La impresionante lucha de
la clase trabajadora griega contra los ataques devastadores del capital
nos exige tres reflexiones urgentes. La primera es que en contra de la
ideología reformista e interclasista desarrollada en los últimos
decenios, la lucha de clases no desaparece, no se extingue nunca, sino
que como ya dijo el Manifiesto Comunista hace más de siglo y medio, se
mantienen latente, en el subsuelo social, actuando de forma
imperceptible como el viejo topo del que hablara Karl Marx. Durante los
períodos de relativa “normalidad”, de bonanza económica y de capacidad
de concesión de mejoras por parte de la burguesía, en estos períodos, la
lucha de clases se mantiene reducida a las presiones por mejoras
socioeconómicas y sociopolíticas. Desde 1945 y en parte debido a la
presencia de la URSS pero también debido a que las clases trabajadoras
europeas no olvidaban el colaboracionismo de sus burguesías con los
ocupantes nazis, por estas y otras razones, como los beneficios
económicos de la reconstrucción, etc., en este período denominado los
“treinta gloriosos” de la historia capitalista, la lucha de clases
aparentemente desapareció en su forma dura.
Hubo
ásperas movilizaciones entre finales de los ’60 y mediados de los ’80,
pero no llegaron a la intensidad revolucionaria y contrarrevolucionaria
de los años 1917-1939. La respuesta del capital a esa oleada y a la
crisis económica de entonces fue el denominado “neoliberalismo” y la
aceleración del proceso de unificación europea. De nuevo, pareció que la
lucha de clases desaparecía sepultada bajo los escombros de la URSS.
Pero en la segunda mitad de los ’90 resurgieron los “brotes rojos” en
varios países europeos, y desde entonces, con altibajos y retrocesos
pero lentamente hacia arriba, vuelven las luchas sociales en un contexto
de típica polarización sociopolítica y electoral en la que el
neofascismo es azuzado por el capital en previsión de la paulatina
movilización obrera y popular. Es en estos momentos cuando se demuestra
la corrección histórica de la teoría marxista de la organización, de la
dialéctica entre conciencia y malestar difuso, entre organización y
espontaneidad, de la necesidad de mantener siempre una lucha organizada
con perspectivas estratégicas. En Grecia las izquierdas han practicado
esta teoría y ahora demuestran su acierto. En el Estado español, la
“izquierda” se arrodilló ante el cadáver del dictador Franco y los
efectos los sufrimos todos y todas.
La segunda
reflexión trata sobre la mentira de la “Europa democrática”. Nos mienten
cuando hablan de la “construcción democrática de Europa”. Lo que
realmente ocurre es la brutal vigencia histórica de la ley de la
concentración y centralización de capitales, que hace que las burguesías
fuertes dominen a las débiles por la violencia interimperialista o por
la presión político-económica, o por ambas a la vez. La ley de la
concentración y centralización de capitales ha modelado la evolución
europea en cuatro grandes fases de reorganización. Nos encontramos en la
cuarta, la iniciada tras la guerra de 1939-45. Las tres anteriores se
aceleraron e impusieron mediante sanguinarias guerras que abarcaron
todos los espacios donde la civilización europea había hincado sus
zarpas. El Tratado de Wetsfalia de 1648, el Congreso de Viena de 1815 y
Yalta y Postdan en 1945 sancionaron las tres reordenaciones anteriores
impuestas tras guerras atroces. Pero la cuarta, que tuvo en el Tratado
de Maastricht de 1992 uno de sus momentos decisivos, está sin cerrarse
definitivamente porque, por ahora, el euroimperialismo no puede recurrir
a otra guerra mundial.
Carecemos de espacio
para analizar las relaciones de supeditación del euroimperialismo al
imperialismo occidental dirigido por los EEUU, y la agudización de las
contradicciones mundiales que abre la posibilidad de guerras locales que
desencadenen dinámicas prebélicas a gran escala. Los intelectuales
burgueses no podían imaginar hace dos décadas la evolución del mundo, y
se reían a carcajadas de la teoría marxista del imperialismo. Ahora la
realidad les da pánico y no hacen sino justificar como sea el
espeluznante rearme imperialista mundial. Mientras las contradicciones
de fondo se agudizan, las burguesías europeas más poderosas han jugado
con el pueblo trabajador griego, y con los demás, como juega el
depredador con su presa, apretando poco a poco la soga alrededor de su
cuello, en un sádico juego de controlar el tiempo económico-político en
función de sus intereses internos y de la debilidad creciente de la
víctima. Al no poder imponer militarmente, por ahora, sus exigencias
recurren a presiones económicas y políticas cada vez más duras,
amenazando directamente con la expulsión de la zona euro, y con otras
medidas más drásticas, lo que causa pavor en esas burguesías débiles que
tienen más miedo a sus propios pueblos explotados que a los tiburones
financiero-industriales.
La tercera y última
reflexión surge precisamente del comportamiento de las burguesías
débiles, que aceptan las durísimas exigencias externas contra sus
pueblos con tal de mantenerse en el poder. La clase trabajadora griega
está luchando por la verdadera independencia de su país, independencia
práctica rechazada por su burguesía al aceptar la dominación impuesta
por potencias extranjeras, por el FMI, por el capital financiero, etc.
Desde hace algunos años, independentistas vascos explicaban en foros
internacionales el surgimiento de nuevas opresiones nacionales dentro de
la UE, sobre pueblos oficialmente soberanos, invisibles desde el la
ceguera dogmática, como efecto de la transferencia de valor, del saqueo
legalizado por la UE de la riqueza de los pueblos y Estados débiles a
manos de los fuertes, mostrando que ya actuaba en la práctica la Europa
de las dos velocidades, incluso con la aparición de una periferia
sobreexplotada dentro de la UE. La crisis capitalista real emergida
entre verano de 2007 y 2008 intensifica estas explotaciones nacionales
dentro de la UE.
En un alarde de cinismo
hipócritase acusa al pueblo griego de haber falsificado u ocultado datos
sobre su verdadera situación económica para no perder la confianza de
los mercados financieros. El capitalismo es terrorista, corrupto y
mentiroso en su misma esencia y las mentiras de la gran banca, de los
monopolios y de los Estados imperialistas son cualitativa y
cuantitativamente más dañinos para la humanidad que las del pequeño y
pobre Estado griego. El pueblo griego debe exigir responsabilidades a su
clase dominante, y cargar sólo sobre ésta los costos de la crisis. Aún
así, el pueblo trabajador griego tiene la suerte de disponer de su
propio Estado, de ser siquiera formalmente independiente, lo que aumenta
su capacidad de lucha y de defensa contra esta nueva forma de opresión
nacional invisible. Otros pueblos no tenemos esos recursos, y debemos
conseguirlos cuanto antes para defendernos de la ferocidad del
euroimperialismo. Euskal Herria necesita un Estado independiente que
asuma la defensa de su pueblo trabajador en medio de la crisis mundial.
IÑAKIGIL DE SAN VICENTE
EUSKAL
HERRIA 6-V-2010
fuente, vìa:
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