sábado, 13 de diciembre de 2014

Cultura: Camus...la rebelión contra el absurdo...Xabier F. Coronado

Filosofía y literatura
Sólo pensamos en imágenes, si quieres ser filósofo escribe novelas.
A. Camus: Carnets I
El pensamiento filosófico y la creación literaria han venido de la mano a lo largo de la historia de las civilizaciones. Esa hermandad se ha convertido en una simbiosis que es difícil disociar. Durante el pasado siglo, algunos pensadores reunieron una producción literaria que iba más allá del ensayo y se adentraba en terrenos de la narrativa. Esos escritores, sobrevivientes de guerras y crisis, tuvieron que replantearse cuestiones fundamentales sobre el sentido de las relaciones sociales y su influencia en el proceso histórico de la humanidad.
Con el siglo XX surgieron en Europa grupos de intelectuales y artistas, como los dadaístas y los surrealistas, que expusieron sus enfoques a través de manifiestos públicos; otros mantuvieron posiciones nihilistas, psicoanalíticas o existencialistas, casi siempre comprometidas políticamente. Filósofos y escritores forjaron sus textos entre las ruinas de imperios caídos, masacres bélicas o regímenes totalitarios, y marcaron a la generación que provocó el estallido del ʼ68. Entre ellos aparece la figura de Albert Camus, un escritor formado en la periferia, que irrumpió con fuerza en los centros intelectuales europeos y marcó una huella que, a cien años de su nacimiento y más de cincuenta de su muerte, permanece fresca.
A pesar de que el propio Camus declaró: “Yo no soy filósofo; no creo suficientemente en la razón como para creer en un sistema”, en el conjunto de su obra encontramos teorías y conceptos desarrollados con tal profundidad que reconocemos en él a un filósofo que divulga su pensamiento a través de diversos géneros literarios. Novelas, ensayos, artículos periodísticos y obras de teatro son el vehículo para trasmitir respuestas a las preguntas básicas que la filosofía ha intentado contestar a lo largo de la historia del pensamiento humano.
Camus es un filósofo de escuela personal, un escritor de género propio que murió a los cuarenta y seis años y dejó una obra que pone en evidencia a esos intelectuales que se entregan al hermetismo académico y se aíslan del mundo en palacios de cristal, opacados por la oscuridad del colaboracionismo. Un pensador que concibe a través de la palabra escrita –“pienso de acuerdo con las palabras y no con las ideas”– y de las imágenes que de ellas se desprenden –”en una buena novela, toda la filosofía está en las imágenes”–; en definitiva, un artista filósofo –”quien filosofa es el artista que tengo dentro”. (Carnets II)
Origen y educación: El primer hombre
¿Cómo hacer entender que un niño pobre pueda a veces
sentir vergüenza sin tener nada que envidiar?

A. Camus: El primer hombre
Albert Camus nació en noviembre de 1913 en Mondovi, un pueblo de Argelia, en el seno de una familia de migrantes. Su madre, una mujer humilde de origen español, se casó con un trabajador de ascendencia francesa que fue movilizado para combatir en la primera gran guerra y murió cuando Camus tenía pocos meses de edad. La familia se trasladó al barrio obrero de Belcourt, en la ciudad de Argel, a casa de la abuela materna; ese fue su hogar hasta los diecisiete años.
En su novela póstuma, El primer hombre (1994) –cuyo manuscrito apareció en una cartera dentro del coche donde perdió la vida en enero de 1960–, Camus reconoce su realidad familiar y la asume con satisfacción: “Junto a ellos, no he sentido la pobreza ni la necesidad, ni la humillación. ¿Por qué no decirlo? He sentido, y todavía siento, mi nobleza. Ante mi madre, siento que pertenezco a una raza noble: la que no envidia nada.” De este entorno –una familia “desnuda como la muerte, donde no se leía ni escribía”– era difícil presagiar que surgiera uno de los pensadores más originales de su época. El desarrollo de su educación fue un camino arduo, recorrido a base de voluntades unidas con el objetivo de conseguir una formación completa que sería el cimiento de toda su obra.
La figura de su maestro, Louis Germain, nos proporciona elementos de reflexión sobre las verdaderas funciones pedagógicas de la escuela. Cuando de niño se adquiere la disposición al saber, ya no se pierde nunca; entonces las barreras sociales, que vinculan origen y destino, disminuyen su influjo determinante y el conocimiento abre puertas que pueden conducir a espacios sin límites.
La práctica de hábitos intelectuales, como la lectura, darán a Camus una cultura sólida que le permitirá desarrollar ideas propias surgidas del conocimiento asimilado. Fue visitante asiduo de la biblioteca municipal y en su formación intelectual intervino un familiar de ideología anarquista que le proporcionó una biblioteca variada y ecléctica. En sus lecturas filosóficas se nota la influencia de su joven profesor, Jean Grenier. El joven Camus termina el bachillerato y, posteriormente, se diploma en letras, pero una tuberculosis le impide culminar sus estudios.
El primer hombre es un texto autobiográfico en el que Camus, en su madurez literaria, deja un testimonio vivo e intenso que contrasta con la habitual afectación de intelectuales menos comprometidos. Al asumir sus propias raíces –”soy un becario, pero no un desclasado”–, marca la diferencia de origen con muchos pensadores de la época: “casi todos los escritores franceses que pretenden hablar hoy en nombre del proletariado han nacido de padres acomodados o ricos”. (Prólogo a La maison du peuple, de Louis Guilloux).
De Argel a París: El hombre rebelde
La rebelión nace del espectáculo de la sinrazón
ante una condición injusta e incomprensible.

A. Camus: El hombre rebelde
A partir de 1935, Camus se dedica al teatro y participa en la fundación de grupos como Théâtre du Travail, y Théâtre de l’Équipe. En esa primera etapa de actividad teatral desarrolla un trabajo sobre la revolución anarquista de 1934 en Asturias, Revolte dans les Asturies (1936), donde trata por primera vez la lucha de clases. También adapta El secreto, de Ramón J. Sender, y en 1937 estrena un montaje sobre La Celestina, de Francisco de Rojas.

El escolar Camus.
Foto: rentabilizatublog.com
Estas referencias, así como sus traducciones y adaptaciones de clásicos españoles –Lope de Vega y Calderón de la Barca, entre otros–, señalan una influencia hispana en la obra de Albert Camus. Consciente de esa herencia llegó a afirmar: “Tuve allá, en Argelia, todas las ocasiones de desarrollar una ‘castellanería’ que me ha dejado secuelas [...] que he tratado en vano de corregir hasta que he comprendido que eran también una fatalidad de naturaleza.” Su amigo Emmanuel Roblès afirma que: “España estaba viva en su sangre y tenía el tipo ibérico que describe Madariaga: cuerpo duro y elegante, cara delgada y sobre todo una mirada grave e irónica siempre penetrante.” (Hommage a Albert Camus, Nouvelle Revue Française, 1960).
Además, Camus mantuvo un apoyo constante a los republicanos españoles a través de numerosas acciones y diversas colaboraciones periodísticas, donde mostró sus afinidades ideológicas con los anarquistas (Solidaridad Obrera, Monde Libertaire y Révolution Prolétarienne). Años después escribe El estado de sitio, una alegoría crítica sobre las dictaduras que sitúa en Cádiz. Toda esta influencia está señalada por él mismo en un texto titulado Ce que je dois à l’Espagne (1958).
En 1937 Camus publica su primer libro, El revés y el derecho, que contiene textos sobre su barrio e impresiones de sus primeros viajes. A partir de entonces realiza una intensa actividad periodística en Alger Républicain y Soir-Républicain. En 1940 fue prácticamente expulsado de Argelia a causa de un reportaje sobre la miseria en que vivían los árabes (Misère de la Kabylie, 1939). También publicó Noces (1939), un volumen que recoge cuatro ensayos autobiográficos en los que exalta su visión de la naturaleza bajo el sol y ante la mar.
Con todo este bagaje formativo, Camus llega a París en 1940 y se incorpora a la vida cultural e intelectual de la capital francesa. Trabaja en publicaciones de carácter político durante la Resistencia, y entre sus artículos destacan las editoriales que escribe para el periódico Combat.
Jean-Paul Sartre, que había elogiado su novela El extranjero, se apoyó en Camus para introducirse en el CNE (Comité Nacional de Escritores), y en 1943 pidió su colaboración para interpretar y dirigir su obra A puerta cerrada. Entre ambos se desarrolló una amistad llena de desencuentros: Sartre hablaba de Camus como “ese golfillo de Argel, tan divertido, tan truhán” (Situations IV) y en las cartas dirigidas a Simone de Beauvoir (Cartas al Castor) decía estar harto de ver cómo gustaba a todas las mujeres que se cruzaban en su camino; y es que Camus, sin saberlo, había mantenido relaciones con una de las mujeres del círculo íntimo de Sartre.
A pesar de su molestia, Sartre aceptó en 1944 una invitación de Camus para viajar a Estados Unidos como corresponsal de Combat, aunque luego enviaría los ensayos más elaborados al periódico conservador Le Figaro. A nivel político comenzaron a disentir por la defensa que hacía Sartre del estalinismo. Tiempo después, cuando Camus publicó El hombre rebelde (1951), se produjo el enfrentamiento directo: Sartre publicó una serie de sentencias descalificadoras a nivel personal, que rompieron su relación definitivamente.
A lo largo de su vida, Camus desarrolló una forma de “periodismo crítico”, de carácter filosófico, donde el periodista ejercía de “historiador cotidiano” y tenía como “primera preocupación defender la verdad” (Combat, septiembre de 1944). Camus explica que los regímenes totalitarios y las democracias burguesas separan el trabajo de la cultura: sobre el trabajo ejercen una opresión económica y en la cultura, “la corrupción y el escarnio cumplen su función. La sociedad mercantil cubre de oro y privilegios a los bufones decorados con el nombre de artistas y los impulsa a todo tipo de concesiones”. (Carta a Révolution Prolétarienne, 1953).
Albert Camus recibió el Nobel de Literatura en 1957 por “el conjunto de una obra que pone de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de hoy”, y siguió escribiendo hasta el momento de su inesperada muerte. Entonces, Sartre nos dejó sobre el ausente una aseveración donde quedaron reflejadas sus propias carencias: “Su humanismo terco, estricto y puro, austero y sensual” (France-Observateur, núm. 505, 1960); posteriormente, al cumplir setenta años, reconocía: “Fue, probablemente, el último buen amigo que tuve” (Situations X).
Absurdo, rebelión e independencia
Yo he elegido la justicia para permanecer fiel a la tierra.
A. Camus:
A través de la novela –El extranjero (1942)–, el ensayo –El mito de Sísifo (1942)– y la obra de teatro –Calígula (1944)–, Camus desarrolla una de sus ideas fundamentales, el absurdo: “La existencia humana no tiene sentido alguno.” A pesar de esta certeza, Camus decía que la vida tenía un valor inestimable y había que vivirla con la pasión de la conciencia del instante.
Con la novela La peste (1947), la obra de teatro El estado de sitio (1948) y el ensayo El hombre rebelde (1951), Camus enfrenta la certeza del absurdo con la rebeldía. El absurdo es el punto de partida de una rebelión movida por el compromiso de la acción solidaria ante la injusticia y el sufrimiento en el mundo. Camus declara la necesidad de servir a la verdad y vincularse a la lucha contra la opresión y el oscurantismo, enarbolando el estandarte de una cultura rebelde que, al apostar por la claridad del conocimiento, permita disipar las sombras de la cultura dominante.
La misión del arte, para Camus, es expresar lo que nadie dice. La literatura es una forma lúcida de transgresión que se afirma en la rebeldía. El artista libre se arriesga porque su labor creadora exige una voluntad férrea en pos de la verdad, que le obliga a rechazar los valores corruptos de lo establecido para implantar una nueva realidad donde toda forma de opresión desaparezca. El artista tiene ese deber consigo mismo, pero sobre todo con aquellos que han sido marginados en el transcurso de la historia. Un compromiso con los que luchan contra la injusticia y la explotación.
Albert Camus asumió la rebelión personal ante lo absurdo de la existencia. Su compromiso se sustenta en dos premisas fundamentales: independencia y honestidad; porque los mecanismos de defensa de los que ejercen el poder han encontrado en el servilismo y la corrupción el antídoto al veneno liberador que el hombre rebelde inocula en la sociedad, con el objetivo de cambiar la dinámica funesta de la historia.
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vía:
 http://www.jornada.unam.mx/2013/12/15/sem-xabier.html

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