52 personas fallecieron en el Casino Royale, cuando seis sicarios le
prendieron fuego.
El atentado se produjo a la hora de más afluencia de
gente, la comida, cuando está lleno de amas de casa y gente mayor.
AP
Photo/Hans Maximo Musielik
Monterrey en cambio, vive atrapada en una espiral de violencia desde hace meses. Sin embargo, los 52 muertos rebasan todo lo anterior y generalizan la angustia y la impotencia. “Hasta ahora la violencia tocaba de una manera individual, secuestros, asesinatos, desapariciones cotidianas pero que quedaban en el secreto familiar, ahora estamos hablando de un atentado público contra ’señoras bien’ que estaban en un centro de diversión y eso ha impactado a la clase media alta. Ya ha pasado antes en Juárez, en Reynosa, en Torreón… y estamos hartos”, explica Pablo Pérez, un regiomontano que vive en la Ciudad de México.
Pablo decidió salir a las calles en una concentración de protesta que se organizó en la capital mexicana este fin de semana. También lo hicieron en su ciudad y en otros lugares del país. La consigna era la misma en todos lados: Paz. “Ante una tragedia como ésta es momento de replantear la estrategia y pensar la seguridad desde las personas”, señala Jesús Robles Maloof, defensor de Derechos Humanos en Contigente MX, la organización que convocó la protesta en el Distrito Federal. Su visión, aunque recoge el sentir de una gran parte de la ciudadanía, contrasta con la política del gobierno, que sigue aplicando su receta de mano dura. El presidente Felipe Calderón calificó enseguida el crimen como “terrorismo” y ya ha ordenado el despliegue de 3.000 policías y militares más en la ciudad norteña.
La
ciudadanía salió a las calles en varias ciudades del país para repudiar
el atentado en Monterrey y la violencia que azota todo el territorio
nacional
Foto: Parika Benítez
Injerencia estadounidense
Los EEUU tienen espías en México, así lo admitió el propio gabinete de Seguridad mexicano, después que el New York Times publicase que EEUU mantiene un centro de inteligencia dentro de una base militar mexicana. Casualmente este centro de inteligencia está junto al aeropuerto de Monterrey, a unos kilómetros de la masacre del Casino Royale. Allí, miembros de la CIA, de la agencia antidrogas DEA (por sus siglas en inglés) y civiles estadounidenses con formación militar recopilan información sobre la delincuencia organizada, planifican las operaciones de choque, entrenan a soldados y policías federales y hasta interrogan a sospechosos.
La
secretaria de Estado de los EEUU, Hillary Clinton en una de sus visitas
a Monterrey en 2009, en el marco de la Iniciativa Mérida. AP Photo /
Eduardo Verdugo
Así las cosas, la presencia estadounidense no parece justificarse solo en el combate a la delincuencia organizada y para entenderla habría que voltear a ver otras intervenciones en la región. La Iniciativa Mérida cada vez se asemeja más al Plan Colombia, que ya en 1999 marcaba las bases estratégicas para acabar con el narcotráfico y la guerrilla en el país caribeño. Allí, Estados Unidos han invertido más de 6 mil millones de dólares invertidos para instaurar bases, pagar asesores militares, pertrechos bélicos, aviones de combate, bombarderos, helicópteros e instalaciones de espionaje electrónico, que han tenido un resultado nulo para reducir el poder de las mafias, aunque sí han conseguido cambiar los grupos que las controlan. Como apuntaba la escritora colombiana residente en México, Laura Restrepo en una entrevista reciente, Colombia ha pasado por tres etapas fundamentales, “la primera es la de Pablo Escobar, una mafia plebeya, muy poderosa pero marginal, venida de estratos sociales bajos y aunque se volvieron dueños del país, fueron siempre rechazados por las clases altas. La segunda fase es de cuello blanco, personificada por el cártel de Cali, una mafia menos salvaje al menos a la vista y más ligada al capital financiero internacional. La tercera fase es el narco a través de los grandes cárteles militares, y es la que hoy ha ido eliminando a los demás”. El negocio de la droga está ahora en manos de los llamados cárteles militares en un entramado social e institucional aliado con los grupos de poder. Y todo esto ocurre bajo la atenta mirada de más de 800 asesores militares estadounidenses desplegados en el territorio a través de siete bases militares instauradas con el Plan Colombia.
A la marcha de los acontecimientos, las comparaciones pues, entre México y Colombia, son inevitables. Beatríz Torres, del Centro Académico de la Memoria de Nuestra América, asevera que el combate contra el narcotráfico en Latinoamérica es “el gran paso militar y político para instalar una guerra regular y controlar así los gobiernos y recursos en la región”. Esta experta recuerda además que la economía criminal, que combina el tráfico de drogas, personas y armas, es el segundo negocio mundial después del que se deriva del petróleo. En este sentido, señala que EEUU aplica la narcopolítica desde los años ‘80 cuando justificó la intervención a Panamá por el narcotráfico. Este combate “ha sido un gran escudo imperial para justificar el control económico, social, político y militar en América Latina desde que se acabó la Guerra Fría”.
El
acuerdo entre los EEUU y México va mucho más allá de lo que se anunció
públicamente y ya ha facilitado la entrada de espías yanquies en el país
azteca con la excusa de la lucha contra el narcotráfico. AP
Photo/Daniel Aguilar
Y el propio EEUU parece reconocerlo en los cables filtrados por Wikileaks. La Agencia Antidroga Norteamericana (DEA) cuenta con 87 oficinas en 63 países del mundo, y se está convirtiendo en una agencia de inteligencia global mucho más parecida a la CIA que al solo combate a las drogas. Así lo revelaban algunos de los cables difundidos en esta filtración. Por ejemplo, en el caso de Panamá el presidente se comunica con la DEA para pedir apoyo para pinchar teléfonos de opositores. En Myanmar los informantes de esta agencia hablaron sobre las actividades políticas de los opositores a la junta militar mientras ésta se enriquecía con el dinero del narcotráfico, y así un sinfín de ejemplos. En México ahora ya tienen un centro de inteligencia. Para el jurista especializado en la relación bilateral entre el país azteca y EEUU, John Ackerman, el gran problema es “la subordinación mexicana a la estrategia de Washington”. En este sentido, exige al gobierno azteca que “cancele urgentemente la Iniciativa Mérida, e implemente un modelo similar al que aplica EEUU en su interior: ejercer la discreción prosecutorial, priorizar la investigación de los delitos graves de la población mexicana y no preocuparse tanto por el tránsito de drogas hacia el norte”.
Sin embargo las autoridades siguen en su estrategia militar. El gobierno mexicano ya ha anunciado que en la siguiente etapa de la Iniciativa Mérida, se capacitará a los policías locales, pues los estadounidenses ya han formado a 4.500 policías nacionales y soldados. “Las fuerzas federales detienen a los criminales. Déjenos hacer nuestro trabajo. Dejen a un lado la mezquindad política y los intereses que buscan frenar la acción de las fuerzas federales” repitió el presidente Calderón después del atentado en Monterrey. Estas fuerzas sin embargo, no consiguen impedir que la violencia siga creciendo, y en los últimos cinco años ha habido más de 40.000 muertos, según cifras oficiales. Los más recientes, descansan aún en sus féretros regiomontanos mientras sus familiares salen a las calles a decir basta ya.
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