En estos momentos de incertidumbre, de indignación (pero nunca a niveles patrióticos como para forzar un verdadero cambio) y de cansancio intelectual; nos hemos dividido en tres grupos:
- Los “convencidos”: Ven el camino actual, político y económico como el correcto.
- Los “inconformes”: Ven el sistema actual como algo injusto y explotador.
- Los “cínicos”: Esperan que cualquier sistema establecido ya sea de manera democráticamente o por la fuerza se establezca, para encontrar la manera de sobrevivir dentro de él, sin importar los cuestionamientos morales o de justicia que el sistema traiga consigo. En definitiva son esos que lo primero son ellos, lo segundo ellos y lo tercero ellos.
El tema de la corrupción se habla siempre desde una perspectiva de observadores, compartimos historias de amigos, familiares, conocidos o simplemente relatamos como observamos diversos actos de corrupción en varios momentos de nuestras vidas, pero rara vez nos utilizamos como los autores de dichos actos (siempre hay excepciones o el siempre presente cínico y descarado). A lo mejor la única diferencia del grado de corrupción que existe dentro de nuestro gobierno y las diversas empresas privadas, es que en la empresa privada la corrupción es solo presenciada por sus beneficiados y no por sus clientes, mientras que en el sector público las cosas son más “liberales”, a lo mejor porque los corruptos se han acostumbrado a ser observados por mas cínicos que convencidos o inconformes.
Nuestra corrupción si queremos curarla, tiene que ser personalizarla; tenemos que aceptar sin excusas que padecemos de una enfermedad, que somos unos corruptos. El ser corrupto no es solo mentirle al TSE (Tribunal Supremo de Elecciones) para robarle al costarricense unos cuantos millones mas, esos son ya corruptos de ligas mayores (Tampoco tenemos que sentirnos mal, no todos tenemos la plata para sacar un MBA en Harvard), ¿pero y todos esos amateurs que vemos a diario? Esos que le pagan a alguien en migración para que les haga la filita, o que le dan una “ayudita” al tráfico para evitarse una multa (desproporcionada por cierto), los que roban Internet y cable, o los que “conocen a alguien” en el hospital que les da un par de incapacidades sin estar enfermos, los que no dan factura para evitarse los impuestos, los taxistas que manipulan “la María” para cobrar un poco mas, los que alteran facturas para que la empresa les pague gastos que nunca tuvieron etc, etc.
La corrupción gubernamental en la que vivimos actualmente, no es un fenómeno de nuestros tiempos o de una generación liberacionista “híper mala” (Aunque el PLN se esfuerza al máximo por cooperar con la infección). Nuestra corrupción es el directo resultado de la expansión del cinismo entre la población, del constante crecimiento del individualismo, la superficialidad, la falta de oportunidades y la ineficiencia legal del país.
La corrupción es una enfermedad que si bien es maligna, es tratable; la cura no tiene que ser algo doloroso pero si incomodo, ya que requiere de una re-educación en diversas prácticas que se han vuelto para muchos rutinarias y para los que las presencian simplemente hacerle entender a los corruptos, que lo son. Al igual que vicios como el alcohol, las drogas y las apuestas, el primer paso siempre es reconocer que se tiene un problema… Por eso sin cinismo digan conmigo, ¡Soy un corrupto!
Vìa,fuente:
http://revista-amauta.org/2012/06/de-convencidos-inconformes-y-cinicos/
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