“Las
aguas bajaban turbias de sangre. El Paraná traía en su amplio regazo la
terrible carga que vomitaba el infierno verde. Río abajo solían venir
los cadáveres boyando, cadáveres sin rostro, sin nombre, sin familia (…)
Un día veían partir un barco repleto de mensús. Tiempo después el
infierno verde devolvía una procesión macabra…”. De la película “Las aguas bajan turbias” (1952).
“Padre bueno que todo perdonas,
escucha el rezo de este tarefero (…) No te pido, señor por riquezas
sólo sustento para mi familia. Perdona padrecito si algún día, maldije
la suerte y mi miseria y te dije algo feo renegando mi destino de sufrir
esta pobreza (…) Que si sangran mis manos trabajando no me olvide que
hace ya algún tiempo entregaste a tu Hijo tan amado(…)” (Claudia Pereira, 2009)
(APe).-
“150 años de explotación yerbatera y todo sigue igual”, se lamenta entre
rabias masticadas Rubén Ortiz. Habla con APe, tercamente convencido de
que hay que sumergirse en el tiempo para entender. Un siglo y medio hay
que retroceder hasta los finales de 1800, en que se dictó el Reglamento
de Yerbales que indicaba exhaustivamente cómo había que extraer,
elaborar y comercializar el producto más añejo e identitario de la
historia nacional. Corría 1876 cuando, con los jesuitas ya corridos de
la explotación de los yerbatales, se diseñó un sistema cruento que mutó
en alguna de sus formas pero que persiste por estos días.
Al grito de Neike, neike… el
enganchador sigue conchabando tareferos para el monte. Con la promesa de
un salario que demasiadas veces se traduce en dolor y en muerte. Como
pasó con Lucas, con sus 14 años; Fernando, con apenas 13 o Diego, con
sus 17. Los tres compartían la caja de la destartalada camioneta Ford,
que traqueteaba con 24 peones a bordo, listos para la tarefa. Fueron
ocho los que murieron en junio pasado en vuelco de la ruta 220. Ellos
tres y cinco adultos.
De los 24, 10 eran niños. Todos –grandes y
chicos- trabajaban en negro. Como le ocurre al 80 por ciento de los
21.000 tareferos de la provincia de Misiones. Que año tras año recogen
1000 millones de kilos de hoja de yerba, que luego será dispuesta a
secar por dos largos años y se transformará en 300.000 kilos de yerba
mate.
“En la provincia de Misiones, hay 17.000
productores yerbateros. El 10 por ciento concentra el 70 por ciento de
la producción”, contó Ortiz, historiador y maestro. Que fue, además, uno
de los que fogoneó la creación del sindicato de tareferos y que
advierte que “no hay una sola marca de yerba que pueda garantizar con
total certeza que no tiene trabajo esclavo”.
“De marzo a septiembre vamos a sembrar, escupo en mi mano y digo mil…”,
canturrean en medio de los yerbatales cuando empiezan el trabajo. Donde
todo es humedad y la espalda duele demasiado. Y a los 45 –dice Ortiz-
“se terminó la vida útil del tarefero”.
Pero cuando la hoja está húmeda pesa más y
si pesa más, la ganancia estará más cerca. Como el sueño del raído
repleto de yerba que con 100 kilos el mensú cargará sobre su espalda. No
es casual entonces, que tantas mujeres padezcan desprendimiento de
placenta porque, después de todo, el 20 por ciento de los tareferos son
mujeres. Que sufren el yugo esclavista de la tarefa y luego, vuelven a
casa y se redobla la violencia sobre sus cuerpos.
“No tienen vivienda ni agua potable. Viven
en villas urbanas o en villas rurales. Y muchas veces cobran el salario
en especias. Son familias con muchos hijos. Antes de ir a tarefear, las
familias suelen pedir un adelanto y les dan un combo de 5 productos:
grasa, azúcar, aceite, harina y jabón. Cuando van al trabajo, ya llegan
endeudados”, relató Ortiz.
Pablo Avira, investigador del Conicet,
escribió que “la firma de un `contrato` de conchabo, revestía de
legalidad la retención definitiva del obrero. Según relataba el enviado
del periódico La Vanguardia, en enero de 1906, `... funciona en Posadas y
en Villa Encarnación una oficina donde les hacen firmar a esos
desgraciados unos contratos leoninos, en pugna como yo he dicho, contra
todas las leyes del país, poniéndoles en las libretas: ‘con las
condiciones de obraje’”. Condiciones de obraje son aquellas que el mensú
vislumbra pero sobre las que no tiene control, y que se resumen en dos:
deudor y sin derechos sobre su persona”.
150 años que vieron mutar algunos aspectos
pero que dejaron intacto el sistema más perverso de explotación. Cuando
en 1914, el departamento de Trabajo de Nación mandó al inspector José
Elías Niklinson a recorrer los yerbatales, el hombre escribió: “Después
de la primera entrega de dinero viene otra, y otra y luego, la provisión
de ropas de trabajo y de paseo, de pañuelos y géneros de seda, de
perfumes y baratijas para las mujeres, compañeras de un momento, la
mayor parte de ellas, a quienes obsequia por generosidad”. En
definitiva: había un eterno endeudamiento del que sería imposible salir.
Como describió Horacio Quiroga en “Los Mensú”, hacia 1918. Como
padecieron Santos y Rufino Peralta (uno de ellos personificado por Hugo
del Carril), los hermanos tareferos de “Las aguas bajan turbias”. Es que
“el sistema de pago adelantado o anticipo traía aparejado el
endeudamiento como modo de retención de la mano de obra”, analiza
Avira.
Siempre a destajo. El precio oficial es hoy
de 460 pesos la tonelada. Pero son muchos los sitios donde se paga
mucho menos de la mitad en una vida que los ve, de marzo a septiembre
con los días en la tarefa y sin promesas de mañana.
Sin agua potable, porque los herbicidas
contaminan las napas; en lugares inundables, en villas que se arman con
carpas, con pisos de tierra, sin luz, sin cloacas, describe Ortiz.
Camiones sin certeza de seguridades los
recogen a las 5 de la mañana y el trabajo continúa hasta las 18. Los
guaynos (niños obreros) van dejando la escuela antes de tiempo. Y se
elevan los índices de analfabetismo entre los mensú. A veces, cada
tanto, uno de esos camiones desbarranca o choca. Y mueren los Lucas, con
sus 14 años; los Fernando, con sus 13 o los Diego, con sus 17.
Y las estructuras políticas se desvivían
después del accidente, anunciando (cinco días antes de las elecciones
legislativas provinciales y municipales) créditos para la compra de 100
colectivos. Aunque –advirtió el gobernador Closs- “no es así nomás ir a
trabajar. Hay que ir a trabajar seguro. El trabajador debe trabajar en
la edad que corresponde. No es así nomás, en el campamento como siempre
ha sido. Si no estaríamos hablando del mensú. Y la evolución de los
tiempos hace que debamos tener un trabajo digno como en cualquier otra
parte. Mucho se pudo haber hecho antes, pero en un momento de crisis se
toman decisiones”. El gran detalle es que Maurice Closs hizo esas
declaraciones en su sexto año de mandato como gobernador.
16.800 de los 21.000 tareferos trabajan en
negro. En un sistema de explotación en el que el contratista es una
figura de intensos lazos con la política. En una provincia en que las
estructuras políticas gobernantes están en manos de grandes empresarios,
íntimamente asociados con el sindicalismo de la Uatre que sacó
dividendos de esa expoliación.
En donde el oro verde se erige todavía hoy
en los infiernos escondidos que suelen ser tierra de nadie y que
demasiadas veces escupen ríos rojos de las entrañas mismas de los
tareferos.
Vía:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7861:claudia-rafael&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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