1. Soy
uno más del casi millón de chilenos que vive fuera de Chile. Una parte
importante de ellos salieron después del golpe de Estado. Otro grupo ha
migrado con becas o trabajos de alto nivel gracias a sus calificaciones.
Y otra, que no es tan escasa después de mis múltiples encuentros con
compatriotas, sale por motivos que no guardan ninguna relación con las
oportunidades laborales. A ese grupo pertenezco yo.
3. Por las rutas de nuestra América me he topado con muchos chilenos que viajan con tres pesos en el bolsillo. La mayoría se sostiene con ahorros y rebajando los costos del viaje al máximo. Ninguno me contó de algún episodio en el que hayan sido discriminados. Sin embargo, concuerdan en que su experiencia sería diferente si es que fueran de raza negra o pertenecieran a pueblos originarios.
4. En 1948, Chile firmó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que en su artículo 13, inciso segundo, establece que “Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país”.
5. “Este es mi país”, “vete de regreso a Chile”, “maldito latino”, entre otras, son frases que me ha tocado escuchar durante mi vida. Por lo general, me he percatado que la gente las usa cuando ya no tiene argumentos para debatir un tema contigo.
6. Otra estrategia es cargarte los problemas de tu país. Por ejemplo, luego de ser presentado ante un mexicano en un evento cultural, él comenzó de inmediato, y con mucha rabia, a decir que Chile era el país más odiado de Latinoamérica, mirándome a los ojos durante toda la interpelación. Lamentablemente, yo cometí el error de quedarme callado, en vez de afirmar que el lugar donde nací no es una carga sobre mi espalda. Eso lo deben sentir los colombianos cuando los acusan de narcotraficantes, por ejemplo. Y, de esto, parece derivar una frase que la escucho repetidamente en videos grabados en la calle en Chile: “regresa a arreglar tu país”. Como si uno pudiera trabajar por su comunidad cuando careces hasta de las más mínimas condiciones de desarrollo.
7. Así es como funcionan los estereotipos. Una vez, un taxista dominicano en Bronx me habló de Chile como si fuera un país perfecto, sin nunca haber salido de Norteamérica. Se imaginaba un lugar sin pobreza, un Estados Unidos en chiquito, pero quizás más simpático. Yo no conozco un país perfecto(aún), y de más está decir que los homeless circulan en pleno Manhattan, así como en Chile muchos jubilados aún no conocen lo que es una vejez digna.
8. Todo lo anterior no significa que se deban dejar las fronteras abiertas a los delincuentes. Yo siempre viajo con un certificado de antecedentes en mi mochila, y no me molesta cargarlo ni mostrarlo. El problema es que la noción de delincuencia está absolutamente cuestionada: un empresario que en Chile roba millones, termina con arresto domiciliario, mientras que un chico que vende DVDs piratas en la calle, cae en la cárcel y luego muere quemado en ella. Para qué hablar del fracaso continental de la guerra contra el narcotráfico, o de las huidas exitosas de políticos y empresarios corruptos.
9. Considero que a Chile le hace falta diversidad. No hemos sido capaces, incluyéndome a mí, de solucionar muchas tensiones que existen. Creo que al abrir las puertas a nuevas subjetividades, también abrimos puertas a nuevas soluciones. Pero uno de los problemas en esto es el tema de lo “útil” que ha impregnado a la sociedad chilena de forma virulenta. Lo entiendo en carne propia: yo soy poeta y artista, por lo que soy sumamente “inútil”. De tanto optimizar, hemos optimizado sonrisas, carnavales, goce, y todo eso termina por crear una gran presión dentro de las sociedades. Valoro muchísimo que destacados profesionales lleguen a Chile, de la misma forma que valoro al inmigrante que trae su ritmo, sus sabores y su optimismo a pesar de todo. Porque a veces siento que los chilenos somos amargos. Me cuesta mucho imaginarme un chileno sonriente a bordo del “tren de la muerte”, rumbo a la frontera entre U.S.A. y México. Al contrario, los jóvenes centroamericanos te regalan una sonrisa colgando desde uno de los vagones, pese a que se enfrentan a una travesía de la que probablemente no salgan victoriosos.
10. Cuando se inventó Chile, hace poco más de doscientos años, todos eran inmigrantes que se hacían parte de un nuevo proyecto. La movilidad humana es ancestral. Las naciones modernas, no.
2. En mayor o menor medida, continuamente se nos acusa a los inmigrantes de ser delincuentes, de transmitir enfermedades, de pretender la desestabilización de gobiernos y culturas, o de quitar el empleo. En ese sentido, ser migrante significa estar continuamente demostrando tu inocencia y tu valor, tus buenas intenciones y tu aporte a la sociedad. Una vez, un tipo casi me golpeó en el metro de New York, acusándome de ser “un maldito mexicano que quitaba el empleo a los norteamericanos”. ¿Mi pecado? Usar el metro en la madrugada y hablar en en español por mi celular.
El problema es que la noción de delincuencia está absolutamente cuestionada: un empresario que en Chile roba millones, termina con arresto domiciliario, mientras que un chico que vende DVDs piratas en la calle, cae en la cárcel y luego muere quemado en ella.
3. Por las rutas de nuestra América me he topado con muchos chilenos que viajan con tres pesos en el bolsillo. La mayoría se sostiene con ahorros y rebajando los costos del viaje al máximo. Ninguno me contó de algún episodio en el que hayan sido discriminados. Sin embargo, concuerdan en que su experiencia sería diferente si es que fueran de raza negra o pertenecieran a pueblos originarios.
4. En 1948, Chile firmó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que en su artículo 13, inciso segundo, establece que “Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país”.
5. “Este es mi país”, “vete de regreso a Chile”, “maldito latino”, entre otras, son frases que me ha tocado escuchar durante mi vida. Por lo general, me he percatado que la gente las usa cuando ya no tiene argumentos para debatir un tema contigo.
6. Otra estrategia es cargarte los problemas de tu país. Por ejemplo, luego de ser presentado ante un mexicano en un evento cultural, él comenzó de inmediato, y con mucha rabia, a decir que Chile era el país más odiado de Latinoamérica, mirándome a los ojos durante toda la interpelación. Lamentablemente, yo cometí el error de quedarme callado, en vez de afirmar que el lugar donde nací no es una carga sobre mi espalda. Eso lo deben sentir los colombianos cuando los acusan de narcotraficantes, por ejemplo. Y, de esto, parece derivar una frase que la escucho repetidamente en videos grabados en la calle en Chile: “regresa a arreglar tu país”. Como si uno pudiera trabajar por su comunidad cuando careces hasta de las más mínimas condiciones de desarrollo.
7. Así es como funcionan los estereotipos. Una vez, un taxista dominicano en Bronx me habló de Chile como si fuera un país perfecto, sin nunca haber salido de Norteamérica. Se imaginaba un lugar sin pobreza, un Estados Unidos en chiquito, pero quizás más simpático. Yo no conozco un país perfecto(aún), y de más está decir que los homeless circulan en pleno Manhattan, así como en Chile muchos jubilados aún no conocen lo que es una vejez digna.
8. Todo lo anterior no significa que se deban dejar las fronteras abiertas a los delincuentes. Yo siempre viajo con un certificado de antecedentes en mi mochila, y no me molesta cargarlo ni mostrarlo. El problema es que la noción de delincuencia está absolutamente cuestionada: un empresario que en Chile roba millones, termina con arresto domiciliario, mientras que un chico que vende DVDs piratas en la calle, cae en la cárcel y luego muere quemado en ella. Para qué hablar del fracaso continental de la guerra contra el narcotráfico, o de las huidas exitosas de políticos y empresarios corruptos.
9. Considero que a Chile le hace falta diversidad. No hemos sido capaces, incluyéndome a mí, de solucionar muchas tensiones que existen. Creo que al abrir las puertas a nuevas subjetividades, también abrimos puertas a nuevas soluciones. Pero uno de los problemas en esto es el tema de lo “útil” que ha impregnado a la sociedad chilena de forma virulenta. Lo entiendo en carne propia: yo soy poeta y artista, por lo que soy sumamente “inútil”. De tanto optimizar, hemos optimizado sonrisas, carnavales, goce, y todo eso termina por crear una gran presión dentro de las sociedades. Valoro muchísimo que destacados profesionales lleguen a Chile, de la misma forma que valoro al inmigrante que trae su ritmo, sus sabores y su optimismo a pesar de todo. Porque a veces siento que los chilenos somos amargos. Me cuesta mucho imaginarme un chileno sonriente a bordo del “tren de la muerte”, rumbo a la frontera entre U.S.A. y México. Al contrario, los jóvenes centroamericanos te regalan una sonrisa colgando desde uno de los vagones, pese a que se enfrentan a una travesía de la que probablemente no salgan victoriosos.
10. Cuando se inventó Chile, hace poco más de doscientos años, todos eran inmigrantes que se hacían parte de un nuevo proyecto. La movilidad humana es ancestral. Las naciones modernas, no.
vía:
http://www.elquintopoder.cl/sociedad/la-migracion-por-un-chileno-migrante/?utm_source=boletin_semanal&utm_medium=Email&utm_campaign=boletin-173-2_20170221&utm_content=destacado_secundario_1
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