Colaborador de Amauta
Los actores colectivos en la vida social y política, muchas veces a semejanza de los individuos, poseen un rico imaginario acerca de lo que presuntamente son, como la expresión de algo muy preciado que procuran –por así decirlo- vendérselo al conjunto de toda la sociedad, ya sea hacia el interior de un estado nacional o de una región entera, como el istmo centroamericano, por no decir a toda un área continental. A lo largo de las últimas décadas hemos visto una serie de mudanzas de fachada, en el orden de lo político y lo social, donde las viejas fuerzas de la derecha regional, especialmente en nuestros países que forman la América Central, continúan estando convencidas, desde los centros de poder imperial y sus viejos Thinks Tanks, republicanos o demócratas, acerca del nunca concretado final de la historia y del presunto triunfo definitivo del neoliberalismo/ neoconservadurismo, apostando a que su régimen político-social y las diferentes formas que adopta son las únicas posibles y solo ellas están dotadas de una racionalidad, de la que carecen sus adversarios a quienes descalifican, de la manera más despiadada posible, a pesar de que los hechos siempre tercos parecen demostrar otra cosa.
En un país como Costa Rica, en donde desde hace mucho tiempo no hay verdaderos partidos políticos, sino maquinarias clientelares (partidos taxi o atrápalo todo, pero sobre todo, agrupamientos ocasionales formados por bandadas de individuos sin propuestas de país, ni coherencia ideológica alguna como los ha venido calificando, con gran acierto, el maestro José Luis Vega Carballo), destinadas al asalto de la administración pública, para emplearla como plataforma para sus negocios particulares, resulta un ejercicio vano y peligroso seguir hablando de democracia, una palabra que resulta vacía frente a la abrumadora realidad. Todo esto dentro de un escenario, donde la ausencia de ciudadanía y ciudadanos, tal y como ha venido reiterando Helio Gallardo, desde hace ya bastante tiempo, en sus artículos y columnas que publica en el Semanario Universidad, nos lleva a pensar que resulta un desvarío seguir pensando que vivimos en una sociedad democrática, de verdad, cuando los mecanismos del régimen imperante resultan inamovibles, a semejanza de las normas pétreas que impiden transformar la constitución política del estado-nación de Honduras, concebido para mantener incólume el poder de las viejas oligarquías regionales.
Antes de pensar en votar y en partidos políticos, dignos de ese nombre, en un país como Costa Rica, donde como hemos venido afirmando, estas instancias parecen no existir con algunas excepciones, entre quienes intentan enfrentarse al régimen, habría que preguntarse si es posible la elección de un mandatario(a) de verdad demócrata y si le resultaría posible decirle no a los dogmas neoliberales cuya inamovible ejecución, en el campo de la política social y económica, se encuentra -por así decirlo- empotrada en algunos enclaves de la administración pública y hacendaria, cuya dirección política no es de competencia real del presidente de la república, sino que responde a sectores económicos y posturas ideológicas, ajenas a los reales intereses de la gran mayoría de la población. ¿Será posible acaso que un nuevo presidente(a) de la república, desafecto al régimen imperante, tenga la posibilidad de nombrar al presidente del Banco Central, a los ministros de Hacienda, Economía y Comercio Exterior dejando por fuera los intereses foráneos allí enquistados, para destruir las institucionalidad del país? ¿Será posible que de verdad tengamos un estado laico y que el criterio de la confesionalidad católica deje de ser decisivo en la escogencia del ministro de educación? Es a partir de la respuesta efectiva a estas preguntas que podríamos empezar a hablar de algunas manifestaciones democráticas dentro de una cultura política institucional, como la de Costa Rica, que está muy lejos de serlo.
No nos engañemos más, la derecha latinoamericana es antidemocrática y totalitaria y su militancia está llena de un odio, ya no sólo de clase, sino de casta, como lo ha demostrado la actitud de los seguidores del candidato presidencial de la derecha venezolana, Henrique Capriles Randoski, quienes en la noche del pasado 15 de abril, cuando conocieron su derrota electoral, que aun no han sido capaces de reconocer, frente al candidato chavista Nicolás Maduro, cosa que no hicieron sino que, por lo contrario, asesinaron a 11 militantes del chavista Partido Socialista Unificado de Venezuela(PSUV), al desatar una oleada de violencia callejera contra las sedes de esa organización política, a lo largo y a lo ancho de la geografía venezolana, durante varios días.
Empezar a llamar las cosas por su nombre puede constituirse no sólo en un buen ejercicio retórico, sino en el comienzo del abandono de la mentira para ubicarnos en el sano acercamiento a la realidad, tal y como lo planteaba José Figueres Ferrer allá por 1943, cuando habló de las palabras gastadas en un conocido libro que lleva ese título, las que terminaron por volverse trágicas cuando resulta obligado, en este cambio de siglo, hablar de la derecha vergonzante en que se convirtió el partido político fundado por el propio Figueres, en el ahora lejano año de 1951, bajo presupuestos ideológicos esencialmente diferentes a los de los aventureros y políticos de ocasión, que terminaron tomándolo por asalto, para actuar sólo en su propio beneficio.
Rogelio Cedeño Castro es sociólogo y catedrático de la UNA
Vía:
http://revista-amauta.org/2013/07/de-palabras-ya-gastadas-y-de-la-derecha-totalitaria/
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