siempre. En lugar de rebasar a Peña
Nieto por la izquierda, prefieren “tomarle la palabra” al títere de
Carlos Salinas para “exigirle” que cumpla con las huecas y cínicas
promesas de su oprobiosa y dispendiosa campaña presidencial.
Esta actitud colaboracionista no tiene absolutamente nada de “moderna”.
Al contrario, implica una vergonzosa complicidad con las “reglas del
juego” imperantes, donde el dinero y el poder importan más que la
legalidad y el estado de derecho. La última elección presidencial será
recordada como el momento en el que finalmente se consolidó la traición
histórica de los políticos, los poderes fácticos y las instituciones
electorales al modelo de estricta regulación en materia electoral
construido por las luchas sociales de las últimas décadas. Este modelo
buscó defender el espacio público ciudadano de intervenciones externas
indebidas durante los procesos electorales, y así quedó plasmado en las
normas hoy vigentes...
TEXTO COMPLETO DEL ARTÍCULO DISPONIBLE EN REVISTA PROCESO
John M. Ackerman
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