“Todo va unido. Todo lo que hiere a la Tierra también herirá a los hijos de la Tierra” (carta del sabio jefe sioux)
Este sistema del nuevo orden está
enfermo de poder. No basta con la privatización del estado cada día que
pasa, desde las capitales hasta extender su centralismo a las regiones
de los países. No basta con mentirle a la ciudadanía a través de una
plataforma de comunicación que desinforma y desvirtúa los temas de
relevancia social. No basta con impartir una educación corrupta a los
jóvenes, que los condiciona en la ignorancia y los prepara para
someterse a un sistema de vida esclavizante, alienante con un futuro
incierto laboral, que no guarda lealtad con nadie. No basta con
privatizar la educación universitaria en aras de preparar seudo
máquinas. No basta con entregar un sistema de salud penoso e
insuficiente para todos los pobres. Su ambición no se detiene ante la
oportunidad de destruir el medio ambiente en pro de sus intereses
económicos y expansionistas. No les interesa sabotear el legado de la
naturaleza para las futuras generaciones.
Estamos viviendo la época del abuso
indiscriminado de poder sobre los recursos naturales jamás visto en la
historia de la humanidad, que de seguir así, conllevará a generar un
impacto ambiental y una externalidad negativa a gran escala sobre el
medio ambiente. Siguen haciendo lo mismo en todo el planeta desde hace
mucho tiempo. Ellos son los responsables en gran medida del daño
planetario, la pobreza y las guerras que en otras palabras solo nos
separan para confundirnos y odiarnos. Nos manejan con el miedo, la
opresión, el hambre y la ignorancia.
Haciendo una retrospectiva sobre la destrucción del planeta, en 1854 el decimocuarto presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce (1853-1857) hizo una oferta para comprar unos terrenos pertenecientes al pueblo sioux a cambio de entregarles una reserva. La carta de contestación del jefe sioux, Seathl, es de una belleza y lirismo que hace, todavía al día de hoy, estremecer al más frío de los hombres. Les dejo esta joya.
Por Michelle Valencia G.
11.05.2011
Carta del jefe Sioux Seathl a Franklin Pierce, presidente de los Estados Unidos -1854
“El gran jefe de Washington manda
palabras, quiere comprar nuestra tierra. El gran jefe también manda
palabras de amistad y bienaventuranza. Esto es amable de parte suya,
puesto que nosotros sabemos que él tiene muy poca necesidad de nuestra
amistad. Pero tendremos en cuenta su oferta, porque estamos seguros de
que si no obramos así, el hombre blanco vendrá con sus pistolas y tomará
nuestra tierra. El gran jefe de Washington puede contar con la palabra
del gran jefe Seathl, como pueden nuestros hermanos blancos contar con
el retorno de las estaciones. Mis palabras son como las estrellas: nada
ocultan.
¿Cómo se puede comprar o vender el cielo y el calor de la Tierra?
Esta idea es extraña para nosotros. Si hasta ahora no somos dueños de
la frescura del aire o del resplandor del agua, ¿cómo nos lo pueden
ustedes comprar? Nosotros decidiremos en nuestro tiempo. Cada parte de
esta tierra es sagrada para mi gente. Cada espina de pino brillante,
cada orilla arenosa, cada rincón del oscuro bosque, cada claro y
zumbador insecto es sagrado en la memoria y experiencia de mi gente. La
savia que circula por las venas de los árboles lleva consigo las
memorias de los pieles rojas.
Los muertos del hombre blanco olvidan su
país de origen cuando emprenden sus paseos entre las estrellas; en
cambio, nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra,
puesto que es la madre de los pieles rojas. Nunca podemos olvidarla
porque ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras
hermanas; el venado, el caballo, la gran águila: estos son nuestros
hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo
del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia.
Por todo ello cuando el gran jefe blanco
de Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras
tierras, nos está pidiendo demasiado. También el gran jefe nos dice que
nos reservará un lugar en el que podamos vivir confortablemente entre
nosotros. Él se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos. Por
ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Ello no es
fácil, ya que esta tierra es sagrada para nosotros.
El agua cristalina que corre por ríos y
arroyuelos no es solamente el agua, sino también representa la sangre de
nuestros antepasados. Si les vendemos nuestra tierra deben recordar que
es sagrada, y a la vez deben enseñar a sus hijos que es sagrada, y que
cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los
sucesos y memorias de las vidas de nuestras gentes. El murmullo del agua
es la voz del padre de mi padre.
Los ríos son nuestros hermanos y sacian
nuestra sed; son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros
hijos. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben recordar y enseñar a
sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también lo son suyos y,
por lo tanto, deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un
hermano.
Sabemos que el hombre blanco no
comprende nuestro modo de vida. Él no sabe distinguir entre un pedazo de
tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la
tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemiga y,
una vez conquistada, sigue su camino dejando atrás la tumba de sus
padres sin importarle.
Les secuestra la tierra a sus hijos.
Tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de
sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el
firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden, como
ovejas o cuentas de colores. Su apetito devorará la tierra dejando atrás
sólo un desierto.
No sé, pero nuestro modo de vida es
diferente al de ustedes. La sola vista de sus ciudades apena los ojos
del piel roja. Pero quizás sea porque el piel roja es un salvaje y no
comprende nada. No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre
blanco, ni hay sitio donde escuchar cómo se abren las hojas de los
árboles en primavera o cómo aletean los insectos. Pero quizá también
esto debe ser porque soy un salvaje que no comprende nada. El ruido
parece insultar nuestros oídos. Y, después de todo, ¿para qué sirve la
vida si el hombre no puede escuchar el grito solitario del chotacabras
ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde del estanque? Soy un
piel roja y nada entiendo. Nosotros preferimos el suave susurro del
viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese mismo
viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado por aromas de
pinos.
El aire tiene un valor inestimable para
un piel roja, ya que todos los seres compartimos un mismo aliento: la
bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El hombre
blanco no parece consciente del aire que respira, como un moribundo que
agoniza durante muchos días es insensible al hedor. Pero si le vendemos
nuestras tierras deben recordar que el aire no es inestimable, que el
aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a
nuestros abuelos el primer soplo de vida, también recibe sus últimos
suspiros. Y si le vendemos nuestras tierras, ustedes deben conservarlas
como cosa aparte y sagrada; como un lugar donde el hombre blanco puede
saborear el viento perfumado por las flores de las praderas.
Por ello consideramos su oferta de
comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré condiciones:
el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus
hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto
miles de búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros por el
hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no entiendo cómo
el caballo de hierro que fuma puede ser más importante que los búfalos
que nosotros matamos sólo para sobrevivir.
¿Qué sería del hombre sin los animales?
Si todos fueran exterminados, el hombre también moriría de una gran
soledad espiritual, porque lo que les sucede a los animales también le
sucederá al hombre. Todo va unido. Todo lo que hiere a la Tierra también
herirá a los hijos de la Tierra. Nuestros hijos han visto a sus padres
humillados en la derrota. Nuestros guerreros han sentido la vergüenza. Y
después de la derrota convierten sus días en tristezas y ensucian sus
cuerpos con comidas y bebidas fuertes.
Importa muy poco el lugar donde pasemos
el resto de nuestros días. No quedan muchos. Unas pocas horas más, unos
pocos inviernos más y ninguno de los hijos de las grandes tribus que una
vez existieron sobre estas tierras o que anduvieron en pequeñas bandas
en los bosques quedarán para lamentarse ante las tumbas de una gente que
una vez fue poderosa y tan llena de esperanza. Una cosa nosotros
sabemos y que el hombre blanco puede algún día descubrir. Nuestro Dios
es el mismo Dios. Usted puede pensar que ahora usted es dueño de él, así
como usted desea hacerse dueño de nuestra tierra. Pero usted no puede.
Él es el Dios del Hombre. Y su compasión es igual para el hombre blanco
que para el hombre piel roja. Esta tierra es preciosa para Él, y hacerle
daño a la Tierra es amontonar desprecio hacia su creador. Los blancos
también pasarán -tal vez más rápido que otras tribus-. Continúe
ensuciando su cama y alguna noche terminará asfixiándose en su propio
desperdicio. Cuando los búfalos sean todos sacrificados, los caballos
salvajes todos amansados y los rincones secretos de los bosques se
llenen con el aroma de muchos hombres y la vista de las montañas se
colme de esposas habladoras, ¿dónde estará el matorral? Desaparecido
¿dónde estará el águila? Desaparecida. Es decir, adiós a lo que crece,
adiós a lo veloz, adiós a la caza. Será el fin de la vida y el comienzo
de la subsistencia. Nosotros tal vez entenderíamos si supiéramos qué es
lo que el hombre blanco sueña; qué esperanzas les describe a sus niños
en las noches largas del invierno.; qué visiones queman su mente para
que ellos puedan desear la mañana. Pero nosotros somos salvajes. Los
sueños del hombre blanco están ocultos para nosotros, y porque están
escondidos, nosotros iremos por nuestro propio camino. Si nosotros
aceptamos, será para asegurar la reserva que nos han prometido. Allí tal
vez podremos vivir los pocos días que nos quedan, como es nuestro
deseo.
Cuando el último piel roja de la tierra y
su memoria sea solamente la sombra de una nube cruzando la pradera,
estas costas y estas praderas aún contendrán los espíritus de mi gentes,
porque ellos aman esta tierra como el recién nacido ama el latido del
corazón de su madre. Si nosotros vendemos a ustedes nuestra tierra,
ámenla como nosotros la hemos amado. Cuídenla como nosotros la hemos
cuidado. Retengan en sus mentes la memoria de la tierra tal y como
estaba cuando se la entregamos. Y con todas sus fuerzas, con todas sus
ganas, consérvenla para sus hijos y ámenla, así como Dios nos ama a
todos. Una cosa nosotros sabemos: nuestro Dios es el mismo Dios de
ustedes, esta tierra es preciosa para Él. Y el hombre blanco no puede
quedar excluido de un destino común.”
Ilustre Jefe sioux
1854
Texto -de origen externo- incorporado a este diario electrónico por (no es el autor):
Cristián Andrés Sotomayor DemuthVìa :
http://www.elciudadano.cl/2011/05/11/a-proposito-de-la-aprobacion-del-proyecto-hidroaysen/
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