1. Cosa antigua y actualización de la
cosa antigua. ¿Por qué la clase dominante, minoritaria, rentista,
transnacionalizada, explotadora y opresora que reina en Chile cuenta con
expresiones políticas que se muerden con dentadura criminal, pero
finalmente logran subordinar sus reyertas y actuación de manera
estratégicamente común? Porque son los propietarios de los medios de
reproducción de la vida y pugnan hasta lo indecible por mantener sus
privilegios. Es decir, porque la propiedad privada –a pesar de los
discursos postmodernos cada vez más demolidos ante un nuevo ciclo de
lucha de clases en los países centrales del capitalismo
euronorteamericano, ampliado adjetivamente a los países BRIC (Brasil,
Rusia, India, China)- está en la base de las relaciones sociales del
capitalismo. Naturalmente, la propiedad privada como modo material y
jurídico que es capaz de producir utilidades, plusvalor y renta. No se
trata de la propiedad privada de una vivienda familiar, un auto o un
horno para hacer pan para vender en el barrio, o subsistir de una chacra
de hortalizas. Se trata de la propiedad privada de aquello que somete a
las mayorías a vender su fuerza de trabajo o pagar intereses
extraordinarios por un crédito. Es decir, la clase dominante es capaz de
someter, en general, sus disputas como condición para sostener la
hegemonía sobre los más. Y las expresiones políticas –sus partidos y
componendas- de la clase dominante no se reducen a la derecha
tradicional, a la “nueva derecha”, al populismo asistencialista con
fines de control social, sino que amplifica el sostén político de sus
intereses históricos, “metiéndose al bolsillo” a su propia oposición
–que siempre tiene forma de alternancia y nunca de alternativa-,
imponiendo su programa al llamado “centro-izquierdismo”, “progresismo”, e
incluso, “izquierda convencional”. La cooptación, al respecto, se
manifiesta como consenso resumido en que la actual manera de vivir, “es
la única posible”, fatalmente.
2. En cambio, ¿por qué las agrupaciones
anticapitalistas, en general, no logran su unidad? ¿Representan cada una
de ellas distintos intereses de clase? ¿Tienen un programa mínimo
incompatible? ¿Sus direcciones son abyectas, torpes, sectarias, no
aprenden nada del enemigo? ¿El movimiento popular en Chile está al borde
del poder por abajo y por arriba, entonces los matices de los proyectos
anticapitalistas resultan decisorios, innegociables? ¿Las clases
subordinadas enfrentan un período álgido de lucha social y política, y
por tanto, ya existe el partido o los partidos políticos paridos por el
movimiento real de los trabajadores y el pueblo? ¿A nadie convence que
no hay nada qué perder y todo qué ganar? ¿No se comprende que hoy más
que nunca, el horizonte anticapitalista tiene que ver con socializar las
riquezas y no la miseria, debido al desarrollo de las fuerzas
productivas en el presente estadio histórico del país y la humanidad? ¿O
es que el anticapitalismo no tiene propiedad privada qué defender y,
por tanto, sólo es capaz de construir relatos sobreideologizados –pura
mala conciencia y simulacro- y testimoniar las injusticias del capital,
como si la construcción de una sociedad de libres e iguales fuera un
asunto de “idealismo”, en su sentido más fuerte, de sectas (que viene
del número 6) autoproclamadas como “preclaras”, sin que se entere nadie,
ni conduzcan nada? Contra la propiedad privada de los medios de
producción –que, por lo demás, tienen carácter transnacional,
mundializado, “sin patria”-, del crédito, de los recursos naturales, el
anticapitalismo bien puede abocarse a desarrollar el concepto de
soberanía nacional y popular, y de los pueblos originarios. Y no sólo de
soberanía alimentaria, esto es, no como un tema, sino como una
estrategia y sentido. La soberanía, es la propiedad social sobre la
totalidad de recursos naturales e industrias cardinales de la economía,
entendida ella, como “el lugar donde ocurren las cosas”. La soberanía
social, nacional y popular es la condición sin la cual resulta imposible
acceder a una sociedad donde gobiernen relaciones determinadas por el
bien común, la humanización de la vida, los pilares de la felicidad. Las
formas de la soberanía son un solo momento con el desmantelamiento de
la propiedad privada que reproduce el capital y la dominación de los
menos contra los más. Y el inicio de la lucha larga por la soberanía en
Chile tiene que ver con el paro general y la superación de los combates
parciales y puramente económicos de las clases no propietarias. No
porque el paro general o muchos paros generales conducirán a la
soberanía de las grandes mayorías sobre las riquezas del país. Sino
porque el paro general, aunque sea relativo debido al limitado segmento
de trabajadores estructuralmente organizados, creará el marco de la
protesta general, liberando el malestar social probadamente existente,
aupando a todos los convocados a presentar lucha, primero por sus
demandas inmediatas, y dinámicamente, por sus demandas políticas
reunidas. Porque la estrategia soberanista de las grandes mayorías
precisa de un punto de arranque, de una convocatoria autorizada en
términos de clase. Y en la contención exitosa del reflujo del movimiento
popular chileno están las pistas de la construcción de la o las nuevas
conducciones políticas de los trabajadores y el pueblo. Es decir, existe
una ligadura dialéctica y necesaria entre la recomposición del
movimiento social que se bate por la recuperación de la soberanía y sus
derechos asociados, y la formulación de una renovada dirección política
cuya maduración sea hija del propio movimiento real de los desheredados.
Es allí donde la construcción de una alternativa política contra la
alternancia matizada de la clase que domina, brinca como un imperativo
pleno de sentido para amplios territorios del pueblo. Es en un plano de
relaciones de fuerza tensionadas, basculadas, visibles y genuinas que,
por ejemplo, ya se puede hablar de cambiar la Constitución Política de
los poderosos, e incluso del poder popular como punto de llegada,
realización y acción de las fuerzas propias de los trabajadores y el
pueblo. Sólo entonces el Estado corporativo, empresarial o capitalista,
sufrirá un jaque promisorio para el ejercicio socializado de la
soberanía.
3. Cada tiempo político origina sus
instrumentos políticos más adecuados. Su reverso es la nostalgia –que no
tiene nada que ver con la memoria-, el apego inoficioso a una política y
representaciones simbólicas y orgánicas correspondientes a otra época. Y
cada instrumento político auténtico, con vocación de organización y
poder, es fruto de las luchas reales de un período, al menos en sus
formas. Hoy se propone un contenido fundado sobre la recuperación de la
soberanía nacional y originaria. Ese es su programa.
4. El anticapitalismo debe empinarse
sobre su estatura transitoriamente disminuida y fragmentada, objetivar
las relaciones sociales y la realidad opresora del capitalismo en Chile.
Una vez más, el porvenir de la alternativa política de los intereses de
los trabajadores y el pueblo, tiene que ver invariablemente con la
participación activa de los militantes sociales en las luchas reales del
pueblo, en el análisis concreto de la realidad concreta, en un programa
soberanista, en el combate en todas sus variantes contra la hegemonía
de los intereses del capital, y en la unidad más amplia posible sin
hipotecar principios y objetivos estratégicos, pero flexibilizando
tácticas y sepultando el sectarismo. Salvo que a alguien le resulte
conveniente el presente estado de cosas y enmascare el egoísmo y la
prebenda sucia del beneficio inmediato e individual con retórica
antisistémica, pero que jamás cuaja, sospechosamente, en voluntad
unitaria.
Fuente, vìa :
http://www.elciudadano.cl/2010/11/30/frente-a-la-gran-propiedad-privada-soberania-nacional/
http://www.elciudadano.cl/2010/11/30/frente-a-la-gran-propiedad-privada-soberania-nacional/
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