Las evidencias del
quiebre entre el sistema dominante, financiero, global, y los pueblos
del mundo que lo padecen, se acumulan hasta llegar a lo grotesco. Las
aristas más filosas del modelo explotador se ensañan sobre un grupo
específico de ciudadanos: las juventudes. Éstos, llámense chilenos
adolescentes agobiados por lo caro de una educación que se les escapa, ninis mexicanos
ignorados durante décadas que ya no pueden emigrar, españoles
indignados que no encuentran un sitio decente donde habitar y convivir,
desclasados ingleses de las barriadas londinenses (como antes fueron
franceses) que, de pronto, irrumpen con impulsos destructivos, o los
sirios, egipcios y libios que siguen la ruta del martirio por un cacho
de dignidad, salen, en tropeles, a las calles para dar testimonio de sus
incandescentes corajes. Ya no aguantan más dentelladas de la injusticia
que los ahoga en la desesperación. Su futuro ha caído en la oscuridad
total y, desde sus distintas postraciones, quieren aliviar, de mil
ocurrentes maneras, sus deprimentes condiciones de vida.
Con varios anuncios y premoniciones anticipadas, ya bien conocidas y
publicadas, ahora la mecha de miedos y mareos se encendió por donde no
se creía posible: en el mero centro del poder, en la economía
estadunidense. Años de dispendiosas guerras, expoliaciones a las clases
medias y apañes desmedidos por parte de especuladores sin medida de la
riqueza generada, han llevado a esa nación al borde de sus capacidades
reproductivas, de gobierno, de crédito y, en especial, de consumo
masivo. Sus deudas acumuladas sobrepasan varias veces el producto anual.
La sola deuda pública (15 billones de dólares) es mayor que ese PIB
nacional, sin duda alguna el mayor del mundo. Pero la discordancia para
llegar a un arreglo entre las diversas fuerzas que componen tan
ramificado entramado social ha sido irremontable. La intransigencia
derechista de los republicanos, los falsos cuidados de Obama y los
numerosos vetos de sendos grupos de presión ante las distintas opciones,
llevaron a una implosión que ya se expande por todo el orbe.El resultado de los tironeos habidos en los centros decisorios estadunidenses tienen un distintivo nefasto: la enorme, insalvable distancia respecto del sentimiento y los deseos de la mayoría de ese pueblo. Más de 70 por ciento de los estadunidenses están de acuerdo con la real, con la que sería una efectiva salida: la reposición de impuestos a las cúpulas de ingresos mayores, excluidas de tales obligaciones desde los sesgados tiempos de Ronald Reagan y sus fundamentalismos de mercado. La derecha estadunidense, en especial su actual versión extrema (Tea Party), todavía sostiene, con cerrada ignorancia, que el dispendio gubernamental radica en el Estado de bienestar del que gozan, según versión interesada, sin mesura ni razón muchos holgazanes. Y ahí aprietan, llenos de rencores, con devastadores recortes. La sociedad, en cambio, en abrumadora mayoría (más de 70 por ciento), acepta la propuesta de recortar sus gigantescos gastos militares y preservar sus prestaciones de salud y retiro que sus políticos acordaron disminuir.
Los enormes déficit que aquejan a diversas economías
desarrolladas provienen, sin ya tapujos ni disfraces, de las bajas, casi
inexistentes, tasas impositivas para los sectores de altos ingresos. La
expoliación a los salarios de las mayorías, cautivas y sin derechos
compensatorios, no ha cesado, ya dura más de 30 años. Mucho de la
debilidad de los mercados internos de esos países proviene, en verdad,
de los cada vez más apretados presupuestos disponibles de la gente. El
proceso de endeudamiento familiar llegó, también, a puntos de saturación
evidentes. Es por eso que las explosiones sociales no cesan de aparecer
y, sin duda, seguirán creciendo hasta llegar a puntos de dañinos
quiebres.
El terremoto y las ventoleras que aquejan a los llamados países
centrales lanzan ondas expansivas por doquier. En México, con necia
atención y escasa responsabilidad, se sigue insistiendo en continuar la
fiesta y el saqueo. Aquí no hubo desgravaciones al capital por la
sencilla razón de que nunca, los grupos de ingresos privilegiados, han
pagado lo que deberían. Aquí reina, impune, la corrupción de alto
engranaje y hasta respetable sello social. La insultante desigualdad
sólo se equipara con el insólito incremento de la pobreza en sus
versiones extremas. Aquí el entreguismo ha sido una constante por parte
de la clase dirigente, agudizado por los mustios panistas. Es por eso
que se desmanteló la industria petrolera y sus derivaciones
petroquímicas que una vez fueron orgullo nacional se tornaron chatarra
inservible. Es por eso que se importan 400 mil barriles de gasolinas
diarios en vez de refinarlos internamente. Es por eso que se ha montado
un tinglado para exprimir, por parte de extranjeros, a la Comisión
Federal de Electricidad hasta hacerla onerosa a todo consumidor. Fue por
ambiciones parecidas que se liquidó a Luz y Fuerza del Centro y ahora
algunos traficantes de influencias usan, a cambio de migajas, su red de
fibra oscura. Es por eso también que se extienden concesiones, casi
gratuitas, a los consorcios mineros, ya sean de capitales propios o
externos. Los 52 millones de hectáreas concesionadas, en el mejor de los
casos, dejarán unos mil millones de pesos de impuestos a cambio de
llevarse miles de millones de dólares de metales y utilidades. Es por
eso, en fin, que los grupos de presión mexicanos dominan, con pasiones
incontenibles, ciegas al cambio, el actual panorama colectivo. Es por
eso, finalmente, que asumen, como indispensable, la continuidad de un
sistema, de un modelo que ha entrado en total quiebra mundial.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/08/10/opinion/025a1pol
http://www.jornada.unam.mx/2011/08/10/opinion/025a1pol
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