En menos de una semana 3 casos ligados a la alimentación han salido a la luz pública con matices escandalosos. Primero fue el reportaje de Contacto abordando la inconsistencia entre las etiquetas de alimentos clasificados como saludables y su contenido, y su deficiente fiscalización. En segundo lugar la deficiente fiscalización sanitaria
de productos importados desde China. Finalmente, el caso más reciente y
con implicancias concretas de mayor claridad, la contaminación de al
menos 43 mil kilos de pollos (aproximadamente
21.500 individuos) de la empresa Agrosuper con dioxinas, caso que
nuevamente pone en tela de juicio al sector privado y al Estado por su
gestión torpe y deficiente de la situación.
Agrosuper queda nuevamente en el ojo del huracán por sus procesos industriales luego del episodio de Freirina,
donde Agrosuper debió cerrar su criadero de cerdos frente a las
presiones de una comunidad que no toleró más las negligencias de esta
empresa en la gestión de sus residuos. En Freirina se hizo evidente la
brecha que existe entre el mega-proyecto planificado que las empresas
ingresan al Sistema de Evaluación Ambiental y las condiciones efectivas
de tales proyectos una vez que son ejecutados, teniendo que sortear las
contingencias. El pésimo desempeño de las operaciones de Agrosuper es
ampliamente conocido, especialmente en la sexta región, donde se
encuentran las mayores operaciones de esta corporación y muchas
comunidades viven sumidas en nubes de hedor y moscas. Sin embargo, la
condición de vulnerabilidad y dependencia de estas comunidades las deja
sin muchas opciones de subsistencia más allá del conglomerado de Gonzalo Vial.
En el caso de la contaminación de pollos
con dioxinas, el problema es derivado de uno de los sospechosos de
siempre de la industria alimentaria a nivel internacional. Las dioxinas
son un reconocido agente tóxico con múltiples efectos nocivos sobre la
salud humana. La exposición aguda a las dioxinas puede causar diarrea,
nauseas, vómitos, daños hepáticos, alteraciones neurológicas y
alteraciones dermatológicas (particularmente cloracné)[i].
Mientras que la exposición crónica puede traer como consecuencia
cáncer, deficiencias inmunes, alteraciones hepáticas, alteraciones en
las funciones de la tiroides, esterilidad, enfermedades
cardiovasculares, efectos sobre el sistema nervioso como neuropatías y
mayor riesgo de diabetes, entre otros[ii][iii][iv].
Las dioxinas son compuestos clorados
derivados principalmente de desechos de actividades humanas de carácter
industrial. Su estabilidad química lleva a que las dioxinas no se
degraden con facilidad, por lo que se acumulan intensamente en suelos,
sedimentos y en el cuerpo de animales y humanos, particularmente en su
tejido graso. Con menor intensidad, las dioxinas se encuentran en el
aire, el agua y las plantas[v].
Esta persistencia es la que lleva a que las dioxinas puedan ingresar a
través de diversos puntos en las cadenas de producción de alimentos,
particularmente en aquellas de carácter industrial.
Las principales vías de contaminación
con dioxinas para los seres humanos provienen de los alimentos (tanto
productos de origen animal como vegetal, aunque estos últimos son
relativamente insignificantes). Así, los productos de origen animal se
contaminan por la exposición de los animales al consumir a emisiones de
dioxinas a través del aire o el suelo, especialmente como resultado de
la combustión incompleta en procesos de incineración de residuos
industriales, y/o a través del alimento suministrado para su engorda
(como se explica en más detalle más abajo). Además de lo anterior, la
exposición a pesticidas o herbicidas también implica un riesgo, por los
tóxicos agroquímicos, un factor de riesgo de gran importancia para gran
parte de la población chilena que se encuentra expuesta a las
plantaciones agrícolas y silvícolas que dominan una parte importante del
territorio. Cabe destacar que la ingesta de alimentos con dioxinas
explicaría cerca del 90% de contaminación humana según la EPA de Estados Unidos.
¿Cómo se produce la contaminación de los
productos de origen animal que consumimos, como es el caso de Agrosuper
y los pollos contaminados? Esta tiene que ver con las características
de la alimentación suministrada a los animales en engorda en las plantas
industriales. En uno de los casos más notorios de contaminación por
dioxinas en 1997, en Estados Unidos, se detectó como gatillante de la
contaminación el uso de arcillas provenientes
de la minería, las cuales eran empleadas para mantener el granulado de
los pellets de soja secos y facilitar la alimentación a gran escala de
pollos y peces[vi]. En el caso de Chile, un grupo de investigadores (ver presentación realizada en las X Jornadas Científicas del 2011) de las universidades Mayor y Santo Tomás
detectaron un rol relevante de los aditivos de origen mineral
contenidos en los alimentos de los cerdos como responsables de la
contaminación por dioxinas.
En un paralelo con el caso chileno, en 1998, en Bélgica,
se detectó una contaminación de pollos con dioxinas a gran escala, que
obligó a sacrificar miles de ejemplares. El origen de la contaminación
en este caso fue rastreado en el vertimiento de aceite industrial
desechado de manera ilegal en una fábrica de alimentos para animales.
Este evento tuvo importantes implicancias a nivel político, ya que se
hizo evidente el esfuerzo de las autoridades por encubrir el caso, al no
informar a la población a pesar de contar con datos sobre la
contaminación varias semanas antes de que el asunto se diera a conocer.
En el caso de Chile, el intendente de la Región de O’Higgins, Wladimir Román,
ha dado una señal preocupante para la población que no podemos dejar
pasar y que empalma directamente con el caso belga. Román asegura que
los focos de dioxina ya habían sido detectados semanas atrás, pero que
no se había informado a la población para evitar causar pánico basado
solo en suposiciones. Las “suposiciones” a las que se refiere el
intendente son muestras de laboratorio, el método habitualmente empleado
para establecer la presencia de estos contaminantes, pero a ojos de la
autoridad su valor sería meramente especulativo. Aún más, se decidió
enviar las muestras para su análisis a Holanda, en un paso bastante extravagante considerando que el Instituto de Salud Pública chileno cumple con el estándar europeo para la detección de dioxinas en alimentos.
La estrategia comentada por el
intendente parece sólo replicar los pasos dados en 2008, cuando se
empleó la autoridad de los laboratorios canadienses para determinar los
niveles de contaminación por dioxinas en los criaderos de cerdos del
país, luego del rechazo de algunos envíos de carne por parte de Corea
del Sur. Esta maniobra solo pareciera obedecer a la necesidad de la
autoridad de ganar tiempo y dilatar la toma de decisiones, en un momento
en que lo que está en riesgo es la salud de las personas, cuestión que
parece inaceptable. En aquella ocasión se realizó una gran parafernalia,
que al parecer por fortuna contribuyó a la creación de la unidad de
detección de dioxinas, pero que poco efecto tuvo en la determinación de
una política nacional explícita frente al tema[vii]. En esa ocasión, el gobierno fue incapaz de estudiar una normativa específica con la participación de todos los actores del sector,
más allá de un período de consulta pública del texto de la norma. Luego
del rechazo de Corea del Sur, las autoridades reaccionaron adoptando la
norma de 2 picogramos de dioxina por gramo de carne, exactamente la
misma que la norma sudcoreana. Es difícil encontrar una respuesta
consistente de por qué se adoptó esta norma y no, por ejemplo, otra más
exigente (y por ende segura para la población) como la de la Unión
Europea; o aún más concretamente, por qué no se ha trabajado en medidas
que no tan sólo consistan en generar valores de referencia, sino que se
trabaje en el estudio de las dioxinas en las cadenas de producción
industrial en Chile, apuntando a su aislamiento y reducción.
En el caso de Agrosuper y de la
contaminación actual de pollos, uno de los problemas de fondo se
relaciona con la escala y el tipo de producción realizado por esta
empresa (y muchas otras). La producción industrial implica adaptar los
factores involucrados en producir los alimentos a una lógica de
maximización de utilidades. Así, variables como el espacio donde se
ubican los animales (relacionado con el uso de antibióticos, ya que
implica abarrotamiento), la rapidez con que se los engorda (de ahí el
uso de hormonas, por ejemplo, también controversiales), lo que se les da
de comer (por ejemplo, pellets de soja tratados con químicos y
minerales, que pueden contener dioxinas; o, en algunos casos, otros
animales, cuestión que algunos relacionan con la gripe aviar), y en
general el tipo de vida al que son sometidos (que implica estrés); son
tratadas con la lógica de producir en la mayor escala posible, y al
menor costo. Lamentablemente, el costo se paga igual. Muchas veces
quienes consumimos estos productos terminamos consumiendo las hormonas,
los antibióticos, el estrés, y por qué no, dioxinas en altas
concentraciones, cuyos efectos nocivos para la salud están bastante
establecidos.
Este caso nos muestra también el riesgo
de dejar la producción de alimentos a solo una lógica y proceso (el
industrial en el caso de Chile). Al final, nos quedamos sin
alternativas. Los casos revelados en las última semanas dan cuenta de
algo que deja de ser puntual o contingente; estamos observando un patrón
y una forma específica de operar de parte de la industria alimentaria.
Dadas las características de la industria chilena, sin mediar
importantes cambios, el problema de las dioxinas (y muchos otros)
persistirá, ya que es crónico. Por lo mismo, como consumidores y
ciudadanos debemos potenciar (e inventar) otras formas de producir. Para
empezar, tratar de consumir alimentos lo menos procesados posible, y
fomentar alternativas (ojalá locales, orgánicas, certificadas, etc.).
Puede parecer un poco más caro y engorroso, pero es una inversión en
salud y bienestar para toda la vida.
Por Colombina Schaeffer y Leonardo Valenzuela
Tomado de VERDESEO
Notas
[ii] Birnbaum,
L.S.; Fenton, S.E. (2003). Cancer and developmental exposure to
endocrine disrupters. Environmental Health Perspectives. 111: 389–394.
[iii] Fernandez-Salguero, P.; Pineau, T.; Hilbert, D.
M.; McPhail, T.; Lee, S. S.; Kimura, S.; Nebert, D.
W.; Rudikoff, S.; Ward, J. M.; Gonzalez, F. J. (1995). Immune system
impairment and hepatic fibrosis in mice lacking the dioxin-binding Ah
receptor. Science. 268: 722–726.
[iv] Gu A, Ji G, Long Y, et
al. (2011). Assessment of an association between an aryl hydrocarbon
receptor gene (AHR) polymorphism and risk of male infertility.
Toxicological Sciences. 122(2):415–421
[vii] Una
excepción es el poco conocido programa de inocuidad alimentaria, sin
embargo, para tener efectos prácticos debería involucrar más
intensamente a la población y no simplemente trabajar con los
productores.
Vía:
http://www.elciudadano.cl/2013/07/16/73475/toxipollos-las-dioxinas-otra-vez/
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