Los
efectos del golpe de Estado de 1973 no terminaron con el final de la
dictadura. se extienden a través de todo un andamiaje institucional, en
el que sus pilares más visibles son el sistema binominal y el modelo
económico neoliberal.
El golpe de Estado de 1973 representó,
más que una victoria de la derecha chilena, un trágico fracaso de la
centro-izquierda en su afán de democratizar el país y de establecer
justicia social. Esta tenía todo para hacerlo. En 1958, con las leyes de
cédula única y de derogación de la Ley “de defensa de la democracia”,
se instauró por primera vez en nuestro país un incipiente sistema
democrático, con igualdad de derechos políticos y voto secreto. Además,
el desprestigio de la derecha llegó a su culminación a mediados de los
60. A tal grado, que en las elecciones parlamentarias de 1965 ¡la
derecha obtuvo nueve diputados y la centro-izquierda 138!
Sin embargo, como es sabido, el centro y
la izquierda se destruyeron virtualmente entre sí, en los marcos de un
mesianismo y radicalismo ideológico que socavó las bases de la
incipiente democracia. De ello se aprovechó una derecha que nunca había
creído en ella, para refundar el país sobre bases autoritarias y
neoliberales extremas. Para esto utilizó un Ejército al
que, desde fines de la Segunda Guerra Mundial, se le había inculcado la
ideología de la “seguridad nacional” en la tristemente célebre Escuela de las Américas.
En todo caso, la dictadura de Pinochet significó el triunfo de la mera fuerza bruta sobre un pueblo inerme. Como lo reconoció Andrés Allamand,
“Pinochet le aportaba al equipo económico (…) el ejercicio sin
restricciones del poder político necesario para materializar las
transformaciones” (La travesía del desierto; Edit. Aguilar,
1999, p. 156). Sin embargo, la oposición a la dictadura manifestó su
total cuestionamiento a la refundación nacional que se pretendía
imponer. Podría decirse que se hacía eco de la notable frase de Unamuno dirigida contra la barbarie franquista: “Venceréis, pero no convenceréis”.
El gran triunfo de la derecha vendría
paradójicamente luego de la derrota de Pinochet en el plebiscito de
1988. De acuerdo al propio “arquitecto de la transición”, Edgardo Boeninger, el liderazgo de la Concertación
experimentó a fines de los 80 una “convergencia” con el pensamiento
económico de la derecha, la que “políticamente el conglomerado opositor
no estaba en condiciones de reconocer” (Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad; Edit. Andrés Bello,
1997, p. 369). Es decir, la cúpula concertacionista se viró
completamente hacia la derecha, pero sin querer reconocerlo por temor a
un rechazo de sus bases. Esto explica, además, el aparentemente absurdo
regalo de la inminente mayoría parlamentaria a la futura oposición de
derecha efectuado mediante los acuerdos de reformas constitucionales de
mayo de 1989. El no tenerla pudo hacer convincente la explicación de
dicha cúpula a sus bases de que no podía realizar los cambios
prometidos; sin tener que reconocer que ya no quería.
Lo anterior permite entender también un
conjunto de virajes del liderazgo concertacionista en esa dirección. En
primer lugar, el profundo cambio del concepto de democracia expresado en
la valoración esencialmente positiva de la Constitución del 80 a partir de las afirmaciones de Aylwin en agosto de 1991: “La transición ya está hecha. En Chile vivimos en democracia” (El Mercurio;
8-8-1991). Y en ¡la asunción de dicha carta fundamental como propia en
2005, al suscribirla Lagos y sus ministros, luego de algunas reformas
concordadas con la derecha que disminuían pero no eliminaban sus rasgos
autoritarios! Con una efectiva democracia, dicho liderazgo hubiese
quedado desnudo en su viraje económico.
Asimismo, permite comprender la
aparentemente demencial autodestrucción de los medios de comunicación
escritos y televisivos afines a la Concertación durante la década de los
90. Es decir, cómo a partir del bloqueo de aportes holandeses, la
discriminación en el avisaje estatal y la compra de medios para luego
cerrarlos; el liderazgo concertacionista terminó con La Epoca, Fortín Mapocho, Análisis, Apsi y Hoy en la década de los 90. Cómo, a partir de una ley de 1992, “neutralizó” la gubernamental TVN, y luego privatizó el canal de la Universidad de Chile;
impidiendo que en ambos se pudiese debatir pluralmente sobre la obra de
la dictadura. Y cómo impidió tenazmente la devolución de los bienes de Clarín a su legítimo dueño, impidiendo con ello que se terminase el duopolio El Mercurio-Copesa.
Es claro, los directores de dichos medios –que no compartían su viraje
económico- habrían terminado como críticos de aquella cúpula.
Además –entre otras cosas- nos permite
entender por qué dicho liderazgo no hizo ningún esfuerzo por revivir las
organizaciones sociales de sectores medios y populares que la dictadura
había reducido a una mínima expresión: sindicatos, juntas de vecinos,
colegios profesionales y técnicos, organizaciones de pequeños
productores, cooperativas, etc. El poder de estas organizaciones hubiese
afectado (quizás decisivamente) el modelo neoliberal al cual se había
convertido aquella elite.
Todo lo anterior lo podemos ver también
confirmado con la progresiva apología del liderazgo concertacionista de
la obra económica de la dictadura. Así tenemos al ministro de Aylwin y Bachelet, y ex presidente del PDC, Alejandro Foxley,
quien ha señalado que “Pinochet (…) realizó una transformación sobre
todo en la economía chilena, la más importante que ha habido en este
siglo. Tuvo el mérito de anticiparse al proceso de globalización que
ocurrió una década después, al cual están tratando de encaramarse todos
los países del mundo. Hay que reconocer su capacidad visionaria (…) de
que había que abrir la economía al mundo, descentralizar, desregular,
etc. Esa es una contribución histórica que va perdurar por muchas
décadas en Chile (…) Su drama personal es que, por las crueldades que se
cometieron en materia de derechos humanos en ese período, esa
contribución a la historia ha estado permanentemente ensombrecida” (Cosas; 5-5-2000).
Por otro lado, podemos leer al connotado intelectual de la “renovación socialista”, Eugenio Tironi:
“La sociedad de individuos, donde las personas entienden que el interés
colectivo no es más que el resultante de la maximización de los
intereses individuales, ya ha tomado cuerpo en las conductas cotidianas
de los chilenos de todas las clases sociales y de todas las ideologías.
Nada de esto lo va a revertir en el corto plazo ningún gobierno, líder o
partido (…) Las transformaciones que han tenido lugar en la sociedad
chilena de los 90 no podrían explicarse sin las reformas de corte
liberalizador de los años 70 y 80 (La irrupción de las masas y el malestar de las elites; Edit. Grijalbo, 1999, pp. 36, 60 y 162).
A su vez, estos reconocimientos se
complementan con los panegíricos brindados a los gobiernos
concertacionistas por destacados empresarios, intelectuales y
economistas de derecha, nacionales y extranjeros. Así, el entonces
presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio, Hernán Somerville, le señaló al presidente Lagos en octubre de 2005 que “mis empresarios todos lo aman, tanto en Apec (el Foro de Cooperación Económica de Asia Pacífico)
como acá (en Chile) (…) porque realmente le tienen una tremenda
admiración por su nivel intelectual superior y porque además se ve
ampliamente favorecido por un país al que todo el mundo percibe como
modelo” (La Segunda; 14-10-2005).
En definitiva, la gran victoria de la
derecha es haber “conquistado” a la Concertación para que complementara
su obra. La derecha podía vencer pero no convencer. Su refundación
nacional estuvo basada en la violencia. Ciertamente que el Plan Laboral,
las AFP, las Isapre, la Loce, la Ley de concesiones mineras, las
privatizaciones de servicios públicos, su sistema financiero y
tributario, la concentración comunicacional, el desmantelamiento de las
organizaciones sociales, etc., necesitaban de una extrema represión para
instalarse. Pero para legitimarse y consolidarse requerían de un
convencimiento que solo podía brindarlo, poco a poco, quien gobernara
presentándose como de centro-izquierda. Este papel lo desempeñó el
liderazgo de la Concertación…
Afortunadamente, desde el movimiento
estudiantil de 2011 se comienza a vislumbrar una luz de esperanza para
la real democratización de nuestro país.
El Ciudadano Nº146 / El Clarín Nº6.923
http://www.elciudadano.cl/2013/10/23/92632/la-doble-victoria-de-la-derecha/
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