Nada le sería tan benéfico a Calderón y su
mal gobierno federal como que ocurriera un terremoto, con tsunamis por
el Golfo y el Pacífico, para que el caos y la desesperación social, en
lugar de la crisis general, le permitieran rescatar las riendas que a
duras penas tenía después de su deslegitimada toma de posesión. Nada,
pues, como una tremenda desgracia, para que Calderón pudiera ponerse al
frente del timón. Pero nada
de eso ha sucedido. Y en tanto, arrecian las críticas a su desempeño. No
sabe, se dice; no ha podido, se asegura. Esto mientras los síntomas de
motín a bordo de la nave
estatal aumentan por todo el país, del que se han adueñado los
delincuentes para sembrar y cosechar el terror de los homicidios, la
inseguridad y ruptura de la paz social.
A la par de que unos cuantos empresarios (¡Salve
Slim, los que se mueren de hambre, carecen de empleo, te saludan como el
hombre más rico del mundo!), son quienes concentran la riqueza generada
por la nación, al precio de que campesinos, trabajadores, indígenas… en
suma 90 millones de mexicanos, sufren el alza de precios públicos y
privados, despidos, enfermedades, abusos del clero, violaciones a los
derechos humanos y la incontenible corrupción de los funcionarios en los
municipios, las entidades y en la administración federal centralizada y
descentralizada.
La ineficacia calderonista, traducida a la
jerga clintoniana-bushiana rescatada por Obama con la
designación de su embajador Carlos Pascual –experto en Estados
fallidos–, es una fila de fichas de dominó que espera el último empujón
para que esa serie de actos fallidos se desplomen y causen una crisis
que ya no se pueda resolver con decisiones militares-policiacas. Y es
que los narcotraficantes (con armas traídas del mercado estadunidense)
ya se envalentonaron y están decididos al todo por el todo, así tengan
que aumentar los baños de sangre para defender sus intereses ilegales.
Los narcos mexicanos manejan más del doble de la fortuna de
Slim y los demás ricachones. Van con todo, aún con la captura y muerte
de algunos de sus cabecillas, siendo “una minoría ridícula”, como los
calificó Calderón, por el control del Estado y el gobierno fallido
panista. Es esto o que el detonador contra las delincuencias,
organizadas y desorganizadas, y el calderonismo fallido tengan como
finalidad provocar, antes o después del espectáculo de luces y cohetones
para que la elite política y económica festeje los inicios de la
Independencia y la Revolución, el estallido de revueltas y
manifestaciones al borde de un levantamiento nacional.
Las celebraciones calderonistas, en el contexto
sumariamente expuesto, llevan el sello del porfirismo y, sin lugar a
dudas, con mayores agravios al pueblo, lo que hace vislumbrar el
rompimiento de la frágil paz social, ya rota en Chihuahua, Durango,
Nuevo León, Estado de México, Tamaulipas, Sonora, Sinaloa, Guerrero,
Veracruz y Distrito Federal, cuya punta de lanza es Ciudad
Juárez. Se expande el doble golpismo a la democracia y el
republicanismo, conquistado y renovado desde 1810 y 1910, por parte de
los narcotraficantes y el militarismo sin la legalidad del artículo 29
constitucional, lo que ha hecho parecer al calderonismo como la nueva
versión del victorianohuertismo.
Septiembre y noviembre, meses de la culminación
de las fiestas porfiristas-calderonistas, están a la vista y en el
ínterin, sobre la marcha o después, si el gobierno y la administración
fallidas de Calderón no lograron remontar sus fracasos, la nación tendrá
que tomar la palabra y las acciones.
El final del porfirismo mostraba hechos
irrebatibles de resistencia política, desmoronamiento de los últimos
residuos del caciquismo-hacendario y caciquismo político; una miseria y
crueldad sociales desesperante; inversiones extranjeras depredadoras y
empresarios nativos despiadadamente explotadores en la minería, el
tendido de las vías ferrocarrileras y la esclavitud de la naciente mano
obrera. Y por arriba de ellos, los ricos. Otra vez tenemos parecidos
cuadros, y tal vez peores. El desempleo es la característica de la
crisis económica: incontenible subida de precios; ganancias abusivas de
los bancos; campesinos en condiciones de hambruna mayor que cuando
Zapata y Villa, y la inseguridad con barbarie de toda clase de
homicidios.
En radio y televisión oficiales, programas
festivos y disertaciones recordando no la historia de las revoluciones
del bicentenario y el centenario, sino el pasado y, sobre todo, sin
anclaje en el presente; pero eso sí con “proyecciones” al futuro, como
si la actualidad no existiera.
En los medios de comunicación privados,
anuncios oficiales sobre 1810 y 1910, sin alusiones al por qué de ellas,
que sería como “mencionar la soga en casa del ahorcado”. Si estalla la
violencia y hay más derramamiento de sangre (contra el postulado
racional y republicanamente democrático de que en una sociedad abierta
la vía pacífica es lo mejor, como lo analiza Karl R Popper en sus textos
de política y economía), se deberá a que el calderonismo ha optado por
la violencia, el terrorismo fiscal, el descarado aumento de los
impuestos (para obtener dinero que no sabemos a dónde va a parar, y
cuando nos enteramos es que engrasa la corrupción y los altos salarios
de la elite burocrática del Partido Acción Nacional en Los Pinos) y
demás hechos porfiristas que exacerbaron las fallidas alternancias
panistas.
La pregunta es si las fiestas porfiristas del
calderonismo tendrán como desenlace lo que se inició la madrugada del 15
de septiembre de 1810 y lo que empezó el 20 de noviembre de 1910. Tal
vez impera el clásico cinismo de quienes sostienen que “aquí no pasa
nada”. Quizá. Aunque las condiciones sociales, políticas y económicas
apuntan en otra dirección y es la de que tenemos síntomas y hechos de
que “estamos sentados sobre un volcán”. Y no hay en Los Pinos o entre
los panistas un político capaz de tomar decisiones, no obstante que ya
son tardías, para tratar al menos de resolver problemas. Éstos, en
cambio, se multiplican y amontonan a las puertas ineficaces del virrey
Francisco Javier Venegas Calderón Hinojosa y de Porfirio Díaz Calderón
Hinojosa.
Ya se ponen las luces eléctricas. Se remodela
el Palacio de Bellas Artes. Alude Calderón, cada vez que se acuerda, de
las fiestas del bicentenario y del centenario. Se difunden los anuncios.
En el canal 34 del gobierno del Estado de México, todas las tardes se
transmite una perorata sobre tales fiestas.
Calderón hace fe de patriotismo; sin embargo,
sus proyectos iturbidistas y porfiristas, para recordar aquellas
revoluciones, presagian, si tales hechos se producen “como si dijéramos
dos veces”, que en medio de la farsa calderonista se reputen otra vez
como tragedia. Y es que lo que tenemos “ante nosotros no es la alborada
del estío, sino una noche polar de una dureza y una oscuridad heladas,
cualesquiera que sean los grupos que ahora triunfen”.
cepedaneri@prodigy.net.mx
fuente, vìa:
http://contralinea.info/archivo-revista/index.php/2010/05/02/fiestas-porfiristas-del-calderonismo/
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