lunes, 27 de enero de 2014

Sociedad: La búsqueda de la felicidad en la sociedad consumista/capitalista ..por Pedro Antonio Honrubia Hurtado

por Pedro Antonio Honrubia Hurtado
 
El sujeto consumista/capitalista es también un sujeto que vincula directamente su felicidad, su satisfacción vital, al tener, y que, en consecuencia, juzgará su vida, en relación a estos conceptos emocionales, en base a ello. 
 
¿El dinero da la felicidad?

En 2007, un estudio de la fundación neoliberal española Fedea señalaba que el 88% de los más ricos se mostraban satisfechos o muy satisfechos con su vida, mientras que, dentro del segmento de los más pobres, el porcentaje de satisfacción era del 66%. Pareciera ser, pues, que, según este estudio, a mayor capacidad adquisitiva, mayor satisfacción con la propia vida. Sin embargo, el mismo estudio aseguraba que también parecía demostrado que “la renta no aumenta la felicidad de forma indefinida”. La relación entre renta y felicidad no es lineal, concluían estos investigadores. La razón de esta aparente paradoja, según explicaban ellos mismos, es que los individuos se comparan con otros de su mismo nivel socioeconómico en función de sus niveles de ambición o aspiración, por lo que, si la distancia entre objetivos y logros aumenta, es muy probable que, aunque crezca la renta absoluta, la relativa disminuye, y es ahí cuando aparece una fuente de infelicidad. “Por lo tanto”, aseguraron los autores, “una explicación de la débil relación entre renta y felicidad es que la renta relativa más que la renta efectiva es la que, a partir de un cierto nivel, hace más felices a los individuos”.
No obstante, como buenos neoliberales, en ningún momento se cuestionaron otra posible interpretación de los resultados dados: si no sería posible que el hecho de que los ciudadanos de más renta se declararan más satisfechos con sus vidas que aquellos de menos renta, se pudiera explicar por el propio hecho, comúnmente conocido, de que los valores sociales dominantes así lo indican.
En esta investigación, ya de entrada, se asume como válido el hecho primario de que una persona responde a las preguntas sobre determinados temas de manera natural, según su propia experiencia personal libre de todo condicionamiento, y no porque tal persona esté condicionada socialmente, de manera previa, según las ideas socio-culturales hegemónicas dominantes.  Que la persona, tanto los de unos niveles sociales como los de otros, haya desarrollado su vida conviviendo diariamente con toda una serie de narraciones y relatos que remiten a la idea mitificada del dinero, los bienes materiales y el estatus social, como fuente de felicidad y satisfacción vital, así como con una serie de exigencias individuales, en cuanto a su propio carácter social, que el sujeto debe asimilar si quiere aspirar a poder gozar del respeto generalizado de sus conciudadanos, parece no tener importancia a la hora de determinar el nivel de autosatisfacción que estas mismas personas dan a su vida en función de su renta, sus propiedades y su estatus social.
La visión teórica de la realidad que tienen los autores de este estudio, basada en el neoliberalismo, asume de manera tan absoluta que existe una relación natural y directa entre ambos factores (dinero y felicidad, estatus social y satisfacción vital), que no cabe siquiera plantear si, realmente, no haya sido esa narración previa la que ha condicionado las respuestas de las personas, esto es, que las respuestas no sean naturales y libres, sino social y culturalmente condicionadas, en base a una serie de aprendizajes previos: los mensajes absolutizados como hegemónicos por la sociedad misma.
De hecho, a poco que el debate sobre dinero y felicidad se saca de esas coordenadas impuestas por la estructura simbólica propia de la sociedad consumista-capitalista, los resultados parecen ser bien diferentes. En 2010, por ejemplo, algunos investigadores de la Universidad de Liege (Bélgica), que se propusieron verificar si es cierto que las personas que viven en casas lujosas, que visitan los mejores restaurantes y que reciben los regalos más caros; es decir, aquellas que usualmente se asocian con el éxito social, son más felices o, por el contrario, se les hace difícil saborear las cosas más simples de la vida, aquellas donde el placer, la felicidad, no se vincula al dinero o el estatus social. En esta otra investigación tomaron parte 374 personas adultas, de edades entre los 21 y los 89 años, todos trabajadores de la universidad que ocupaban desde los puestos más bajos (servicios de limpieza, mantenimiento, etc.) hasta los puestos directivos. Cada persona debió completar un cuestionario donde explicaba cuánto ganaba, cuánto ahorraban, sus actitudes hacia el dinero y su nivel de satisfacción cuando experimentaban emociones como la gratitud, la alegría o la excitación durante las experiencias desafiantes. Los primeros resultados de los cuestionarios mostraron que las personas más ricas también reconocían que disfrutaban menos las emociones de la vida y que el dinero minaba su felicidad. Posteriormente, los voluntarios fueron asignados al azar a dos grupos. A las personas de uno de los subgrupos se les mostró una imagen del dinero como un recordatorio de la riqueza mientras que a las personas del segundo subgrupo se les mostró la misma imagen, solo que ésta era borrosa y difícilmente reconocible, al menos de manera consciente. Después de este recordatorio, los voluntarios llenaron otros cuestionarios especialmente diseñados para evaluar la habilidad para saborear pequeñas experiencias placenteras. Los resultados no dejaron lugar a dudas: las personas que vieron en un nivel consciente la imagen del dinero puntuaron más bajo en el disfrute de esas pequeñas experiencias. La segunda prueba de esta investigación fue aún más concluyente: a 40 estudiantes de la University British Columbia se les mostró alguna de estas dos imágenes: una fotografía de dinero o una imagen neutra, y posteriormente se les brindó un pedazo de chocolate para comer. Dos observadores externos medían cuánto tiempo las personas empleaban en ingerir el chocolate y debían evaluar, según su percepción externa, cuánto parecían degustar el chocolate. ¿Los resultados? Las personas que fueron expuestas a la imagen del dinero saborearon el chocolate por 32 segundos como media mientras que aquellos que vieron una imagen neutra se demoraron 45 segundos y parecían disfrutar mucho más de su gusto. Los investigadores concluyeron entonces que el dinero, o la sola activación de su recuerdo, inhiben la capacidad de disfrutar plenamente de los pequeños placeres de la vida. Una conclusión, ya vemos, antisistema.
Pero, ¿por qué se producía este curioso fenómeno que parece ir en contra de toda creencia generalizada en relación a la capacidad del dinero para proporcionar a las personas una vida placentera y gustosa? Estos científicos adoptaron para sus explicaciones la conocida como “teoría de la adaptación hedónica”, según la cual elevadas y continuadas dosis de placer disminuirían la capacidad de degustar los pequeños placeres cotidianos. Así, según estos investigadores, la capacidad que tienen las personas de adelantar los placeres en la imaginación tendría efectos similares, al menos momentáneamente; lo cual puede inducir a pensar que la falsa opulencia, en la que se ve inmersa la mayor parte de la sociedad occidental, se convierte en un espejo que impide disfrutar de los pequeños y sencillos placeres de la vida. Gozamos más imaginando lo que el dinero, la fama o el poder, es decir, todo eso que se asocia con el éxito social, nos puede proporcionar, que disfrutando de los pequeños placeres que la vida suele poner diariamente a nuestro alcance y a los cuales, con frecuencia, no damos mayor importancia que la de su disfrute momentáneo y fugaz, pero nada más. Por eso, cuando alguien nos enseña una imagen de dinero, con solo rememorar inconscientemente lo que tal imagen representa para nosotros –el éxito, la riqueza, etc.-, nuestra mente se estimula de tal modo que ya no es capaz de gozar de los pequeños placeres con la misma intensidad con que lo habría hecho de no haberla visto.
Esto nos muestra varias cosas: por un lado, la vinculación directa que los sujetos hacen en su mente, inducidos por lo que se desprende de la ideología dominante, entre dinero y felicidad; entre dinero y placer. Por otro lado, demuestra que cuando es la sociedad misma la que sacraliza las imágenes asociadas al éxito social como máxima expresión de su cotidianeidad, los resultados respecto del disfrute de los pequeños placeres de la vida son los que en este estudio se muestran. Unos resultados –y unas conclusiones-, en definitiva, bien diferentes a los del estudio de Fedea, ¿tal vez porque las premisas previas de la investigación ya no se dan tan por supuesto, de antemano, como en el estudio de los neoliberales? Obviamente.
La búsqueda de la felicidad según el consumismo/capitalismo
La principal diferencia entre ambos estudios, más allá de la metodología y la capacidad exploratoria de cada trabajo –mucho más precisa y metódicamente científica en el caso de la investigación universitaria belga-, por la que los resultados parecen ser tan distantes, en realidad, a nuestro juicio, no es más que una cuestión de conceptos: mientras en la investigación de Fedea se asume, como dijimos, el hecho primario y absolutizado de que las personas responden de manera natural y neutra a las preguntas que se les plantean sobre su nivel de satisfacción vital en relación a su nivel de renta o su estatus social, sin plantearse en ningún momento la posibilidad de que esto no sea así realmente, sino que, al contrario, el sentido de las respuestas dadas por los sujetos pueda estar condicionada por su propio marco de interpretación previamente interiorizado y acorde a los valores propios del sistema consumista-capitalista dominante, en el segundo no se asume ningún condicionamiento previo de este estilo que pueda desvirtuar el resultado de la investigación; simplemente se estudia la relación entre dinero y felicidad, entre dinero y placer, a través de elementos que no van ya impresos en las respuestas mismas. Así, cuando ya no es la razón, mediatizada por la cultura dominante, la que se responde a sí misma, sino que es la propia experiencia investigativa la que aporta las respuestas a la investigación, los resultados, como se ve, son bien diferentes. La conciencia mediatizada no tiene dudas, porque así lo ha aprendido previamente, de que entre dinero y felicidad, entre dinero y placer, entre estatus social y satisfacción vital, existe una relación directamente proporcional: a más dinero, más felicidad; a más dinero, más placer; a mayor estatus social, más satisfacción vital. La capacidad física de disfrutar del placer, en cambio, no lo tiene tan claro e incluso podríamos decir que sugiere lo contrario.
La comparación entre los resultados de ambos estudios es, por ello, muy interesante para nuestro análisis: nos ayuda perfectamente a comprender cómo funcionan los actuales códigos de sentido hegemónicos consumistas-capitalistas y qué efectos tienen, en la práctica, en la vida de las personas, en su capacidad de darse valor a sí mismas; de juzgar sus propias vidas según lo que tales personas esperan de las mismas. O dicho de otro modo, para comprender cómo nuestra noción del placer y de la propia búsqueda de la felicidad está directamente condicionada por lo que viene impuesto desde la ideología consumista/capitalista en relación a tales conceptos.
Los medios de comunicación de masas, principalmente a través de la publicidad, el cine, los dibujos animados y las series de televisión, construyen relatos y narrativas, una mitología en toda regla, sobre el funcionamiento de nuestra sociedad actual, meten en ellos el papel que ocupan las diferentes clases sociales, dan códigos de sentido para que las personas puedan interpretar sus propias vidas conforme a ellos, y sientan así las bases del marco interpretativo –hermenéutica de sentido- con el que los sujetos verán en adelante su propio mundo, así como el mundo que les rodea. Estas ideas remiten a conceptos tanto de tipo material, como de tipo espiritual, y, entre ellos, al concepto de felicidad.
La construcción de narrativas que ensalzan la posesión de bienes materiales, el estatus social y la riqueza, que vinculan estos hechos sociales con el desarrollo personal y una vida lograda, con la felicidad misma, con el deseo vital por el que todo ser humano debe moverse, es algo inherente a nuestro modelo de sociedad, en tanto y cuanto responde a las necesidades propias de la estructura económica, así como sirve para legitimar el orden social y evitar los deseos de sublevación de las clases explotadas. Pero eso nunca se hará presente, explícitamente, en tales narrativas. La hermenéutica de sentido consumista/capitalista remite a las necesidades económicas del sistema, pero lo hace de tal manera que es reproducida en sociedad como una forma de vida, como un marco interpretativo para la valoración subjetiva de nuestras propias vidas. Se esconde así su verdadera finalidad –de clase- y se hace presente explícitamente solo aquello que nos induzca a no verla.
Por ello, cuando las personas responden acerca de la relación que existe entre su nivel de vida, económicamente hablando, y su satisfacción vital, usualmente no lo hacen desde su propio pensamiento genuino y original, sino desde el citado marco interpretativo, esto es, desde lo aprendido, como medidor de su propia satisfacción vital, a través de la mitología consumista/capitalista y los códigos simbólicos que de ella emanan. La percepción que el sujeto suele tener, en consecuencia, sobre su propia felicidad, sobre su nivel de satisfacción vital, está condicionada, necesariamente, por todos estos conocimientos basados en los códigos sociales imperantes que ha desarrollado con anterioridad, a través de su propio proceso de socialización.
Infeliz el que no tenga
La felicidad para el sujeto consumista/capitalista no se mide por la capacidad del mismo a la hora de poder disfrutar de los pequeños placeres de la vida o en sus deseos más íntimos de poder estar en paz consigo mismo, sino a través de la capacidad que el sujeto haya podido tener, a lo largo de su vida, para satisfacer las exigencias que la sociedad impone en relación a lo que se presupone debe ser una vida de éxito, es decir, acorde a la mentalidad consumista/capitalista dominante, mediante, por ejemplo, lo que se pueda mostrar a través del dinero que se tenga, las propiedades de las que se goza o la capacidad para consumir aquellas mercancías que el mercado pone a nuestro alcance, principalmente las que se relacionan simbólicamente con los estratos más altos de la sociedad y el éxito social. Para el sujeto medio de nuestros días, ser feliz, pues, no es aprender a disfrutar de la vida como un fin en sí mismo, sino como un medio para conseguir los fines consumistas/capitalistas que la sociedad demanda de nosotros, como un mecanismo para poder alcanzar el soñado éxito social.
Cuanto más se haya conseguido avanzar en la consecución de esos sueños y objetivos consumistas/capitalistas, más felices se deberían poder sentir las personas, porque más felices los demás podrán pensar que esas personas son, que están siendo. Y aunque, en realidad, no lo estuvieran siendo, no importa: lo que importa es que el resto de la sociedad, cuando pueda verte desde fuera, así lo podrá creer. Para el sujeto consumista, en definitiva, como se suele decir con frecuencia, “el dinero da la felicidad”, y así debe pensarlo tanto para la valoración de su propia vida, como para la valoración de la vida de los demás.
He ahí, entonces, la explicación al porqué hay cada vez más personas infelices e insatisfechas en nuestra sociedad actual.  Lo cierto es que la felicidad, en esta sociedad consumista/capitalista, se vincula directamente al dinero, a la propiedad privada y a la capacidad de consumo, determinando así un camino para la misma en base a ello y extendiendo globalmente la creencia de que a medida que se asciende en la escala socio/económica más opciones hay de poder ser felices, esto es, de poder disfrutar de la vida de tal forma que la felicidad sea su consecuencia lógica. Pero eso tiene su contrapartida también lógica: a medida que estos sueños no se alcancen, a medida que no se logre poder acceder a todos esos beneficios que el dinero, las propiedades y el consumo otorgan supuestamente a la persona en su relación con la búsqueda de la felicidad, la infelicidad, la insatisfacción vital, se hará presente. Es justamente lo que está pasando ahora con esta demoledora situación de crisis económica que están sufriendo como nadie las clases trabajadoras. Cada vez hay más personas que se quedan fuera de poder luchar por alcanzar sus propios objetivos en relación a la felicidad, y, por tanto, cada vez hay más personas infelices, insatisfechas, frustradas. Aunque suene extraño, es todo muy lógico y es lo que perfectamente se podía esperar que ocurriese, no tiene nada de sorprendente.
http://lagranlucha.com/la-busqueda-de-la-felicidad-en-la-sociedad-consumistacapitalista/

Vía:
 http://www.kaosenlared.net/component/k2/item/79196-la-b%C3%BAsqueda-de-la-felicidad-en-la-sociedad-consumista/capitalista.html

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