Chile necesita un nuevo referente que se contraponga a los
dinosaurios del duopolio, bestias que ya están hartas de engordar a la
sombra del fisco. Una Asamblea Constituyente parece ser el camino
adecuado… al menos lo es en el inicio de la dura tarea de recuperar el
país
LA DISCUSIÓN se disparó no bien
terminó el recuento de votos en la última elección edilicia. La derrota
del gobierno y del bloque político que lo acompaña (Alianza por Chile o
Coalición por el Cambio), aunque profunda, ya está pasando a un segundo
plano frente al tema que será argumento de nuevas e inacabadas
disquisiciones de ahora en adelante: el alto nivel de abstención que
marcó un preocupante 60% de no participación electoral.
Es erróneo hacer un correlato entre ese
abstencionismo y un abierto rechazo al sistema, ya que muchos de
aquellos que desistieron sufragar pudieron haberlo decidido por simple
comodidad, hastío e incluso desinterés. No obstante, también es correcto
pensar que otros muchos de los ‘no votantes’ (tal vez la mayoría)
quisieron abofetear al sistema y demostrar que en este no existe nada
–ni nadie- que en verdad los represente e interprete.
Lo que sí permanece enhiesto es el
fracaso del legislador al imponer ‘voto voluntario’, pues con ello
despeja el camino para que diputados y senadores, alcaldes y concejales,
alcancen férulas de administración y gobierno con la participación de
sólo algo más de un tercio de la ciudadanía. Eso señala que la
institucionalidad ha entrado en crisis, pero hasta este momento nadie
–ninguna tienda partidista ni tampoco el gobierno- se ha hecho cargo de
la debacle reconociendo su propia cuota de responsabilidad en ella.
¿El mundillo político está satisfecho y
aceptaría gobernar con tan sólo el 40% de los electores emitiendo
opinión? Parece que así será, lo cual otorga razones y argumentos a
quienes vienen opinando, desde hace varios lustros, que “el voto no empodera
a la gente, sino que sólo la toma de calles y plazas lo hace”. Bastante
razón hay en ese predicamento, ya que los partidos políticos, aun
aquellos remecidos por el rechazo ciudadano y por la crisis de
representatividad, insisten en hacer llamados a los electores para que
sufraguen por los candidatos que esas tiendas imponen (incluso a
contrapelo de lo que sus propios simpatizantes opinan), y que pretenden
presentar como “independientes, libertarios y honestos”, cuando en los
hechos ciertos y fríos, ninguna de esas características les son
distinguibles. Todo ello está muy distante de la democracia verdadera,
sin duda alguna.
La Economía es una ciencia social, y en
su estudio debe conocerse un capítulo dedicado a las “leyes” de esa
ciencia. Entre ellas se encuentran las “leyes de Gossens”, una de las
cuales señala certeramente que “si una necesidad económica es satisfecha
reiteradamente con el mismo bien o servicio, termina convirtiéndose en
una profunda depresión que puede arrastrar a otros ámbitos de la
sociedad”. Si trasladamos esta ‘ley’ a la acción política, concluiremos
que esa ‘profunda depresión’ ya se encuentra alojada en el ánimo de la
mayoría de los chilenos, puesto que desde el año 1990 nuestras
necesidades de cambio y justicia social han venido siendo mal
satisfechas por el mismo servicio: una sociedad duopólica
(Alianza-Concertación) que se hermana en el aprovechamiento de los
recursos del país para enriquecer a sus dirigentes y asociados,
ahondando la brecha económica, educacional, social, cultural y política
que los separa de las mayorías ciudadanas.
Es incuestionable que el país necesita
un nuevo referente que se contraponga, programáticamente, a los
dinosaurios del duopolio, bestias que deberían estar ya hartas de
engordar a la sombra del fisco. A eso pudo apuntar también aquel 60% de
abstención en las pasadas elecciones. Yendo aún más lejos, es permitido
barruntar que el guarismo anterior –en alguna medida- quiso golpear no
sólo a los dos bloques principales de nuestro quehacer político sino,
además, a muchos de los múltiples grupos que flotan en el universo
electoral criollo, ninguno de los cuales –hasta este instante- ha
logrado crecer lo suficiente para constituirse, al menos, en cabeza de
ratón, y con ello dirigir la resistencia al saqueo institucionalizado
que los primos hermanos aliancistas y concertados vienen ejecutando en
descampado -y con la cara sonriente- aprovechando la indesmentible
pusilanimidad de nuestra cómoda idiosincrasia.
Y si alguien ha tenido la peregrina idea
de poder realizar una revolución violenta para cambiar el estado de
cosas, no queda otra alternativa que reírse a mandíbula batiente, ya que
en Chile sólo los poderosos y sus empleados, los militares, han llevado
a cabo ‘exitosos’ actos revolucionarios sangrientos, como ocurrió, por
ejemplo, en 1891 y en 1973. Seamos francos (aunque duela y perturbe el
ánimo), nuestro pueblo, nuestra clase media y nuestros trabajadores, no
están dispuestos ni en condiciones –jamás lo han estado- de realizar
actos de fuerza tomando las armas y delineando andamiajes de guerrilla
urbana o rural. Somos un pueblo amante de las leyes, de la paz y de la
democracia, aunque esta última cada vez se encuentra menos libre.
UNA PROPUESTA PARA LA DISCUSIÓN
Habida consideración entonces de lo
expuesto, sólo hay un camino para poner de cabeza lo que está de pie, y
esa ruta ofrece un derrotero de mejor pronóstico para la mayoría de la
población, ya que trata de devolver al Estado las atribuciones que le
escamoteó el neoliberalismo rampante a través de la depredación llevada a
cabo por las empresas transnacionales. ¿Cómo hacerlo, cómo lograrlo?
¿Es una Asamblea Constituyente el órgano necesario y suficiente para
construir lo anterior? Personalmente, me parece que ella es necesaria,
vitalmente necesaria, pero insuficiente por sí misma.
El cientista político argentino Alfredo Repetto Saieg (*)
tuvo a bien comentar este tema en uno de mis artículos, y su opinión me
parece esclarecedora o, al menos, un punto de inflexión para retomar la
senda que alguna vez perdimos.
Respecto del asunto que convocan estas líneas, Repetto Saieg escribió:
“”¿Y cuál es la solución a la crisis
producida por el neoliberalismo y sus dogmas? Es la imposición
democrática de un régimen contrario al neoliberalismo, un régimen que
sea nacional, soberano, inclusivo y popular.
“”¿Qué significa esto? Quiere decir que
hay que luchar por un régimen que en lo político sea nacional, que
reivindique nuestra cultura, un modelo de desarrollo y crecimiento de
acuerdo a nuestra especificidad como pueblos y de acuerdo a nuestros
propios recursos. En el ámbito económico esto arranca planteándonos un
tipo de cambio de equilibrio desarrollista que busca desarrollar y
proteger nuestra industria y producción nacional. En ese sentido es
"nacional". Además es inclusivo socialmente porque el desarrollo de la
industria nacional crea trabajo, bienes con mayor valor agregado y
consumo popular.
“”De lo anterior se sigue que es
soberano no sólo en lo económico sino también en lo político y por
último popular en cuanto a su cultura y las formas del ejercicio del
poder. En la práctica significa crear poder popular para que sean los
trabajadores quienes gestionen la agenda pública de gobierno.
“”Utopía? Al contrario, el caso de
Bolivia, Ecuador, Venezuela y en menor medida Argentina están ahí como
ejemplo para desafiarnos.
“”Se trata que la política en tanto
acción de transformación recupere el sitial que le corresponde en la
emancipación de las mayorías. Se trata de una gran batalla, una lucha de
clases con una tremenda y muy importante dimensión de lo cultural
porque el saber es poder. El saber así no tiene nada que ver con la
búsqueda de la verdad al modo de los antiguos griegos, al modo de
Aristóteles o Platón, sino que en primer lugar el conocimiento tiene que
ver con el poder, con el control de las minorías sobre las mayorías.””
Podrán existir algunas diferencias entre
lo propuesto por Repetto Saieg y lo que desea la mayoría de los
chilenos que en estas últimas elecciones optaron por anular el sufragio
o, simplemente, se abstuvieron de concurrir a su lugar de votación, pero
no cabe duda que gran parte de la propuesta señalada en líneas
anteriores interpreta a esa misma mayoría. Es posible también que el
término “lucha de clases” siga provocando escozor y temor en algunas
personas, pero en la estricta realidad ese conflicto existe, y es un
enfrentamiento que pone cara a cara a los poderosos con el resto de la
sociedad, con los resultados que ya conocemos y que se traducen en un
totalitarismo disfrazado de seudo democracia donde sólo triunfa quien
coloca y controla las reglas del juego.
Por ello, el escozor al que hice
referencia carcome la piel del poderoso exclusivamente si es el pueblo
quien, en esta inacabada lucha, tiene o puede llegar a tener la
propiedad y control de esas reglas. Es entonces que aquel término
resulta alarmante para el neoliberalismo que obliga a su prensa a
reaccionar de inmediato, sacudiendo sus páginas con artículos, crónicas y
comentarios llamando a poner coto –a como dé lugar (y bien sabemos qué
significo aquello)- a las “equivocadas percepciones de un pequeño sector
de la sociedad”. Cuando en esta lucha de clases triunfa el capital,
por cierto esa misma prensa calla y aplaude.
Una Asamblea Constituyente parece ser el
camino adecuado… al menos lo es en el inicio de la dura tarea de
recuperar el país para la sociedad chilena. Ese camino debe ser optado
por la mayoría ciudadana, y recorrido mediante la participación
informada y pacífica, pero tenaz y consciente. Cada kilómetro que se
habrá de recorrer al transitar aquella vía, obliga a dejar instaladas
sólidas construcciones permitiendo que esa ruta democrática esté siempre
expedita para las futuras generaciones.
Tales construcciones dicen estrecha
relación con solucionar los asuntos que hoy asfixian y molestan a
nuestra sociedad, entre ellos: la brecha económica, una legislación
laboral expoliadora, educación pública en retroceso y de mala calidad,
escasas formas reales de participación ciudadana, el antidemocrático
sistema binominal, recursos naturales en manos de privados, destrucción
del medio ambiente, el clasismo-racismo de los poderosos contra nuestras
etnias originarias (especialmente contra la nación mapuche),
inexistencia de industria nacional, trabajos de baja calidad y mal
remunerados, ausencia de una política cultural a la que de verdad puedan
acceder todas las personas, etc.
La ruta a seguir es larga, espinosa, y
presenta muchas tareas y desafíos. Pero, al igual que reza el milenario
refrán chino, “todo camino comienza con un primer paso”, en el caso
chileno ese primer paso se viene dando desde hace mucho. Es hora de dar
el tercer paso, ya que el segundo tranco parece haber sido dado por
quienes se abstuvieron en estos comicios municipales.
Vía:
http://www.kaosenlared.net/america-latina/item/36098-en-chile-despu%C3%A9s-de-la-abstenci%C3%B3n-la-encrucijada.html
http://www.kaosenlared.net/america-latina/item/36098-en-chile-despu%C3%A9s-de-la-abstenci%C3%B3n-la-encrucijada.html
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