El futuro jefe de gobierno español, Mariano Rajoy, saluda desde el
balcón de la sede
del partido a los seguidores que festejan en Madrid
el
triunfo aplastante en las elecciones de este domingo
Foto Reuters
José Luis Rodríguez Zapatero, al momento de emitir su voto en los
comicios
que resultaron demoledores para su partido, el PSOE.
Lo
acompaña su esposa, Sonsoles Espinosa
Foto Reuters
El futuro presidente de
gobierno en España, Mariano Rajoy, es una persona singular.
Vilipendiado en su partido, con detractores en su dirección nacional y
cuyo nivel de aceptación por los españoles no llega al aprobado, se alza
con el triunfo y la mayoría absoluta.
Sin haber hecho nada para merecerlo, será el nuevo inquilino de La
Moncloa. Los votantes del PSOE le dieron la espalda a su candidato.
Rubalcaba no fue capaz de convencer a los defraudados y el casi millón y
medio de sus votantes se quedaron en casa, aumentando en cinco puntos
el índice de abstención. El resto de votos que se le escapan ha ido a
parar mayoritariamente a la izquierda. No hay novedades, los resultados
eran previsibles y la mayoría absoluta también.
El Partido Popular, según datos preliminares, obtiene un 43 por
ciento y el PSOE un 30 por ciento. La horquilla de diputados del PP,
salvo imprevistos, estará entre 187 y 189 asientos; la mayoría absoluta
se obtiene con 176 parlamentarios. Aunque no podrá superar los 202
diputados del PSOE obtenidos por Felipe González en 1982. Salvo en el
País Vasco, donde la izquierda abertzale, Amaiur, logra el
mejor resultado de su historia política, obteniendo, si las encuestas se
confirman, un grupo parlamentario 5 o 6 diputados e igualando al PNV,
en el resto del Estado todo sigue igual. La sorpresa está en la
recuperación de Izquierda Unida, que pasa de dos diputados a obtener
entre siete y nueve. Además, la dispersión del voto del PSOE abre el
parlamento a grupos minoritarios, hasta un total de 13, el más elevado
desde las elecciones de 1977.
Pero lo destacable no es la derrota del PSOE, por mucho que los
analistas se centren en hablar de batacazo, fracaso histórico, dicho
aspecto anecdótico, el péndulo. Lo realmente destacable es que el
Partido Popular controlará el Parlamento, la mayoría de las comunidades
autónomas, y los ayuntamientos de las ciudades capitales más
importantes. La oposición será testimonial y ello también compromete de
forma colateral al movimiento ciudadano 15-M. Su futuro estará en la
capacidad de aglutinar la resistencia ciudadana en tiempos de sequía
democrática y su poder para reinventarse y no perder el rumbo.
El Partido Popular gana un partido sin jugarlo. La derecha española,
la de siempre, vuelve a recuperar un bastión del poder formal, el
gobierno central; el real nunca lo perdió. Empresarios, banqueros y el
capital trasnacional celebran este triunfo, lo deseaban con ahínco,
sentían que el Partido Popular fue desplazado por una maniobra
conspirativa en 2004, los atentados de Atocha y trenes de cercanías.
Ahora respiran con tranquilidad. Los mercados, también. Ellos aportaron
su granito de arena para que Rajoy obtuviese un triunfo holgado. Los
últimos días de la campaña presionaron haciendo subir la prima de riesgo
y deuda de 370 puntos a casi 500, hundiendo más al PSOE. Nada podía ir
peor para España y la solución era votar por el PP.
Con este panorama, Rajoy se destapó, sentenciando cuál era su
propuesta para salir de la crisis. Poco ha dicho del papel de España en
Europa y su manera de encarar las transformaciones del sistema
productivo, menos aún abordó el problema de los recortes y la
privatizaciones. En su campaña electoral se ha limitado a pedir
confianza en su persona, diciendo que está capacitado para sacarnos del
hoyo donde nos metió Zapatero. Convencido de su poder de convicción,
dice tener carácter, valor, entereza y espíritu de sacrificio. Nos
augura tiempos difíciles y por ello se encomienda a Dios y como colofón
de su proyecto alude al orgullo de ser español como el factótum de su
programa. En otras palabras mucho, mucho patriotismo. Con estos enseres
llena la maleta y emprende el viaje de presidente de gobierno. Según su
ideario, no requiere de más equipaje.
Este fundamentalismo augura pocos parabienes. Los problemas de
empleo, educación, salud y vivienda acabarán encomendándose a la divina
providencia. La Iglesia católica tendrá una primavera dulce. Sus templos
se llenarán de gentes rezando y pidiendo la salida de la crisis. El
resultado es desesperanzador. Los españoles han votado por defecto. La
salida ha sido darle el bastón de mando a Rajoy, aprendiz de brujo. Con
ella en la mano será un peligro. Eliminará programas sociales, aligerará
el despido de los trabajadores y continuará con los recortes que inició
su antecesor Zapatero. Lo único que sabemos es poco alentador; se opone
a dar continuidad a la ley de dependencia, una de las joyas de la
corona. Así, un millón de personas serán dejadas al pairo y perderán la
ayuda asistencial que se brindaba para el cuidado de enfermos crónicos,
disminuidos físicos y síquicos. Con ello también se verán afectadas 300
mil personas cuyo trabajo era asistir a los enfermos en sus domicilios.
Seguramente, si esto es lo poco que anuncia, es muy probable que veamos
aparecer el copago en sanidad. Y quienes se resistan obtendrán a cambio
la única moneda posible, la represión. Apelando a la furia española, al
patriotismo, la fe en Dios y el garrote, el nacionalismo españolista
está de regreso.
Corren malos tiempos para la democracia, aunque sea la
representativa, cuyo estado de salud ya era precario. Franco tenía
razón, dejó todo atado y bien atado. En el patriotismo está la solución a
la crisis. ¡¡Arriba España, Una, Grande y Libre!!
http://www.jornada.unam.mx/2011/11/21/opinion/027a1mun
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