El Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia, suscrito
el jueves 24 de marzo al conjuro de Televisa, cuenta con una suerte de
post scriptum titulado “Respaldo social”. Lo suscriben agrupaciones
empresariales y civiles que acompañan esta porción de la Iniciativa
México, la magna operación propagandística y política mediante la cual
el consorcio principal de la televisión abierta diseña la república que
quiere.
En la época del corporativismo social priista a esas agrupaciones se
las llamaba “las fuerzas vivas de México”. Eran el sector participante
de una sociedad muda y quieta. Se las autorizaba a funcionar siempre y
cuando no infringieran las normas del respeto a lo establecido y de
asentimiento a las concepciones políticas y sociales fraguados en lo
alto y desde allí distribuidas al cuerpo social. En cierta etapa del
desarrollo civil, influido por los términos de la sociología cristiana,
se las llamaba sociedades intermedias, situadas a medio camino entre
los individuos y el Estado.
Algunas de ellas estaban organizadas por el propio Estado. Tal era el
caso de las agrupaciones de representación empresarial. Se regían por
una ley que hacía obligatoria la afiliación en cámaras y la unión de
éstas en federaciones y confederaciones. Muy pocas agrupaciones
escapaban a esta vertebración forzada. El ejemplo más claro fue la
Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), organizada
conforme a la Ley Federal del Trabajo como sindicato patronal. Los
centros con que funcionaba en las principales ciudades del país eran
fermento de reclamos y protestas, aunque casi siempre se mantuvieron
alineadas con el gobierno.
Así no fuera directamente, la Coparmex alentó o sirvió de ejemplo a
agrupaciones voluntarias de empresarios. Algunas de las más relevantes
fueron el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios y, después, el Consejo
Coordinador Empresarial (CCE). Con la virtual pérdida de vigencia de
las leyes de cámaras de industria y comercio, y luego con su anulación
judicial, floreció el agrupamiento de sectores empresariales. Ejercen
una notoria conciencia de clase, y la proclaman (a través, por ejemplo,
del Consejo de la Comunicación, Voz de las Empresas) o del propio CCE,
que en el proceso electoral de 2006 actuó como si fuera una
organización partidaria cuyas intervenciones violentaron el orden
legal.
Televisa convocó a agrupaciones de este género a la firma del Acuerdo
mencionado y su respaldo social. Se agregaron a ellas asociaciones
civiles surgidas sobre todo al calor de la inseguridad pública:
Asociación Alto al Secuestro, Causa en Común, Consejo Ciudadano contra
la Delincuencia, México SOS, México Unido contra la Delincuencia,
Movimiento Pro Vecino.
Fue convocada la Comisión Mexicana de Derechos Humanos, que defiende
la libertad de educación y la integridad de la vida. Pero otras
agrupaciones del ramo, las organizaciones no gubernamentales, los
centros de derechos humanos apoyados por órdenes y congregaciones
religiosas, o por gobiernos diocesanos, quedan al margen de este
llamado. No forman parte del México deseable. Ninguna de las
agrupaciones fundadas por familiares de víctimas que lucharon por la
justicia han expresado solidaridad a comités populares que persiguen el
mismo objeto. Salvo que me equivoque, la señora Isabel Miranda de
Wallace, tan bien recibida en los círculos gubernamentales y en los
medios, jamás se reunió o expresó solidaridad a la señora Marisela
Escobedo, o a la familia Reyes Salazar, víctimas de un afán formalmente
semejante. En esas luchas todos somos iguales, aunque haya unos más
iguales que otros.
Como en un sarao, la representación de esa escogida sociedad civil
otorgó su “respaldo social” al acuerdo sobre información, y los vistosos
logotipos de sus organizaciones adornaron las planas donde se
desplegaron esos documentos. Los firmantes atribuyeron un excesivo valor
al Acuerdo, pues lo tienen como “iniciativa de los medios que
valoramos y reconocemos como esencial para la efectiva contención de la
violencia que genera la delincuencia organizada”.
Si bien reconocen la responsabilidad del Estado en garantizar la
seguridad de la sociedad, proclamaron lo que les corresponde hacer:
“En el ámbito de responsabilidades cívicas y sociales que corresponde
a cada uno de nosotros, expresamos nuestra determinación de emprender
todas aquellas acciones que contribuyan a la consolidación del estado
de derecho, sabedores de que sólo en el marco de ese estado es posible
la vida democrática y el goce pleno de los derechos fundamentales que
consagra nuestra Constitución.”
Es deseable que este pronunciamiento no esté constituido sólo por
palabras huecas. Es que las agrupaciones que lo signan son dadas a
suscribir compromisos que duran lo que un suspiro. Por sólo citar un
ejemplo de dichos no avalados por los hechos, conviene recordar el
Acuerdo Nacional por la Seguridad, la Justicia y la Legalidad, fechado
el 22 de agosto de 2008, y convertido en letra muerte apenas se
cerraron los elegantes cartapacios en que fue guardado.
Impulsado por el gobierno de la República, al calor de una oleada de
crímenes en que sobresalió el secuestro y asesinato de Fernando Martí,
el Acuerdo impuso deberes a fecha fija al Ejecutivo federal, a los
poderes Legislativo y Judicial, a los gobiernos estatales y municipales.
Pocos compromisos de esa índole se cumplieron y ya nadie los recuerda.
Menos están en la memoria colectiva, porque no corresponden a deberes
legalmente establecidos, los compromisos de “los integrantes del sector
productivo”, las asociaciones religiosas, “las organizaciones de la
sociedad civil”, los medios de comunicación.
Con diferentes formulaciones, esos grupos se comprometieron a
promover “la cultura de la legalidad” y a incrementar “contenidos que
fomenten la cultura de la legalidad”.
¿Recuerda usted que alguien haya procedido en esa dirección? ¿Tuvo
noticia de que las Iglesias fomentaran “en sus programas de difusión, en
sus edificios, en sus templos, en sus lugares de oración”, la cultura
de la legalidad y de la seguridad?
¿Es probable que el “respaldo social” ahora ofrecido tenga mayor sustancia? Temo que no.
Fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/89862
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/89862
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