Desde La Habana
Estuve aquí en los ’80, cuando la presencia de la URSS asentaba una perspectiva de estabilidad económica sin mayores sobresaltos. Estuve a comienzos de los ’90, ya con la implosión soviética como tremenda amenaza. Estuve a mediados de esa década, en la etapa más dramática y cuando medio mundo, en sentido convencional y literal, caracterizaba a la experiencia cubana como una muerta inminente. Estuve hace poco más de dos años, ya sin Fidel al mando cotidiano y con grandes interrogantes en torno de cuánto de capaz sería esta particularísima construcción socialista para recrear muchos de sus paradigmas. Y estoy ahora, tratando no más que de otear, oler, indagar e indagarnos, acerca de cuáles respuestas habrá al modo en que esas preguntas se amplificaron.
Se dice en esta tierra y se lo dice en voz inéditamente alta, en todas las esferas, que Cuba necesita una nueva revolución dentro de la revolución. Y eso, por las dudas, es lo primero que debería quedar claro. Todo lo que tenga que cambiar tendrá que ser cambiado, sentenció Fidel hace ya tiempo. Pero ni en la dirección del partido ni en sus cuadros secundarios ni –lo decisivo– en la gran o inmensa mayoría de la población, de acuerdo con los análisis y comentarios que pueden recogerse en cuanto ámbito significativo se quiera, hay la menor intención de que esas modificaciones supongan un cambio radical de sistema. Por fuera de la burocracia que milita en el anquilosamiento, no hay deseo masivo alguno de que las cosas sigan achanchadas, como lo están a pesar de las múltiples apelaciones, públicas, desde la conducción suprema. Pero debe reiterárselo: nadie tampoco, comenzando por lo que se escucha en ese termómetro invalorable que es la calle, y siguiendo por los fortísimos debates institucionales de los últimos meses, quiere mención de otra palabra que no sea socialismo. Entiéndase por esa definición el mantenimiento de todo aquello que aseguró a los cubanos pasar del prostíbulo de América al modelo capaz de garantizarles un nivel de vida digno, atravesado por dificultades gigantes que jamás implican hambre, indigencia, exclusión, abandono del Estado. Quieren consumir, los fatiga la precariedad, están cansados de las trabas por doquier. El pluripartidismo les importa un pito, eso sí, y el apoliticismo que se advierte no es producto de pretender alternativas de régimen. Dentro del sistema todo y fuera del sistema nada es el lema que todavía permanece enhiesto, con el paso de ya tantos años y la renovación cada vez más provocativa de los desafíos.
¿Cuáles son esos cambios primordiales que la dirigencia de primer grado plantea como imprescindibles? Basta de un Estado omnipresente a cada momento y decisión a tomar, excepto por los trazos macro del timón estratégico de la economía. Basta de tierras improductivas por obra de la pereza que rige, a la espera de órdenes lejanas que tantas veces no llegan o lo hacen equivocadas y contradictorias. Basta de una ineficacia falazmente endosable al bloqueo comercial de los Estados Unidos. No es ese cerco repugnante del Imperio lo que empuja que dos o más trabajadores consuman la labor que bien puede estar a cargo de uno. No es esa actitud criminal lo que explica que un vago y un laborioso tengan el mismo ingreso. Este pueblo heroico y sus líderes revolucionarios edificaron un esquema soberano sobre tres ejes admirablemente protegidos: defensa, salud y educación. Esos bastiones encarnan una epopeya, vistas las condiciones de acecho externo, histórico, presente, bajo las cuales se prodigaron. Esta isla más chica que varias de nuestras provincias tenía el destino de Haití, que a su manera sigue aguardándola si se produce la inoculación del virus que revolotea a apenas 90 millas. Los cubanos resistieron y resisten gracias a la primera eficiencia de todas, que es la ideológica. Pero llegó la hora de incorporar el eje del desarrollo productivo. Aquí se habla con énfasis del cambio de mentalidad que eso requiere. Es unánime. Sin embargo, muchos se preguntan si tal reversión puede provenir de una generación de cuadros de avanzada edad, y hasta intermedios, ya demasiado habituados a que de esta forma se puede caminar bien; o a que, en cualquier caso, es mejor no tomar riesgos de innovación.
El martes pasado y en la ciudad de Ciego de Avila, a más de 400 km de La Habana, el número dos de Raúl dio un discurso de dura autocrítica al conmemorarse los 58 años del asalto al Moncada. A oídos extranjeros resuena sorprendente, pero los cubanos nos advierten que ese tinte pasó a ser lo acostumbrado. José Ramón Machado Ventura dijo frente a la multitud, y al propio Raúl, que ya no se soporta aprobar medidas para ver cómo duermen el sueño de los justos en un cajón. Y agregó que deben vencerse prejuicios sobre el sector no estatal de la economía. Cabe conjeturar que, al menos en parte, hizo alusión a lo que un título periodístico argentino, hace unos meses, rotuló como “capitalismo pyme”. Un tanto exagerado pero válido, define lo que se ve. Trescientos diez mil cubanos ya trabajan legalmente por cuenta propia y a más de 200 mil les otorgaron licencias como empleados privados, según recientes cifras oficiales. También se ampliaron los mercados de venta libre en materiales de construcción. Pululan puestos callejeros que ofrecen una suerte de “todo por dos pesos”, aunque más diversificado. Y esa gente está más contenta, a estar por sus testimonios. ¿Es la marcha hacia una economía mixta con fuerte dirección y control del Estado? Fernando Martínez Heredia, uno de los más lúcidos y reconocidos investigadores sociales de Cuba, lo pone en duda. Opina que simplemente se trata de recursos de subsistencia, sin horizonte de acumulación de capital como para que pueda hablarse de la formación de una clase empresaria. Pero menta también la existencia de sectores, antes estatales que del partido, que podrían ser receptivos a los cantos de sirena de valores capitalistas más pronunciados. Por ese motivo, subraya con contundencia, esta etapa cubana es, en cierto aspecto, más peligrosa que la del “período especial” siguiente a la desaparición soviética. Aquellos años fueron terribles; pero la idea y necesidad de resistencia conllevaron el convencimiento popular de que había que mantenerse en el socialismo, como única herramienta para garantizar los logros de la revolución. Hoy, quedó dicho, esa seguridad persiste en las mayorías pero la utopía renovadora no está tan clara. ¿Es el dichoso “cambio de mentalidad” la convocatoria única o más re-energizante que imponen las circunstancias? ¿No habría que pensar, como ejemplo no precisamente secundario, en un virulento plan de reconstrucción y edificación de viviendas, que amortigüe y a largo plazo corrija ese drama de todo Cuba?
Es muy difícil acertarle con total seguridad al futuro de este país incomparable. Sin embargo, a ojímetro, con la información y experiencia que nutren a la seriedad intuitiva, uno diría que otra vez van a vencer. Los cubanos están más quejosos; hay ya una generación crecida con el signo de que sólo le hablan de dificultades; esa fatiga por la precariedad lastima; la burocracia agobia. Pero ni aun buscándolo con todas las fuerzas podrá encontrarse que perdieron la alegría. Y si hay indiferencia en franjas amplias, también hay debate público como tal vez nunca se vio. Y Raúl no es Fidel, al margen de que nadie puede ser como Fidel, pero por aquí dicen que lo que le falta de oratoria le sobra de hacedor. Y de a poco se nota un periodismo que sigue aburrido pero más cerca de lo que le pasa a la gente. Y la delincuencia urbana poco menos que no existe, y lo valoran. Y tienen esa estatura sintáctica al expresarse que revela la condición de comunidad instruida, y lo saben y saben a quién se lo deben. Y la barbarie de los cinco patriotas presos en Estados Unidos, por revelar las acciones terroristas contra el país, les reactiva el reflejo de no perder de vista quién es el enemigo.
Vaya a saberse cómo continúa este rumbo cubano. Pero si hay un pueblo que merece seguir metido en la historia de las grandes gestas, sigue siendo éste.
Vìa :
http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-173420-2011-07-31.html
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