"Indignatio est odium erga aliquem, qui alteri malefecit." (La indignación es el odio hacia alguien que ha hecho mal a otro)
Spinoza, Etica, III, def. XX de las pasiones
Spinoza, Etica, III, def. XX de las pasiones
Para el 15 de mayo, varias asociaciones de jóvenes convocaron manifestaciones en numerosas ciudades de todo el territorio español. La campaña del capital, su gobierno, su oposición y -lamentablemente también- sus sindicatos contra los derechos de los trabajadores se ha saldado, de momento, en un aumento de la edad de jubilación, una congelación de las pensiones, la flexibilización e incluso la subvención del despido y un recorte sustancial de los sueldos de la función pública en todos sus sectores. El gobierno, la patronal y las instituciones europeas amenazan con nuevas medidas. El objetivo de esta campaña, al menos su objetivo declarado es dar confianza a los mercados e impedir que aumenten excesivamente los tipos de interés sobre la deuda española, evitando así situaciones como la de Grecia, Irlanda o Portugal. El resultado real es el que vemos ya en fase incipiente en el Estado Español y en fases más avanzadas en Grecia y Portugal: una depresión económica inducida que reduce los ingresos fiscales del Estado y aumenta el importe de la deuda. Es la espiral que ya conocieron los países del tercer mundo y de la que varios países de América Latina o Islandia sólo salieron mediante la decisión política de declarar una suspensión de pagos y negociar la reestructuración de la deuda y la reducción de esta a su valor real de mercado. En Europa, se afirma que esto es imposible, pero una decisión política a nivel de la UE inducida por la presión de los Estados más endeudados podría modificar la correlación de fuerzas. El actual gobierno español no está dispuesto a modificarla y opta, junto con la oposición y los sindicatos mayoritarios por perseverar en la redistribución hacia arriba de la riqueza que resulta de acatar el dictamen de los mercados. Esto es tanto más absurdo cuanto ya se aprecian los resultados nefastos de estas políticas en otros países europeos, y las agencias de calificación de la deuda que constituyen la voz de los mercados son parte directamente interesada en una degradación de la confianza en los países deudores. En Portugal ya están en curso varias demandas judiciales contra Moodys y otras agencias que especulan descaradamente contra la deuda pública.
El primer resultado de estas políticas es un vertiginoso aumento del paro a más del 20% y del paro juvenil al 40% o más según las regiones. La juventud se ve así metida en una trampa: por un lado, la depresión inducida le ofrece cada vez menos puestos de trabajo y degrada las prestaciones sociales al haberse recortado el gasto público social, por otra, al aumentarse la edad de jubilación, su posibilidad de sustituir de forma "natural" a las generaciones anteriores en sus puestos de trabajo se ve cada vez más menguada. Además, la formación que se les exige deja de ser una formación de interés general para adecuarse cada vez más a la demanda de las empresas, lo cual destruye la posibilidad de innovación. En efecto, sólo una sólida formación universalista y una seria investigación fundamental independiente de los mercados ha permitido hasta ahora la innovación, la creación de nuevas actividades económicas y la transformación de la propia sociedad. La historia del desarrollo económico europeo, norteamericano y japonés tras la segunda guerra mundial así lo confirma. Por otra parte, esta formación socialmente inútil que sólo mira al beneficio inmediato de las empresas y a la sumisión de los individuos al mando del capital, es cada vez más cara para los propios jóvenes y sus familias, pues el Estado ha renunciado a la gratuidad de la enseñanza así como al su carácter realmente público. Para el actual Estado neoliberal, la enseñanza es constitución de un "capital humano" individual y carece de dimensión pública, es acumulación privada de una riqueza expresada en términos de competencia y de destrezas por parte de unos individuos -los estudiantes- que luego estos podrán vender en el mercado. Sin embargo, como podemos apreciar, ni siquiera esta adaptación máxima al mercado rinde frutos y el desempleo en el Estado Español como en la mayoría de los países capitalistas desarrollados crece sin límites visibles. La mercancía fuerza de trabajo se ha convertido en una mecancía barata hasta tal punto que algunas empresas deslocalizadas al tercer mundo están empezando a desplazar de nuevo sus servicios a un primer mundo que se tercermundiza. Hoy el capital sólo puede prometer que "se trabaje más para ganar menos" y "que las nuevas generaciones vivan peor que sus padres".
Frente a esto, los capitalismos democráticos no dejan casi ningún margen de respuesta institucional. En los parlamentos se puede hablar de todo, excepto de "esto", a saber de la vida real de la mayoría de la población y de sus expectativas. En cuanto a los sindicatos mayoritarios, financiados por el poder, se muestran ante él obsequiosos y convocan huelgas simbólicas una vez gobierno y prlamento han "decidido" las medidas que imponen los mercados en contra del interés general. De ahí la doble indignación ante un sistema de explotación cada vez más transparente y un sistema de representación política cada vez más incapaz de representar el interés de las mayorías sociales. De ahí la indignación que se percibe y la indignación que se organiza. Una indignación que no es mero enfado, mera cólera ante la injusticia, sino pasión constituyente. Los jóvenes europeos han visto recientemente cómo del otro lado del Mediterráneo caían añejas tiranías a manos de gente con la que podían compararse y solidarizarse por mucho que la propaganda racista y neocolonial los pintase como "exóticos". La indignación de los jóvenes a mabos lados del Mediterráneo es directamente política, comparable con la de los argentinos que exigían de los políticos del régimen neoliberal una sola cosa: "¡Qué se vayan todos, que no quede ninguno!" o con la de tunecinos y egipcios que reiteraban en sus manifestaciones una consigna central: "El pueblo quiere que caiga el régimen". De eso se trata, de la caída de un régimen capitalista neoliberal que cierra el futuro y ensombrece el presente a la mayoría.
El término "indignación" está hoy de moda. En particular ha contribuido a su éxito el panfleto de Stéphane Hessel titulado "¡Indignáos!" (orig. "Indignez-vous!"). El ya anciano diplomático y antiguo resistente llama en él a la juventud francesa a retomar los principios y valores del Consejo Nacional de la Resistencia que, bajo el mando del general De Gaulle combatió al ocupante nazi y liberó Francia para imponer, al menos en sus primeros años, un programa político republicano de justicia y solidaridad social, abriendo parcialmente el capitalismo francés a los intereses de las clases populares. Hoy, la revuelta de los jóvenes a la que llama Hessel ha de dirigirse contra la dictadura del capital financiero que asola nuestras sociedades. Es, por otra parte, llamativo que el título del panfleto sea el imperativo de un verbo que expresa una pasión y que este mismo verbo carezca de complemento, como si a alguien se le pudiera exhortar a indignarse cuando no lo hace de manera espontánea. El problema es precisamente ese: que no haya ya una respuesta ante la opresión y explotación redobladas en que viven hoy las mayorías sociales, que sea necesaria una exhortación. Son varios los motivos que lo explican. El principal tal vez es la profunda atomización de nuestras sociedades, el hecho de que cada individuo sólo se preocupe de sus propios asuntos y sea cada vez más incapaz de discernir la dimensión social y política de su malestar. Esa atomización en el animal hablante y social, en el animal político, es pérdida de su propia dignidad. De ahí que las recientes revoluciones árabes tuviesen como lema la bella palabra "Karama", "dignidad", pues de lo que se trata frente a la tiranía es prioritariamente de recuperar la dignidad política y ética frente al poder que la niega. Tal es el primer móvil de la indignación: el esfuerzo por recuperar la dignidad propia.
La atomización extrema es característica del capitalismo neoliberal, pero puede afirmarse que todo régimen de dominación moderno interpela a los individuos de modo singularizado, uno por uno, impidiendo que su socialización acontezca al margen de los imperativos del derecho, del mercado y del Estado. El neoliberalismo es la exacerbación de ese régimen de control. La indignación como pasión es directamente contraria a la atomización que hoy se nos impone. Spinoza la definía como sigue: "I n d i g n a t i o est odium erga aliquem, qui alteri malefecit.", la indignación es "odio contra alguien que ha hecho mal a otro". La indignación es, pues, una pasión triste, un odio, una tristeza que atribuimos a una causa exterior a nosotros. Sin embargo, esa tristeza, este odio, tendrá una función fundamental: restablecer la relación social cuando el poder la daña y amenaza con destruirla. Es una pasión peligrosa, pues va directamente dirigida contra el poder opresor y pone en peligro el conjunto del orden social: "aunque la indignación parezca ofrecer la apariencia de equidad, lo cierto es que se vive sin ley allí donde a cada cual les es lícito enjuiciar los actos de otro y tomarse la justicia por su mano" (Etica IV, Cap.XIV), Sin embargo, como otras muchas pasiones que Spinoza considera tristes desde el punto de vista ético, la indignación no deja de ser una pasión política necesaria, pasión de resistencia, pasión constitutiva de un nuevo orden. De ahí la paradoja del extraño imperativo militante que sirve de título al panfleto de Hessel, la paradoja de toda política, de toda revolución.
http://iohannesmaurus.blogspot.com/2011/05/15-de-mayo-indignacion-y-dig nidad.html
Vìa :
http://www.kaosenlared.net/noticia/indignacion-y-dignidad
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