Todo indica
que conforme el tiempo pasa más miembros de nuestra especie estamos
indignados. Mientras las noticias de los atracos financieros, las crisis
de los partidos políticos, la corrupción de las iglesias, el desastre
de los bancos o la imbecilidad de los poderosos intentan saturar todos
los espacios de la comunicación, cada vez más se cuelan por las rendijas
que quedan las novedades en torno a los que estamos indignados. Porque
cada día que pasa es mejor que el que viene, cada vez hay más
indignados. Brotan como hormigas y se multiplican como conejos. En
Egipto como en Túnez, en Italia como en España, en Marruecos como en
Siria. Y la indignación llega hasta lo más norte y vuelve realidad un
sueño: en Islandia los ciudadanos expulsan a su gobierno corrupto y
ponen en la cárcel a los empresarios cómplices. ¿En cuantos países más
habrá que hacer lo mismo?
Algunos ciudadanos notables ayudan a procrear la indignación: Michael Moore en Norteamérica o Julian Assange y su Wikileaks
desde Australia y el continente europeo. La tecnología de la Internet
también ayuda, no detiene, la revolución de las conciencias y contribuye
a construir el poder ciudadano, según nos lo indica en una entrevista
el famoso comunicólogo Manuel Castells.
Y este juicio es crucial porque ello supone la implicación de los más
jóvenes en las batallas cotidianas. Hoy hay que quitarse el sombrero
ante los estudiantes chilenos que por miles se han arrojado a las calles
(250 mil), y a los un poco menos jóvenes españoles que viven sin
trabajo a pesar de su gobierno de
izquierda. Otros, como Alejandro Nadal, nos explican con sencillez la monumental irracionalidad de la economía de mercado y sus secuelas sociales, es decir, nos sugieren que ya
tiembla el capitalismo.
Y en plena era de la indignación, los pueblos más lejanos a la
modernidad neoliberal también ponen su ejemplo. En los países andinos no
solamente auspician gobiernos progresistas, también les marcan
directrices con sus cosmovisiones. La naturaleza reaparece, se torna
actriz vital para un futuro diferente y la ecología sagrada toma de
nuevo los aires del mundo. Sin el rencuentro ecológico la superación de
la crisis es imposible, y ello significa recrear a la tradición y
ver-de-frente. En México, donde la indignación la encabeza un poeta, no
solamente las comunidades indígenas son las que practican los modelos de
civilización más avanzados, sino que frente a un gobierno timorato e
inútil, incapaz de controlar el crimen y la inseguridad, crean su propia
defensa e inventan sus propias policías comunitarias en casi 80
localidades de Guerrero y Michoacán. Y, en fin, en 34 países se
consolidan casi 400 proyectos de aldeas en transición que buscan vivir
sin petróleo quebrando las formas de vida dominantes mientras se impulsa
el poder local (www.transitionnetwork.org).
Visto así, el mundo ya no es más ese túnel negro cuya pequeña
luz es la de otro tren que se acerca para arrollarnos. No. El mundo
comienza a verse como un paisaje claroscuro. El de una época que muere y
el de otra que nace. Estamos en esa hora precisa del amanecer en la que
el día comienza con el desvanecimiento de la noche. La de un proyecto
en plena descomposición –el neoliberal, que no es sino el capitalismo en
su fase corporativa y global– y el del bosquejo de otro que se prepara
para sustituirlo. Estamos frente a una reconversión civilizatoria, como
lo hemos dicho desde hace muchos años. Y ésta trae olor a
buen vivir,
sustentabilidad,
decrecimiento,
izquierda verde y cultural. Armando Bartra le ha llamado la carnavalización de la política; Edgar Morin, la gran metamorfosis. Más allá del título, sin embargo, está el proceso por el cual el poder político y el poder económico tendrán que sujetarse al poder de los ciudadanos mediante la creación de mil mecanismos. Hay que ir desmontando los grandes emporios y repartir las fortunas de los Slim y de los Gates. Y entonces las cooperativas sustituirán a las corporaciones, lo pequeño a lo gigante, las comunidades rurales a los latifundios, la diversidad a la monotonía, los bosques y las selvas a los campos de golf, las plazas y los espacios públicos a los malls y demás escaparates comerciales, el encuentro intercultural a las disneylandias, las energías renovables a las centrales nucleares, que son tan peligrosas como obsoletas. Sigamos con nuestra indignación, en la que ya están nuestros hijos y por lo mismo estarán nuestros nietos. Es el tiempo de organizarse. ¡Todos estamos indignados!
Fuente, vía :
http://www.jornada.unam.mx/2011/08/09/opinion/022a1pol
http://www.jornada.unam.mx/2011/08/09/opinion/022a1pol
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