La deuda actual estadunidense es la mayor
del mundo y en septiembre debería llegar a 15 billones 476 mil millones
de dólares, o sea, a superar el producto interno bruto del país. Eso,
si un salvataje in extremis le permitiese a Washington –como es
probable– seguir endeudándose sin llegar el 2 de agosto a la cesación
de pagos por haber superado el límite legal para la deuda…
Las calificadoras –como la policía noruega frente a los terroristas
xenófobos– miran para otra parte y, mientras degradan los bonos de
Grecia, Irlanda, Portugal y todos los países endeudados que se les
pongan por delante, siguen considerando que los bonos del Tesoro de
Estados Unidos son el patrón de calidad, el 0 de su tabla y les
atribuyen una calificación de AAA. Pero ni Standard & Poor’s ni sus
congéneres determinan los movimientos de la Tierra y ni siquiera los
cambios climáticos.
La primera potencia militar mundial tiene pies de barro y en ella se
libra una aguda lucha entre los dos principales grupos capitalistas para
ver de qué manera siguen descargando la crisis económica sobre la
población. Mientras los republicanos proponen cortar puestos de trabajo,
eliminar subsidios y planes sociales, reducir ulteriormente la
educación y la sanidad, expulsar a los trabajadores indocumentados y
reducir aún más los impuestos a los ricos, los demócratas piden que
éstos paguen tasas impositivas, como todos, y quieren preservar algunos
salarios indirectos para tratar de mantener el poder adquisitivo
–duramente afectado ya–, la paz social y la competitividad y
credibilidad de la economía de Estados Unidos.
Mientras tanto, el dólar se debilita, las reservas de otros países
(como China, los europeos, Japón o Brasil) pierden valor, y las monedas
de los llamados países emergentes se valorizan, por consiguiente, frente
al dólar, lo cual promueve la compra de mercancías estadunidenses
afectando la producción nacional de esos mismos productos y reduce la
competitividad de sus bienes de exportación, desequilibrando su balanza
de pagos e introduciendo tensiones en sus sociedades.
China posee bonos del Tesoro estadunidense por valor de un billón 160
mil millones de dólares; Japón, por 900 mil millones; el Reino Unido,
por 345 mil millones, y Brasil, por 210 mil millones. Todas esas
reservas y las de los demás países, como los latinoamericanos, se están
devaluando y dependen de lo que le pase al billete verde, que Estados
Unidos imprime a todo vapor para estafar a sus ciudadanos y al resto del
mundo. Si China, u otro acreedor, decidiera deshacerse de parte de sus
papeles de deuda en dólares, la moneda estadunidense sufriría un
terrible golpe y, con ella, la economía mundial. Eso no es probable,
porque China es ahora el sostén principal de la economía estadunidense y
juega todas sus cartas a la recuperación del capitalismo; ni es
probable tampoco que, por irresponsabilidad de los republicanos, o por
la voluntad de los mismos de dar un golpe de Estado monetario,
Washington no pudiese aumentar su capacidad legal de seguir
endeudándose.
Pero una cosa es la improbabilidad y otra la imposibilidad de
tales desenlaces, ya que la historia mundial nos enseña a no despreciar
la posibilidad de aventuras, groseros errores y locuras cometidas por
los (ir)responsables que gobiernan las grandes potencias, y nos veta
creer en la absoluta racionalidad de las decisiones del capital y de los
capitalistas.
¿Acaso no estaba escrito ya en los números, antes de comenzar la
matanza, que una guerra de la Alemania nazi contra todas las grandes
potencias
democráticasy contra la Unión Soviética, era una aventura condenada al fracaso, y sin embargo Hitler se lanzó a ella de cabeza?
Sea como fuere, la debilidad del dólar lleva a una gran inflación por
el aumento de los precios de las materias primas y de los granos y
alimentos, y mina aún más el poder adquisitivo, ya reducido, de los
trabajadores de todo el mundo y del propio Estados Unidos, golpeando
sobre todo a los más pobres, que dedican una mayor parte de sus ingresos
a alimentarse.
En el caso de una degradación de la moneda estadunidense o de una
eventual cesación de pagos, las altas tasas de interés que se impondrían
y los despidos y cortes en subsidios, para reducir gastos
gubernamentales, tendrían un efecto recesivo de tipo bola de nieve pues
dicho efecto abarcaría todas las relaciones económicas internacionales.
Si ya los latinoamericanos que emigraron a Estados Unidos sufren los
efectos combinados de la falta de trabajo y del aumento de la represión
policial, un deterioro aún mayor de la economía estadunidense tendría
para México y Centroamérica, como consecuencia, no sólo un aumento del
precio de los alimentos y una reducción del nivel de vida de sus
habitantes, sino también un incremento del retorno de los trabajadores
emigrados unido a un crecimiento de la delincuencia y de los tráficos
ilegales de todo tipo.
Otros países, como Argentina, que están viendo cómo crecen las
importaciones y cómo se estancan las exportaciones, podrían comenzar a
tener una balanza comercial desfavorable y, al mismo tiempo, una
reducción de la producción industrial nacional y del empleo, unida a una
inflación importada, lo cual afectaría los salarios reales y el
consumo.
En resumen, en nuestra casa común global el vecino de arriba, el del
piso noble, provocó por incapacidad y desidia la ruptura de todas las
cañerías en sus habitaciones, y el agua, como en el Niágara o el Iguazú,
ahora corre hacia abajo amenazando a todos, incluso a los amontonados
en el subsuelo.
Casa por casa, hay que buscar a tiempo medidas de emergencia mientras se ve cómo cambiar todo el sistema que hace agua.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/07/31/opinion/018a1pol
http://www.jornada.unam.mx/2011/07/31/opinion/018a1pol
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