El cuento
es viejo: la inundación había alcanzado la casa y la orden era evacuar,
pero el huaso Contreras no quería hacerlo. Cuando el agua le llegaba a
las rodillas vino una camioneta a buscarlo. El huaso Contreras dijo que
no se iba. Se quedaría en su cas
a, él confiaba en Dios y Dios lo
salvaría. La lluvia era incesante, los ríos desbordaron y el agua anegó
completamente la planta baja. El huaso Contreras, asomado a la ventana
del segundo piso, vio que una lancha llegaba a salvarlo. Sin inmutarse,
les mostró un papelito que decía que estaba bien, que seguía confiando
en Dios y Dios sabría cómo salvarlo. Cuando el agua sobrepasó todo lo
esperado, el huaso Contreras tuvo que encaramarse a la parte más alta
del techo. Lo único que llevaba consigo era la alcancía con los ahorros
de toda su vida, un chanchito de greda al que había bautizado como
Chauchito. Cuando apareció el helicóptero a rescatarlo y le tiraron una
soga y le dijeron por altoparlante que se agarrara de ella, él dijo que
no, que aún confiaba en el poder del Omnipotente. El huaso Contreras
murió ahogado, murió con Chauchito fuertemente agarrado bajo el brazo.
El huaso llegó al cielo hecho una furia. Cómo era posible que Dios, en
el que había depositado toda su fe, no hubiera hecho algo para salvarlo.
Entonces, como un trueno, se oyó una voz en todo el ámbito del cielo:
Huaso porfiado, te mandé una camioneta, una lancha y un helicóptero.
Sebastián Piñera, que diariamente pide a Dios pasar a la historia
como el mejor presidente de Chile, al ver que el rechazo a su gobierno
–según las encuestas– ya le llega al cuello, entra en la Catedral
Metropolitana despotricando que cómo era posible que El, su Dios a quien
adoraba puntualmente en cada Semana Santa, no le diera una manito para
cumplir su sueño. Entonces, como un trueno, en la acústica de la
catedral de piedra se oye retumbar una voz: Enano porfiado, te mandé un
terremoto, 33 mineros y miles de estudiantes. Con el terremoto hubieras
pasado a la historia reconstruyendo el país con rapidez, eficiencia y
compasión, pero pusiste a cargo a una parva de inútiles aprovechados y
aún los pobres damnificados están durmiendo bajo la lluvia; con los 33
hubieras hecho historia haciendo los cambios necesarios en la
legislación laboral –perpetrada por tu hermano José–, pero te
conformaste con pasearte por el mundo regalando piedras y mostrando el
famoso papelito; y ahora, con los miles de estudiantes que te he mandado
a la calle –verdadero tsunami de color y juventud–, podrías dejar tu
nombre inscripto con letras de oro no sólo en la historia de Chile sino
de Latinoamérica entera, instaurando una educación de calidad y gratuita
para todos (si hasta yo entiendo que la educación es un derecho y no un
bien de consumo). O aprovechas esta última oportunidad o te quedas
arrinconado en La Moneda como un pordiosero avariento, haciendo oídos
sordos a la lluvia de gritos y cánticos y demandas de los jóvenes,
ahogándote sin pena ni gloria y con Lucrito apretado tenazmente bajo el
brazo.* Escritor chileno. Su última novela es El escritor de epitafios.
Fuente, vìa :
http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-175473-2011-08-27.html
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