Manifestantes rodean un tanque en Egipto en febrero de 2011/Foto: La Jornada/AP |
A raíz de los comicios celebrados ayer en 14 estados de la República,
más de mil 300 políticos desprestigiados en breve estrenarán sus cargos a
partir de procesos electorales manchados por una larga sombra de
irregularidades. Ante esta debilidad originaria en su legitimidad, la
clase política apostará una vez más a las limosnas neoliberales y a la
"unidad" política para sanear las heridas. También se buscará prevenir
las expresiones de descontento social por medio de la intimidación y la
cooptación de la oposición.
Pero los acontecimientos recientes en Egipto, Turquía y Brasil enseñan
que este tipo de estrategias están destinadas al fracaso. En aquellos
países ha quedado claro que la mera celebración de elecciones populares
no resuelve el reto más profundo de la legitimidad democrática. Cuando
un gobierno no toma en cuenta las necesidades ciudadanas y los canales
institucionales para expresar el descontento fallan, el resultado
inevitable son las movilizaciones sociales y la inestabilidad política.
Lo verdaderamente importante para el avance de la democracia no es la
supuesta efectividad tecnocrática gubernamental o el cumplimiento de
"compromisos" vacíos, sino la fortaleza de la oposición política. En
Egipto, las movilizaciones han tenido el enorme éxito histórico de
derrocar a dos presidentes autoritarios, neoliberales y serviles a
Estados Unidos, pero no han podido articular un renovado poder ciudadano
capaz de imponer nuevas coordenadas a la política nacional. Siguen
mandando las fuerzas armadas y continúa enquistada en el poder la vieja
burocracia autoritaria.
En Turquía, la incapacidad de la oposición partidista, al gobierno
derechista y conservador del primer ministro Recep Tayyip Erdogan, de
vincularse con la sociedad civil y articular un polo opositor generó un
enorme vacío político que se desbordó el mes pasado. En Brasil, el mismo
alejamiento de la clase política de las necesidades y las demandas
sociales creó una situación también explosiva. Si las nuevas
movilizaciones en estos dos países no logran echar raíces y articular
proyectos nacionales alternativos, el espejo de Egipto podría reflejar
su propio futuro.
En México acontece algo similar. Nuestro país es también una potencia
mundial, con enormes recursos naturales y humanos, así como una sociedad
compleja y consciente, que ha sufrido los efectos de una inserción
desigual e injusta en el mundo "globalizado". Y de la misma manera en
que los egipcios han expulsado dos dictadores del poder solamente para
dar la bienvenida a sus viejos represores, en México la ciudadanía
también ha repudiado dos veces a gobiernos autoritarios, primero al PRI
en 2000 y después al PAN en 2012, para terminar en los brazos de la
misma reacción de siempre....
ARTÍCULO COMPLETO DISPONIBLE EN LA JORNADA
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