Después de más de 30 años de lucha guerrillera, el máximo jefe de las Farc-EP
ha sido asesinado. Murió combatiendo, como un guerrillero raso más,
mientras que quienes lo mandaron a asesinar, la élite dorada, jamás
subieron al monte ni han puesto a uno sólo de sus hijos al frente de la
batalla. Este era un desenlace que se veía venir, ya que desde el 2008 Cano se
enfrentaba a una presión militar impresionante: 6.000 tropas de élite
contrainsurgentes a su caza, cerco militar en el sur del Tolima y Cauca,
bombardeos indiscriminados en toda esa región. Y finalmente lo
“cazaron”, no en Tolima como esperaban, sino en Cauca. El procedimiento
fue típico: inteligencia militar (con apoyo decisivo de la CIA), bombardeos, desembarcos desde helicópteros y orden de asesinar, no de capturar.
Este
procedimiento, en flagrante violación del derecho internacional
humanitario, está en plena concordancia con el componente de la guerra
sucia del Estado colombiano llamado “Plan Burbuja”, según el cual hay
que golpear a los mandos guerrilleros para provocar un proceso doble:
por una parte, estimular las deserciones, por otra, producir un fenómeno
de “bandolerización” por la pérdida de los mandos político-militares y
desestructuración de la cadena de mando (lo último implica que lo que
realmente preocupa a la oligarquía no es ni la violencia ni la seguridad
de los ciudadanos, sino conservar el poder a toda costa).
La
muerte de Cano es un golpe militar indudable a la insurgencia, que por
primera vez sufre la baja de su líder máximo. No solamente es un golpe
por el enorme aprecio que le tenían los insurgentes, sino por el genio
político-militar que demostró en su período al mando. En el 2008 los
medios, con su normal ignorancia de los temas del conflicto, especulaban
sobre el supuesto conflicto en las Farc-EP entre el ala “militar”
supuestamente liderada por el Mono Jojoy, y el ala
“política”, supuestamente liderada por Cano, al que se le mostraba como
un ideólogo dogmático sin experiencia militar significativa. Sin
embargo, la realidad demostró lo espurio de los supuestos en los que se
sustentaron estas tesis. Cano demostró una visión militar superior a lo
esperado por los opinólogos, logrando una reorientación estratégica de
las Farc-EP que las llevaron a recuperar mucho del terreno perdido desde
la implementación del Plan Colombia,
adoptando una postura de ofensiva estratégica en vastas zonas del país
que se aprecia en los contundentes golpes dados por la guerrilla en el
período 2009-2011. También en lo organizativo, Cano supo descentralizar
la organización para, por una parte, facilitar el trabajo político de
masas y por otra, para absorber mejor los golpes del Plan Burbuja sin
que se resintiera el conjunto de la organización.
Las
Farc-EP con estructuras más descentralizadas y flexibles, asimilarán
con toda probabilidad este nuevo golpe y recompondrán las estructuras de
mando para llenar este vacío. Es muy probable que el mecanismo de
sucesión de mando previamente establecido (Cano estaba bien consciente
de que su asesinato era inminente) ya esté andando y que el sucesor sea Iván Márquez.
Pero
lo que está claro es que la resistencia de las Farc-EP a este embate no
depende solamente de lo militar sino, fundamentalmente de lo político, y
en esto Cano también supo abanderar una orientación política que lo
demostraron como algo distinto a ese personaje obscuro y ortodoxo
descrito por los medios. Logró controlar los enfrentamientos entre
estructuras farianas con estructuras del ELN en
diversos puntos del país. No solamente eso: también logró un pacto
estratégico con esa organización lo cual ha fortalecido a ambos sectores
insurgentes. También supo entender el contexto actual de movilización
popular, defendiendo un proceso de negociación política al conflicto que
permitiera articular las demandas de los diversos sectores populares
subordinados. De una u otra manera, buscó formas de que las propuestas
de la insurgencia volvieran a instalarse en la mesa como parte del
debate político, más allá de temas como el acuerdo humanitario o el
proceso de paz, actualizándolas con nuevas lecturas políticas y nuevos
análisis de la realidad nacional e internacional. En este sentido, Cano
demostró un liderazgo político-militar que permitió un salto estratégico
de la organización guerrillera.
¿Morirá
todo este trabajo hecho en el último tiempo con Cano? Aún cuando el
asesinato de Cano repercutirá en las filas insurgentes, difícilmente
ocurrirá tal cosa. El último informe de la Corporación Nuevo Arco Iris
(“La Nueva Realidad de las Farc”), publicado en agosto, da cuenta de
ello, cuando afirma que aún cuando la muerte de Cano sea inminente, ello
difícilmente significaría el fin de la insurgencia o aún un escenario
de desplome acelerado. Esta afirmación se sustenta en los hechos por
varias razones: primero que nada, porque Cano no tomaba decisiones solo
sino como parte de un cuerpo colectivo, el Secretariado Mayor.
Se equivoca el establecimiento colombiano cuando cree que las Farc-EP
son una organización sustentada en liderazgos carismáticos. El asesinato
del Mono Jojoy (una figura de un carisma mucho mayor que el de Cano
entre los guerrilleros) en el 2010 así lo demostró –no hubo deserciones
en masa y el Bloque Oriental mantiene la presión militar. Lo mismo pudo decirse del fundador de las Farc-EP, Manuel Marulanda,
cuya muerte también se especuló produciría un desmoronamiento de la
organización –cuando ocurrió en realidad todo lo contrario, un
restructuramiento de la organización y un fortalecimiento organizativo.
Pero tampoco será ese el escenario porque las orientaciones políticas
que han enfrentado el intento de “aislamiento político” de la
insurgencia, así como las estructuras que han permitido el reacomodo
estratégico de las Farc-EP al nuevo escenario de guerra, dominado por el
poderío aéreo del Estado y el perfeccionamiento de la inteligencia
militar, ya están instaladas y andando. Y han demostrado ser efectivas
[1].
Digamos que con la muerte de
Cano la insurgencia pierde un valioso dirigente, pero ni pierde la razón
de ser ni su norte como organización. La orientación de Cano, ha sido
parte de una orientación colectiva que demuestra el dinamismo de la
insurgencia de cara a una ofensiva militar sin precedentes por parte del
Estado, así como el carácter orgánico de la guerrilla colombiana. Si
bien Cano es el máximo dirigente asesinado, varios otros líderes han
sido abatidos en el último tiempo gracias al Plan Burbuja y el efecto
esperado por parte del Estado (desplome, desmoralización,
bandolerización y deserciones masivas) no ha ocurrido. Y no ocurrirá
porque las fuerzas que alimentan al conflicto siguen ahí, y la
insurgencia conserva fuertes raíces en la Colombia rural
pese a la campaña de exterminio y desplazamiento masivo del Estado
colombiano, que llaman “consolidación territorial”. Y porque la
insurgencia en Colombia es una insurgencia de carácter orgánico, no
basada en caudillos carismáticos. Los movimientos insurgentes de
carácter orgánico como las Farc-EP han sabido sobrevivir y aún
fortalecerse después de la muerte de sus dirigentes, como ocurrió con el
PKK tras el arresto de Abdullah Ocalan, o con el FSLN tras el asesinato de Carlos Fonseca, o con las guerrillas africanas PAIGC o Frelimo, tras el asesinato de sus respectivos dirigentes Eduardo Mondlane y Amilcar Cabral.
Y su martirio en ocasiones logra fortalecer la moral y redoblar la
resolución de lucha de los rebeldes, con lo cual podría haber un efecto boomerang.
Santos,
sobre el cadáver del adversario abatido profiere vivas a Colombia, sin
dejar en duda su concepción de país donde el poder se reafirma con
ofrendas de sangre. Dice que el “crimen” no paga (confundiendo rebelión
con crimen), mientras el país se asfixia en la corrupción promovida por
familias cuyas fortunas han sido amasadas mediante el asesinato, el
desplazamiento, el robo de tierras y la entrega de los recursos
naturales mediante pactos fraudulentos. Los medios reproducen partes
triunfalistas en que, ahora sí, se nos vuelve a decir, que estamos en el
fin del fin, no en el fin inmediato, sino que en la recta final, etc.
Mientras hasta hace unas semanas se quejaban de una guerrilla
envalentonada y un ejército desmoralizado, hoy día afirman que la
guerrilla está desmoralizada y que este golpe desmiente la tesis
“maliciosa” de la desmoralización castrense. En realidad, esta victoria,
por las razones más arriba expuestas es pírrica, y difícilmente
alterará el curso del conflicto según se ha delineado en el curso del
presente año o mejorará sustantivamente la moral de la tropa cuya baja
se encuentra, como hemos afirmado en otra ocasión, en la naturaleza
misma de esta guerra sucia tan degrada. Antes bien, este nuevo
triunfalismo (mucho menos pronunciado que el triunfalismo tras la muerte
de Raúl Reyes) podría jugar en contra de esa moral cuando el fin del fin no llegue.
Pero
no sería correcto afirmar que nada cambiará en el nuevo escenario
post-Cano; es indudable que este golpe tendrá efectos. El periodista Alfredo Molano
advirtió que esta victoria militar puede convertirse en una derrota
política. Tal cosa no parece ser descabellada porque quedan claras las
intenciones de “paz y diálogo” de Santos, quien ha posado como el
presidente de los “derechos humanos”, abierto a la “negociación”. Será
mucho más difícil sostener tal cosa para socialdemócratas como Medófilo Medina, Pacho Galán, León Valencia
u otros que se han mareado con la “voluntad de paz” del gobierno,
después de esta acción, pues ¿cómo hablar de paz mientras se asesina al
interlocutor? Pongamos el caso irlandés como ejemplo: el Estado
británico estuvo dispuesto a dialogar con la insurgencia (el IRA)
y por ello, aunque tenían localizados plenamente a los líderes
políticos del movimiento, no los asesinaron para permitir ese espacio de
negociación. Tal cosa no ocurre en Colombia, precisamente porque la
voluntad de paz o de diálogo no existe. Lo que se busca es el exterminio
de los posibles negociadores para lograr la desmovilización. Es decir,
la paz de los cementerios, o pacificación sin ninguna transformación
política en el país. El resultado de esta política lo conocemos bien en Guatemala o El Salvador. Y eso no es lo que la mayoría del pueblo quiere para Colombia.
El
gobierno cierra las puertas al diálogo ¿cómo reaccionará la
insurgencia? Es difícil predecirlo, pero sea lo que sea, es posible ver
un período de agudización e intensificación del conflicto por delante
pues no parece ser una opción cruzarse de brazos o seguir reiterando
llamados al diálogo y la paz que caen en oídos sordos. Si el gobierno
demuestra su voluntad de profundizar la vía militar, entonces es ella la
que se profundizará, y sabemos lo que esa vía tiene para ofrecer a
Colombia en el marco de la guerra sucia.
El
gobierno no entiende el carácter orgánico de la insurgencia, pero sí
entiende el carácter social más que militar del conflicto. Por eso es
que en estos momentos en que repunta la lucha popular, con los
estudiantes, obreros petroleros, trabajadores del transporte, campesinos
movilizados, el gobierno se apresta para profundizar la guerra sucia,
buscando ampliar el fuero militar, estigmatizando y criminalizando la
protesta social, reforzando el aparato paramilitar. Saben ellos que el
escenario donde se define el combate no es en el campo de batalla sino
que en los campos y calles de Colombia, donde las masas vuelven a
desafiar al sistema y a articular su proyecto emancipador. Aunque con
los resultados de las últimas elecciones locales, producidas con más de
un 50% de abstención, se fortalece de manera superestructural la “Unidad
Nacional” y el santismo barre con toda oposición institucional, esa
institucionalidad está cada vez más aislada, es cada vez más vulnerable
ante un pueblo al que no se le ha dejado más opción que luchar. Santos
aprueba TLCs que hambrearán a las muchedumbres y las someterán en una
situación aún más desesperada que la actual. Sus “locomotoras del
desarrollo” arrollan y destruyen las comunidades que quedan a su paso.
El gobierno de Santos responde a las protestas de este pueblo de manera
militar, con una represión inusitada, pues no saben responder de otra
manera. Y con ello cierra todas las puertas a una solución al conflicto
social que no sea la vía revolucionaria (que no
guerrerista-militarista).
Que no se
engañe Santos con sus pírricas victorias militares: su mundo anacrónico
de dogmatismo neoliberal, entreguismo pro-imperialista, de exacerbado
conservadurismo, es un mundo en retroceso. Los tiempos actuales son
tiempos de lucha, de revoluciones, donde las masas vuelven a adquirir
protagonismo. Santos radicaliza el conflicto social y armado, que no es
solamente bombardeos contra la insurgencia, sino una estrategia militar
contra el conjunto del pueblo –ese es el significado del asesinato de
Cano. Pero en la medida en que se radicaliza el conflicto, las masas
colombianas pueden dar a la oligarquía una buena sorpresa, precisamente
en el momento en que se creen invencibles y precisamente por donde no lo
esperan.
NOTAS
[1] Un balance del conflicto y la apuesta por la guerra sucia de Santos, la he hecho en un artículo previo “Santos: Luz Verde para la Guerra Sucia en Colombia”.
Por José Antonio Gutiérrez D.
5 de noviembre, 2011
Publicado en www.noticiasdelarebelion.info
Vìa :
http://www.elciudadano.cl/2011/11/05/43583/el-significado-del-asesinato-de-alfonso-cano/
http://www.elciudadano.cl/2011/11/05/43583/el-significado-del-asesinato-de-alfonso-cano/
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