El
nudo entre filosofía y anarquismo parece haber estado deshecho durante
mucho tiempo, incluso puede que haya carecido de fundamento. Al
contrario del marxismo, hemos de decir que el anarquismo habría
desparecido de la escena social y política con el desastre de la Guerra
Civil española. Además, el pensamiento libertario nunca habría
constituido una filosofía digna de este nombre, de ahí la falta de
interés de los filósofos y, con más razón, de las instancias
académicas.[1]
El anarquismo nace a
mediados del siglo XIX, en la misma época que el marxismo, a partir de
preocupaciones semejantes —la cuestión social y los movimientos
obreros—, pero siguiendo unas modalidades prácticas y teóricas bastante
claramente diferenciadas. Su gestación se produce a partir de dos
procesos distintos. En primer lugar, hay un discurso teórico y político
que le confiere su concepto principal: la anarquía se considera un valor
positivo, a la vez para explicar la realidad del mundo y, de manera
aparentemente más sorprendente, para expresar cómo este mundo, situado
desde un principio bajo el signo de la dominación y de la explotación
del hombre por el hombre, podría emanciparse y afirmar la libertad y la
igualdad de todos mediante lo que Pierre-Joseph Proudhon denomina la
anarquía positiva. La originalidad de este nacimiento se debe a que este
no depende de un único teórico, contrariamente por ejemplo al marxismo,
sino de posicionamientos múltiples y diferentes, de autores en sí
mismos muy diversos en cuanto a sus puntos de vista, que se leen y se
reconocen sin que se pongan de acuerdo, ni constituyen un grupo ni se
someten a la autoridad o a la maestría de uno de ellos.
De estos autores, Proudhon
es sin duda el más conocido (léase el artículo de Edgard Castleton que
aparece publicado dentro del dossier de la edición impresa «El
intratable Pierre-Joseph Proudhon»). Él es quien, antes que nadie, en
1840, en su libro ¿Qué es la propiedad?, se refiere de forma
explícita y, de manera teórica, determinante a la idea de anarquía. Es
asimismo él quien produce la obra más consecuente, aunque solo sea en
cantidad. Pero, a su lado, hay que citar igualmente a Max Stirner, cuyo
libro El único y su propiedad (1845) se convertirá en una de
las referencias ulteriores del anarquismo, que estaba naciendo entonces.
O incluso al médico Ernest Coeurderoy (1825-1862),[2] al
pintor-empapelador Joseph Déjacque (1822-1864)[3] y, por supuesto, a
Mijaíl Aleksandrovich Bakunin (1814-1816), un viejo y atípico hegeliano
de izquierdas que, en cuestión de años, no solo contribuiría de forma
determinante al desarrollo del pensamiento libertario, sino, asimismo,
en oposición al marxismo, al nacimiento del anarquismo obrero.
La segunda cuna del
anarquismo, desde el punto de vista filosófico, se halla
(paradójicamente) justo donde no esperaríamos encontrarla: en las
prácticas obreras y revolucionarias que, bajo formas muy diferentes y
durante un poco más de medio siglo, desde la Primera Internacional hasta
el aplastamiento de la revolución española en mayo de 1937, se
manifiestan en la mayoría de países en vías de industrialización, en
Francia, en España y en Italia, pero asimismo desde Rusia hasta los
Países Bajos y desde Estados Unidos hasta Brasil y Argentina.
Desde los obreros
relojeros de la Federación Jurasiana hasta la poderosa Confederación
Nacional del Trabajo (CNT) española,[4] continuamente renacientes aunque
esporádicos y de corta duración debido a su radicalidad, estos
movimientos siguen sin conocerse bien.[5] Desparecieron sucesivamente,
en el momento de su apogeo, a causa de tres golpes: la Primera Guerra
Mundial en el caso europeo, la violenta reacción de los diferentes
fascismos y otros regímenes militares que se impusieron en muchos
lugares del mundo a lo largo de los años veinte y treinta, y, en último
lugar, la versión del «comunismo» que reinaba entonces a la sombra de la
dictadura estatal en Rusia.
Habrá que esperar a los
acontecimientos conocidos como Mayo del 68 y, desde una óptica más
global, al último cuarto del siglo XX para que el proyecto y el
pensamiento libertario renazcan de sus cenizas. Y esto, de nuevo, bajo
el efecto de un doble impulso.
El producido tanto por los
movimientos como por las formas de reivindicación y de acción
(autogestión, asambleas generales, luchas antiautoritarias) que, durante
algunos años, recorren un gran número de países; y el dado en el plano
filosófico por una constelación de enfoques teóricos originales y
diversos, desde Jean Baudrillard hasta Gilles Deleuze pasando por Michel
Foucault, Jacques Derrida, Félix Guattari y muchos otros.
Con lo que podríamos
definir como un nietzscheanismo de izquierdas, no asistimos únicamente a
la emergencia de un pensamiento emancipador capaz de hacer vacilar
cincuenta años de hegemonía marxista de izquierdas. Era asimismo posible
dar sentido al anarquismo, a su dimensión teórica —un inmenso corpus de
textos, tratados, opúsculos, así como trabajos inéditos a menudo
heteróclitos, difícilmente accesibles y en parte perdidos (respecto de
Bakunin)—, pero también, y de forma más sorprendente, a un conjunto de
movimientos y de experimentos libertarios, en particular obreros, de los
que comenzamos a percibir la importancia. Este sorprendente encuentro
entre movilizaciones y nietzscheanismo de izquierdas, con toda la razón
denunciado por sus enemigos bajo el nombre de «pensamiento del 68»,[6]
presenta tres características singulares.
En primer lugar, el
separatismo, la autonomía y la diferenciación. Es decir, la capacidad de
los oprimidos de convertirse en «dueños», sus «propios dueños» como
dicen los sindicalistas libertarios, al extraer de ellos mismos y de sus
movimientos todo lo necesitan para cambiar el mundo. En un libro
póstumo, De la capacidad política de la clase obrera (entonces
leído y releído por militantes obreros), y en términos eminentemente
nietzscheanos, Proudhon explica: «La separación que recomiendo es la
condición misma de la vida. Diferenciarse, definirse, es ser; al igual
que confundirse y absorberse, es perderse. Que la clase obrera se dé por
enterada: ante todo es necesario que deje de estar tutelada y de ahora
en adelante actúe exclusivamente por sí misma y para ella misma».[7]
En su lucha por la
emancipación, los diferentes movimientos del anarquismo obrero
consideran efectivamente que no tienen que pedir nada a nadie, puesto
que pretenden «ser todo» (como se pone de manifiesto en la letra de La
Internacional). Buscan algo completamente nuevo y que nadie se lo puede
dar porque son ellos quienes lo aportan.
En el segundo punto de
encuentro filosófico entre el nietzscheanismo de izquierdas y el
anarquismo obrero se hallan el federalismo y el pluralismo. Conocemos la
concepción nietzscheana de la voluntad de poder, concebida bajo la
forma de una pluralidad de pulsiones, fuerzas y deseos. Nos es menos
conocido el modo original mediante el cual los diferentes movimientos
obreros anarquistas materializaron el concepto de «fuerza colectiva» de
Proudhon, ese compuesto de potencias, esa resultante de los conflictos y
de la asociación de una multitud de tendencias diferentes y
contradictorias.
A la voluntad de poder de
Nietzsche concebida bajo la forma de «complejos de fuerzas que se unen o
se rechazan, se asocian o se disocian», escribe Michel Haar,[8]
responden así, en muchos lugares del mundo y durante más de medio siglo,
la tensión, el equilibrio y la multiplicidad de prácticas y de modos de
organización basados totalmente en el federalismo, en la libre
asociación, en la afinidad y en el contrato siempre revocable. Pero
también en la vida intensa y agitada de procesos de masas en los que
cada ser —individuo, grupo, sindicato, comuna, unión o federación...—
dispone de una completa autonomía, de la posibilidad de poder separarse.
A estos dos primeros
encuentros, más allá del tiempo y del espacio, entre el anarquismo
práctico y el pensamiento de Nietzsche, pero asimismo de Gottfried
Wilhelm Leibniz, de Baruch Spinoza, de Alfred North Whitehead y de
muchos otros, podemos añadir un tercero, quizás el más importante: la
acción directa y el rechazo de la representación. Para el anarquismo,
así como para Nietzsche por ejemplo, se ha de ir más allá de las
mentiras y de las trampas de la representación política o social que los
movimientos libertarios han denunciado incansablemente y de la que
Pierre Bourdieu ha analizado los ardides y la credulidad excesiva en
ella.[9]
Al igual que Nietzsche y
continuando con Bourdieu, el anarquismo pretende ir a las raíces de la
dominación y poner al día los mecanismos de la representación
lingüística y simbólica. Es ahí donde Dios, la ciencia y los discursos
mentirosos vienen a confundirse con el Estado, ese «perro hipócrita
—denuncia Nietzsche— al que le gusta disertar para hacer creer que su
voz sale del interior de las cosas».[10] Ahí donde están, como explica
Victor Griffuelhes, uno de los responsables de la Confederación Nacional
del Trabajo (CGT) francesa antes de 1914, «la confianza en el poder de
los políticos y la confianza en el Dios del sacerdote, el sindicalismo
sustituye estas por la confianza en uno mismo, esto es, por la acción
directa».[11]
Expresando sus
potencialidades revolucionarias en el contexto particular de los años
sesenta y setenta, el pensamiento de Mayo del 68 no se contenta con dar
sentido a ese anarquismo del pasado que alimenta las razones de su
propia radicalidad. Contribuye a inscribirlo en una tradición filosófica
mucho más vasta, oculta en los defectos de un orden real o imperial. Al
igual que Nietzsche algunos años más tarde, el anarquismo nació en un
día concreto, en algún lugar de Europa. Pero al igual que él se
sorprendía «de escribir libros tan buenos» y asimismo de reencontrar sus
propias ideas en Leibniz y en Spinoza, la idea anarquista puede a su
vez sorprenderse de dar sentido al conjunto de la historia humana, de
los esclavos de las revueltas de Espartaco a los ismailíes reformados
del siglo XII persa, a los «turbantes amarillos» del taoísmo del siglo
II antes de Cristo o a los husitas checos del siglo XV.
El anarquismo no es una
filosofía, ni tan siquiera es un programa político o un modelo de
funcionamiento social y económico. A través de sus múltiples caras y de
su forma de responderse a sí mismo, en otros lugares, antaño y en el
interior de una multitud de prácticas diferentes, el proyecto libertario
se afirma como una relación con el mundo que difiere radicalmente de
las prácticas, de los códigos, de las percepciones y de las
representaciones existentes. Deshace estos en beneficio de una
recomposición de la totalidad de lo que es, cuando la vida cotidiana,
las prácticas políticas y sociales, las creaciones artísticas, la ética y
los ejercicios del pensamiento no son más que ocasiones distintas de
expresar y de repetir cada una por sí misma lo que les aglutina a todas
ellas.
Daniel Colson
Este
texto se publicó en un dossier de la edición francesa de Le Monde
Diplomatique, de 2009. En la versión española del dossier, este texto no
se incluyó. Desconozco quién lo tradujo (N. del E.). Edición de La
Congregación [Anarquismo en PDF], original en https://elanticristodistro. blogspot.com.es/2011/04/ anarquismo-una-tradicion- revolucionaria.html.
Notas:
[1] La First Anarchist Studies
Conference (organizada del 4 al 6 de septiembre de 2008 por el Centre
for the Study of International Governance de la Universidad de
Loughborough [Reino Unido]) confirma a este respecto una renovación. Los
ciento cincuenta participantes provenían de la mayoría de los países
anglófonos, pero asimismo de la República Checa, de Grecia, de Países
Bajos, de Israel, de Turquía y de Dinamarca.
[2] Autor de Hurrah! ou la Révolution par les cosaques (1854), Cent Pages, Grenoble, 2000.
[3] Cfr. la compilación de textos A bas les chefs!, Champ libre, París, 1979.
[4] Entre las organizaciones más
importantes, señalamos: en Francia, la Federation des Bourses du
Travail y la Confederación General del Trabajo (CGT, sindicato francés),
desde finales del siglo XIX hasta principios de los años veinte; en
Italia, la Unión Sindical Italiana (USI, en sus siglas en italiano),
desde 1912 hasta 1922; en España, la Confederación Nacional del Trabajo
(CNT), desde 1911 hasta 1937; la Federación Obrera Regional Argentina
(FORA), desde 1901 hasta 1930; la CGT portuguesa, desde 1919 hasta 1924;
los Industrial Workers of the World (IWW), desde 1905 hasta 1917; en
Suecia, la Organización Central de Trabajadores de Suecia (SAC, en sus
siglas en sueco), desde 1910 hasta 1934; en Holanda, el Secretariado
Nacional de los Trabajadores (NAS, en sus siglas en sueco), desde 1895
hasta principios de los años veinte, la Unión Libre de Trabajadores de
Alemania (FAUD, en sus siglas en alemán), a principios de los años
veinte, etc.
[5] Léase Daniel Colson, Anarcho-syndicalisme et communisme, Saint Etienne, 1920-1925, Atelier de création libertaire, Lyon, 1986, y, sobre el anarquismo obrero brasileño, Jacy Alves de Seixas, Mémoire et oubli. Anarchisme et syndicalisme révolutionnaire au Brasil, Maison des sciences de l’homme, París, 1992.
[6] Luc Ferry y Alain Renault, La pensée 68. Essai sur l’antihuma-nisme contemporain, Gallimard, París, 1985.
[7] Pierre-Joseph Proudhon, La capacidad política de la clase obrera, Júcar, Asturias.
[8] Michel Haar, Nietzsche et la métaphysique, Gallimard, París, 1993.
[9] Pierre Bourdieu, «La délégation et le fétichisme politique», Actes de la recherche en sciences sociales, nº 52-53, París, junio de 1984.
[10] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, Edimat Libros, Madrid, 2003.
[11] Victor Griffuelhes, Le Syndicalisme révolutionnaire, La Publication sociale, París, 1909.
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