Durante
el siglo XX, el mundo conoció dos grandes organizaciones de carácter
internacional. La primera de ellas fue la Sociedad de Naciones (SDN),
nacida tras el Tratado de Versalles que puso fin a la Primera Guerra
Mundial en junio de 1919. Disuelta en abril de 1946 ante su evidente
fracaso. Si bien su propósito explícito era fomentar la cooperación
entre las naciones y garantizar la paz, afirmar el Derecho Internacional
y respetar escrupulosamente los Tratados, lo cierto es que estuvo muy
lejos de aproximarse siquiera a tan nobles intenciones. Podríamos decir
que su epitafio no fue sino la Segunda Guerra Mundial.
Si
Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos, había inspirado la
SDN, sería el presidente Franklin D. Roosevelt quien inspiró las
Naciones Unidas (ONU), una nueva organización que tras el horror de la
Segunda Guerra Mundial sería la organización internacional encargada de
promover la paz y la amistad entre las naciones, Nacida en octubre de
1945 con 50 representantes, cuenta hoy con la adhesión de 192 estados
miembros.
Concebida
como un gran foro para tratar los asuntos de interés para toda la
humanidad, la ONU, entre los cuales se destacan: Preservar a las nuevas
generaciones del flagelo de la guerra; Reafirmar la fe en los derechos
fundamentales del hombre; Crear condiciones para mantener la justicia y
el respeto a los tratados internacionales; Promover el progreso social y
elevar el nivel de vida. Ante el actual estado del mundo, bien cabría
pensar que así como la SDN fracasó ante la barbarie, la ONU se ha
convertido en poco más que una burocracia políticamente inepta e
inoperante, provista de un discurso demagógico al servicio de los
poderosos del mundo.
Si
alguna vez la figura del Secretario General de Naciones Unidas tuvo
alguna prestancia, en la actualidad su papel en la política mundial es
casi nulo. Su capacidad para mediar en todo tipo de conflictos alrededor
del mundo es de una írrita eficacia, mostrando hasta la saciedad su
incapacidad para preservar a las nuevas generaciones del flagelo de la
guerra. Los sucesos lamentables en el Golfo Pérsico y el norte de África
muestran hasta qué límites puede llegar la ley del más fuerte en el
mundo de hoy. Lo mismo podría decirse de aquella promesa de promover el
progreso social y elevar el nivel de vida, una promesa jamás cumplida
para los pueblos abandonados del África subsahariana o muchos países de
América Latina.
El
deslavado papel de la ONU en los asuntos del mundo es uno de los
síntomas que señalan una crisis de las instituciones internacionales en
este siglo XXI. Cuando cualquier gran empresa transnacional maneja un
presupuesto superior al de muchos estados y funciona mejor que la ONU a
escala planetaria significa que aquel espacio político mundial en el que
se quería preservar la paz y la justicia se ha convertido en otra cosa:
Un mercado dispuesto a preservar el lucro a cualquier precio, sin
importar si ello compromete el medio ambiente o condena a millones de
seres a la miseria, sin importar siquiera la bandera de algún pequeño
país que clame por su soberanía.
- Álvaro Cuadra es investigador
y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. ARENA
PÚBLICA. Plataforma de Opinión. Universidad de Arte y Ciencias Sociales.
ARCIS.
Vìa :
http://alainet.org/active/46527
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